Ensayos de cine

 

Ensayos de cine



Los textos que configuran esta sección han sido elaborados con el objetivo de reflexionar sobre el papel que tiene el cine en la cultura contemporánea y en la formación de nuestro conocimiento: cómo llena nuestra imaginación, cómo forma parte de nuestra realidad cotidiana, de qué forma elabora nuestra memoria personal, cómo se utiliza para la representación de los hechos históricos, de nuestro pasado, de nuestro futuro y de nuestra vida más íntima y más pública.


Martes 12 de abril, 2022


Hasta siempre, Bruce 



Ha sido difícil encontrar las palabras adecuadas para alguien a quien he admirado desde pequeño. Bruce Willis padece afasia, un trastorno neurológico que afecta a la capacidad para comunicarse, y ha decidido retirarse de la interpretación. No deja de ser una terrible paradoja que fuera precisamente la interpretación lo que le permitió superar el tartamudeo que padecía desde niño. Lo logró y, además de iniciar una carrera repleta de títulos increíbles: casi cien películas y muchas de ellas taquillazos, se sobrepuso a las burlas de los muchachos de clase por su defecto en el habla.

Considero que esa desgraciada experiencia moldeó de alguna manera a su representación de heroísmo en pantalla. Lejos de su estoica dureza, de su inconfundible e irónica socarronería y de su obstinada lucha por el deber, Bruce Willis cae bien al espectador porque seguía encarnando a ese chaval solitario y maltratado por los matones del grupo. Golpe a golpe quedaba claro que lo suyo no era caer de pie como los gatos o los héroes más perfectos de antaño, sino que sobrevivía a duras penas de sus frenéticas aventuras. Y ahí es donde reside el rasgo más relevante de las composiciones del carismático actor: la reivindicación del postergado. 



Hans Gruber: "Me tiene intrigado. Sabe mi nombre, pero: ¿Quién es usted? ¿Otro americano que vio demasiadas películas de niño? ¿Otro huérfano de una cultura en declive que se cree John Wayne? ¿Rambo? ¿El Equipo A?"
John McClane: "A mí el que siempre me gustó fue Roy Rogers. Y esas chupas que llevaba con lentejuelas". 
Hans Gruber: "¿En serio cree que puede ganarnos la partida, vaquero?"
John McClane: "Yippee ki-yay, hijo de puta".


No es de extrañar que uno de los directores más importantes de su filmografía, M. Night Shyamalan, enfocase su viaje de autodescubrimiento como héroe a través de los ojos de unos niños. Tanto Cole Sear (Haley Joel Osment), un chaval retraído con un secreto que sólo quiere revelar al psicólogo infantil Malcom Crowe (Bruce Willis), como Joseph Dunn (Spencer Treat Clark), un chico que es el único en creer que su padre David Dunn (Bruce Willis) tiene superpoderes, profundizan en esa temática con minuciosa sensibilidad. El sexto sentido (1999) y El protegido (2000), además de dos obras maestras, evidencian que el hombre adulto es incapaz de alcanzar la paz interior interactuando con el sexo opuesto -situado en otra dimensión-, sino conectando con su yo del pasado. La madre de Sear, Lynn (Toni Collette), la esposa de Malcom Crowe, Anna (Olivia Williams), o la esposa y la madre de la familia Dunn, Audrey (Robin Wright), son incapaces de entender las necesidades emocionales del rol masculino. En cambio, los niños sí que comparten ese mismo lenguaje con los personajes de Willis, porque van más allá de las palabras y los convencionalismos.

Como esa anomalía que se dirige constantemente a contracorriente de la multitud, los personajes de Bruce Willis suelen tener una relación matrimonial en crisis, o directamente inexistente. El último boy scout (1991), Historia de lo nuestro (1999) o 16 calles (2006) son solamente algunos ejemplos. Pero si hay una película, y una fantástica saga de entregas -excepto la última de ellas-, que reinventó el cine de acción, supuso la consagración del actor como estrella de Hollywood y resultó maravillosa en todos los aspectos es Jungla de cristal (1988). Para mí es una maravillosa historia romántica de cómo un hombre, completamente fuera de sitio, intenta salvar desesperadamente su matrimonio. Así que deja de ver Love Actually (2003) y Vacaciones (2006) en Navidad y pon a Bruce Willis deslizándose por conductos del aire, corriendo descalzo con una metralleta o demostrando una magnífica cultura popular a través de las réplicas por walkie talkie con el antagonista, encarnado por el genial Alan Rickman. Así de ingeniosa es Jungla de cristal, que te ofrece dos personajes memorables en un mismo filme. Antihéroe y villano elevados a la máxima expresión. Dos polos opuestos que se proyectan como un reflejo contrario al otro. Mientras que John McClane (Bruce Willis) se ve como un cowboy americano, desafiante, imaginativo y tocapelotas, además de disponer de una avezada cultura cinematográfica, Hans Gruber (Alan Rickman) va con traje, es británico, metódico y sofisticado, y destaca por poseer una educación refinada labrada por el vasto conocimiento en la literatura clásica. Semejante enfrentamiento de todos (Gruber y los terroristas) contra uno (McClane) sólo puede terminar con la demolición del mítico edificio Nakatomi

Bruce Willis es una de las más grandes estrellas de Hollywood, pero sobre todo es un referente al que le guardo un inmenso cariño y echaré mucho de menos. Hay muchas historias interesantes que nos hubiera podido seguir contando. Pero ahora tiene una misión más importante. Más allá de ser actor, hombre o estrella, Bruce Willis es un padre orgulloso de una gran familia. Estoy convencido de que sus hijas pequeñas, Mabel y Evelyn, que tiene con su actual esposa, Emma Heming, y las tres hijas ya más mayores, Rumer, Scout y Tallulah, con su exesposa, Demi Moore, le apoyarán en este nuevo e importante capítulo en su vida. Agradezco todos los momentos increíbles que me ha hecho pasar Bruce Willis y le deseo mucha fuerza. Hasta siempre, Bruce. 




Domingo 23 de abril, 2017



Eastwood bueno, Eastwood malo


Cosas que has de conocer de su singular personalidad antes de juzgarlo y que revelan toda clase de paradojas alrededor de nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestra época



Una introducción simbólica



En una taberna concurrida del lejano oeste. El sheriff del pueblo está dando instrucciones a sus fieles hombres que se amontonan a su alrededor. Es un tipo con una alopecia parcial y de mediana estatura. Nada en él resulta especialmente destacable, excepto su habilidad para hablar en público y conseguir que la gente actúe a su voluntad. Un extraño entra sigilosamente en ese local y avanza entre la multitud mientras sostiene en alto un rifle. Algunos se dan cuenta de su presencia y lo contemplan atónitos. La autoridad no se percata y continúa su discurso con grandilocuencia: “Formaremos cuatro grupos. Daremos una batida por granjas y caminos trazando un gran círculo. Así encontraremos a alguien que haya visto a esos… canallas”. Se gira al terminar de pronunciar esa última palabra y observa a ese forastero armado y mojado debido al temporal que cae en el exterior. La muerte ha aparecido con el propósito de llevarse unas cuantas almas pecadoras al infierno. “¿Quién es el dueño de esta pocilga?”, interroga esa figura con halo sobrenatural. El propietario del local se da a conocer, mientras que el espectro le apunta impasible con su arma. “¡Baje ese rifle! ¡Quieto!”, le ordena el sheriff que no puede hacer nada para evitar que un cartucho impacte en el pecho de ese hombre y caiga fulminado al suelo. El forastero carga de nuevo su arma y apunta esta vez al sheriff. “¡Es usted un miserable y cobarde hijo de perra! ¡Ha matado a un hombre desarmado!”, le recrimina furiosamente la autoridad. “Pues debió haberse armado cuando decidió decorar su salón con mi amigo”, le replica el forastero. “Usted es William Munny de Missouri. El asesino de niños y de mujeres”, revela el representante de la ley. “Así es. He matado a mujeres y niños. He disparado sobre cualquier cosa que tuviera vida y se moviera. Y hoy he venido a matarle a usted. Por lo que ha hecho a Ned”, comenta ese vengador imperturbable. El fuego cruzado del tiroteo hiere al sheriff y mata a un gran número de sus secuaces. Munny no ha recibido ningún disparo y se dispone a acabar con su cometido. Desde el suelo y herido, el sheriff intenta dispararle pero el bandido se lo impide y le arrebata la pistola que pretendía blandir. “No merezco esto. Morir así. No he acabado mi casa”, se queja el caudillo que asiste desamparado cómo el cañón del rifle se acerca a escasos centímetros de su cara. “Lo que uno merece no tiene nada que ver con eso”, responde el justiciero sin apartar la vista del objetivo. “Te veré en el infierno Will Munny”, balbucea con rencor el sheriff. “Sí”, le contesta su enemigo que se toma unos segundos antes de apretar el gatillo. Un destello de luz y un estallido ensordecedor emanan de esa arma. El bandido se da media vuelta y sale de ese local lleno de muertos. No sin antes disparar a quemarropa a otro de los hombres que aún seguía con vida y que se dolía estirado en el suelo. Munny acepta de este modo ir al infierno por todos los pecados que realizó en el pasado y por los cometidos esa noche. El crepuscular epitafio que se merece todo tipo duro que se precie de serlo.




En el párrafo anterior se describe la escena culminante de Sin Perdón (1992), una epopeya de melancólica belleza y de resuelto realismo moral, físico e histórico. Clint Eastwood recibió el reconocimiento como cineasta y ganó los Oscar a la mejor película y al mejor director. Este gran actor y realizador tiene coetáneos y predecesores que han interpretado a una buena cantidad de canallas memorables, entre los que destaco la brillante interpretación de Hugh Jackman en Logan (2017) de James Mangold, pero probablemente no hay nadie que encaje mejor que él en el molde del antihéroe duro. Del mismo modo que sucedió con Marilyn Monroe, para la mayor parte de estadounidenses Eastwood constituye un símbolo con sabor genuinamente americano, como lo pueden ser la Coca Cola o el Marlboro.



El tren se vuelve a poner en marcha con una estridente sacudida y me despierta abruptamente del sueño. El viaje debería durar cuarenta minutos, que es lo que suele tardar ese medio de transporte en ir de la ciudad de Barcelona a la población de Sitges, aunque nunca se sabe. Alguien en el asiento de atrás exhala un suspiro de impotente irritación cuando un anciano de etnia gitana arranca a cantar una canción sobre las bondades de la condición humana. Suena el móvil de una chica pero desiste en descolgar la llamada. Se encuentra de pie al lado de ese gran divo de la escena pública y asume que no fructificaría la conversación con su interlocutor en esas condiciones. Lo que me hace recordar aquello que decía un profesor argentino cuando iba a la universidad. Consideraba que no había manifestación vital más grande en un paisaje urbano, gris y sistematizado como el nuestro que cruzarse con artistas callejeros o contemplar sus obras. Incluía en ese grupo tanto a este tipo de cantantes como también a aquéllos que pintan grafitis en las paredes y muros de la vía pública. Ese discurso dejaba embobados a la mayoría de chavales de primer curso pero a mí me parecía una auténtica memez, entonces y ahora. Un sentimiento que parece compartido por el resto de pasajeros del vagón que han pasado de semblantes serios a mostrar signos evidentes de irritación contenida. Tengo que reconocer que es entretenido observar los esfuerzos gestuales por disimular el desagrado en público de esos extraños. Eso tiene más que ver con la realidad humana que el estribillo de la canción que habla de un río y de la vida. No puedo evitar esbozar una sonrisa irónica cuando veo pasar el río Llobregat por la ventanilla en ese preciso instante. El tren da unas sacudidas, se bambolea al tomar la curva y luego ralentiza la marcha al entrar en un túnel donde hay la siguiente parada. El artista termina su canción y se acerca a su forzoso público que evita el contacto visual con él. Una pareja de ancianos, que no parecen acostumbrados a coger habitualmente ese transporte, le dan una moneda y abren la caja interminable de piropos del cantante hasta que el tren se detiene completamente y se abren sus puertas. El hombre baja al andén y se dirige a otra vía para coger otro ferrocarril que lo lleve nuevamente a la ciudad condal. El tren avanza poco a poco, sale del túnel y pasa por una serie de cobertizos, patios e industrias. Observo como los demás viajeros vuelven a su placentera normalidad: teclean en sus móviles, leen en sus tablets y hablan por teléfono. La vida transcurre a través de una pantalla. Por esta razón, y como si fuese mi última cruzada personal, procuro ponerme a leer un libro -físico y analógico- cuando voy en tren. Es una forma de diferenciarme del resto y también porque he hecho un pacto conmigo mismo: si una chica es capaz de apreciar eso, superaré mi propia vergüenza e iniciaré una conversación con ella. Hoy, sin embargo, no me apetece leer. Así que sigo escudriñando las conductas de los viajeros hasta que empieza a sonar mi móvil. Es mi madre y me comenta que se encuentra en una óptica donde hay unas gafas de sol que son perfectas para mí. Parece entusiasmada por su tono de voz y lo cierto es que llevaba semanas buscando unas.  

Nada más salir de la estación de Sitges, me dirijo andando hacia la óptica que está situada en el centro del pueblo. Lo primero que me sorprende es la reacción de los dependientes cuando entro en la tienda. Es poco habitual que sonrían y observen de arriba abajo a los clientes de ese modo. Lo atribuyo a que son imaginaciones mías y no le doy mayor importancia. Así que cruzo el pasillo central hasta reunirme con mi madre, que se encuentra hablando con una dependienta de más o menos mi edad. “¡Éste es mi hijo!”, exclama mi madre a la chica como si le hubiera tocado el primer premio de la lotería. “Me lo imaginaba”, responde ella. Me gustaría decir que me siento incómodo cuando mi madre hace este tipo de cosas pero no es realmente así. Uno se acaba acostumbrando. Es como la varicela: la pasas una vez y luego ya está. Eres inmune para siempre. La dependienta saca el Santo Grial de los anteojos y me los pruebo delante de un espejo. Me quedan muy bien. El cristal azul y la montura superior de color marrón dan un toque más juvenil a unas gafas que no dejan de ser clásicas. Le pregunto a mi madre cómo es que se ha fijado en ellas teniendo en cuenta que hay decenas expuestas en todas direcciones. Ella señala un cartel promocional colgado en la pared y me comenta: “Vi a este chico y pensé que es igual a Xavi”. Después de decir esa frase, entiendo la conducta anómala de los ahí presentes. En la imagen aparece el hijo de Clint Eastwood, que se llama Scott, con una barba de tres días y un look elegantemente clásico pero con estudiados toques canallas. Un dandy muy americano que combina gestos y actitudes desafiantes. En muchas ocasiones son los pequeños detalles los que nos hacen decantarnos por una opción u otra. Mi madre no se fijó en esos anteojos por razones estéticas, emocionales, económicas o funcionales. Lo que ha provocado que sea su opción favorita es una asociación simbólica. Ese pequeño gran detalle ha motivado que compre las gafas e investigue sobre la trayectoria, declaraciones, anécdotas y acontecimientos más relevantes en la vida de los dos Eastwood. Una búsqueda que me ha permitido abordar la última gran polémica en la que se ha visto involucrado el veterano cineasta y que me ha servido para profundizar en el análisis de la conducta humana, valorarla y obtener valiosos aprendizajes. Invito así a todos los lectores a adentrarse en el mundo más personal de estas dos generaciones de Eastwood.




Scott y mis gafas. “Suelen decirme: “Hay un papel genial para ti en este proyecto… Si consigues que tu padre acepte otro papel”. ¡Venga ya hombre!”, comenta el Eastwood Junior.




El futuro tiene un pasado



Clint, de 87 años, y Scott, de 31, se llevan una diferencia de edad de 56 años. Durante gran parte de su infancia, Scott vivió con su madre, Jacelyn Reeves, una azafata con la que Clint tuvo un idilio fuera de su matrimonio en los ochenta. Padre e hijo no pasaron demasiado tiempo juntos hasta que Scott se mudó a California para vivir con él durante la época del instituto. “Vivía en Hawai con mi madre hasta que la cabreé. Luego me vine a vivir con mi padre y ya le he cabreado a él”, comenta entre risas Scott. Algo que desmiente su progenitor: “Era un chico muy bueno. No dio casi problemas. Su madre le educó con muchos valores, porque ella es una buena persona”. Algo que confirma y matiza Scott: “Ella era bastante más comprensible. Mi padre es de la vieja escuela. Me crió inculcándome valores de integridad y trabajo duro. Siempre estaba con sus normas, como si fueran un hacha. Pero ahora las miro y pienso que me hicieron currar, agarrarme, pelear. Eso es todo lo que uno quiere. Quieres que te conduzcan por ese camino”. Un camino por el que ambos han transitado unidos en la gran pantalla durante la última década, especialmente después de que Clint escogiera a Scott para una serie de pequeños papeles en Banderas de nuestros padres (2006), Gran Torino (2008), Invictus (2009) y Golpe de efecto (2012) de Robert Lorenz -que está protagonizada por la estrella californiana junto a Amy Adams-. Para la posteridad quedan las primeras palabras que le dirigió Clint a su vástago en una de sus primeras incursiones en el cine. Sucedió en Gran Torino cuando el personaje de Scott acompaña a Sue, interpretada por Ahney Her, y son asaltados por una pandilla de negros en la calle. El chico, lejos de la dureza y el estoicismo que uno podría identificar al apellido Eastwood, interactúa con los maleantes como un pardillo y es objeto de insultos y burlas. Especialmente hiriente es la línea de diálogo que le dirige su progenitor encarnando al memorable Walt Kowalski: “Calla, marica. ¿Qué es eso de “hermano”, capullo? ¿Vas de negrata, imbécil? Éstos no quieren ser tus hermanos y no me extraña. Vete ya con esta cara de irlandés lechoso a otra parte”. 




“Si tuviera que interpretar a mi padre en una película, ¿cuál sería la clave para bordar el personaje? ¡No hablar mucho!”, comenta entre risas Scott. “Fíjate en todo lo que puedes lograr haciendo tan poco”, responde Clint. “Es verdad, cogeré el guión y cortaré todas tus líneas”, vuelve a la carga Scott. “Ten los ojos abiertos y la boca cerrada”, apostilla su progenitor.



Lejos de la ficción, Clint se muestra afable y elogia la carrera ascendente de su hijo de la que pocos dudan de que se convierta en una gran estrella de Hollywood en los próximos años: “Todavía no he hecho un proyecto grande con él y hasta ahora siempre ha venido y ha hecho bien su trabajo. Ahora está preparado para papeles más importantes y probablemente dentro de poco tenga que suplicarle para que venga a trabajar conmigo”. Scott se muestra cauto pero orgulloso de las palabras de su octogenario padre y recuerda lo que le dijo sobre su oficio en su niñez: “Cuando era actor, nunca me metía en el camerino. Siempre estaba fuera, aprendiendo”. Se me quedó grabado. Cuando estaba rodando Fast & Furious 8 y todo el mundo se metía en su camerino, yo daba vueltas por ahí preguntando cosas: “¿Por qué habéis grabado desde este ángulo?”. Quería aprender”. Una máxima que Clint cuenta a través de su propia experiencia profesional: “Cuando tenía contrato en 1954 con Universal no conseguía buenos personajes. Me daban papeles de una línea y ya. Pero me movía mucho, me fijaba en lo que hacía la gente. Y cuando tenía días libres, que eran la mayoría, me iba a visitar otros rodajes. A ver a Joan Crawford o a quien fuera. Sólo para ver cómo trabajaban y cómo maneja todo el director. No sabía nada sobre hacer películas, y hay mucho que aprender”. Las ganas de crecer profesionalmente y su intuición resultaron determinantes para que aceptase ir a rodar en Italia y España en una producción de un director italiano que sólo había dirigido una película. “Es decir, que no iba a ir con Fellini, entiéndeme. Pero pensé: “Bueno, esta historia ya me gustó cuando la contó Akira Kurosawa -se refiere a Yojimbo (1961)-; quizás sea buena idea hacerla”, comenta la estrella californiana. Esa decisión dio un vuelco definitivo a su carrera en el cine. Desde la primera escena de Por un puñado de dólares (1964) de Sergio Leone, en la que el actor surge a lomos de una mula, con un poncho, un cigarro y barba de tres días, la película cambiaría la iconografía y el carácter del héroe del western. Su caracterización mostraba a un ser humano sin nombre, exento de cualquier tipo de emoción y movido por intereses personales más que por ideales de justicia. “Hasta un cuarto de hora antes del final no sabes quién es el héroe, y ni siquiera entonces estás seguro: crees que lo es sólo porque es el protagonista y es menos asqueroso que todos los demás”, comenta el cineasta sobre el personaje que redefiniría los códigos del western mediante la incorporación de elementos expresivos enfáticos como el zoom, el abuso de la violencia y la relevancia en el uso de la música y el sonido. Leone y Eastwood volvieron a trabajar juntos en La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), que consolidaron al actor como una estrella con reconocimiento mundial. 

Clint Eastwood dio un nuevo y trascendental paso en su carrera cuando fundó su propia productora, Malpaso Productions, en 1967 con el propósito de llevar el negocio de producir y dirigir su propio material. Un modelo extendido hoy en día entre las estrellas de Hollywood pero que Eastwood fue pionero en implantar entonces. Su astucia a la hora de fundar la compañía, que le puso el nombre español de Malpaso porque así se llama un riachuelo que corre por sus tierras, le ha reportado millones de dólares y ha dado empleo a muchos actores y técnicos mientras Hollywood atravesaba algunos de sus peores momentos. Desde 1975, las oficinas de la productora se sitúan en los terrenos de Warner Bros en Burbank California y el actor pasa la mayoría de días en esas oficinas, unos bungalows de estilo español, trabajando en nuevos proyectos cinematográficos con los que llevar a la gran pantalla historias como la de Sully (2016). La trigésimo quinta película que dirige en su carrera, y última en estrenarse en los cines, cuenta la experiencia real del piloto de aviación Chesley Burnett Sullenberger, interpretado por Tom Hanks, que consiguió realizar con éxito un amerizaje forzoso sobre el río Hudson en 2009. “Nunca pensé que algo de lo que estaba dirigiendo iba a ser un éxito. Según lo estás haciendo piensas: “Bah, nadie va a querer ver esto”. Y eso me pasó incluso en aquellas películas que son imprescindibles en mi vida, como Sin perdón (1992), El fuera de la Ley (1976) o Million Dollar Baby (2004). Parecían buenas, pero tenía la sensación de que nadie iba a ir a verlas”, comenta el cineasta. Scott ejerce de buen discípulo y afirma que el tipo de películas que realiza su padre son las que le gustaría protagonizar. “Hago lo que él hace: siempre ir hacia delante. No puedes mirar atrás o pensar demasiado las cosas. Simplemente, te dedicas a hacer películas, y esperas que algunas sean buenas. Probablemente también haya algunas malas por el camino”, explica el joven Eastwood que intentó emular la jugada que encumbró a su padre con Diablo (2015) de Lawrence Roeck. Un western nutrido de múltiples referencias de dentro y fuera del género pero que el resultado final se quedó muy por debajo de las alturas grandiosas cosechadas por su progenitor a las órdenes de Sergio Leone.  

“Es inteligente, ¿eh? Me alegra verle feliz y cómo está trabajando. Lo está haciendo mejor que yo a su edad, y así es como debe ser”, comenta Clint al periodista Michael Hainey de Esquire. A lo que añade con tono más jocoso: “Ahora todas las chicas llaman a casa para saber dónde está Scott. Antes solían preguntar dónde estaba yo”. Entre risas, su hijo dice que se lo llevará a tomar unas copas consigo y que se lo pasarán bien. A lo que Clint responde irónicamente que podría ser como uno de esos conductores de Uber y relatar durante el trayecto en coche que antes era actor y se dedicaba a hacer películas. No es extraño que Clint manifieste explícitamente que quiere que Scott se divierta y salga. No hace mucho que su hijo comentó en una entrevista publicada en la revista GQ Australia que perdió a su exnovia en un accidente de tráfico y que ese suceso lo ha dejado marcado para siempre: “He perdido amigos antes, buenos amigos. Pero nunca había perdido a nadie con el que hubiese tenido ese grado de intimidad. Quizás es lo que hace que me cueste tanto tener citas”. En la misma entrevista, Scott también reveló algo inaudito en una industria donde las relaciones vienen y van en lo que tarda el rodaje y la promoción de una película. “Es fácil enamorarte cuando eres joven, ¿verdad? Y entonces te empiezas a dar cuenta de que todos esos sentimientos, amor, pasión y lujuria, a veces llegan muy rápido y desaparecen muy rápido también”, comenta Scott -si a estas alturas esperas que focalice la atención de un texto mío en Justin Bieber o Miley Cyrus es que poco te has enterado de esta/ mi película-. En el amor, igual como en el terreno profesional, Scott sigue los consejos de su progenitor: “Cuando tenía 16 años, (mi padre) medió para que tuviese una relación con una chica más mayor. Quería que saliese con ella y lo hice. Se puso muy contento. ¿Confiaría en él para que me buscase novia? Por supuesto. Confiaría en él sin ninguna duda”, destaca Scott. ¿Clint Eastwood como celestina de su hijo? ¿La historia de un tipo duro y maduro que promueve de manera encubierta contactos y citas para que su chico sea feliz? Eso es, sin lugar a duda, una película digna de ver. Pero incluso más importante e interesante que eso es imaginarse a Scott como alguien que navega entre dos mundos: una persona a la que le han inculcado unos valores sólidos y conservadores desde pequeño, en la misma entrevista afirma que estaría dispuesto a dejar su carrera profesional si encontrase a la persona “perfecta”, y por otro lado tiene que lidiar y encajar en un mundo incierto y desprovisto de significado en donde las relaciones se acumulan y desaparecen con la misma rapidez y superficialidad como surgen las adulaciones o los desprecios en una red social o en un medio de comunicación.




La polémica de la incompetencia y el maniqueísmo



Parte de las declaraciones de los dos Eastwood que componen el texto del capítulo anterior proceden de una misma entrevista que se publicó en la revista Esquire en septiembre de 2016 en España. Un relato lleno de anécdotas y confidencias entre ambos donde se puede apreciar el respeto y el cariño que se profesan mutuamente. Sin embargo, nada de eso adquirió la más mínima importancia. Antes de que llegase el texto íntegro a nuestro país bajo el título: “Problema doble”, el escándalo -por decirlo de alguna forma, porque lo más apropiado sería calificarlo de linchamiento popular e insultos reiterados hacia una persona- se difundió a partir de unas supuestas declaraciones que había realizado Clint Eastwood en esa entrevista. A través de un contenido sesgado, erróneo y deliberadamente malintencionado se propagó que el veterano cineasta había calificado a las generaciones actuales como de maricas y que apoyaba la candidatura de Donald Trump a las elecciones presidenciales de Estados Unidos. El ruido mediático tomó forma con las noticias publicadas por medios de cobertura informativa generalista que copiaron y pegaron íntegramente las notas de prensa procedentes de las grandes y todopoderosas agencias de noticias internacionales. Indistintamente de la ideología de su cabecera y su adhesión a ser de izquierdas o de derechas, se publicó exactamente el mismo contenido de la nota de prensa y no se contrastó lo más mínimo aquello que se difundía. La ley del mínimo esfuerzo junto con la certeza de impactar emocionalmente a gran escala, que implica la posibilidad de juntar las palabras Eastwood y homofobia, constituyen una perita en dulce en un país que se caracteriza por llevar dos meses hablando de un autobús de no sé qué organización ultraconservadora que escribió una tontería como que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva. Una vez que los medios “serios” ya habían abierto la caja de pandora llegaron los artículos de opinión y las burlas paródicas procedentes de medios temáticos. Otra nueva ración de ajusticiamiento popular. Todo ello aderezado desde el principio, y como no podía ser de otra manera, por las rajadas anónimas de diferentes usuarios a través de las indispensables redes sociales. El pescado ya estaba vendido y servido antes de que incluso saliese el contenido íntegro de la polémica, que es la entrevista de Esquire, y se pudiese contrastar la indignación emocional generalizada con el discurso real del cineasta. Clint Eastwood se convirtió en tendencia en Twitter sin que nadie hablara de su última película como director.




¿Qué tiene Clint Eastwood para que su popularidad sea tan universal y duradera? Desde luego el apoyo de los medios de comunicación no ha sido el factor clave en ese éxito. En cierta ocasión dijo que no estaba resentido por la respuesta mayormente negativa con que la crítica internacional había recibido su obra. “También he tenido unas cuantas buenas reseñas en todo ese tiempo, pero me he dado cuenta de que la mayoría de los críticos no entienden de cine en absoluto”, afirmó el actor y director de Million Dollar Baby (2004). Clint en labores de pacificación con la prensa.



Soy raro, lo sé. O diferente. Varía en función de si quien lo dice quiere llevarme a la cama o no. Así que me compré la revista y me puse a leer -para algo es la revista para hombres interesantes-. Lo más delirante que descubrí es que Clint jamás dijo que “vivimos en una generación de maricas” ni ninguna otra expresión homófoba o que pudiese considerarse como tal. El entrevistado responde a un comentario humorístico del entrevistador, Michael Hainey, en el que asegura de que Donald Trump debe haber practicado en su intimidad una de sus expresiones faciales más características como es la de fruncir el ceño. “Puede ser. Aunque todo el mundo está aburrido de la corrección política, de los que hacen la pelota. Esta generación es como para patearles el culo. Es una generación de cobardes. Todos van por ahí en su cascarón”, comenta el protagonista de En la línea de fuego (1993). El periodista le pregunta a qué se refiere con eso de generación de cobardes, nada de generación de maricas, y el cineasta comenta: “A todos esos que dicen: “No puedes hacer esto, no puedes hacer lo otro, no puedes decir eso”. Los nuevos tiempos…”. Eastwood no realiza ninguna vejación a ningún colectivo en concreto sino que critica la ideología predominante de hoy en día. Un modelo de pensamiento que se instrumentaliza en demasiadas ocasiones para censurar y rechazar realidades que no son tan simples, fáciles o amables de entender. “La corrección política es producto de un pensamiento infantil que cree que el monstruo desaparecerá con sólo cerrar los ojos. Pero la maduración personal consiste justo en lo contrario, en descubrir que el mundo no es siempre bello ni bueno, en la toma de conciencia de que el mal existe, en llegar a aceptar y encajar la contrariedad y el sufrimiento. Y, por supuesto, en aprender a rebatir los criterios opuestos”, sostienen los periodistas Javier Benegas y Juan M. Blanco en un artículo de opinión sobre el tema

“Cuando hice Gran Torino, incluso mi socio me dijo: “Es un guión muy bueno, pero no es políticamente correcto”. Y yo contesté: “Déjame leerlo esta noche”. A la mañana siguiente llegué a su despacho, le tiré el guión encima de la mesa y le dije: “Vamos a empezar a hacer esta película ahora mismo”. Ahora hay gente que acusa a otra de ser racista. Cuando yo era joven, a esas cosas no se las llamaba racismo”, comenta el realizador sobre su propia experiencia personal. Gran Torino muestra en reiteradas ocasiones los diversos -y creativos- insultos que profesa su personaje a personas procedentes de distintos colectivos, razas, culturas, religiones y edades. Cualquiera de esas escenas se puede subir como vídeo de un minuto en youtube y hacer juicios de valor sobre el actor que lo interpreta. Pero si nos detenemos a analizar el mensaje de la película, se puede apreciar perfectamente la gran evolución que sufre el alter ego de Eastwood desde que inicia su relación con el joven Thao, encarnado por Bee Vang, hasta que acaba demostrando que quiere más a la familia de esos extraños inmigrantes asiáticos de su vecindario que a su patética e interesada familia. Eastwood llama a cada cosa por su nombre y captura sentimientos de gran calado sociológico que pueden resultar controvertidos para los miembros de una sociedad extremadamente blanda en ocasiones e insensible en otras. El avance de la corrección política es una señal muy potente que nos advierte de la infantilización de la sociedad occidental, reflejada en su universidad, de donde precisamente proviene. Una idea que sostienen Benegas y Blanco en su texto: “En su esfuerzo por hacer sentir a todos los estudiantes cómodos y seguros, las universidades están sacrificando la credibilidad y el rigor del discurso intelectual, remplazando la lógica por la emoción y la razón por la ignorancia”. De modo que se puede llegar a la conclusión de que tanto el discurso de Eastwood como el de los periodistas coinciden en considerar que la mentira y la opinión infundada tienen una larga tradición como arma política, pero antes era un mecanismo que funcionaba de arriba abajo, desde el poder, un grupo organizado o los medios hacia la ciudadanía. Ahora la distribución se ha fragmentado e individualizado. La propia sociedad atomizada censura y distribuye de forma gratuita los contenidos sectoriales, veraces o no, y crea islas de pensamiento digitales que después chocan con la realidad. Compartir o retuitear algo que confirma los prejuicios de unos es siempre más sencillo que comprobar la fuente o leer algo fundamentado que les haga dudar. 

Los medios de comunicación son conocedores de la estrecha identificación que nuestra cultura establece entre el carácter de Clint Eastwood como persona y la personalidad solitaria, taciturna y distante de gran parte de sus personajes. Así que cuando el propósito es generar controversia, esa misma maquinaria informativa y comunicativa, perennemente hambrienta de etiquetas y a realizar juicios de valor sin fundamento, tiende a centrar su mirada reprobatoria sobre ese referente popular. Una situación que plantea un interrogante sobre cómo se originó este prejuicio y que contrasta con la buena recepción popular que tienen las obras de su filmografía. Según Boris Zmijewsky y Lee Pfeiffer, autores del libro Las películas de Clint Eastwood, consideran que una buena parte de su éxito debe atribuirse a la era en la que apareció su más icónico personaje en las películas de Sergio Leone: “A mediados de los sesenta se vivían tiempos violentos y apasionantes en los que la gente joven parecía rebelarse contra los símbolos tradicionales del sistema. Los deseos de cambio que tenían los jóvenes se veían reflejados en sus héroes y en las personas que emulaban”. Clint Eastwood era la respuesta fantástica a todos esos problemas reales para los autores del estudio: “En la vida real estábamos reprimidos por las leyes del sistema, que a menudo protegían a los criminales a costa de sus víctimas, pero en la pantalla podíamos ver a un tipo duro que se tomaba la justicia por su mano sin ser castigado por ello”. Nacido bajo el signo de los westerns heréticos de Sergio Leone, el impasible Clint Eastwood agravó su caso al interpretar el inspector Harry Callahan a principios de los setenta. Harry el sucio (1971) de Don Siegel se convirtió inmediatamente en terna de debate. “En los medios de comunicación se debatía acaloradamente si la película debía ser tolerada o condenada a causa de su punto de vista acerca de las técnicas policiales. Muchos defendieron la opinión de que el oficial de policía que se toma la justicia por su mano no era sino el anteproyecto de un cuerpo de policía fascista”, comentan los escritores Boris Zmijewsky y Lee Pfeiffer. Otras voces consideraron que la película realizaba un tratamiento sincero y compasivo de la lucha de un hombre honrado contra un sistema corrupto. Como es el caso de su protagonista: “No creo que Harry el sucio sea un filme fascista en absoluto. Sólo es la historia de un policía frustrado en una situación frustrante. Creo que por eso gustó tanto a la policía. La mayoría de los filmes que se estaban estrenando por aquella época, eran totalmente antipolicía… Y ésta era una película en la que se veían las frustraciones de su trabajo sin que por ello fuera una glorificación del trabajo policial”.




Harry el sucio arranca con la muerte de una hermosa rubia en la imponente piscina que domina la azotea del inmueble de San Francisco en el que vive. Su asesino está apostado en la fachada de enfrente y sostiene un rifle de mira telescópica, punto de vista compartido por el espectador. La personalidad del criminal sólo parece explicarse como engendro de la sociedad en la que vivimos, uno de los muchos errores achacables al mal funcionamiento de la democracia y al abuso de ideales de vida que no paran de escupir los medios de comunicación y la publicidad. El psicópata del crimen se llama Scorpio, interpretado por Andy Robinson, y deja una nota para su perseguidor. Si no cobra un millón de dólares, cada día aparecerá el cadáver de algún inocente. El asesino incluye en su listado de probables víctimas a cualquier habitante de la ciudad, “desde un sacerdote hasta el último negro”. Un método para conseguir el caos que recuerda el modo de proceder del Joker en El caballero oscuro (2008) de Christopher Nolan. Las palabras del asesino son el acicate perfecto para que el espectáculo arranque, con toda la sala convocada en el gatillo de la Magnum 44 de un policía cuya aparente crueldad estriba en que actúa de acuerdo con sus propios métodos y códigos morales. Tal y como se relata en el dossier “Cuadernos de cine: El héroe en el cine”, Eastwood se dedicó a defender las críticas que recibía la película diciendo: “Callahan es sólo un hombre que lucha contra la burocracia. Únicamente dice que la ley está equivocada si una persona como Scorpio puede ser liberada gracias a una argucia”. Y añadía: “Se da cuenta de cómo están las cosas y responde: “No, no me puedo someter”. Esto no es fascismo: es lo contrario del fascismo”.



Clint Eastwood ha adquirido la condición de estrella cinematográfica que lleva al público a ver más allá de sus interpretaciones concretas para fijarse en la coherencia aportada por la persona real, a la cual se le atribuyen cualidades en un principio representadas por las ficciones en las que ha intervenido. Esta combinación de actor con un potente significado cultural y director responsable de una amplia y variada obra propia es algo inaudito en la industria cinematográfica. Una fama que lo vincula al éxito, pero que a la vez lo convierte en diana para los prejuicios más maniqueos y oportunistas. Hay una anécdota maravillosa que contó el actor Armie Hammer en la revista Fotogramas sobre el veterano cineasta que ilustra precisamente su modo de pensar y de actuar. El representante de “esa generación que es como para patearles el culo” fue el mismísimo Leonardo DiCaprio en esa ocasión. O mejor dicho, la representación del ego desbocado de DiCaprio que quería contentar a los críticos de la Academia y obtener su tan anhelado primer Oscar. “Por lo que más recuerdo la experiencia de rodar J. Edgar (2011) a las órdenes de Clint Eastwood y junto a una estrella como Leonardo DiCaprio es por la lección de humildad que me llevé. No sé si Leo volverá a trabajar con este director, pero a mí me encantaría repetir la experiencia porque ya sé cómo funciona… y no volvería a hacer el panoli como hice”, comenta el actor. Leonardo DiCaprio interpreta al director del FBI (Oficina Federal de Investigación) J. Edgar Hoover y Armie Hammer a Clyde Tolson, su mano derecha, amigo y amante. “Leo se empeñó en que hiciéramos investigaciones sobre nuestros personajes y ¿quién le dice no a Leo? Así que al día siguiente, fuimos a ver al señor Eastwood para compartir con él nuestro trabajo. Bueno, fue Leo quien llevó la voz cantante todo el rato, insistiendo en que en una escena en la que debíamos besarnos debía ser más explícita, que era la clave para comprender a los personajes”, asegura Hammer. El protagonista de Ejecución inminente (1999) se quedó callado y terminó de beber su café a sorbitos mientras que escuchaba todas las apreciaciones que salían de la boca de la estrella de Titanic (1997). “Cuando DiCaprio terminó (y yo asentía como un tonto), nos miró y nos dijo algo así como: “Soy un hombre viejo, ¿sabéis? Me voy pronto a la cama porque tengo que madrugar, llegar al plató el primero, repasar qué es lo que se tiene que rodar cada día y que se ruede sin perder tiempo y dinero. Envidio vuestra juventud, lo de hacer trabajo extra por vuestra cuenta, que queráis ser escritores o guionistas, y que os guste besaros apasionadamente. No seré yo quien esté en contra del amor. Así que si os apetece que, en esta escena que ha sido escrita por un buen guionista y que a todos nos gusta cómo está, desnudaros, meteros en la cama y que yo ruede primeros planos explícitos… ¡pues adelante! Pero tengo un planning, soy el director y sé que sois unos actores tan buenos y profesionales que sois capaces de ceñiros a lo que pone en el guión y hacerlo muy bien”, explica Armie Hammer. El silencio que se produjo se podía cortar con un cuchillo y la escena se rodó tal y como estaba prevista.




En imagen aparece Scott con un vaso medio lleno o medio vacío de agua. Su padre habló de su percepción del sueño americano en una entrevista publicada en Revue du Cinéma en 1985: “Bronco Billy (interpretado por él mismo) es idealista porque cree que la gente puede realizar en la vida lo que siempre ha soñado. Lo mismo se puede decir de los niños, que deben crecer con la idea de que podrán convertirse en lo que deseen. Estoy de acuerdo. Habría que alentar a los hombres para que intenten ser lo que siempre han querido ser, para que realicen aquello que les interesa como individuos. Eso es el sueño americano”.




Clint Eastwood y su voto: Sobre la sociedad estadounidense



El segundo motivo de escarnio a Clint Eastwood fue a causa de su declaración de apoyo a la candidatura de Donald Trump en las elecciones estadounidenses de 2016. Sin embargo, si volvemos a la entrevista y a las declaraciones vertidas en ella, podemos comprobar cómo fueron las cosas. El periodista Michael Hainey pregunta a Clint Eastwood si no piensa apoyar a Donald Trump y el cineasta contesta: “No he apoyado a nadie. No he hablado con Trump ni con nadie. Ahora resulta que es racista porque ha dicho no sé qué sobre un juez. (Trump) ha dicho un montón de tonterías. Todos lo han hecho, de los dos partidos. Dejadlo de una puta vez”. Sin embargo, esta respuesta evasiva resulta ser poco sensacionalista. De modo que el entrevistador sigue interpelando al cineasta sobre los dos candidatos hasta dar con la pregunta adecuada para su respuesta deseada: “Tienes que elegir entre Clinton y Trump. ¿Qué harás?”. A lo que Eastwood responde: “Esta pregunta es buena… Voy a apoyar a Trump. Clinton ha dicho que va a seguir los pasos de Obama. Ella ha hecho un montón de dinero siendo política. Yo renuncié al dinero al ser político. Seguro que Reagan también perdió dinero al ser político”. De esta forma se consiguió que el cineasta dijese eso de que “voy a apoyar a Trump”, pero no porque le pareciese un buen político o una persona ejemplar sino porque la otra opción, capitaneada por Hillary Clinton, le parecía peor. Ese matiz se omitió deliberadamente para que el mensaje fuera simple -“Eastwood”, “homofobia”, “racismo” y “Trump” (el pack completo expuesto al estilo del motor de búsqueda Google)- y prendase la mecha de la reacción furiosa de las masas en un momento en que los sondeos empezaban a mostrar una preocupante igualdad en intención de voto entre los dos candidatos.





Clint Eastwood se presentó como candidato independiente, ni republicano ni demócrata, a las elecciones a la alcaldía de Carmel en 1986 porque pensaba que el gobierno de la pequeña localidad californiana no estaba realizando bien su trabajo. Ganó con el 72,5% de los votos y se convirtió en el alcalde. Un mérito por el que recibió una llamada de felicitación del presidente Ronald Reagan. El cargo, sin embargo, le duró solamente dos años pero bastaron para que Eastwood volviera a ser el centro de interés en los medios de comunicación. ¿Cómo utilizó esa fama? Se lanzó a realizar el proyecto menos comercial de toda su carrera: Bird (1988). Una película que narraba la historia del saxofonista Charlie “Bird” Parker, que renovó el jazz a principios de los años cuarenta, y en la que él no actuaba. No obstante, la crítica alabó el filme y Eastwood empezó a ser considerado uno de los mejores directores de su generación.




El eslogan de la campaña electoral del republicano Donald Trump, “Engrandezcamos de nuevo América”, vuelve la mirada a la edad dorada de la América próspera para la clase blanca. Pero, en el caso de las minorías raciales, esta era fue un período de la historia en que la segregación racial estaba a la orden del día y en que se les negaban las ventajas y beneficios de la prosperidad material. Donald Trump sueña en voz alta con volver a empezar y se entretiene pensando que la historia vuelve a pasar, como si fuese un tiempo cómodamente cíclico y contrario a todo progreso y evolución. Según su mentalidad, Trump ofrece a aquellos estadounidenses -caucásicos, por supuesto- una segunda oportunidad para reengancharse al tren del éxito y del consumo desaforado del pasado. El problema de su planteamiento reside en que el progreso social no se detiene y que ese estado de bienestar solamente era característico y compartido por una parte de la sociedad estadounidense. El concepto del sueño americano es otro muy distinto y se remonta mucho tiempo atrás a la irrupción en la escena política de Donald Trump. Sus ideas no hablaban de favorecer una raza, etnia o religión por encima de otras, sino que trataban sobre la libertad e igualdad de cualquier persona, indistintamente de su condición y procedencia, para conseguir éxito y ascender en el escalafón social. Clint Eastwood es una leyenda del cine y nunca ha negado algunos de sus principios conservadores en un Hollywood inmensamente afín al Partido Demócrata. Pero eso no significa que comulgue con la promesa de regreso al cuento de hadas para la raza aria remitida por Donald Trump en sus discursos. Uno puede dilucidar esos planteamientos del cineasta si analiza el mensaje de la siguiente anécdota reflejada en la misma entrevista: “Cuando recuerdo a mi padre, me acuerdo que dejamos Redding y condujimos hasta aquí para que él pudiera trabajar en una gasolinera cerca de Sunset Boulevard. Conduces casi mil quilómetros, te llevas a tu familia, rompes con todo y lo haces porque es el único trabajo que hay. Así que pienso: “¿Qué hubiera pasado si hubiéramos dicho: no podemos hacer esto?”. Pues que habríamos tenido que pedir comida a algún vecino. Lo que me lleva a una de las cosas más conmovedoras que me ha pasado en mi vida. Tenía cinco años y un tipo vino a la puerta trasera de casa y le dijo a mi madre: “Veo que tiene un montón de troncos en la parte de atrás. ¿Quiere que se los corte, señora?”. Mi madre le dijo: “No tenemos dinero”. Y él contestó: “No quiero dinero. Sólo un bocadillo”, explica Eastwood que se queda en silencio y emocionado. “Me obsesiona cuando pienso en la cantidad de gilipollas que están ahí fuera quejándose. Yo he visto gente en situaciones complicadas de verdad. No había asistencia social. El hombre sólo quería un bocadillo. Sólo trataba de sobrevivir. Así es como la gente se comportaba entonces”, apostilla el actor de Fuga de Alcatraz (1979) . 

Esa movilidad ascendente mayor en Estados Unidos que en cualquier otro lugar en el mundo ya no es así. Según indica el Consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington, Walter Laqueur, “en los últimos tiempos la movilidad ascendente ha sido en Dinamarca el doble de Estados Unidos”. El pesimismo generalizado por los recortes salariales a las clases medias y el resentimiento ante el hecho de que los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres son razones que ayudan a explicar el apoyo mayoritario a Donald Trump y el rechazo a Hillary Clinton, que había sido criticada en numerosas ocasiones por mostrar excesiva proximidad a Wall Street. Todo ello a pesar de que Barack Obama dejó un país con una economía más fuerte que hace ocho años, cuando ganó las elecciones por primera vez, y alcanzó una de sus más notables reformas de su ejecutoria, como es la legislación sobre el sistema de salud. “Vuestras películas tienen argumentos parecidos. Sully se mantiene fiel a sus principios frente a gente que quiere derribarle. Y Snowden también se mantiene fiel a unos principios, aunque sean muy diferentes. Ambos hablan de la integridad”, pregunta el periodista de Esquire. La respuesta de Clint Eastwood es indicativa de lo que se viene exponiendo: “Tenemos una gran falta de eso ahora. Todo es una casa de locos. ¿Qué coño pasa? Quiero decir, Sully debería presentarse a presidente, no esta gente. La película de Scott suena fascinante. Quiero verla, porque trata sobre desertar de tu país… por los motivos que tuviera. Snowden se volvió famoso por las razones equivocadas, mientras que Sully se volvió famoso por hacer algo espectacular”. Clint Eastwood entiende cómo funciona la sociedad de hoy en día e introduce su alegato a favor de la integridad humana frente a los sucedáneos tecno-virtuales perfectos en el clímax de Sully. La escena en cuestión tiene lugar en la audiencia que tienen el capitán Sully Sullenberger y su copiloto Jeff Skiles, interpretado por Aaron Eckhart, con los miembros de la organización NSTB (Junta Nacional de Seguridad del Transporte) que se encargan de confrontar la versión y opción esgrimidas por los primeros con la réplica virtual ejecutada por una tripulación distinta en un simulador en Toulouse. Más allá de determinar si los protagonistas han actuado correctamente amerizando el aeroplano sobre el río o si están equivocados y deben ser penalizados y encarcelados por tomar una decisión que puso en peligro vidas humanas, esta secuencia central de la película despierta un interés especial porque pone en tela de juicio la condición humana. Una cualidad que permitió a Sully amerizar el aeroplano con éxito, supervisar la correcta evacuación de todo el pasaje y llevar con templanza la fama sobrevenida. Un aspecto que también contrasta drásticamente con la actitud artificiosa y mecánica de los pilotos de la compañía cuando se disponen a realizar las maniobras de aterrizaje en el simulador. Una trampa cuyos objetivos son alcanzados virtualmente en un mundo ideal pero no en la realidad humana con su complejidad aneja. El profesor de Recursos Humanos Ignacio García de Leániz comenta que no es casual esa coyuntura en un entorno organizacional como el nuestro donde la digitalización destruye cuatro puestos de trabajo por cada uno que crea, según los postulados del sociólogo y economista Jeremy Rifkin. Un contexto en que el factor humano está en grave riesgo de verse sojuzgado por la dictadura de unas tecnologías que confunden espacios virtuales con entornos reales.




De Tom Hanks suele decirse que ha seguido una trayectoria de personajes similar a la de James Stewart, un actor que frecuentemente encarnaba el bien común. Lo suyo es encarnar a hombres de principios que luchan contra la corrupción moral. En una de sus más recientes películas, El puente de los espías (2015) de Steven Spielberg, mantiene una conversación con un agente del gobierno que le persigue. James Donovan, interpretado por Hanks, se atreve a defender el derecho del agente doble ruso, Rudolf Abel, a un juicio justo. Algo que inquieta al gobierno, que envía a ese hombre para obligarle a que desista de su cumplimiento profesional. El agente le dice: “Entiendo lo del secreto profesional. Entiendo lo de las argucias jurídicas y también que se gane así la vida pero yo le hablo de algo diferente. De la seguridad de su país y lamento que mi forma de plantearlo le ofenda pero necesitamos saber qué le cuenta Abel. ¿Lo comprende, Donovan? Necesitamos saberlo. No vaya de boy scout conmigo. Aquí no existen las reglas”. “¿Se llama Hoffman, no?”, le pregunta el abogado. “Sí, de ascendencia alemana. ¿Y qué?”, responde Hoffman. “El mío es Donovan. Irlandés. Pura cepa. De padre y madre. Yo soy irlandés y usted, alemán. ¿Y qué nos hace a ambos americanos? Una sola cosa. Una. Una. Una. Las reglas se llaman Constitución. Son normas que acordamos y nos hacen americanos. Es lo que nos une. Así que no me diga que no hay reglas y deje de asentir, maldito hijo de puta”, comenta el jurista con una sonrisa. “¿Tendremos que preocuparnos por usted?”, amenaza el funcionario. “No. Si no interfieren en mi trabajo”, sentencia Donovan antes de marcharse de la reunión. Esa escena provocó que centrase mi atención en la reacción de los espectadores que había congregados en esa sala de cine de Barcelona. Ninguna respuesta a favor o en contra remarcable. Una indiferencia generalizada que no comparto. A mí me parece una gran metáfora sobre la situación política actual en Cataluña. Eso sí, y solamente por poner un pero, cambiaría el apellido de Hoffman por los de Mas, Ortega, Rigau o Homs.



Meryl Streep y su voto: Sobre Hollywood y la libertad de prensa



El mundo, en general, y el de Hollywood, en particular, vive en una fase de duelo postelectoral. Tras las etapas difíciles de negación y de ira, nos encontramos actualmente en un período de aceptación. Una aceptación que en Hollywood se vive como una guerra contra Donald Trump y que contrasta drásticamente con la relación que había anteriormente con la familia Obama. “Hemos pasado de que Michelle Obama dé el Oscar a la Mejor Película desde la Casa Blanca a que si el nuevo presidente pone un pie en Hollywood, sale corrido a palos”, comenta irónicamente el periodista Kirk Royale en Fotogramas. Y razón no le falta para afirmar eso. El último y más mediático ejemplo fue el discurso que realizó Meryl Streep cuando le entregaron el premio Cecil B. DeMille como reconocimiento a su carrera en la última edición de los Globos de Oro. “¿Qué es Hollywood, salvo un grupo de gente de todas partes? Ruth Negga, protagonista de Loving, es de origen irlandés y etíope. Natalie Portman, de Jerusalén. Dev Patel es británico, criado en Londres, hijo de inmigrantes indios y nacido en Kenia. Ryan Gosling es canadiense”. Streep los mencionó a todos, foráneos y universales, para testimoniar que si esas personas que cumplen con la responsabilidad de emocionar dando luz a historias ajenas, a vidas diferentes de la propia, fueran expulsadas, solo veríamos fútbol. “O artes marciales mixtas, que desde luego no son arte”, en una clara referencia a Trump cuando solía aparecer en los encuentros de la Federación Mundial de Lucha Libre. Sin mencionarlo, la actriz volvió a aludirle y recordó ese instante en que se burló de un periodista discapacitado. “La falta de respeto incita a más faltas de respeto. La violencia, a más violencia”, comentó una emocionada Streep que defendió la necesidad de que toda la gente del cine se una en bloque para apoyar a la prensa en su labor de salvaguardar la verdad. “Necesitamos que hagan que los poderosos respondan de sus actos, vamos a necesitar a nuestros periodistas”, concluyó entre los vítores de los presentes.

Soy consciente de que sería infinitamente más sencillo centrar este ensayo en Meryl Streep y mostrar mi más incondicional apoyo a todas sus reflexiones, pero Clint Eastwood no merece eso y la verdad, tampoco. En una necrológica, que es quizás el lugar más apropiado para hablar del periodismo en nuestro país, el periodista José María Izquierdo recuerda la figura de Carlos Mendo, un señor de derechas que ejerció la profesión de un modo excepcional. Una cualidad por la que el autor del texto reflexiona a partir de las siguientes preguntas: “Una persona con una clara carga ideológica, ¿puede ser un periodista objetivo? Un señor o una señora que se reclamen de derechas o de izquierdas y que acepten sin remilgos tal catalogación, que estén dispuestos a defender, incluso con vehemencia, su catálogo de ideas y valores ¿pueden ser buenos periodistas? ¿Hay que tener una cabeza sin contenido, un cerebro sin circunvoluciones, un libro sin letras para ejercer el buen periodismo?”. José María Izquierdo considera que para Carlos Mendo tener una ideología determinada y realizar un buen trabajo no era ningún milagro porque sabía separar la información de la opinión y no dejaba que la segunda, se pusiese por delante de la primera. “A un buen periodista nunca -casi nunca- le pasa”, asegura Izquierdo. En esta última afirmación es en donde reside la clave de la cuestión. Hay muchos periodistas -e incluyo toda la amalgama de personajes procedentes de distintos ámbitos que ejercen y se atribuyen esa etiqueta profesional- pero pocos tienen el sentido de equidad, rigor e inteligencia para ejercer un buen periodismo. Hablar de “salvaguardar a nuestros periodistas”, como hizo Streep, implica abandonar a su suerte a otros periodistas que pueden ejercer correctamente su profesión pero que no comulgan con la ideología imperante o deseada. Y, en este sentido, se hace un flaco favor a los fundadores de esa gran nación que utilizaron la constitución para proteger a toda la prensa y sus libertades. “No creo en tópicos ni en categorías establecidas: racista, comunista, sexista, izquierda, derecha… La gente que razona así tiene, para mí, una mentalidad distorsionada. En Estados Unidos esta filosofía cínica se ha reafirmado en el transcurso de los años 60 o 70, probablemente a causa del trauma que produjo la Guerra de Vietnam. Yo siempre he actuado individualmente: soy conservador en algunos aspectos y liberal en otros. Dicho esto, y en lo que al sexismo se refiere, considero que se trata de una auténtica patraña. En mis películas siempre he confiado papeles importantes a las mujeres, que suelen tener personalidades fuertes y bastante dominadoras”, comentó Clint Eastwood en una entrevista publicada en Il Manifiesto en 1985 y que compartiría protagonismo junto a Streep en Los puentes de Madison una década después.




Sus dos películas presidenciales. La primera en llegar a los cines fue En la línea de fuego (1993) de Wolfgang Petersen. El periodista James Verniere de la revista Sight & Sound escribió esta elocuente reseña del filme: “No se trata de Harry el sucio en Washington. El personaje de Horrigan, interpretado por Eastwood, es un perdedor que se hace simpático, un fronterizo acabado, un viejo pianista de jazz que busca redimirse en un tiempo de charlatanes y tecnólogos de la política”. La segunda, y última ficción presidencial de su filmografía hasta la fecha, se trata de Poder absoluto (1996). Un trepidante filme policíaco en el que la estrella interpreta a un atracador que pilla al inquilino de la Casa Blanca cometiendo un terrible crimen. La misión de su protagonista consiste en derribar literalmente el poder actual para volver a llevar todas las historias por el buen camino: la del afecto en su relación con su hija y la vuelta de Estados Unidos de América a los valores íntegros que vertebraron sus padres fundadores en la firma de la Constitución de 1787.



La polarización es una realidad de la política moderna y los estadounidenses están más divididos según determinadas líneas partidistas que en cualquier otro momento de los últimos 50 años. “Los republicanos y conservadores sostienen puntos de vista diametralmente opuestos a los de los demócratas y progresistas sobre todas las cuestiones”, comenta el miembro de la Junta del Centro para el Progreso de Estados Unidos, John Halpin. El ejemplo más ilustrativo de ello se encuentra en los dos mandatos de Obama donde los congresistas republicanos y los líderes de docenas de estados obstruyeron la mayor parte de medidas que quería llevar a cabo el líder demócrata. “Los procesos relativos al presupuesto y negociación de la deuda han alcanzado durante los años de presidencia de Obama un punto crítico caracterizado casi por el caos y la posible paralización nacional por diferencias irresueltas sobre el gasto gubernamental y los rechazos a cooperar por una parte de los congresistas republicanos”, comenta Halpin. Algunas de esas medidas, concretamente 500 piezas o textos legislativos, habrían ayudado a la clase media del país. Una coyuntura, como explica la politóloga Frances Lee, que ha sido el catalizador de una lucha partidista fea y desagradable. “Cuando el control de las instituciones nacionales está en juego, ningún partido quiere conceder legitimidad política a su bando opositor votando a favor de las medidas que defiende (…) Los partidos situados en un contexto competitivo amplifican las diferencias que perciben los votantes entre ellos mismos y su oposición. Se esforzarán continuamente por dar a sus votantes una respuesta a la pregunta clave: ¿por qué habríais de apoyarnos a nosotros en lugar de a ellos? Aun cuando los partidos no discrepen entre sí en términos esenciales, seguirán teniendo motivaciones políticas para buscar activamente y encontrar razones para oponerse entre sí. En un entorno tan estrechamente competitivo como el presente, incluso las pequeñas ventajas políticas pueden ser decisivas a la hora de ganar o perder mayorías institucionales”, comenta Lee. Esta creciente división entre ciudadanos con valores opuestos está llegando a niveles peligrosos y para evitar que la situación llegue a ser incontrolable, ambos partidos políticos deben hacer un esfuerzo por dejar la retórica inflamatoria y buscar soluciones a los problemas que afectan a los ciudadanos. La democracia exige que haya intensos debates donde se expongan honestamente puntos de vista rivales y se tomen decisiones conjuntas, aunque a veces impopulares, para procurar la sostenibilidad del estado de bienestar a largo plazo y el interés superior del país. La cuestión está en si los políticos tienen un sentido de la historia y la capacidad de liderazgo para reinvertir en la democracia, y no solamente en procurarse puestos públicos en el poder.




Los artistas intervienen cada vez más activamente en la política con el propósito de ayudar a que el mensaje del candidato al que apoyan llegue a más personas. Sin embargo, no todos los famosos tienen la misma credibilidad para reivindicar a favor o en contra de alguien. El mundo del espectáculo dispone de personalidades como Meryl Streep, un ejemplo a imitar como persona y una actriz de primera que tiene un palmarés brillante de tres Oscar (de 19 nominaciones) y ocho Globos de Oro (de 30 candidaturas) -de aquí ese meme viral tan estúpido que dice: ¿De qué te quejas de tu vida si ella es la persona que más ha perdido del mundo?-. Sin embargo, en ese movimiento en contra del magnate neoyorquino hay también figuras como Madonna. La reina del pop tiene una trayectoria de éxito en el mundo de la música incuestionable desde los ochenta, sabiendo llegar desde entonces a su público y demostrando su capacidad para relanzar su carrera y su fama una y otra vez a través de polémicas tan estudiadas como las formas de gestionar la agenda pública de su denostado presidente. ¿Es justificable que Madonna caiga bien mediáticamente por el simple hecho de decir burradas en contra de Trump, desde prometer sexo oral a los asistentes que voten a Hillary Clinton en un multitudinario concierto a pensar en hacer explotar la Casa Blanca tras los resultados electorales? ¿Ningún colectivo feminista se ha visto denigrado por ello? ¿Por qué no ha habido una fuerte oposición y campaña de desprestigio y desprecio hacia ella a través de las redes sociales como ha sucedido con Clint Eastwood? Me imagino que hay cosas que un varón, maduro, caucásico y sin sombras de homosexualidad en su vida personal como Clint Eastwood no puede decir. A lo que me lleva a la última pregunta: ¿Es eso libertad de expresión?”.



Epílogo



En un pub situado en una zona muy concurrida de ocio nocturno de California. Me encuentro echando unas risas con Scott. Un tipo agradable y con un sentido del humor afilado. Me explica que se presentó a sus primeros casting con el nombre de Scott Reeves, el apellido de su madre. Sin embargo, los directores de casting cuando vieron su cara, le dijeron: “Oye chaval, ¿a quién piensas engañar?”. Así que reconsideró cambiar su apellido artístico por el de papá. Una última palabra que dice con cierto retintín. Las madres marcan mucho, le comento, aunque no siempre se pueda percibir superficialmente. Scott asiente con la cabeza y se termina de un trago su copa. Me pregunta cuántos de esos cócteles hemos tomado a lo largo de la noche y le contesto que eso mismo se debe estar preguntando la estupenda camarera de enfrente, que ya está harta de pelar rodajas finas y largas de limón para completar nuestros combinados. Siempre me había imaginado que el sabor de un Vesper, la bebida de 007, era mucho más suave. Tras tomar cinco de ésos, puedo asegurar que es amargo y está a punto de tumbarnos de un plumazo a Scott y a mí. Nunca antes habíamos probado ese coctel y la razón por la que decidimos que fuera nuestra primera vez es debido a una historia de amor que le comenté a Scott. Era tan buen relato, combinaba realidad dramática -más bien lacrimógena- y elementos de ficción y misterio, que decidimos beber en honor a todos los corazones rotos masculinos. “¡Por James Bond!”, brindábamos las dos primeras veces. A la quinta, ya gruñíamos como piratas y nos costaba pronunciar el nombre del agente secreto británico. “¿Un estadounidense y un español brindando a la salud de un inglés?”, pregunta desconcertadamente una de las tres chicas que Scott había llamado para salir de fiesta esa noche. Para mí, ella es la más espabilada del grupo. Y tenía razón, visto desde fuera, es raro. “Es una larga historia”, le responde evasivamente Scott a la vez que me guiña un ojo. “Diles a las chicas que nos vamos. Hace un buen rato que ha salido afuera y no ha regresado. Eso no es buena señal”, comenta Scott.

Salimos por una puerta lateral del local y nos dirigimos hacia el aparcamiento. Un magnífico Gran Torino de 1972 está estacionado justo en la entrada. Es completamente diferente al resto de vehículos que se encuentran en ese lugar. La luz procedente de una farola cercana parece acentuar aún más la sobriedad del color verde oscuro que recubre el exterior del vehículo. Una uniformidad cromática que es rota por una franja fina de color beige que se extiende por el lateral del vehículo. Quizás no es el automóvil más funcional para ir seis personas en su interior, pero tampoco tenemos que realizar un largo recorrido para llegar a casa. Su conductor se encuentra solo y apoyado frente la pared de ladrillos rojizos del local. Hace una última gran calada a su puro y se acerca a nosotros mientras lo desecha con toda naturalidad al suelo. “Estaba harto de esa música. John Coltrane, Louis Armstron y Charlie Parker tocaban música de verdad”, comenta con voz grave. “La próxima salida podría ser en un local de jazz. No he escuchado nunca esa música en directo y me encantaría aprender de ella”, comento a ese hombre maduro que asiente con la cabeza y saca las llaves del vehículo para que entremos al interior. Clint se pone al volante mientras que Scott se sitúa en la plaza del copiloto y yo voy detrás junto a las tres chicas. Una de ellas se sienta encima de otra y no tarda en quedarse dormida. La más interesante del grupo es justamente la que está debajo e intenta que la cabeza de su amiga no golpee contra la pequeña ventanilla trasera del vehículo. Un daño que no es capaz de evitar cuando pasamos por un badén y la cabeza de la muchacha somnolienta golpea fuertemente contra el techo, despertándola de un sobresalto. La chica espabilada se ríe y me mira. Le devuelvo una sonrisa cómplice y le suelto un: “¡Ups!”. La tercera de ellas es la gruñona, aburrida y revienta fiestas. Un arquetipo tan típico y extendido internacionalmente como real. Una chica que se enfada si no se hace todo lo que ella quiere. Se encuentra a mi derecha y está escribiendo a un calvorota por whatsapp. “Un buen partido. No lo dejes escapar”, le comento irónicamente. Algo que provoca que gire su móvil y continúe con su conversación sin que pueda ver la pantalla. Clint le pregunta a Scott qué era eso que estábamos bebiendo en la barra. “Un coctel que sale en una película y que tiene un sabor amargo. Una tontería del tipo que va sentado detrás”, comenta Scott. Yo contraataco indignado y explico que mi idea era mejor que la suya: prefería probar el “sex on the beach” conmigo. Scott se ríe a carcajadas. Clint no reacciona del mismo modo y me mira por el retrovisor interior. Levanta las dos cejas, entorna los ojos y gruñe. “¡Es broma Clint! Soy el que quiere aprender del jazz, ¿recuerdas?”, reacciono rápidamente para apaciguar sus ánimos. Scott vuelve a dirigirse a su padre y le agradece que nos haya llevado a ese local y se haya quedado aguantando esa música hasta tan tarde. Clint pone su mano derecha en el hombro de Scott y aparta un instante la mirada de la carretera para fijarla en los ojos de su hijo. “Así es como debe ser”, le dice. Clint resulta más enternecedor que cualquiera viéndose en esta situación porque siempre se ha caracterizado por esconder y proteger sus motivaciones y sentimientos más íntimos. Me quedo en silencio y percibo que pronto despertaré de ese sueño. Así que repito con melancolía: “Así es como debería ser…”




Sobre mis relatos. Tiendo a comenzar todo con una imagen y a tirar del hilo, a seguirla allá donde ella quiere conducirme. Camino desde el mundo visual al de las ideas y, luego, a las palabras sobre el papel para intentar alcanzar un significado verdadero que trascienda a todos los niveles.




Miércoles 19 de febrero, 2014


George Clooney, el Hombre Monumento


The Monuments Men cuenta la historia real de un batallón de eruditos que se unieron para evitar la destrucción de miles de obras artísticas procedentes del mayor robo cultural de la Historia



Uno de los recuerdos que tengo cuando realicé el Máster en Periodismo es el mismo ejemplo que utilizaron dos profesores para hablar sobre la necesidad de tener un objetivo claro en la vida con el que avanzar hacia una carrera profesional singular y exitosa. La lección utilizaba como metáfora el mismo pasaje de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. Tras caer por la madriguera, la protagonista se encuentra perdida en el bosque y pregunta qué camino tomar al Gato de Cheshire, que se sitúa en lo alto de un árbol. Éste le responde que a dónde quiere dirigirse y la chica le comenta que no lo sabe. El felino termina el diálogo aconsejándole que, en ese caso, camine y ya llegará a algún sitio. La imagen de Alicia y el gato se combina con una leyenda en la que aparecen sus respectivos diálogos. No hay más detalle. El profesor pasa a otra página de PowerPoint, estableciendo arbitrariamente otra sucesión de ideas más o menos conexas sobre algún otro tema.

Al margen que Alicia en el País de las Maravillas es una obra clásica, cuya protagonista está en conflicto con su entorno y dispone de una rica complejidad que merece un análisis mucho más riguroso que lo establecido en una diapositiva, ese texto me ha llevado a reflexionar sobre qué tipo de persona sabe con certeza lo que quiere y emprende su particular travesía hacia esa dirección para alcanzar el éxito y la felicidad. Gravity (2013) de Alfonso Cuarón es un grandioso espectáculo en el que se plantea esta premisa en el personaje de Sandra Bullock. Las adversidades físicas que debe superar la Doctora Ryan Stone por sobrevivir adquieren la misma importancia en la narración que su viaje interior y emocional. En su caso, la pregunta hacia dónde quiere dirigirse puede interpretarse desde el sentido funcional -utilizar el módulo Soyuz de la Estación Espacial Internacional para llegar a la Estación Espacial China Tiangong y aterrizar a la Tierra-, o bien, desde la perspectiva existencial -sobrevivir para regresar a su vida anterior en la que vagaba por las calles conduciendo su coche a causa del dolor que le provoca el recuerdo de la muerte de su hija o superarlo y vivir una vida plena-. En medio de todo ello, se encuentra un hombre. Alguien encantador y, por lo general, bastante más atractivo y conciso en sus indicaciones que el Gato de Cheshire del cuento de Carroll. Se trata del astronauta Matt Kowalski, interpretado por George Clooney, que contrasta con el modo de ser de la Doctora Ryan Stone y emerge como guía para darle un toque de atención y recordarle que debe ser fuerte para superar las adversidades y ser feliz. En el desenlace de la película, la nave en la que viaja la Doctora Stone se precipita contra el planeta y los componentes del vehículo espacial se desintegran progresivamente al entrar en contacto con la atmósfera terrestre. Stone, apropiándose del estilo irónico de Kowalski, grita que en diez minutos estará calcinada o tendrá una historia impresionante para contar. El resultado ya no importa porque se siente más viva que nunca. 



Sandra Bullock y George Clooney en Gravity. ¿A quién te llevarías contigo si estuvieses perdida en una isla desierta? El actor sería el acompañante idílico por infinidad de mujeres. En este caso, en el espacio.



La película más allá de sus impresionantes logros técnicos es una historia profundamente humana con una protagonista que representa una feminidad singular y admirable, Sandra Bullock nunca había estado tan enorme y bella en pantalla, y una figura masculina que nos recuerda a nosotros cómo debe ser el ideal de Hombre. En una entrevista, Sandra Bullock definió el personaje que encarna su compañero de reparto como “alguien de otro mundo, que es aventurero, audaz y peligroso a la vez, representando su verdadero yo de una forma admirable y viviendo el momento plenamente a pesar de encontrarse en un entorno terrorífico”. 

El espacio es un escenario que desafía completamente la condición humana. Al respecto, el director Stanley Kubrick, autor de películas como 2001: Una odisea en el espacio (1968), comentó una vez: “Si pensáramos en nuestra insignificante soledad en el cosmos, nos volveríamos locos”. Matt Kowalski, sin embargo, no se vuelve loco pese a ser arrojado hacia esa inmensidad. No existe la soledad cuando uno contempla la grandeza del cosmos a través de una mujer que lucha por existir.  

Estas cualidades en estos personajes de ficción son las que mi madre me solía recordar cuando era pequeño que no existían en la realidad, pero que componen el patrón de conducta que desearía que tuviese su hijo. Así que volví a ver la película junto a ella para llevar a cabo una investigación personal que tenía como propósito corroborar que los dos reímos ante las mismas ocurrencias de ese astronauta metido en demasiados problemas. Unos comentarios irónicos e ingeniosos a los que el público asocia a un actor y a algunos de sus personajes más célebres



George Clooney es el protagonista del ensayo.



Tras el espectacular éxito de público y crítica de Gravity, George Clooney regresa a la gran pantalla con The Monuments Men como director y actor para interpretar a otro personaje carismático. Un conservador de museo llamado Frank Stokes, basado en el personaje histórico George Stout, que reúne a un batallón de eruditos para evitar que los nazis destruyan el legado cultural europeo durante la Segunda Guerra Mundial. El filme está basado en el libro de Robert M. Edsel y cuenta con la producción y el guión de George Clooney y Grant Heslov, que ganaron el Oscar a la Mejor Película por Argo (2012) de Ben Affleck y estuvieron nominados por el guión de Buenas noches, y buena suerte (2005) y Los Idus de Marzo (2011), ambos largometrajes dirigidos por la estrella. 

Clooney y Heslov han escrito el guión de The Monuments Men en la famosa mansión del intérprete situada en el Lago de Como en Italia. “Lo hicimos a mano, en cuadernos de los que arrancamos las hojas y pegamos los trozos. Literalmente. Cortamos escenas aquí y las pegamos allá. Y cuando lo tenemos hilvanado, lo imprimimos y hacemos una lectura interpretando todos los personajes”, detalla sobre su método de trabajo el actor en el reportaje que publicó Rocío Ayuso en El País Semanal. Un método arcaico pero que les permite trabajar con las mejores ideas. Algo que Clooney reconoce que no siempre llegan en el mejor momento. En el reportaje de Ayuso, el actor también comenta que no duerme bien y para eso tiene a sus compañeros de cada noche que son un cuaderno y un bolígrafo con los que atrapa las ideas que no le dejan dormir. A la mañana siguiente, se conforma leyendo las locuras que ha escrito fruto de la enajenación que le provocan las pastillas para dormir. 

Compartiendo este defecto con George, me he propuesto escribir un ensayo sobre el libro de Robert M. Edsel como lo ha hecho Clooney y su amigo Grant Heslov, centrando el análisis en el personaje real y partiendo de la premisa con la que abría el texto: alguien que tiene un objetivo y avanza paso a paso hacia su cumplimiento, a pesar de las muchas adversidades y problemáticas que encuentra en el trayecto.


Un bolígrafo, un cuaderno... y algo más


Este ensayo se centra en el análisis de George Stout para comentar un ejemplo especialmente destacado de cómo el desarrollo de una idea puede llevar a un individuo a congregar un grupo de personas para conseguir el éxito de una misión, a priori, imposible. En el proceso de redacción del mismo, he incluido referencias históricas y culturales que aportan contexto a la reflexión de la figura en el que se fundamenta el personaje interpretado por George Clooney. Un personaje real que además encaja a la perfección con la imagen pública y polifacética de la estrella de Hollywood, provocando una serie de estimulantes sinergias en las que es difícil distinguir entre lo real (datos sobre el personaje histórico) y la imagen del actor (roles desempeñados en otras películas, inquietudes personales y cualidades). Sí, George Clooney is inside.   

Para ello, y en primer lugar, he utilizado los datos del monográfico The Monuments Men. La fascinante aventura de los guerreros del arte que impidieron el expolio cultural nazi de Robert M. Edsel, que narra la experiencia de ocho hombres del destacamento que realizaron operaciones en Francia, Países Bajos y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. El manuscrito es de especial importancia para el objeto de estudio porque comunica no solamente los hechos, sino que también la personalidad y puntos de vista de las personas implicadas, así como su percepción de los acontecimientos en el preciso instante en que éstos sucedieron. 

También, como base del marco teórico, fundamentaré mi discurso con los datos de los apuntes del curso de Educación Ejecutiva de Weatherhead School of Management de la Universidad Case Western Reserve de Cleveland, referente entre las universidades de investigación independientes estadounidenses. En especial, trataré el modelo de adaptación y progreso del individuo en el marco de una organización propuesto por la Doctora y profesora de Comportamiento Organizacional del centro, Diana Bilimoria, que ha desarrollado su trayectoria profesional como consultora de organización y educadora de gestión en entidades privadas, públicas y sin ánimo de lucro, y como asesora y coach para ejecutivos. 

Bilimoria sostiene que el modelo de ajuste perfecto es aquel que concilia las competencias personales con las necesidades de la organización. Un esquema centrado en el individuo y los recursos que dispone para integrarse en un ambiente organizacional y dar respuesta a las demandas laborales. Como se puede ver en el siguiente gráfico, cuyos apartados serán utilizados para el análisis de George Stout y su gran misión, la inteligencia emocional es clave para la consecución del éxito.






Por último, el directivo de una importante empresa de construcción privada española reflexionará sobre las claves que permitieron el éxito de esta misión histórica a partir de su contrastada experiencia como gestor de personal en proyectos de grandes dimensiones. El entrevistado dirige grupos de trabajo desde hace más de 25 años y tiene a su cargo a doscientas personas en la actualidad. Uno de los proyectos que más orgulloso se siente de haber dirigido es la construcción del emisario submarino de la depuradora del Baix Llobregat, una conducción de 3,2 kilómetros de longitud que lleva mar adentro las aguas residuales de la depuradora. La instalación, que entró en funcionamiento en 2001, da servicio a una población de 2,2 millones de habitantes y ha permitido mejorar la calidad de las aguas de las playas comprendidas entre el Puerto de Barcelona y el macizo del Garraf. “La misión de una empresa es crear valor para la sociedad, no solamente hacer dinero”, destaca el directivo.


La ambición artística de Hitler


El presidente y canciller de la Alemania Nazi, Adolf Hitler, había soñado desde pequeño en convertirse en artista y arquitecto, y viajó a la capital de Austria para ingresar en la prestigiosa Academia de Bellas Artes de Viena en 1907 y 1908. En ambas ocasiones fue rechazada su solicitud, lo cual lo decepcionó mucho. “Su sueño quedó frustrado cuando un comité de supuestos expertos, que en su opinión debían de ser judíos, rechazaron su solicitud de ingreso en la Academia”, afirma Robert M. Edsel. 

Una situación que contrasta cuando Adolf Hitler, ya como líder del Tercer Reich, regresó a Linz para rendir homenaje a las tumbas de sus padres. “En todas las ciudades, la multitud lo aclamaba al paso de su convoy y se agolpaba en torno a su coche. Las madres gritaban de alegría al verlo; los niños le lanzaban flores y alabanzas. En Linz fue recibido como un héroe conquistador, el salvador del país y de la raza”, destaca Robert M. Edsel. Con Austria anexionada a Alemania, ocupación que duró de 1938 hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Academia de Bellas Artes de Viena obligó a su personal y alumnos judíos a abandonar la institución. El Führer consiguió purgar la clase cultural alemana con la privación de los derechos de los judíos, desposeyéndoles de su calidad de ciudadanos y confiscando sus colecciones artísticas, su mobiliario y todas sus posesiones.

El plan de Hitler se originó tras visitar las colosales construcciones imperiales de Roma y las edificaciones renacentistas de Florencia. El Führer quería convertir Berlín en su Roma particular y que Linz cogiese el testigo de Florencia como nuevo corazón cultural de Europa, donde se erigiría el Führermuseum, el mayor y más importante museo de arte del mundo. “Ése sería su legado artístico. Así se resarciría del rechazo padecido por la Academia de Bellas Artes de Viena. Con él daría forma y sentido a la purga de obras de arte “degeneradas” de los judíos y los artistas modernos”, comenta Edsel. 

Según los criterios de Hitler, el arte alemán incluía todas las obras arrebatadas a Alemania desde el año 1500, todas las obras de artistas de ascendencia alemana o austríaca, todas las obras encargadas o terminadas en Alemania y todas las obras identificables como de estilo germánico. Éstas debían ser confiscadas y expedidas a Alemania para ser distribuidas en almacenes hasta el día en que pudieran ser expuestas en el Führermuseum. El resto de obras, el arte “degenerado”, se procedía a destruirlo mediante grandes hogueras.  

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania Nazi se hizo con el control de gran parte de Europa. Mientras que algunos países se aliaron con el Tercer Reich, otros fueron conquistados en los primeros compases del conflicto. En 1940, Hitler encargó un inventario al director general de los museos nacionales de Berlín, el doctor Otto Kümmel, en el que figuraba la localización de todas las obras de arte de Occidente -Francia, Países Bajos, Gran Bretaña y Estados Unidos de América- que consideraba pertenecientes por derecho a Alemania. Siguiendo las directrices del Informe Kümmel, los nazis iniciaron el mayor saqueo artístico de la historia, confiscando y trasladando al Tercer Reich más de cinco millones de obras de arte, riquezas y tesoros culturales, entre los que se encontraban: cuadros, esculturas, campanas, vidrieras, objetos religiosos, archivos municipales, manuscritos, libros, oro y diamantes.


Los Hombres Monumentos y el imaginario colectivo del héroe judío


Los Hombres Monumentos fueron un grupo de trescientos cincuenta hombres y mujeres de trece países que sirvieron en la recién creada sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos, o MFAA (Monuments, Fine Arts and Archives), con la misión de salvaguardar el legado cultural europeo mientras que durase el conflicto. Un número ínfimo de personas si se compara con los millones de soldados que fueron movilizados en total por los ejércitos Aliados. Sin embargo, aquello que más distingue a este destacamento es que la mayor parte eran conservadores, estudiosos, profesores de arte, artistas, arquitectos y archiveros. No eran soldados profesionales.  

La historia de este equipo llega a la gran pantalla gracias a uno de los iconos del Hollywood actual, George Clooney, que interpreta a un conservador del Museo de Arte Fogg -el más antiguo de los museos de arte de la Universidad de Harvard en Cambridge, situado en el estado de Massachusetts-. George Stout, álter ego de Frank Stokes en la ficción de la película, fue uno de los primeros estadounidenses en percatarse de la amenaza que los nazis representaban para el patrimonio cultural europeo y presionó a la comunidad museística y al ejército para que crearan un cuerpo profesional destinado a la conservación de obras. 

Con ello, George Clooney es el último en inscribirse a la lista de personajes interpretados por grandes estrellas de Hollywood que han encarnado al héroe judío por antonomasia de la Segunda Guerra Mundial: el profesor. A modo de argumentar esta propuesta personal y antes de entrar a analizar con mayor detalle el personaje objeto de estudio, trataré los casos del arqueólogo, profesor y Doctor universitario Indiana Jones (Harrison Ford) y el profesor de inglés y capitán John H. Miller (Tom Hanks) de Salvar al Soldado Ryan (1998). Unas películas dirigidas por Steven Spielberg, judío y una de las figuras más influyentes desde hace décadas de Hollywood, y que sitúan la acción en la Segunda Guerra Mundial, configurando el imaginario colectivo de nuevas generaciones de espectadores sobre los acontecimientos acaecidos durante el conflicto.

Indiana Jones es un aventurero individualista, valiente, fuerte, resistente, obstinado, testarudo, tenaz, duro, seductor, romántico, íntegro, culto, sincero, heroico sin límites, intuitivo, pragmático, directo, arrogante, presuntuoso, experimentado, perspicaz, improvisador, desafiante, precavido y… odia a las serpientes. Todos estos calificativos combinados aleatoriamente y presentados con una presencia y atractivo físico sólo al alcance de unos pocos. Muy pocos



Harrison Ford es Indiana Jones.



El propósito de su creador y productor ejecutivo George Lucas y del director Steven Spielberg era narrar la historia de un arqueólogo que sale en busca de artefactos antiguos con un aire sobrenatural en torno a ellos, disputando estos objetos sagrados a los nazis en la primera y tercera entrega de la saga. El Arca de la Alianza se presenta como el arma de destrucción definitiva en En busca del Arca perdida (1981), mientras que el Santo Grial ofrece el poder de la vida eterna en La última Cruzada (1989). La ficción se entrelaza con la realidad y es que Hitler era un lector obsesionado con la esotérica, la mitología y el ocultismo. También, envió grupos de soldados y arqueólogos por el mundo con el propósito de encontrar objetos históricos y religiosos perdidos con el fin de instaurar el Imperio del Tercer Reich durante siglos. ¿Quién mejor para entrometerse en sus planes que un carismático académico estadounidense?  

El arqueólogo más admirado y famoso de la Historia del Cine es fiel al héroe de doble personalidad tan prodigado en los héroes de los años treinta, como serían Superman o el Zorro, pero en su caso no se trata de una doble identidad secreta, sino de una duplicidad diferenciada de roles: como apacible profesor universitario y como arqueólogo y hombre de acción, dibujando el perfil de héroe meritocrático. Según expone Roman Gubern en Espejo de Fantasmas, “el héroe meritocrático por antonomasia en el cine de aventuras contemporáneo es Indiana Jones, un competente arqueólogo, profesor y Doctor universitario. Su valor no reside en los puños, en sus armas de fuego o en sus gadgets tecnológicos, sino que utiliza su sabiduría académica, su experiencia y un simple y arcaico látigo que maneja con total habilidad para librarse de los obstáculos (...) La violencia, en pocas palabras, encuentra su fuente de legitimación en la cultura.”

En Indiana Jones y la última Cruzada, Indy y su padre Henry tienen que volver a Berlín para recuperar el Diario del Grial, escrito por el progenitor -que ejercía también como profesor universitario-, porque contiene la información clave para sortear las trampas que hay en la cueva del Grial. Los dos Jones llegan a la capital alemana en el momento en que Hitler y la plana mayor de su gobierno contemplan a su ejército desfilar con orgullo y a hombres, mujeres y niños arrojar libros a una gran hoguera situada en mitad de la plaza. Henry le dice a Indiana: “Hijo mío, somos peregrinos en una tierra de infieles”. 
   
Indiana Jones golpea a un oficial nazi y se hace con su indumentaria para pasar desapercibido entre la multitud y llegar a Elsa, que tiene el Diario del Grial.

Indiana: Fräulein, Doctor. ¿Dónde está?
Elsa: ¿Cómo has llegado hasta aquí?
Indiana: ¿Dónde está? ¡Dámelo! (coge el Diario del bolsillo interior de la chaqueta de ella) 
Elsa: ¿Has vuelto a por el Diario? ¿Por qué?
Indiana: Mi padre no quería que lo incineraran.  
Elsa: ¿Es eso lo que piensas de mí? Yo creo en el Grial, no en la esvástica.
Indiana: Y sin embargo te has unido a los enemigos de todo lo que representa el Grial. ¿A quién le importa lo creas?
Elsa: ¡A ti!
Indiana (cogiéndola del cuello): No tengo más que apretar. 
Elsa: No tengo más que gritar.

Indiana y Henry se marchan con el Diario del Grial, pero una multitud de personas irrumpen en su camino y empujan al arqueólogo hasta el mismísimo Führer. Ambos se miran fijamente. Hitler coge el Diario de las manos de Indiana y estampa su firma en una de sus páginas, ignorando la identidad de ese oficial y de lo que tiene entre manos. Indiana Jones es apartado por los acompañantes del mandamás de los nazis, mientras que le dedica esa mirada entre ira e indignación tan característica de Harrison Ford.

Esta escena saca a relucir lo que George Lucas considera como uno de los rasgos característicos del personaje: “Indy se mete donde no debe. Siempre acaba herido o en un lío. No está a la altura de lo que debería con relación al héroe clásico. Es una de las cosas que mejor quedaron”. Pero también incorpora magistralmente una serie de elementos históricos en la narración de la ficción, definiendo a los personajes a través de mensajes ideológicos. Puede que el espectador considere que son exagerados, pero resultan creíbles.



Clímax de Indiana Jones y el Templo Maldito (1984). 
¿Qué hacer cuando te encuentras rodeado de enemigos en mitad de un puente colgante y el líder de una secta te propone una salida? Indy lo tiene claro.




















Tras el desembarco de Normandía del Día D, el capitán John H. Miller tiene como misión encontrar al soldado paracaidista James Francis Ryan (Matt Damon) y devolverlo a su casa en cumplimiento de la política de único superviviente del ejército estadounidense. James es el único de los cuatro hermanos que no ha muerto durante el conflicto, pero se encuentra desaparecido en algún lugar de Normandía. En el camino, el capitán Miller y siete soldados de la compañía Charlie del Segundo Batallón Ranger se enfrentan a batallones alemanes desperdigados por el territorio, sufriendo la muerte de algunos de ellos.

El personaje de Tom Hanks es un líder de trinchera, que ha pasado junto a sus soldados por múltiples vicisitudes. Ha vivido la muerte de muy cerca y ha perdido a muchos que estaban a su cargo. Eso lo ha alienado y afectado emocionalmente, expresando esta debilidad por medio de un temblor intermitente e involuntario en sus manos. Aunque goce de gran respeto y admiración por parte de los siete soldados que forman su compañía, mantiene una relación distante con ellos. Es parco en palabras. Su forma de no implicarse emocionalmente con ellos porque sabe que pueden morir en cualquier momento. Esa situación mitifica su figura y provoca que los soldados realicen apuestas sobre su profesión anterior a la guerra. Especulan sobre empleos que requieren mucha testosterona y frialdad porque el capitán John H. Miller parece haber nacido para tomar decisiones entre explosiones y disparos.


     
Todos los hombres del capitán. Tom Hanks ha interpretado varias veces el arquetipo del americano medio: espontáneo, sencillo y honrado.
Uno de los grandes de Hollywood que se presenta en su cuenta de Twitter del siguiente modo: “Ese actor que aparece en algunas películas que te gustaron
y otras que no”.


La compañía recibe la información que Ryan se encuentra defendiendo un puente de gran importancia estratégica sobre el río Merderet en la localidad de Ramelle. De camino a la población, el destacamento se encuentra con un batallón alemán que ha causado la muerte de muchos Aliados. Miller decide aprovechar la oportunidad para atacarlos, a pesar del recelo de sus hombres. En el asalto, el médico del grupo muere y la mayoría de los soldados estadounidenses quieren ejecutar al único superviviente nazi. El alemán suplica por su vida y Miller lo deja escapar con los ojos vendados y con órdenes de entregarse a la primera patrulla estadounidense que encuentre. El soldado Reiben (Edward Burns) no tolera esta decisión y quiere desertar del grupo, lo que lleva al enfrentamiento con el sargento Horvath (Tom Sizemore). Ambos discuten acaloradamente hasta que Miller interviene y revela que era profesor de inglés antes de la guerra. Esto crea desconcierto en el grupo y Reiben decide quedarse.

El capitán John H. Miller responde al ideal del hombre que tuvo que sacrificar demasiado en lo personal para el bien común. El observador de un mundo destruido. El superviviente que actúa en consecuencia al horror que le rodea, pero aún tiene presente los valores que lo hacían ser un intelectual y no un asesino. La delgada línea roja que separa ser como los nazis o representar el ideal combativo del judío en la Segunda Guerra Mundial.


Un hombre, una idea


“Pueden exterminar a toda una generación. Arrasar sus casas. Y aún así el pueblo se repondría. Pero si destruyen su historia. Si destruyen sus logros. Es como si nunca hubiese existido. Eso es lo que quiere Hitler y es precisamente lo que queremos evitar”. 

George Clooney como Frank Stokes, basado en el personaje real George Stout.



En la imagen, los Clooney. George y su padre Nick, un famoso periodista. Al margen de las películas en las que expone sus críticas sociales. George Clooney ha defendido causas como la del conflicto de Sudán. El 16 de marzo de 2012, los Clooney consiguieron que los telediarios de todo el mundo abrieran con la imagen de sus detenciones por la protesta que abanderaron ante la embajada de Sudán en Washington. Al llegar a la comisaria, un oficial de policía se dirigió al actor para que se identificara. George Clooney le respondió que se llamaba Brad Pitt... Clooney en estado puro.



























George Stout, de 47 años, es una figura destacada en el por entonces desconocido mundo de la conservación artística. En 1928, entró en el pequeño departamento de conservación artística del Museo de Arte Fogg como ayudante sin sueldo. A diferencia de muchos de sus compañeros, miembros de las clases dirigentes de la costa Este, Stout era un chico de clase obrera criado en la pequeña ciudad de Winterset en el Estado de Iowa. Stout, que sirvió en una unidad médica durante la Primera Guerra Mundial, fue uno de los primeros en advertir el peligro que corrían los tesoros culturales europeos en manos de los nazis y reclamó a los estamentos gubernamentales que crearan un organismo de expertos destinado a la protección del patrimonio cultural europeo. 

En verano de 1942, Stout mencionaba la importancia y retos de la misión en un documento titulado: “La protección de monumentos: Propuesta de consideración durante la guerra y la rehabilitación” : “A medida que los soldados de las Naciones Unidas se abran paso por los territorios previamente conquistados y ocupados por el enemigo, los gobiernos de las Naciones Unidas irán encontrando problemas de diversa índole. (…) En las zonas arrasadas por los bombardeos y el fuego se hallan monumentos de gran valor para las gentes de los distintos pueblos y ciudades: iglesias, santuarios, estatuas, cuadros, obras de todo tipo. Algunas pueden haber sido destruidas; otras, sólo dañadas. Todas corren el peligro de sufrir más desperfectos o de ser saqueadas o destruidas. (…) La salvaguarda de dichos objetos será un signo de respeto no sólo por las creencias y costumbres de tal o cual pueblo, sino también por el legado de la humanidad, formando parte de las responsabilidades de las Naciones Unidas. Esos monumentos no son simples objetos, ni meras pruebas del poder creador del Hombre. Son expresiones de la fe, y representan la lucha del Hombre por mantener sus vínculos con el pasado y con Dios. Con la convicción de que la salvaguarda de monumentos es uno de los requisitos para el correcto desarrollo de la guerra y para la esperanza de la paz, deseamos llamar la atención del gobierno de los Estados Unidos de América al respecto, así como urgirle para que halle los medios de llevarla a cabo”.

Una de las consecuencias de esta idea fue la creación de la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos. Un grupo de soldados de mediana edad, integrados por conservadores, estudiosos, profesores de arte, artistas, eruditos, arquitectos y archiveros, que sacrificaron sus cómodas vidas y su prestigio académico para acudir al frente y evitar la amenaza que pesaba sobre los mayores hitos culturales y artísticos de la civilización. Por primera vez, una brigada del ejército se dirigió a la guerra con el propósito de reducir al mínimo posible los estragos culturales, aún careciendo de personal, equipamiento y medios de transporte. 

George Stout estaba convencido de que si se querían obtener resultados perdurables en la guerra había que confiar en ese grupo de profesionales, formados en la conservación artística y acostumbrados a ganarse la vida con sus manos y no a mandar a trabajar a los demás. “En su opinión, lo que los directores de los museos perseguían con sus sonrisitas y pamemas era conseguir la aprobación del presidente Roosvelt para formar un comité cultural de alto nivel que actuara como asesor del ejército, comité que, por supuesto, estaría compuesto por los propios directores”, explica Robert M. Edsel. Algo que irritaba mucho a Stout que estaba harto de esta situación para con los ricos y de “convertir las políticas y principios en modelos recortables sólo para darles gusto”, como confesó en una carta dirigida a un amigo del Museo de Arte Fogg de Harvard.



Parte del equipo que ha formado Clooney para rodar su quinta película como director: John Goodman, Matt Damon, Bob Balaban y Bill Murray. En referencia a la
saga de Ocean, Clooney comenta irónicamente: “Matt Damon está en el reparto, pero no Brad Pitt y los casinos. Le tuvimos que decir que era el protagonista
para que callara”.



Stout tenía una relación tensa con la clase dirigente desde que era conservador del Museo de Arte Fogg. La conservación era la rama con menor demanda dentro del Departamento de Historia del Arte y las posibilidades de prosperar profesionalmente dependían directamente de las relaciones personales que se podían llegar a tener con sus profesores y, en especial, con el director del museo Paul Sachs, cuya madre, Louisa Goldman, era hija del fundador de la firma Marcus Goldman, entidad que constituyó el gigante financiero estadounidense Goldman Sachs. Tanto Paul Sachs como su padre, Samuel Sachs, eran socios del negocio. Stout aborrecía la situación de servidumbre que se vivía en el museo y, a diferencia de muchos de sus compañeros, se mantenía al margen. 

Robert M. Edsel narra una situación especialmente representativa sobre la tirantez que existía entre Stout y Sachs. El director del Museo de Arte Fogg escribió a George Stout para informarle que su idea había tomado forma oficial con la creación de la Comisión Estadounidense para la Protección y Salvamento de Monumentos Artísticos e Históricos de Europa con el magistrado del Tribunal Supremo Roberts como presidente y Sachs como miembro de la comisión. El comunicado llegó a manos de Stout en Europa, preparado para iniciar las operaciones, y procedió a contestarle mordazmente del siguiente modo: “Es usted muy considerado al concederme tan gran parte en la puesta en marcha de esta misión, pero exagera de forma bárbara. No hacía falta ni mucho menos ser una lumbrera para entender lo que debería hacerse. Lo que cuenta es llevarlo a la práctica”. 

Stout temía que su idea acabase convertida en un vehículo al servicio del lucimiento de unos ricos, pero tenía el consuelo que ni un solo director de museo había entrado a formar parte del cuerpo de oficiales de la división de Monumentos, Bellas Artes y Archivos. Con esta libertad de movimientos, Stout se centró en sus obligaciones al frente de la sección. En una carta dirigida a su mujer Margie, Stout comentó: “Hay mucho que hacer, pero si se trabaja con método, al final todo se arregla. Y si no, siempre me queda el consuelo de saber que la culpa es de la situación y no de los caprichos de algún chalado, que es lo que ocurría en el Fogg y me sacaba de quicio. Me pregunto qué nos espera de ahora en adelante”.

En los 80, el sector financiero se transformó a causa de la desregulación llevada a cabo por el presidente Ronald Reagan y el presidente de la Reserva Federal Estadounidense Alan Greenspan, habilitando a los bancos de inversión el acceso a su capital a todo tipo de inversores, cuyo único propósito era ganar dinero a toda costa. El lobo de Wall Street (2013), dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por Leonardo DiCaprio, de actualidad en estas fechas, presenta la historia real y bizarra de un corredor de bolsa de Nueva York, Jordan Belfort, que se convierte en multimillonario con esta máxima. El sector financiero quedó de tal modo que propició que Goldman Sachs y otras entidades de inversión de iguales dimensiones hundiesen el sistema financiero global mediante los engaños a sus clientes con la venta de hipotecas subprime, desencadenando la crisis económica global más terrible de la Historia y que perdura en nuestro país a día de hoy. Quizás tenía razón George Stout de no fiarse de Paul Sachs y su familia de ricos.   


Otra mirada al desembarco de Normandía


El Día D, 6 de junio de 1944, 100.000 soldados estadounidenses, 58.000 británicos y 17.000 canadienses tomaron las playas de Normandía, ocupadas por los nazis. La operación es la mayor invasión por mar de la Historia y una de las batallas más violentas e importantes de la Segunda Guerra Mundial, que se saldó con un elevado número de muertos. Entre las incursiones más sangrientas se encuentra la de la playa de Omaha, donde 6.000 estadounidenses murieron y 15.000 resultaron heridos, con un balance del 50% de muertos entre los Aliados enviados en la primera oleada. La ocupación del territorio resultó clave para la entrada de las fuerzas aliadas al continente europeo, pudiendo liberar Francia y avanzar hasta el corazón de Alemania. 

Salvar al soldado Ryan se convirtió en un fenómeno popular hace quince años y fue elogiada unánimemente por la crítica por su representación realista de la Segunda Guerra Mundial, y en particular por su apertura de 27 minutos del desembarco Aliado en la playa de Omaha, que fue elegida como “la mejor escena de batalla de todos los tiempos” por los lectores de la revista Empire. El director de fotografía del filme, Janusz Kaminski, habitual en los proyectos de Spielberg como realizador, comentó que “trabajábamos sin storyboard, de manera intuitiva, queríamos primar la espontaneidad por encima de todo, como si fuéramos uno de esos cámaras de guerra que están codo con codo con los soldados, luchando por captar las imágenes y por su vida”. Steven Spielberg estaba convencido que tal nivel de truculencia sería “intolerable para el espectador”. 

“Cuando presencias la secuencia del desembarco, ya nunca más podrás ver de la misma manera El día más largo (1962) o Uno Rojo: División de choque (1980) -películas que recreaban el desembarco Aliado en Normandía-. La idea de que cuarenta hombres en un barco sean exterminados en segundos por una andanada de fuego de ametralladora es terrible. A través de esta escena, estás persuadido a asistir a la peor masacre de la Historia”, comenta el director Quentin Tarantino sobre el filme.

La corresponsal de guerra Martha Gellhorn fue testimonio directo de la operación y envió crónicas desde Normandía en los siguientes tres días después del Día D, como polizón en el primer barco hospital desplazado hasta la zona. Este fragmento forma parte de una de sus crónicas recogidas en El rostro de la guerra: “Vimos la costa de Francia y súbitamente nos encontramos en medio de la armada invasora. Dentro de cien años, la gente seguirá describiendo esta imagen, y quien la haya visto no la olvidará jamás. Al principio parecía increíble; no podía haber tantos barcos en el mundo. Resultaba un insólito prodigio de planificación; si había tantos barcos, hacía falta talento para traerlos aquí, un talento asombroso e inimaginable. Había destructores, acorazados y buques de transporte, una ciudad flotante de enormes embarcaciones ancladas ante los verdes acantilados de Normandía. (…) En una lancha de desembarco próxima a nosotros la ropa colgaba de un tendero, y entre las ruidosas explosiones de las minas que se estaban desactivando en la playa podía escucharse música de baile procedente de una radio. (…) Las tropas aligeraban los barcos más grandes, cargando unas pesadas barcazas de cemento o las embarcaciones más ligeras, mientras que en la playa, atravesando cuatro caminos terrosos que surcaban la colina, nuestros tanques avanzaban lenta y firmemente entre sonidos metálicos”.

George Clooney, conocedor de estos referentes dramáticos y épicos que han pasado a formar parte del imaginario colectivo, introduce a sus protagonistas saliendo de una de esas “barcazas de cemento” -como relata Gellhorn en su crónica- para encontrarse en una playa de Omaha desértica y en silencio. Frank Stokes (George Clooney), Walter Garfield (John Goodman), Preston Savitz (Bob Balaban), Jean Claude Clermont (Jean Dujardin), Donald Jeffries (Hugh Bonneville) y Richard Campbell (Bill Murray) salen de la playa y se dirigen caminando hacia el campamento militar estadounidense situado a unos metros. Al llegar, tal y como se muestra en el tráiler del filme, el personaje de Murray comenta: “No nos ha ido tan mal”. El efecto de la escena es claramente humorístico, pero también muestra perfectamente cómo de disfuncional es ese pequeño grupo de soldados de mediana edad pertenecientes al destacamento de Monumentos, Bellas Artes y Archivos.



El desembarco de Normandía. En imagen, George Clooney conversa con Hugh Bonneville y Jean Dujardin -que está estirado riendo-. Al fondo, John Goodman contempla la escena. Éste último ha comentado en una entrevista: “El rodaje de The Monuments Men es el más divertido de mi carrera. Trabajar con George Clooney es como pasar la tarde con un niño de 5 años”.


El apartheid de los conservadores de museo


La campaña de los hombres Monumentos tuvo como cometido inicial aplacar los daños ocasionados en combate en estructuras como: iglesias, museos y otros monumentos importantes. A pesar del bombardeo aéreo y la destrucción de la abadía de Montecassino en el sur de Roma realizada por las fuerzas aliadas, objetivo en el que se creía erróneamente que se encontraban emplazadas las tropas alemanas, el mando militar estadounidense consideraba un estorbo que ese grupo de eruditos estuvieran en territorio en guerra. “Los escollos burocráticos eran un buen testimonio de la prioridad concedida a la operación, que se hallaba tan abajo en la cadena de mando que resultaba casi invisible”, explica Robert M. Edsel.

La división actuaba como asesora militar y tenía libertad para rastrear el norte de Europa, pero no podía obligar a los oficiales de ningún rango a acatar sus decisiones y tampoco disponían de vehículos, despachos, personal de refuerzo o de un plan de apoyo. Ante el resto de oficiales militares, Stout no era más que un recluta cualquiera, sin autoridad sobre nadie, con lo que los conflictos con el mando militar fueron inevitables, sobre todo teniendo en cuenta el recelo instintivo que tenía el conservador hacia las personas que se autoproclamaban líderes. El empleado del Departamento de Conservación del Museo Fogg, John Gettens, describía los avances realizados por la división del siguiente modo: “Creo que si al principio obtuvimos resultados, fue porque nadie nos conocía y nadie nos molestaba; y porque no teníamos dinero”. 

Respecto a esta situación hay una anécdota en el libro de Robert M. Edsel que evoca al tipo de rol que uno asocia a George Clooney en el cine y sirve para mostrar el carácter del individuo por superar la falta de recursos y adversidades. La división disponía de letreros que servían para indicar aquellos lugares o edificaciones en los que estaba prohibida la entrada. En esos carteles se indicaba que por orden del oficial al mando quedaba terminantemente prohibido el acceso o recogida de cualquier clase de material y objeto en ese recinto. Sin embargo, los soldados estadounidenses hacían caso omiso a esas órdenes y entraban en el lugar. La solución de Stout fue la de precintar esos recintos con la señal de “¡Peligro: Minas!”. De ese modo, ningún soldado se metía adentro a husmear. 


El estilo de un militar llamado George


Leer la descripción que Robert M. Edsel hace del estilo de George Stout es lo más parecido a imaginarse a George Clooney en una zona de guerra. El actor ha demostrado en múltiples ocasiones moverse con extraordinaria soltura entre los focos de las alfombras rojas de festivales y acontecimientos públicos, mientras suelta sus ocurrencias e ironías y ladea la cabeza, arquea la ceja, sonríe con naturalidad y gesticula con las manos. El look del actor resulta una combinación de la moda masculina europea con un desaliño y actitud seductora que remite a la época dorada clásica de Hollywood. Unos referentes que coinciden con los del propio Stout y su admiración por Errol Flynn, una de las grandes estrellas cinematográficas del momento. Tal y como relata Robert M. Edsel: “Jugó a su favor su carácter meticuloso, rasgo que se extendía a su aspecto personal: cabellos peinados cuidadosamente hacia atrás, elegantes trajes de estambre y bigote fino al estilo Errol Flynn”.




“Quiero hacer cine con vocación de clásico y, de vez en cuando, rodar megataquillazos que pagarán mis desayunos”, comenta el actor.



Una imagen que se prolonga con el modo de comportarse en grupo. Robert M. Edsel relata el momento en que el subteniente James J. Rorimer, personaje interpretado en la película por Matt Damon bajo el nombre de James Granger, vio acercarse un destartalado Volkswagen alemán: “Al volante, con el pie clavado en el acelerador, iba un estadounidense en uniforme de oficial (…) Stout bajó del coche, se quitó los anteojos y se limpió con cuidado la tierra de la cara y la ropa. Cuando se quitó el casco, que le caía casi hasta los ojos, vieron que llevaba el pelo bien cortado y peinado con esmero y la ropa limpísima. (…) Lo que en un entorno civil era mera elegancia, se elevaba a la categoría de prodigio en el campo de batalla. A diferencia del resto de sus compañeros, el distinguido George Stout estaba impecable como de costumbre”. 

Sin embargo, Clooney poco dado a que lo encasillen y consciente de ser percibido de ese modo por el gran público, se parodió a sí mismo en las tres películas que rodó con los hermanos Coen: O Brother! (2000), Crueldad Intolerable (2003) y Quemar después de leer (2008). La trilogía del idiota, según define el actor en referencia a sus personajes, consta del convicto Ulysses Everett McGill -obsesionado con las rejillas, los productos de fijación capilar y su peinado en general-, el abogado de divorcios romántico Miles Massey -obcecado por tener una dentadura blanqueada y perfecta- y el amante y empleado del Departamento del Tesoro Harry Pfarrer -ofuscado con todo lo relativo a su miembro sexual-. 

La escena continúa, George Stout baja del coche y James J. Rorimer le pregunta de dónde ha sacado el vehículo. Así lo recoge Robert M. Edsel en su libro: 

George Stout: “No tiene claxon, la transmisión salta, le fallan los frenos, el árbol de dirección está suelto y no tiene techo, pero de todos modos es una suerte que los alemanes se lo hayan dejado”.
James J. Rorimer: “¿Entonces lo has requisado?”
George Stout: “Lo he encontrado”.

El teniente demuestra una admirable capacidad de adaptación en un entorno hostil y desprovisto de recursos, sobreponiéndose a ello por medio a actuar según sus criterios personales, priorizando necesidades y soslayando algunas reglas teóricas sobre cómo se debería proceder correctamente. Las cosas sobre el terreno son muy diferentes que sobre el papel. En la misión de evacuación de obras en la mina de Merkers y en la mina de sal de Altaussee, a falta de material de embalaje, George Stout utilizó los abrigos de piel de oveja de los oficiales alemanes que utilizaban en el frente ruso para cargar la mayor parte de las toneladas de obras de arte. En la operación de Merkers, necesitado de personal, el oficial estadounidense utilizó prisioneros de guerra para cargar, embalar y distribuir las mercancías en colecciones. Decisión que recuerda a la cuadrilla de los once de Ocean, cuyo líder del grupo Danny Ocean -interpretado por Clooney- imponía una máxima a sus chicos: No hieras a nadie, no robes a quien no lo merece y juega tus bazas como si no tuvieras nada que perder.  

El tipo de respuesta que da Stout a Rorimer es algo que también se identifica con otros personajes interpretados por George Clooney. Ante su modo de actuar disfuncional, tiende a hacer uso de su encanto y carisma personal para omitir ciertas irregularidades de bulto. Es el caso del coronel de las Fuerzas Especiales del ejército estadounidense Thomas Devoe en El Pacificador (1997) de Mimi Leder, que es presentado en la película ante un grupo de expertos de un comité de cuentas estadounidense para que explique por qué ha comprado con fondos públicos un todoterreno y lo ha regalado a un amigo suyo. La cuestión es que Devoe, lejos de amedrentarse, replica con una de esas medias verdades de un maestro en el arte de cambiar de tema para llevar la conversación a su terreno. El oficial explica que el obsequio era para la hija adolescente de un importante contacto y que deberían agradecérselo porque lo había sacado a precio de ganga de otro amigo. 

El automóvil es un elemento revelador en la narración de Robert M. Edsel para reflejar la escasez de recursos que tenían los miembros de la sección Monumentos, pero también es símbolo de la obstinación de sus miembros por superar las adversidades. “No sería exagerado decir que (George Stout) recorrió ochenta mil kilómetros a bordo del destartalado Volkswagen y que visitó casi todos los territorios bajo dominio del XII Grupo de Ejércitos estadounidense. Durante todo este tiempo, descansó tan sólo un día y medio”, comenta Edsel.


La recuperación de las obras robadas


Con el avance de la guerra y el franqueamiento de la frontera alemana, la misión de la división de Monumentos, Bellas Artes y Archivos pasó a ser la de localizar obras de arte, muebles y demás creaciones culturales robadas o desaparecidas, entre las que figuraban piezas de valor incalculable como pinturas de Leonardo da Vinci, Jan Vermeer y Rembrandt o esculturas de Miguel Ángel y Donatello. En esta segunda fase de la campaña destacan, además del teniente George Stout, el subteniente James J. Rorimer -Matt Damon en la película-, emplazado en el VII Ejército estadounidense y encargado de la zona de comunicaciones, y Rose Valland -bajo el nombre de Claire Simone y el rostro de Cate Blanchett en el filme-, la conservadora temporal del museo de arte contemporáneo Jeu de Paume de París.

Rorimer, de 39 años, era conservador del Museo Metropolitano de Nueva York (Met) y miembro de la sección de Monumentos destinado a París por sus conocimientos del lugar y de su lengua autóctona. La capital francesa mostraba una imagen desoladora y llena de contrastes en el que un edificio presentaba daños y el de al lado se encontraba en perfecto estado. Las banderas tricolor y barriestrellada colgaban al unísono en numerosas puertas de las edificaciones que aún seguían levantadas. Una señal de hospitalidad y amabilidad que el pueblo francés profesaba a los estadounidenses como él. 

Rose Valland, de 42 años, trabajaba temporalmente como conservadora en el museo Jeu de Paume y es considerada una de las más destacadas heroínas de la cultura francesa por su actuación como agente doble. Se congració con los nazis para espiar sus actividades durante los cuatro años que duró su ocupación. La determinación que mostró Rorimer por recuperar las obras robadas francesas le valió el aprecio y respeto de Rose Valland, que compartió sus informaciones con él para que encontrase el gran cargamento de obras francesas trasladadas al castillo de Neuschwanstein, en Baviera, y a las minas de sal de Altaussee, en los Alpes austríacos.

Valland es descrita en el libro de Edsel como una mujer poco atractiva que acostumbraba a llevar “un atuendo insulso y pasado de moda” y cuya figura era “de proporciones generosas, robusta más que gruesa”. Unos rasgos por la que es definida en pocas palabras como una “matrona”. En la película, la conservadora francesa es interpretada por la actriz australiana Cate Blanchett, repitiendo con Clooney tras El buen alemán (2006), y cuyos rasgos físicos cuestan de identificar con la descripción del personaje histórico que realiza Robert M. Edsel. Cate Blanchett es la actriz que interpretó entre otros grandes personajes a Daisy, el gran amor de Brad Pitt en El curioso caso de Benjamin Button (2008). Una mujer compleja, seductora y con éxito que se aparta de la imagen gris de Valland. Un aspecto que, sin embargo, le fue de gran utilidad para pasar desapercibida entre los oficiales nazis, que no la veían como una amenaza. 



En la imagen, George Clooney dando instrucciones a Matt Damon y Cate Blanchett. Damon considera a Clooney: “Un amigo espectacular y uno de los mejores directores con los que ha trabajado. Increíblemente generoso, lo que en ocasiones, como amigo, es frustrante porque no puedes estar a la altura. Y cuanto más viejo, más guapo”. Por su parte, Blanchett opina que “más allá de lo obvio, de lo condenadamente feo que es George, es una persona práctica en su método de trabajo y nada divo. Inteligente y sin pretensiones”.


El ultimátum de Hitler y la codicia de Stalin amenazan el tesoro de Altaussee 


La fase definitiva de la campaña de la división de Monumentos, Bellas Artes y Archivos fue una carrera a contrarreloj con el objetivo de impedir que los alemanes destruyesen las obras robadas ante la inminente caída de Adolf Hitler. Las obras almacenadas en el yacimiento subterráneo de sal de Altaussee corrían peligro más allá de la desaparición de Hitler y su régimen, Stalin pretendía transportar todo cuanto tuviera valor de su interior a la Unión Soviética en compensación por el daño sufrido en sus tropas durante el conflicto.

En el ocaso del Tercer Reich, Adolf Hitler se negó a reconocer su derrota cuando el ejército alemán era incapaz de hacer frente a los ataques Aliados y creó un vacío de poder en el que algunos oficiales nazis empezaron a cuestionar sus decisiones, mientras que otros seguían implacablemente sus directrices. El Decreto Nerón evidenció ese cuestionamiento en torno a las decisiones del presidente y canciller de Alemania. El mandamiento consistía en la completa destrucción de las vías de comunicación e instalaciones del Tercer Reich por parte de los nazis para evitar que los Aliados hicieran uso de sus infraestructuras en contra de ellos. 

Aunque el arquitecto y Ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich, Albert Speer, contribuyese a subvertir las órdenes del Decreto Nerón para reducir sus efectos, convenciendo a Hitler para que modificara el término “destruir totalmente” por “inutilizar de forma duradera” las infraestructuras no industriales, el militar austríaco y fanático nazi August Eigruber -jefe de distrito de Oberdonau, territorio que incluía Linz y la mina de Altaussee-, ordenó la destrucción del yacimiento austríaco con las obras en su interior. Algo que parecía una aberración para algunos nazis, que actuaron clandestinamente y a riesgo de sus propias vidas para impedir que sucediera así.

Emmerich Pöchmüller, Eberhard Mayerhoffer y Otto Högler -director, director técnico y capataz de la mina de Altaussee, respectivamente- idearon un plan para volar los accesos de la mina y sellar las bombas dentro, con lo que August Eigruber se quedaría sin medios para detonarlas. Robert M. Edsel comenta que “iba a ser un trabajo difícil y complejo para el que se requerían cientos de partes móviles y una planificación exhaustiva para garantizar, en la medida de lo posible, que las deflagraciones no provocasen derrumbamientos indeseados en las numerosas cámaras donde se almacenaban las obras de arte”. 

El 30 de abril de 1945, durante la Batalla de Berlín, Hitler se casó con su antigua amante, Eva Braun, en el búnker donde pasó encerrado sus últimos días de vida. Ambos se suicidaron y fueron incinerados antes de ser capturados por el Ejército Rojo. Cinco días después, Pöchmüller ordenó la explosión que sepultó de rocas las entradas a la mina. Cuando el ejército estadounidense llegó y accedió a la mina austríaca, sus oficiales llamaron a un experto en aire, humedad y química pictórica con el fin de averiguar el estado en que se encontraban los cuadros. “El experto es, como siempre, George Stout, que es quizá la persona más agradable del mundo”, relata Robert M. Edsel sobre el personaje en el que se basa Clooney. A pesar de ser el elegido para la tarea, George Stout era el único entre todos los integrantes de la división de Monumentos a quien preocupaba más la salvación de los documentos históricos que de las artes visuales. Era un enamorado del papel.    

Stout llegó a Altaussee el 21 de mayo de 1945, donde realizó un informe para identificar y determinar el estado en que se encontraban las obras almacenadas en la mina. Los nazis, a pesar de su afán artístico, no eran grandes conservadores y no se habían preocupado por habilitar depósitos hasta 1944. De hecho, según afirma Robert M. Edsel, “muchas de las obras de arte recuperadas por los Aliados habían aparecido apiladas en sótanos húmedos, lo cual hacía que amarillasen o se cubrieran de moho. Los lienzos de algunas pinturas estaban agrietados o partidos, y muchas obras estaban mal embaladas o sencillamente sin embalar. Las prisas no habían dejado lugar a la planificación”. Sin embargo, y pese a las deflagraciones, el tesoro artístico resguardado en el subsuelo de Altaussee no había sufrido daños y Stout inició el proceso de embalaje y retirada de obras para ser devueltas a sus legítimos propietarios. 

Una noticia procedente de las más altas esferas gubernamentales cambió radicalmente los plazos del traslado de obras ideado por Stout. Los Aliados occidentales no conservarían los territorios conquistados, sino que se retirarían hasta las fronteras acordadas por los Tres Grandes (los presidentes Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y Lósif Stalin) en la Conferencia de Yalta, donde se trazó el mapa de Europa una vez terminada la guerra. Los Alpes austríacos se situaban en territorio soviético y el presidente estadounidense Harry Truman ordenó el repliegue de sus tropas. El 1 de julio de 1945 era la fecha señalada para el retroceso americano, con lo que George Stout pasó de disponer de un año para retirar las obras de Altaussee a solamente cuatro días.    

El conservador impuso jornadas de trabajo de dieciséis horas, de cuatro de la madrugada a ocho de la noche. “Stout se vio obligado a sacar el látigo”, indica metafóricamente Robert M. Edsel. El trabajo constaba de cuatro fases: la primera consistía en la protección y embalaje de las obras; la segunda radicaba en la colocación de las obras sobre pequeñas vagonetas que eran transportadas hasta la superficie -las mismas que utilizan Indiana Jones, Willie y Tapón para escapar en la persecución final de Indiana Jones y el templo maldito (1984)-; la tercera, una vez fuera, las obras se cargaban en camiones que las conducían carretera abajo por el irregular trazado de la montaña hasta un centro de recogida de arte conocido como Punto de Recolección de Múnich, establecido por James Rorimer. En esa instalación tenía lugar la cuarta y última fase, se descargaban las obras y los camiones volvían a Altaussee para la siguiente remesa.

La lluvia que tuvo lugar durante esos días dificultaba aún más la movilidad del personal, escaseaba la comida, las comunicaciones eran inexistentes más allá de los Alpes y no había iluminación porque los sistemas eléctrico y lumínico de la zona estaban dañados a causa de la explosión de Pöchmüller. Era imposible trasladar todas las obras almacenadas en esa mina en las condiciones y el tiempo que disponían. Sin embargo, otro hecho inesperado alteró de nuevo los planes de Stout: los líderes de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética diferían acerca de los detalles del pacto establecido en la Conferencia de Yalta. La negociación a tres bandas se prolongó durante días y tuvo como objetivo determinar si la adjudicación de los territorios por parte de las potencias incluía Alemania solamente o también Austria. Por primera vez, aquella disputa política y burocrática beneficiaría a la sección de Monumentos. El traslado siguió adelante y George Stout pudo evacuar a tiempo todas las obras de la mina de Altaussee.



En la imagen, parte del equipo de la sección de Monumentos. “He hecho películas más cínicas porque me parecían más interesantes. Esta vez quería otra cosa. He visto el saqueo de poblados africanos en Sudán. Permitimos el asalto al palacio de Bagdad. Asistimos al sistemático intento de borrar años de cultura. Y eso no se debe permitir”, comenta George Clooney.


La reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial fue una de las operaciones internacionales más grandes y complicadas de la Historia moderna. El retorno del patrimonio cultural tenía una importancia capital para la restauración de la identidad y las infraestructuras de los países europeos. “Los Aliados occidentales descubrieron más de mil depósitos sólo en el sur de Alemania, donde se guardaban millones de obras de arte y otros tesoros culturales (…) La labor de embalaje, transporte, catalogación, fotografía, archivo y devolución del expolio a sus países de origen -los distintos estados serían los responsables de restituírselos a los dueños individuales- recayó casi exclusivamente sobre la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos”, relata Robert M. Edsel. 

En memoria a su gran aportación, los responsables de la película han creado una web, llamada Support The Monuments Men, con la que pretenden reunir el número de firmas necesarias para solicitar al Congreso de los Estados Unidos de América que les conceda la medalla de oro. La condecoración, junto con la Medalla Presidencial de la Libertad, es el premio civil de mayor valor que otorga la Administración estadounidense para destacar el servicio ofrecido a la seguridad, la prosperidad y el interés nacional a su país.


Las competencias del líder grupal 


El relato de la hazaña histórica realizada por George Stout muestra cómo el liderazgo de un grupo de trabajo requiere la habilidad de conseguir que los miembros de un equipo sean capaces de colaborar y cooperar activamente para la consecución de un objetivo en común, alcanzando los objetivos y resultados esperados por la organización. Una forma de proceder que se repite en cualquier proyecto que implique un líder y la dirección de un equipo de trabajo. Es por ello que he realizado una entrevista a un destacado directivo de una empresa de construcción privada española para que hable de su experiencia particular en este ámbito profesional y comente desde su punto de vista el ejemplo de la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos.

A pesar de no disponer de los recursos necesarios para realizar adecuadamente la misión, la Administración pública estadounidense impulsó una empresa altruista y empezó por asignar a alguien que dirigiese el proyecto. “Si hubiesen buscado a una persona para dirigir el equipo de recuperación de obras artísticas prometiéndole una determinada nómina, se habría apuntado mucha gente pero no el mejor. La persona adecuada es aquella que está motivada por preservar un bien histórico para las generaciones futuras y no alguien que difícilmente recibirá el dinero correspondiente al riesgo que corre”, expone el entrevistado.



George Clooney, el líder. En la imagen, al frente, el actor dirige una de las escenas de The Monuments Men. Al fondo, se aprecia el mural titulado: La Última Cena, realizado por Leonardo da Vinci. Una de las víctimas del expolio artístico nazi.



El primer cometido del recién elegido director del proyecto es reunir el equipo más competente posible para realizar el trabajo. El directivo considera que las cualidades más importantes que estas personas deben poseer son: capacitación física, conocimientos intelectuales, orientación a resultados y honestidad. Respecto a esta última competencia, la fuente destaca que es clave en un entorno en guerra porque “es imposible realizar el cometido si una persona está pensando que otra puede serle desleal o pueda pasarse al bando enemigo”. Una argumentación sobre la percepción del liderazgo que concuerda con la ejercida por George Stout a sus hombres. Robert M. Edsel recoge un texto escrito por el soldado Craig Hugh Smyth, incorporado más tarde que el resto en la sección de Monumentos, en el que se refería a él del siguiente modo: “Stout era un líder sereno, generoso, modesto, y a la vez fuerte, reflexivo y dotado de una gran creatividad. Todos hacíamos caso de lo que decía; en cuanto proponía algo nos lanzábamos a ello”.   

La relación que se establece entre los integrantes del grupo es fundamental para el devenir de la misión. “Este grupo se irá encontrando con múltiples situaciones imprevisibles y límites. La inteligencia emocional del responsable del grupo será clave para transmitir la confianza necesaria a los miembros del equipo para sortear la selva de complicaciones y conseguir los objetivos”, señala el directivo. Un término que es definido por la Doctora Diana Bilimoria como: “la capacidad de entender las propias emociones y las ajenas, con el propósito de motivar el desarrollo de uno mismo y mejorar la interpretación del trabajo y la efectividad organizacional”. 

La inteligencia emocional es algo tan relevante como escaso entre nuestros líderes empresariales actuales. Según comenta el entrevistado, “uno de cada diez directivos utiliza la inteligencia emocional para gestionar los problemas. La empatía es indispensable para encontrar intereses comunes entre dos o más partes enfrentadas y evitar situaciones que no interesan a nadie”. La fuente comenta un caso de su empresa para recalcar la relevancia que adquiere la inteligencia emocional en la gestión de grupos. En países del oeste de África central se llevan a cabo proyectos de infraestructura pública y la empresa necesitaba enviar algunos de los trabajadores a esas regiones para dirigir sobre el terreno las construcciones. Una situación que contrasta con España en el que la inversión pública se ha paralizado a causa de la recesión económica.

“Nuestro trabajador reaccionaba llamando al sindicato para quejarse de su nueva colocación profesional. Las personas somos reticentes a los cambios y si se trata de tomar una decisión que implique además un cambio drástico en sus vidas personales es coherente que se opongan a ello. Por tanto, ¿qué hicimos para desbloquear la situación? Reunirnos con ellos y dedicar un tiempo para comunicarles en persona: qué proyecto queríamos llevar a cabo, qué mejoras económicas percibirían por el año o año y medio de trabajo en ese país y, sobre todo, transmitirles confianza porque la empresa cuenta con ellos y seguirán teniendo sus puestos de trabajo cuando regresen. La reacción de los trabajadores fue muy distinta y se fueron a trabajar muy ilusionados ahí”, expone el directivo.

El plan de actuación consistió en identificar el problema, elaborar un análisis de las causas por las que su propuesta era percibida negativamente y desarrollar y ejecutar unas acciones que tenían como objetivo la aceptación al cambio. Una forma de proceder que el científico alemán Albert Einstein consideraba indispensable: “Ningún problema puede ser resuelto desde el mismo nivel de conciencia que lo creó. Tenemos que aprender a ver el mundo de nuevo”.      



En imagen, el equipo técnico y artístico de The Monuments Men. Sentado, a la derecha de la fotografía,
aparece el autor del monográfico Robert M. Edsel.




Sábado 29 de junio, 2013


Superman, entre el sufrimiento y la acción


El Hombre de Acero destaca por reinventar los orígenes del superhéroe 
y plantear diferentes cuestiones éticas



Superman vuelve para celebrar su 75 cumpleaños, el primer número de Action Comics se publicó en junio de 1938, y lo hace con una película que trata sobre sus orígenes y su proceso de maduración hasta convertirse en símbolo de esperanza de la humanidad. Después de tantos años, la fabulación mítica creada por Jerry Siegel y Joe Shuster no ha sufrido cambios sustanciales: un niño descubre que posee poderes extraordinarios y no pertenece a este planeta. En su juventud, viaja para descubrir sus orígenes y las razones por las cuales ha sido enviado a la Tierra. Pero la llegada de unos seres con unos poderes similares al suyo obligan a que emerja el héroe que lleva dentro y salve al mundo de la aniquilación.



Henry Cavill interpreta a Kal-El, cuyo nombre humano es Clark Kent, y es conocido como Superman.



Los cómics de superhéroes son una forma de arte original de Estados Unidos y Superman es uno de sus máximos exponentes, pero con los años ha perdido notoriedad y ha sido percibido por el gran público como el Gran Boy Scout Azul defensor del status quo. Entonces, ¿qué puede ofrecer El Hombre de Acero de nuevo sobre este personaje que ha sido objeto de versiones en múltiples ocasiones?

El director de la película Zack Snyder comenta: “Hemos intentado que el público pueda creer que Superman existe, que es real.” Para entender a qué se refiere el realizador de Watchmen (2009) y 300 (2006) como “real” en esta película es preciso presentar a su guionista David S. Goyer y a uno de sus productores Christopher Nolan, que fueron guionista y director de la trilogía de El Caballero Oscuro, respectivamente. Una saga que, según gran parte de la crítica, consiguió reinventar con gran éxito los orígenes del héroe, convirtiendo su aventura en una tragedia de gran complejidad moral.

Los superhéroes tienen que enfrentarse a varios dilemas morales en sus aventuras, pero no todos ellos y ellas tienen la misma exigencia moral sobre sus acciones. Tony Stark (Robert Downey Jr), y su álter ego Iron Man, tiene una forma de combatir el crimen que podría desconcertar a otro genio, billonario, playboy y filántropo como es Bruce Wayne (Christian Bale). Batman es el héroe más solitario y con una dimensión crítica más desarrollada sobre la moralidad de sus actos. Un rasgo que comparte con Kal-El en esta versión que llega a los cines.

Por tanto, teniendo en cuenta el equipo entre bastidores que ha tenido Zack Snyder para relatar los orígenes del kryptoniano y a partir de los parámetros que engrandecieron la trilogía de El Caballero Oscuro -reinvención de sus orígenes y complejidad moral-, analizaremos El Hombre de Acero.



Clark Kent e Indiana Jones: un hogar en común 


Una casa en el campo. Un remolque de juguete tumbado en el césped del jardín. Una mariposa atrapada en una cadena. Un niño coge del tendido de ropa de su madre un trozo de tela roja y se la pone encima de los hombros a modo de capa. Corre por el jardín junto a su perro. Estas imágenes van acompañadas de la voz en off del padre biológico del niño Jor-El (Russell Crowe): “¿Y si un chico soñara con convertirse en algo distinto de lo que la sociedad tenía pensado para él? ¿Y si aspirara a algo más?”. En imagen, el perro cansado y contento mira al niño que pone los brazos en jarra, prefigurando la postura típica del superhéroe adulto.

Este fragmento forma parte del tráiler principal de promoción de la película y presenta el hogar de los Kent. Jonathan (Kevin Costner) y Martha (Diane Lane) son una amable pareja de agricultores del Medio Oeste, que adoptan al bebé extraterrestre y se implican en su educación. El niño se cría entre humanos, pero no pertenece a nuestra raza, sino que es el único superviviente de una raza muy distinta. Un ser extraño que, probablemente, en este mundo se encuentra más solo de lo que jamás se ha podido sentir nadie.



El héroe y el humano de nuevo juntos.



En esta presentación de la niñez del personaje es representativo que todos los elementos vayan acompañados de otros que los limitan: un remolque está tumbado sobre el césped sin que sus ruedas contacten sobre el suelo y pueda progresar o una cadena impide la capacidad de volar de la mariposa. Todos los elementos tienen su reverso que restringe su avance natural, excepto uno. El perro contempla al Último Hijo de Krypton con un nivel de comprensión emocional entre iguales. Algo que tiene aún más valor al tratarse de un perro que es una mezcla de razas, rasgo que define y comparte con el niño que es nacido en Krypton y criado por humanos. 

No trataremos de nuevo el protagonismo que tiene el perro en el crecimiento emocional del héroe estadounidense, pero es un aspecto que comparten en común Clark Kent e Indiana Jones en su niñez. Además, ambos crecen en el entorno del Medio Oeste rural con unos padres que les inculcan los valores conservadores y éticos de esas tierras. Según afirma el propio Superman en un momento de la película: “No puedo ser más americano. Me he criado en Kansas.” De modo que la aventura se abre paso en un entorno agreste y estimulante ante la atenta mirada de un padre orgulloso de contemplar lo que llegará a ser su hijo.

Sobre este común denominador entre Indiana Jones y Clark Kent, Steven Spielberg poco se podía imaginar cuando estrenó Indiana Jones y la Última Cruzada en 1989 que lo que presentó en el prólogo de la película como un recurso para explicar el origen del arqueólogo, se convertiría en la hoja de ruta de los productores de Hollywood para explotar las franquicias de los superhéroes más de dos décadas después. Tony Stark (Iron Man), Bruce Wayne (Batman) o Logan (Lobezno) son sólo algunos ejemplos de personajes que han tenido una película para relatar por qué son como son.



Un gran poder conlleva una gran… sensibilidad


Uno de los elementos más distintivos que tiene El Hombre de Acero respecto a otras versiones de Superman es que reinventa el rol de la feminidad, dotándolo de una importancia capital en el futuro del personaje. La película presenta desde el inicio una clara dicotomía entre los roles masculinos, personificados en Jor-El (padre biológico) y Jonathan Kent (padre adoptivo), y femeninos, representados por Lara Lor-Van (madre biológica), Martha Kent (madre adoptiva) y Lois Lane (interés amoroso). Mientras que los primeros se ocupan de la parte más pedagógica en lo relativo a la presencia de Clark en la vida y en el mundo (sus orígenes y su misión como ser especial entre terrícolas), ellas se dirigen a los aspectos emocionales del individuo inadaptado.

Las palabras del director Zack Snyder despejan cualquier duda sobre la intencionalidad de la película: “Para hacer real a Superman le hemos añadido emociones auténticas. Es real a nivel emocional, y en todos los sentidos que podamos darle a la palabra. Ese era el gran reto: coger a un personaje que todo el mundo piensa que es imposible que exista y convertirlo en alguien auténtico.” Henry Cavill encarna la versión más femenina que se ha hecho nunca del mito.



El origen de la dicotomía entre emoción y poder: 
la última discusión de Jor-El y Lara Lor-Van


El general Zod y sus secuaces realizan un golpe de estado para hacerse con el poder político de Krypton. La destrucción del planeta es inminente y los padres de Kal-El se ven obligados a desprenderse de su bebé y enviarlo a la Tierra en una nave espacial.

Jor-El: “Adiós, hijo mío. Nuestros sueños y esperanzas viajan contigo.”
Lara Lor-Van: “Le marginarán y matarán.”
Jor-El: “¿Cómo? Para ellos será un Dios.”

La mayor preocupación de la madre, interpretada por Ayelet Zurer, es que su niño crezca en un entorno desprovisto de afecto y sea desplazado por sus orígenes. Algo que provocaría su muerte. Mientras, el padre, un Russell Crowe con una dimensión épica digna del mismísimo Máximo Décimo Meridio, se pregunta cómo unos seres físicamente inferiores a su descendiente van a poder infligirle daño. Este contraste de percepciones sobre la vida de Kal-El en la Tierra alineará a unos y otros personajes en los dos niveles de crecimiento de su persona.



Martha Kent es el referente afectivo


En su infancia, Clark descubre que posee poderes extraordinarios: tiene una gran sensibilidad acústica, ve imágenes radiografiadas de las personas, lanza rayos por los ojos y dispone de una gran fuerza. Estas habilidades son percibidas por el chico como una maldición porque le recuerdan constantemente que él no es como el resto de personas. Es incapaz de seguir la clase como el resto de sus compañeros y se encierra en la sala de mantenimiento del centro. Los niños se agolpan en el pasillo y murmuran sobre su rareza, Clark lo oye todo y no quiere salir. Tiene miedo de sí mismo. Los profesores del colegio piden ayuda a su madre

Clark: “El mundo es demasiado grande, mamá.”
Martha: “Pues haz que sea pequeño. Concéntrate en mi voz. Imagínate que es una isla en medio del mar. ¿La ves?”
Clark: “La veo.”

El carácter se relaciona con los rasgos personales que valoramos en nosotros mismos y por los que queremos ser valorados, originándose a partir de los sentimientos que sobreviven y perduran en momentos de crisis. La voz de Martha moldeará la experiencia emocional de Clark y lo acompañará en las situaciones más críticas en las que quede alineado del resto de personas.



Clark y Martha, hijo y madre, en el hogar de los Kent.



Uno de los momentos más enérgicos de la película tiene lugar cuando el general Zod y sus soldados visitan la casa de los Kent para conseguir el códice. En ella, encuentran solamente a Martha porque Clark está evitando que la nave en la que viaja Lois Lane se estrelle contra el suelo. Una vez a salvo, Superman percibe que su madre está en peligro y emprende el vuelo a toda velocidad para evitar que la maten. Cuando el militar está a punto de darle el golpe definitivo aparece Clark como una bala, que impacta con él y se lo lleva por los aires. La onda expansiva es de tal magnitud que desplaza varios kilómetros a Zod. Clark vuela junto a él y lo golpea repetidas veces en la cara, mientras que le grita: “¡¿Crees que puedes amenazar a mi madre?!”. El general termina violentamente arrojado contra el suelo. Esta acción es uno de los escasos momentos de la película en que Superman prescinde de su autoimpuesta trascendencia moral y que más me ha divertido -aunque reconozco que tengo un sentido del humor particular-. Pero no hay duda que surte efecto, el general Zod continuará con sus ataques a los humanos y pondrá en peligro el planeta, pero no se le vuelve a pasar por la cabeza pisar de nuevo el entrañable hogar de los Kent.



La búsqueda del sentido de la vida, según Jonathan Kent y Jor-El


Un conmocionado Clark Kent adolescente descubre la nave espacial en el que viajó cuando era un recién nacido. Esta es la conversación que tiene con su padre adoptivo.

Jonathan: “Tú eres la respuesta de si estamos solos en el universo.”
Clark (llorando): “¿No puedo seguir fingiendo que soy tu hijo?”
Jonathan: “Eres mi hijo.”

La carga dramática de esta situación sólo se puede entender si se asume la desesperada soledad de Kal-El, que ruega a su padre adoptivo seguir perteneciendo a esa comunidad. Su deseo básico es sentirse integrado con el resto de humanos que le rodean. A pesar de ser mentira, que no es humano ni hijo biológico de Jonathan y Martha, quiere sentirse querido como si así fuese. Jonathan lo abraza y deja claro que siempre será su padre.



Jonathan y Clark. Padre e hijo en la ficción.



Jonathan también recomienda a Clark que se aparte de su familia y emprenda un viaje de autodescubrimiento: “Tengo que creer que te enviaron aquí por alguna razón. Aunque te lleve el resto de tu vida, te mereces descubrir cuál es esa razón”. En su juventud, Clark (Henry Cavill) hace caso a su progenitor y realiza un viaje sin rumbo por el mundo. En las diferentes situaciones que se va encontrando, Clark muestra una gran entereza y coraje para plantar cara en nombre del propio desarrollo cuando la presión social le induce mayoritariamente a someterse a los demás. En esta fase de su vida sigue escondiendo sus poderes extraterrestres para intentar encajar con los humanos. A pesar de seguir sintiéndose muy solo.

El viaje termina en el momento que descubre una nave espacial de sus antepasados y entra en comunicación con el holograma de su padre biológico. Jor-El despeja algunas dudas sobre su origen, cultura y especie. Pero no tarda en indicar el camino que debe emprender su hijo: “Cada persona puede ser una fuerza para el bien. Libre de forjar su propio destino”. Un discurso que coincide con la postura de Jonathan Kent: “No eres como los demás. Un día tendrás que tomar una decisión. Tendrás que decidir qué tipo de hombre quieres llegar a ser. Sea quien sea ese hombre, bueno o malo, cambiará el mundo.” A partir de ese momento, Clark Kent abraza con orgullo su herencia extraterrestre como un don y emerge como un referente para la humanidad.

Mark Waid es una de las autoridades más respetadas del mundo en lo que atañe a Superman, respondiendo habitualmente a preguntas de fuentes tan variadas como la revista Time, The History Channel o los productores de la serie de televisión Smallville. A parte de publicar diferentes comics, Waid actúa como historiador no oficial de DC (editorial de Superman y Batman, entre otros) y se pregunta: “¿Cómo conecta Kal-El con el mundo que lo rodea? No lo hace dando la espalda a su herencia alienígena, aunque esa fue su reacción instintiva. (…) Establece una conexión abrazando esa herencia, que es tan kryptoniana como Clark Kent es humano. Kal-El sabe, instintivamente, que sólo cuando utiliza sus dones se siente vivo y comprometido de verdad. (…) Sólo siendo un kryptoniano declarado puede ser un terráqueo exuberante y excelente. Cuando vive, como quien realmente es, con la plena autenticidad de sus dones y su naturaleza, y además pone su fuerza distintiva al servicio de los demás, ocupa su lugar legítimo en la comunidad más amplia, a la que ahora pertenece genuinamente y donde puede sentirse realizado.”

Como veremos posteriormente, el individuo que se compromete a mantener un punto de vista moral, una perspectiva que corresponda al modelo ideal de comportamiento, es aquel que decide subordinar y, si hace falta, sacrificar los propios deseos, sentimientos e intereses personales en favor de las acciones correctas y busca convertirse en el tipo de persona correcta. Es el nacimiento de Superman.



Jor-El a su hijo: “Les darás a los habitantes de la Tierra un ideal por el que luchar. Se apresurarán a seguirte. Tropezarán. Caerán. 
Pero al final se unirán a ti en el sol. Al final, les ayudarás a lograr grandes gestas.” 


Lois Lane y su curiosidad afectiva


La periodista del Daily Planet Lois Lane tiene un gran protagonismo en la historia. Su primer contacto con Clark Kent se produce en el curso de la investigación de un submarino congelado en Canadá, que acaba siendo una nave espacial de Krypton. Tras meterse en algunos apuros con el dispositivo de seguridad, es salvada por Kal-El y resguardada fuera de la nave.

Lois Lane no está dispuesta a olvidar lo que ha vivido en Canadá e investiga la vida de ese ser extraño. Sea por curiosidad innata o por sus hábitos profesionales, Lois Lane acaba reflexionando con propiedad sobre cómo debe ser la vida de ese ser que vive entre ellos.

Lois: “¿Cómo encuentras a alguien que se ha pasado la vida borrando su rastro? Para algunos era un ángel de la guarda. Para otros, un fantasma que nunca ha encajado.”

Lois Lane establece empatía con aquello que convierte a Kal-El en único y, a la vez, lo distancia de los demás. Si tenemos en cuenta el proceso traumático que ha sufrido Clark Kent desde pequeño hasta reconocer su identidad extraterrestre es normal que se sienta atraído por una chica que, además de atractiva, tiene una sensibilidad especial por comprender su drama. Clark Kent le comenta ante la tumba de Jonathan: “Mi padre creía que si el mundo descubría quién era yo, me rechazaría. Estaba convencido de que el mundo no estaba preparado. ¿Qué piensas tú?” La confianza depositada en ella es máxima.

La escena en que Clark es detenido, arrestado y confinado en una sala para su interrogación muestra esa complicidad entre ambos. Su importancia no es tanto aquello que se dicen, sino su función expresiva. Clark Kent lleva la indumentaria de Superman y está enmanillado en una sala aislada. De proponérselo, podría arrancar las manillas que lo sujetan con un simple gesto, traspasar el muro de la habitación y dirigirse a Hawái para tumbarse en una hamaca, tomarse una piña colada y no tener que dar explicaciones a nadie. Pero su actitud es muy diferente, mantiene las manillas en sus muñecas para que los agentes y militares confinados en la sala contigua se sientan más seguros. Por otra parte, la periodista, lejos de interrogarlo, parece pasárselo bien con esa forma de guardar las apariencias de Superman, así que se dedica a coquetear con él. Un vínculo que la llevará a vivir diversas situaciones extremas.



El dilema filosófico del autobús escolar


En la adolescencia, el autocar escolar en el que viaja Clark Kent sufre un aparatoso accidente. El chico decide actuar para salvar a sus compañeros de clase y muestra sus poderes sobrehumanos para evitar el desastre. Tras la conmoción inicial, la reacción de la gente por su gesta es negativa. Una de las madres recrimina a Jonathan Kent: “Mi hijo iba en el autobús. Vio lo que hizo Clark.”

Las historias de superhéroes clásicas tenían a sus protagonistas como figuras que ejercían la justicia sin la autorización oficial de las estructuras sociales y no tenían problemas de ningún tipo. “En la mayor parte de la historia de los cómics, la condición moral de esta actitud de tomarse la justicia por la mano no se consideró un tema merecedor de verdadera atención: dábamos la bienvenida a esos seres superiores empeñados en la lucha contra el crimen y la delincuencia, los recibíamos con aplausos, nos alegraba ver cómo los malos recibían lo que se le venía encima”, explica el profesor de filosofía en el State College de Bridgewater, en Massachusetts, Aeon J. Skoble.

Sin embargo, esto cambió cuando Frank Miller publicó The Dark Knight Returns en 1986. Aeon J. Skoble comenta que en esa versión del cómic de Miller, referente fundamental de la saga cinematográfica dirigida por Christopher Nolan: “Batman había disfrutado -tiempo atrás- de una relación próxima con la policía, pero se vio obligado a “retirarse” a causa de la presión de la opinión pública contra los justicieros que actúan al margen de la policía (Skoble se refiere a los superhéroes con el término de fuerzas parapoliciales). Al regresar, una década más tarde, pronto se encuentra con que el nuevo responsable policial emite una orden de arresto. Miller también muestra a algunos comentaristas de televisión y miembros de la sociedad en general que polemizan sobre la condición moral de la actitud justiciera de Batman. Hay quien lo considera un reaccionario peligroso -y, posiblemente, fascista- mientras que otros lo ven como un paladín de la justicia. Miller no vacila en satirizar la opinión experta del mundo académico, al mostrar a un reconocido psiquiatra criminal que expone que en realidad Batman es el culpable de los crímenes y delitos cometidos por Joker y Dos Caras.”



Superman y Batman. Los referentes de la editorial DC Comics.



Clark Kent es objeto del resentimiento e ignorancia de los humanos por sus habilidades y poderes, aunque su motivación fuese rescatar a sus compañeros del colegio de una muerte segura. Tras la visita de la madre, Jonathan y Clark mantienen una conversación sobre la noción entre el bien y el mal que trasciende a un dilema filosófico.

Jonathan: “Tienes que mantener esa parte de ti en secreto.”
Clark: “¿Y qué debía haber hecho? ¿Dejar que murieran?”
Jonathan: “Tal vez.”

Esta situación dramática será analizada según la perspectiva filosófica del utilitarismo, que centra su discurso moral en las consecuencias de las acciones, y el kantismo, que basa su explicación en las causas que motivan las acciones. Antes de abordar el caso en cuestión, procederemos a exponer las teorías.

El utilitarismo, formulado por Jeremy Bentham y desarrollado por John Stuart Mill, consiste en que la corrección o incorrección de un acto depende del grado de bondad del mismo, entendiendo bondad como la cualidad de generar felicidad. Así, el acto correcto y útil será aquel que proporcione la felicidad al mayor número de individuos, mientras que un acto incorrecto provocará dolor. Según el utilitarismo, a la hora de evaluar moralmente una acción deberá medirse las consecuencias sobre la felicidad y el sufrimiento que tiene para la mayoría.

Algunas objeciones a esta teoría apuntan al extremismo de sus planteamientos. El utilitarismo destruye totalmente la posibilidad de que las acciones sean supererogativas. Los actos supererogatorios son aquellos cuya acción sería buena, pero su omisión no es mala. Pues bien, un utilitarista exige que una persona en posición de actuar correctamente, proceda en concordancia. Si no es así, obra mal. Esta característica y un discurso moral centrado únicamente en las consecuencias de las acciones obligan a tomar decisiones opuestas a la esencia misma del carácter de la persona y de su propia intuición.

El kantismo es una teoría opuesta al utilitarismo puesto que niega que el valor moral de una acción resulte determinado por sus consecuencias. El filósofo alemán Immanuel Kant publicó Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785) y Crítica de la razón práctica (1788) en el que expuso el concepto de “imperativo categórico”, que consiste en que las personas se tienen que tratar como fines en sí mismos y no como meros medios. La idea propone respetar a las personas como si tuviesen un valor intrínseco y no se instrumentalicen para conseguir propósitos personales. Pero Kant también destaca que realizar una acción ajustada al “imperativo categórico” no es suficiente para convertirla en correcta. La acción será buena solamente si, además, se realiza por las razones correctas. Esto implica que las personas actúen conforme a su deber para alcanzar el bien del otro.

En el caso del accidente del autobús escolar, Clark actúa utilizando sus poderes sobrehumanos porque es la única forma de salvar a todos los pasajeros. Una acción que implica como finalidad conseguir la felicidad para la mayoría -salvaguardar a sus compañeros-, a pesar que implique sufrimiento -recayendo sobre él y su familia y, en menor grado, sobre los temores que genera en los familiares tener a sus hijos junto a un adolescente con superfuerza alienígena-. Sin embargo, coincidimos en que las consecuencias de la acción de Clark son más beneficiosas que dolorosas para un mayor número de personas. Clark actúa y valora su acción desde la perspectiva utilitarista. Ha actuado correctamente.

Una postura que contrasta con la de su progenitor, que pretende inculcar al chico una moral kantiana. En su razonamiento, Jonathan prioriza el sentido de protección a su hijo y establece una limitación inquebrantable: Clark debe mantener sus poderes en secreto. De forma que, aunque la motivación de Clark es positiva -quiere salvar a los pasajeros del autobús-, éste debía actuar de otro modo sin poner en evidencia sus orígenes extraterrestres. A pesar que esa elección hubiese provocado las muertes de los presentes.

Jonathan considera que la decisión acertada de Clark hubiese sido la siguiente situación hipotética. Tras precipitarse el vehículo al agua, Clark no tendría que haber hecho uso de su fuerza para levantar el autocar, sino que debía haber nadado hacia la orilla y avisar a algún peatón para que llamase a la policía y los bomberos, depositando en ellos la responsabilidad de salvar a sus compañeros. Esta situación hubiese provocado que algunos o todos los pasajeros del autobús muriesen, pero el bienestar y la seguridad de Clark y su familia permanecerían intactas. Según el kantismo, Clark hubiese actuado de forma moralmente acertada. A pesar que no hubiese utilizado todos sus recursos para el bien común, sus motivaciones eran positivas y hubiese actuado en concordancia con su deber. Sin embargo, un utilitarista consideraría que Clark habría actuado mal, porque no ha utilizado todas sus habilidades y está obligado a actuar siempre para el bien general, aunque le cueste carísimo en el plano personal. Las consecuencias de su omisión habrían provocado la muerte de sus compañeros.

Supongamos otro caso hipotético en el que exponer las bases de las teorías. El Ejército estadounidense pide a Superman (ya adulto con los rasgos de Henry Cavill) que ayude a custodiar un grupo de supermalvados, formados por el general Zod, Faora, Joker, Bane, Dos Caras y Ra’s Al Ghul, para ser transportados a una prisión de alta seguridad. Imaginemos que ese autobús dispone de las medidas necesarias para neutralizar todos los poderes de los criminales -soy consciente que este planteamiento es similar a la película Con Air (1997)- y Superman realiza su misión volando por encima del automóvil. Sin embargo, durante el trayecto, el vehículo tiene un pinchazo en una de las ruedas y se precipita a un lago. Superman se queda suspendido en el aire y contempla la situación consciente de su dilema ético: ¿Qué debe hacer?

El utilitarismo consideraría acertado que Superman se sumerja para salvar solamente al conductor y los agentes policiales del vehículo, dejando que se ahoguen los criminales. La acción pondría de relieve que la muerte de este tipo de delincuentes produciría felicidad a la gran mayoría de personas. Sin embargo, el kantismo consideraría esta acción incorrecta. El “imperativo categórico” impone que siempre se respete a las personas como si tuviesen un valor por sí mismas y, además, Superman debe ser consecuente con su escala de valores. Es difícil imaginar que mientras está salvando al conductor, oiga los gritos de socorro del general Zod y prescinda de ayudarlo. Nuestro conocimiento sobre el personaje hace pensar que, a pesar de las diferencias entre ambos, Superman cumpliría con su deber moral y salvaría a los criminales para llevarlos a prisión.



El origen del mal: La violencia del general Zod y otros malvados


El general Zod es el antagonista de Kal-El, cuya máxima aspiración es el poder y la gloria. Tras provocar una guerra civil en su planeta y enfrentarse a Jor-El, viaja a la Tierra para matar a su hijo que dispone de la clave que permitiría el renacimiento de Krypton. En el discurso que dirige a los humanos hace ostentación de su megalomanía y amenaza con destruir el mundo:

“No estáis solos. Soy el general Zod, he viajado a través de millones de estrellas hasta llegar a vosotros. Vuestro planeta da cobijo a uno de mis ciudadanos. Parecerá uno de vosotros, pero no lo es. A aquellos de vosotros que conozcáis su paradero actual, el destino de vuestro planeta está en vuestras manos. A Kal-El le digo esto: ríndete antes de 24 horas o verás cómo este mundo sufrirá las consecuencias.”

Zod ofrece esperanza a los humanos si éstos cooperan y le comunican el paradero del hijo de Jor-El -un ser que no es uno de ellos y que, por tanto, no le deben lealtad-. La ética utilitarista reprocharía su voluntad de producir dolor al mayor número de personas posibles. Mientras que la moral kantiana consideraría incorrecta sus ansias de poder y la forma de instrumentalizar a los humanos para encontrar a Kal-El. Una lógica que evidencia el trato con las personas como simples medios o, si no, como obstáculos que debe eliminar.

Pero supongamos que tal ofrecimiento para la salvación sea cierto. ¿Por qué se molestaría Zod a ponerse en contacto con los humanos y darlos esperanza? ¿Por qué no llega con su nave y los bombardea hasta provocar que Kal-El tenga que salir de su refugio y se enfrente a él? ¿Cuál es su auténtica motivación al dirigirse a los conocidos de Kal-El?

Para dar respuesta a estas preguntas es necesario entender primero el significado de “héroe”. El diccionario de la Real Academia Española presenta una acepción que se remonta a la mitología antigua: “el héroe es el nacido de un dios o diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios”. Una segunda acepción hace referencia a la acción y a la épica. La clave está en las siguientes acepciones que aluden a un ser admirado por sus hazañas y virtudes y su “carácter elevado”. Por tanto, aquello que distingue al héroe y superhéroe no es solamente su poder y fuerza física, sino que también es su ética.

Según el guionista y productor de cine y televisión Jeph Loeb y el filósofo y escritor Tom Morris, la idea de superhéroe consiste en “una persona extraordinariamente poderosa, con debilidades (y no sólo virtudes), cuyo carácter noble le guía a realizar acciones meritorias y valiosas.” Esta superioridad moral es lo que el general Zod, Joker o Bane atacan primero para desestabilizar, aislar y derrotar a sus némesis.

En El Caballero Oscuro: La leyenda renace (2012), Batman y Bane tienen una pelea en el que el primero es herido gravemente. Bruce Wayne, inconsciente e inmovilizado, es llevado a una celda de una prisión en el que es casi imposible escapar. Cuando despierta, mantiene una conversación con su agresor.

Bruce Wayne: “¿Por qué no me has matado?”
Bane: “Tú no temes a la muerte, la estás deseando. Tu castigo debe ser más severo.”
Bruce Wayne: “Eres un torturador.”
Bane: “Sí, pero no de tu cuerpo. De tu alma”.

El diálogo termina con el terrorista mostrando un televisor. A través del aparato, Bruce Wayne podrá ver a Bane torturar a una ciudad entera. “Entonces, cuando hayas entendido la profundidad de tu fracaso, tendrás mi permiso para morir”, sentencia Bane. El terrorista vincula el alma de Wayne a la ciudad de Gotham del mismo modo que el general Zod asocia el alma de Kal-El a su propósito de emerger como referente positivo para la humanidad. Conocedor de sus necesidades, el militar extraterrestre hace pública la verdad sobre los orígenes de Clark Kent con la intención de aislarlo del resto de ellos y promover que sus seres queridos actúen acorde a sus intereses de supervivencia.

En este aspecto, el general Zod y Joker comparten la misma idea sobre la moral de las personas, considerándolos débiles y egoístas. En El Caballero Oscuro (2008), Joker está detenido en una sala de interrogatorio de la policía. Batman se presenta como el interlocutor capaz de conseguir que el criminal aclare sus motivaciones e informe sobre el paradero del fiscal Harvey Dent, recientemente desaparecido. Joker habla de la falta de principios del resto de ciudadanos.

Batman: “¿Por qué quieres matarme?”
Joker (riéndose): “Yo no quiero matarte. ¿Qué haría yo sin ti? ¿Volver a robar a los mafiosos? No. No. No. Tú, me completas.”
Batman: “Eres una basura que mata por dinero.”
Joker (enfadado): “No hables como ellos. No lo eres. Aunque quisieras. Para ellos sólo eres un bicho raro como yo. Ahora te necesitan. Pero cuando no sea así te marginarán como a un leproso. Su moralidad. Su ética. Es una gran mentira. Se olvidaran a las primeras de cambio. Sólo son tan buenos como el mundo les permite ser. Ya verás, cuando las cosas se tuerzan, esos individuos civilizados se matarán entre ellos. No soy un monstruo. Sólo voy un paso por delante.”

Los supermalvados son los primeros en reconocer con sus actos que parte de lo que convierte en especial a los superhéroes es su sentido de la moralidad. Entonces, ¿cuál es la auténtica motivación del general Zod al dirigirse a los conocidos de Kal-El? Causar el máximo dolor posible a su enemigo, poniendo en crisis su sentido de la moralidad con la demostración que ni tan solo sus seres más cercanos le apoyan. Y así, una vez asuma que está completamente solo, muera con ello.



Puedes salvarla, puedes salvarlos a todos


En una cultura en el que domina la actuación en interés propio y la pasividad autocomplaciente, en la que las personas suelen agruparse por motivos superficiales para cumplir con necesidades inmediatas y optan por la comodidad fácil a iniciar un cambio, la figura de Superman resulta una rareza por su activa implicación altruista y su dedicación a lo bueno. Un hombre que vive para los demás, sacrificando aspectos importantes de su vida privada en un esfuerzo continuado por ayudar a personas que ni siquiera conoce, con el único propósito de ser comprendido y tener una vida normal en común.



Superman y Lois Lane.




Miércoles 21 de noviembre, 2012


El mito de Bond


Skyfall presenta a James Bond como el héroe definitivo de la sociedad británica contemporánea


La última película de la saga escrita por Ian Fleming es una producción cultural característica de nuestra época, que ha sabido adaptarse a los miedos y las transformaciones de la sociedad inglesa sin perder los rasgos característicos de la serie, para seguir configurando el imaginario individual y colectivo de su comunidad. La vigésimo tercera entrega del mito, que cumple 50 años en el cine, mira el futuro sin perder de vista su pasado.  



Daniel Craig interpreta a James Bond en Skyfall.



Gran Bretaña es vulnerable a los terroristas


El 7 de julio de 2005, Londres vivió un ataque terrorista en cadena que se saldó con cincuenta y seis muertos y más de setecientos heridos. Según la investigación policial, entre los fallecidos se encontraban los cuatro terroristas de Al-Qaeda que cometieron los atentados. La primera explosión tuvo lugar en un vagón de metro que circulaba de la estación de Aldgate Este a la de Liverpool Street. Eran las 8:51 de la mañana. La siguiente explosión se produjo cinco minutos después en la estación de King’s Cross. El tercer explosivo explotó a las 9:17, justo cuando un tren iba a entrar en la estación de Edgware Road. La cuarta y última bomba estalló en un autobús de dos pisos en el centro de la ciudad, cerca del British Museum, a las 9:47. 

En menos de una hora, el terrorismo islámico golpeó el corazón de la sociedad inglesa, como ya lo hicieron previamente con Estados Unidos en 2001 y España en 2004. Los medios de comunicación difundieron por todo el mundo imágenes de una riada de gente, volviendo a sus casas aturdida tras la agresión. 

El famoso abogado, economista, periodista y escritor catalán Eduard Punset, que se encontraba en Londres en esas fechas, destaca la reacción posterior al ataque de la sociedad británica en El viaje al poder de la mente: “En Gran Bretaña y, por supuesto, Estados Unidos, los atentados generaron una marea de gente decidida a demostrar a los terroristas que no lograrían abatir los ánimos y las conductas que aquéllos denostaban. Los atentados galvanizaron la unión en lugar de la división”.

Un sentimiento de unidad que nada tuvo que ver con el que se vivió en España. “Tuve la oportunidad de constatar este contraste de sentimientos, referidos a los distintos grados de conciencia social de pertenecer a una nación (…) En España, la agresión terrorista sólo sirvió para emponzoñar aún más la división partidista, al provocar un cambio de gobierno a raíz del impacto de los atentados, supuestamente tramados para castigar la participación española en la guerra de Irak”, comenta Punset.

El director, productor y presentador de Redes, que tuvo un destacado papel en la transición democrática española y en la implantación del Estado de las autonomías como consejero de Finanzas de la Generalitat, argumenta que “el colectivo que duda puede –y así ha ocurrido a lo largo de la evolución- independizarse o aliarse con otro competidor del primero cuando no hay cohesión social suficiente para evitar el desconcierto, la ruptura y la alienación”. Algo que vuelve a estar de plena actualidad y debate con las elecciones al Parlament de Catalunya y el contexto de crisis económica y convulsión social que asola España desde hace años. 



La desconfianza se apodera de la sociedad inglesa 


Lo que los atentados de 2005 no consiguieron -debilitar la conciencia social de pertenencia al grupo de los británicos-, sí que lo logró gran parte de la clase política, policía y prensa del propio país. Una vez más, el enemigo más atroz y difícil de combatir reside en el interior y no en el exterior de las fronteras.   

El periodista de investigación, escritor y documentalista británico Nick Davies y la reportera Amelia Hill firmaron juntos cinco reportajes para The Guardian en los que denunciaban las escuchas ilegales del tabloide inglés News of the World a empleados del palacio de Buckingam, famosos, deportistas, políticos, soldados muertos en guerra y víctimas de secuestros, asesinatos y atentados. Sus reportajes se inscribieron dentro de una serie de escritos que se publicaron en diferentes medios, denunciando las prácticas ilegales del rotativo. 

El reportaje “News of the World hacked missing girl’s phone”, escrito por Davies y Hill y publicado en The Guardian el 4 de julio de 2011, denunciaba el pinchazo del teléfono de Milly Dowler, una niña de 13 años que fue secuestrada y asesinada en 2002. El hecho de que los mensajes de buzón de voz fueran borrados por un detective privado que trabajaba para el News of the World, Glenn Mulcaire, y que su familia concibiera así falsas esperanzas de que estuviera viva fue la clave para que la opinión pública se opusiese al periódico propiedad del magnate de la comunicación Rupert Murdoch y exigiese su cancelación



Imagen publicada por Daily Mail. Portada y contraportada del último número de News of the World.


Desde que Murdoch comprase el News of the World en 1969, y más tarde The Sun, se convirtió en una figura crucial a la sombra del poder en la sociedad británica. Murdoch impulsó a Margaret Thatcher a cambio que le ayudara en la guerra contra los sindicatos de la prensa, a Tony Blair a cambio que resistiera a la adopción del euro y le hiciera un hueco en el mercado televisivo a expensas de la BBC, y a David Cameron a cambio de que diera luz verde a la adquisición del canal BSkyB, que tiene los derechos del fútbol, lo cual le habría proporcionado un virtual monopolio del sector. 

Según el periodista Rafael Ramos, que cubre la información en la capital británica desde 1994 y realizó una cobertura extensa sobre el caso, el escándalo de las escuchas dejó muy tocado al primer ministro David Cameron por el gravísimo error de juicio de contratar como jefe de comunicaciones de Downing Street a Andy Coulson, que había sido director del News of the World cuando empezó el caso y fue detenido por corrupción e interceptación de teléfonos. 

Además, Cameron fue invitado de honor de Murdoch en su yate, a sus fiestas de Navidad y a la boda de Rebekah Brooks, editora del diario y consejera delegada de News International, la rama inglesa del imperio mediático de Murdoch, que dimitió de su cargo y fue detenida bajo los mismos cargos que Coulson el domingo 17 de julio de 2011. Entonces, se libró de la cárcel tras el pago de la fianza.

En la actualidad, la Fiscalía británica ha impuesto cargos a ocho personas por las escuchas ilegales de la prensa. Además de Andy Coulson y Rebekah Brooks, el resto de imputados por la Fiscalía británica son el detective Glenn Mulcaire, considerado responsable material de los pinchazos; Stuart Kuttner, exdirector gerente del News of the World; los exdirectores adjuntos del tabloide Greg Miskiw, Ian Edmondson y James Weatherup, y Neville Thurlbeck, exreportero jefe del periódico. La Fiscalía ha explicado que todos ellos recibirán cargos penales y deberán comparecer ante un tribunal en una fecha aún por determinar, por lo que podrían ser condenados a penas de cárcel. 

Por si hiciera falta algo más para enturbiar el caso, el periodista del News of the World Sean Hoare, que fue el primero en denunciar e implicar a Andy Coulson como impulsor de las prácticas de las escuchas, fue encontrado muerto en su domicilio el 18 de julio de 2011. Sin embargo, la policía no encontró evidencias que relacionasen su muerte con el escándalo del tabloide.

Scotland Yard ha quedado afectado porque muchos de sus agentes cobraban dinero a cambio de facilitar información a los periodistas, incluidas cuestiones de seguridad nacional como los movimientos de la reina Isabel II. Un hecho revelador: Seis años llevaba Scotland Yard investigando las escuchas ilegales de la prensa popular británica sin haber descubierto nada sustancial hasta que estalló el escándalo gracias al reportaje de Davies y Hill.

La sociedad británica no hace distinciones y los culpables del descrédito, que ha desembocado en desconfianza generalizada, son precisamente los estamentos de poder que deberían salvaguardar los valores constructivos del otrora Imperio Británico. La clase política, la policía y la prensa han quedado en entredicho y contaminados por el caso de corrupción de las escuchas ilegales.



Los JJ.OO. de Londres 2012: 
El mayor escaparate mundial para revalorizar la identidad británica


Los Juegos Olímpicos es la representación máxima del deporte como espectáculo global, obteniendo una concentración máxima de audiencia a nivel mundial. Hay pocos acontecimientos en la escena internacional que se puedan equiparar a sus grandes dimensiones. 

El evento que genera mayor expectación es la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos. Un fenómeno en el que interviene de forma más pronunciada la capacidad de los organizadores para sugestionar a la audiencia a través del espectáculo. A diferencia de otros casos, los británicos articularon una ceremonia en el que se erigieron como el centro del Mundo, con Londres como capital de la civilización y el progreso, como en los viejos tiempos del Imperio Británico, pero también con la vista puesta en el futuro y su habilidad para seguir conectando culturalmente con los intereses de la juventud occidental. En este último aspecto, la gala dedicó una gran atención al creador de la World Wide Web Tim Berners-Lee, como máximo precursor de Internet.

La ceremonia fue dirigida por el director inglés Danny Boyle, responsable de filmes como Trainspotting (1996), La playa (2000), 28 días después (2002) o Slumdog Millionaire (2008), con un presupuesto de 35 millones de euros y 10.000 voluntarios, consiguió elaborar un espectáculo audiovisual fantástico con un ritmo frenético más parecido a un gran musical del centro londinense.

Un espectáculo en el que no faltaron músicos ilustres -los Beatles, Pink Floyd, David Bowie, Mike Oldfieldy o Paul McCartney-, estrellas televisivas como Mr. Bean (tocando la partitura de la película Carros de Fuego), referencias literarias que iban de Shakespeare y Peter Pan a personajes como Harry Potter y guiños cinematográficos a Mary Poppins… y, especialmente, James Bond.    

El actor inglés Daniel Craig, que interpreta al agente 007 desde Casino Royale (2006), apareció como guardaespaldas de la reina Isabel II, recorriendo el Palacio de Buckingham en su búsqueda y subiendo con ella en un helicóptero para dirigirse al Estadio Olímpico. De camino, el vehículo sobrevoló diferentes lugares emblemáticos de Londres y fue saludado por la estatua de Churchill, que cobró vida para la ocasión. La aventura culminó con el salto en paracaídas de la monarca y su famoso protector. Pocos instantes después, la reina entró en el palco, a pie, y sonó el himno británico.    



James Bond y la Reina Isabel II caminan por los pasillos del Palacio de Buckingham.



De este modo, los organizadores de la ceremonia destacaron a James Bond por encima de otros personajes de ficción y personas reales. El héroe británico es tan emblemático para los ingleses como la mismísima Reina y constituye el instrumento más eficaz para recuperar la identidad perdida de una ciudadanía golpeada por los atentados y la corrupción. Algunos medios de comunicación no dudaron en jugar con el elemento 007 para presentar la noticia al día siguiente.

Los días de competición deportiva se sucedieron y el medallero demostró un dominio claro de dos potencias, Estados Unidos y China, por encima del resto de países participantes, incluido Inglaterra. El deporte, una vez más, actuó como mecanismo de unión y exaltación patriótica para una sociedad erosionada. Sin embargo, los ingleses no podían considerarse los referentes mundiales en el deporte, obteniendo la tercera posición en el medallero. Debían buscar una alternativa y la respuesta se encontraba en la figura del héroe de la ceremonia de inauguración: Bond, James Bond.  



La sombra del terrorismo en el cine: Londres y Gotham City


Daniel Craig entró en la saga de James Bond con muchos recelos por parte de sus aficionados. El escritor Ian Fleming creó un personaje sofisticado, británico, elegante y aristócratamente mortal. Una imagen muy apartada de lo que el gran público tenía de Craig, que no comprendía como un actor rubio, rudo y desconocido había conseguido hacerse con el preciado papel. La voluntad de Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, hija e hijastro de Albert R. Broccoli, el productor que llevó junto a Harry Saltzman la obra de Ian Fleming al cine, era adaptar 007 a los nuevos tiempos. Daniel Craig era el actor idóneo para encarnar al James Bond de principios del siglo XXI.

Casino Royale ofrecía desde la primera secuencia un tipo de acción diferente, influenciada por la saga de Jason Bourne (Matt Damon). Daniel Craig compuso un agente físico, rápido, contundente y decisivo. La pulcritud, elegancia y broma habían desaparecido de la fórmula. Su habilidad no residía en poseer artilugios tecnológicos para salir de las situaciones más comprometidas, sino que era alguien entrenado para ser letal en el cuerpo a cuerpo. A pesar de estos cambios significativos, la variación más notable fue la humanización de un héroe huérfano con un pasado trágico.



James Bond y Vesper Lynd en una imagen promocional de Casino Royale. 


La película tuvo una gran acogida por parte de crítica y público. Dos momentos destacaron por encima del resto: una escena de tortura sadomasoquista y la sensación que el protagonista sufría como nunca antes por perder a Vesper Lynd (Eva Green), que a pesar de su traición, era su última posibilidad de redención de la realidad violenta en la que se mueve habitualmente. 

Casino Royale y la siguiente película Quantum of Solace (2008), se pueden ver como una sola entrega porque una empieza donde termina la otra, indagan sobre el díptico de amor, pérdida y venganza. En ellas, M (Judi Dench) es el único personaje del pasado de Bond con autoridad para frenarlo. En ocasiones, él actúa como el hijo que parece buscar la atención de su progenitora. Quantum of Solace termina con el perdón de Bond hacia el hombre que provocó la muerte de Vesper Lynd, y del que ella estaba enamorada. Tras ser detenido, M le dice a 007: “Bond, necesito que vuelvas”, y éste le contesta: “Nunca me he ido”.    

Skyfall deja atrás el referente de Jason Bourne y establece similitud con los planteamientos temáticos y estéticos de la saga de Batman dirigida por Christopher Nolan. El colorido y el tono paródico de las películas del agente 007 interpretado por Roger Moore en las décadas de los setenta y ochenta contrastan especialmente con el tono trágico y oscuro de la película de Sam Mendes

La trilogía formada por Batman Begins (2005), El Caballero Oscuro (2008) y El Caballero Oscuro: La leyenda renace (2012) recogen los ecos aún palpitantes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y presentan a Gotham como una sociedad alienada, oscura y corrupta. Skyfall es la primera película inglesa que utiliza su héroe por antonomasia para retratar sus miedos contemporáneos. De este modo, el Gotham de Nolan y el Londres de Mendes conectan y sirven como proyección y catarsis de sus respectivas sociedades. La ciudad apocalíptica es síntoma y a la vez reflejo del mal social que parece inextinguible.



Cartel promocional de El Caballero Oscuro, propiedad de Warner Bros.
La imagen de Batman junto a un rascacielos en llamas conecta con el imaginario colectivo
de los neoyorquinos tras el 11-S. ¿Batman es el héroe o el terrorista? ¿Solución o problema?
     

En El Caballero Oscuro, el teniente Jim Gordon (Gary Oldman) y el Fiscal del Distrito Harvey Dent (Aaron Eckhart) ayudan a Batman (Christian Bale) a destruir el crimen organizado de Gotham. La eficacia de sus actos permite que el nivel de delincuencia y extorsión se reduzca drásticamente en la ciudad. Sin embargo, la irrupción del terrorista Joker (Heath Ledger), que no sigue ninguna razón ni interés material o social, lo cambia todo. Joker infringe certeros golpes en la sociedad para demostrar la mediocridad e inutilidad de la existencia de sus integrantes. Se presenta como un agente del caos y su única motivación es disfrutar sádicamente con la destrucción del tejido social. Quiere implantar la anarquía. Al final de la película, Joker se hace con el alma de Gotham, corrompiendo a Harvey Dent, y obligando a Batman a mentir y asumir la autoría de los asesinatos de Dent (entre los que figura miembros de la policía) para proteger el frágil equilibrio de una sociedad erosionada y falta de líderes

La amenaza que sufre el MI6 por parte de Raoul Silva (Javier Bardem) es similar a la que inflige Joker en Gotham. Ambos antagonistas, con sus caras desfiguradas, son la personificación del miedo que ya no surge de una organización criminal, sino de entre las sombras. Tras conseguir el disco duro que contiene la identidad de todos los agentes británicos infiltrados en organizaciones terroristas del planeta, Silva envía un mensaje anónimo a M. “Piensa en tus pecados”, contiene el comunicado. Momentos después, Silva hace estallar el cuartel general del MI6 de la que M es responsable. 

Silva y Joker son enemigos fríos, crueles, inteligentes y con grandes conocimientos en explosivos, pero su mayor habilidad consiste en su capacidad para escoger los objetivos que causan el mayor daño posible en el tejido de la sociedad. “James Bond, Batman, el Joker… Todo se reduce a cómo recreas estos iconos, el equivalente cinematográfico a Hamlet o el Rey Lear. Cada generación los reinterpreta y los hace suyos de la misma forma que Bond lo han recreado varias veces en sus 50 años de vida”, comenta el director Sam Mendes. 

El Caballero Oscuro: La leyenda renace trae directamente el caos. Ocho años después de enfrentarse a Joker, Gotham está sumida en el colapso económico. La película escenifica una ocupación literal de Wall Street y presenta a unos pocos ricos que viven plácidamente ignorando la convulsión en la que está sumida la mayor parte de la sociedad. Bane (Tom Hardy) se erige como libertador/ revolucionario del pueblo, descubriendo las mentiras de Dent, Batman y Gordon. A diferencia de Joker, el terrorista de la máscara se exhibe como un líder alternativo a las estructuras establecidas e inoperantes del sistema -los ecos del movimiento de indignados del 15 de mayo de 2011 se hacen visibles en su figura- para tomar el control de la ciudad en su nombre, imponer sus leyes y ganarse la complicidad de una sociedad que demanda justicia sin importar el precio que ha de pagar por ello.     

Si alguien ya posee defectos de carácter que lo inclinan hacia la corrupción, una adquisición repentina de poder (por ejemplo, el disco con la información de los espías británicos en organizaciones terroristas) actúa sobre tales deficiencias y lo corrompen aún más. De tal manera que el poder no es lo que degrada al ser humano, sino la interacción con el modo de ser de la persona. 

La motivación que empuja los actos de Silva se asemeja más a la de Bane que a la de Joker. Un enemigo que sabe exactamente lo que quiere. Silva quiere a M muerta y el MI6 destruido. Bane a Batman muerto y Gotham en ruinas. En ambos casos el dolor también es lo que fraguó el odio hacia sus respectivos objetivos. 

La relación entre M y Silva se rompió cuando ella intercedió para intercambiar al violento agente por otros rehenes británicos que estaban encarcelados. Silva quedó expuesto, solo y desamparado. El rencor y el odio crecieron hasta tal punto que el ex agente del servicio secreto británico se convirtió en la mayor amenaza para la organización y su máxima autoridad. El dolor y venganza a unos ideales es lo que vinculan Silva con el personaje de cómic. Bane se sacrificó para salvar a una niña de las garras de la muerte, que desencadenó trágicamente en un odio hacia la civilización occidental.   



Los héroes también surgen de entre las sombras


El sufrimiento no es algo exclusivo de los villanos. James Bond y Batman sufren daños físicos y, sobre todo, emocionales en sus últimas aventuras. Desde el momento en que, en su niñez, ambos personajes vivieron la dramática experiencia de contemplar el asesinato de sus padres, se han dedicado por completo al más severo régimen de desarrollo personal para combatir el crimen. Su preparación para las misiones y el modo en que las ejecutan han creado a unos espíritus independientes.  





James Bond forma parte del MI6, pero suele no acatar órdenes de la autoridad, encarnada por M. También, tiene la particularidad de disponer de licencia para matar, algo que no disponen agentes de otros organismos de seguridad y policiales. En el otro caso, el Caballero Oscuro se caracteriza por su austera severidad y un sentido de soledad y aislamiento inigualados por ninguno de los demás héroes enmascarados. A diferencia de Bond, Batman no puede matar a sus enemigos por principios éticos personales y por mantener la colaboración que lo une con el teniente de policía Jim Gordon, que utiliza al primero -de forma no oficial- como una fuerza parapolicial para combatir los criminales en los que la policía no puede hacer frente. En ambos casos, asumir un rol activo frente las injusticias de la sociedad repercute negativamente en ellos como individuos.

En Skyfall, James Bond experimenta el sentimiento de traición de M del mismo modo como lo pudo haber vivido Silva. Al comienzo de la película, 007 encuentra a un compañero muy mal herido. Mientras que lo socorre, el asesino escapa por las calles de Estambul. M ordena a Bond que deje a su compañero y vaya tras él. Bond lo acepta a regañadientes. La persecución termina en una pelea encima de un vagón de tren en marcha. La agente Eve (Naomie Harris), compañera de 007, se precipita -cumpliendo órdenes de M- y dispara por error a James Bond, que se desploma contra el río. Bond sobrevive y se aparta de la civilización, disfrutando de su muerte mediante prácticas autodestructivas. Su rutina cambia cuando se produce el atentado en el cuartel general del MI6. A pesar de sentirse rechazado por M, deja su retiro para conocer el estado de salud de su jefa y ayudar a neutralizar la nueva amenaza terrorista. El primer objetivo para el agente será volver a ser apto para la acción.  

La situación de James Bond conecta con la de Bruce Wayne, alter ego de Batman. El multimillonario está deprimido tras la pérdida de Rachel Dawes (Katie Holmes/ Maggie Gyllenhaal) -un amor no correspondido a causa de sus obligaciones como justiciero enmascarado-, las heridas causadas en su enfrentamiento con Joker y la persecución que sufre Batman por parte de la policía. De modo que malvive encerrado en su mansión con el sentimiento de culpa por haber fallado a quienes debía proteger. La irrupción de la ladrona Selina (Anne Hathaway), alter ego de Catwoman, lo saca de su retiro y le obliga a ponerse en forma para afrontar la nueva amenaza de la ciudad.

Ambos personajes podrían haber optado por desentenderse de las obligaciones autoimpuestas de mejora de sus respectivas comunidades y vivir una existencia personal mejor. Unas sociedades que además les han dado la espalda. Sin embargo, aunque poseen poder y libertad, siguen ahí. 


Daniel Craig y Judi Dench como Bond y M. Bond es el hijo bueno.



James Bond se convierte en el protector de M ante la persecución que sufre por parte de Silva. De modo que el agente lleva a su jefa a su hogar familiar en Escocia para hacer frente al terrorista. Un entorno desprovisto de tecnología en el que su adversario es menos fuerte. Tras el ataque, M le dirige unas palabras a James Bond: “Algo sí que he hecho bien”.     

En el monográfico titulado Los superhéroes y la filosofía, el guionista y productor de televisión Jeph Loeb y el escritor y académico Tom Morris consideran que “el concepto del héroe se ha transformado a lo largo del tiempo, pasando de la idea antigua que implicaba algo semejante a los superpoderes a la idea más moderna que se centra sobre todo en los grandes logros y la nobleza moral”. A pesar de surgir de entre las sombras como sus antagonistas y de perseguirlos a través de ellas, James Bond y Batman se exigen una gran disciplina y capacidad de sacrificio para alzarse por encima de la preocupación por el propio yo, con sus intereses, y poner a los demás por delante en su lista de prioridades. Una virtud desconocida para muchos de nuestros contemporáneos. 
  


007: Al servicio (más que nunca) de su Majestad


Una imagen de una película puede adquirir la dimensión de símbolo y somos la única especie que se comporta de un modo u otro en función de símbolos. Es algo que nos hace distintos. El poder de éstos reside en que interpelan en el imaginario individual y colectivo de los miembros de una sociedad, alentando el espíritu de superación del grupo ante la amenaza y la adversidad.

Los rascacielos de Shangai, el casino de Macao y el mercado de Estambul son localizaciones en las que transcurre la acción en esta última aventura de James Bond, pero los emplazamientos más importantes son Londres y los Highlands de Escocia. Gran Bretaña adquiere una relevancia inédita respecto a otros títulos de la serie.  

El clímax del segundo acto de Skyfall tiene lugar en la capital de Inglaterra. James Bond persigue a Raoul Silva por el metro. En la carrera, el agente 007 y el nuevo Q (Ben Whishaw) se intercambian -a distancia mediante pinganillo- comentarios irónicos que resultan delirantes para el espectador. El humor es metalingüístico, puesto que el espectador conoce al personaje y sabe que la desorientación que sufre viene determinada porque se encuentra en un lugar tan concurrido y poco glamuroso como el metro londinense en hora punta. El protagonista está como pez fuera del agua en estas condiciones. Algo que confirma el director del filme Sam Mendes: “Jugamos con lo que el público conoce y espera. En Skyfall se percibe que estamos en una cinta Bond, pero no por la trama o porque los personajes sean conscientes de ello. Lo es la película en sí misma”. 

La persecución termina, aparentemente, con el agente teniendo en el punto de mira de su Walter PKK al terrorista. Sin embargo, éste activa un dispositivo que provoca una gran explosión. Un convoy de metro perfora el techo del túnel y se precipita contra el agente del MI6, que está a punto de ser arrollado. 007 ve como su némesis se escapa y continúa su camino hacia el Comité Ministerial de Seguridad e Inteligencia, donde está prestando declaración su jefa M. En su comparecencia, e ignorando el caos que está desatando Silva por la ciudad, M pronuncia un discurso en el que expone la posición que deberían tomar las potencias occidentales ante las amenazas del siglo XXI, justificando además el modo de actuación expeditivo de 007. El enemigo en la actualidad no es un país, que está circunscrito en un mapa, ni lleva uniforme, ni sirve bajo ninguna bandera. El enemigo puede ser cualquiera. Un ser que se mueve entre las sombras preparando el siguiente golpe. Es allí donde se debe luchar. Y como conclusión a su alegato, M recupera las palabras del poeta inglés Lord Tennyson para confrontar su postura con la del comité de burócratas encabezados por una ministra que no ve más allá de lo que puede comprobar en una hoja de papel.  

El montaje en paralelo de las palabras de M se combina con las imágenes de Silva, disfrazado de policía, que irrumpe en el Comité Ministerial de Seguridad e Inteligencia y dispara contra los agentes de seguridad y presentes. M está en serio peligro. Bond sale del subsuelo y emprende una carrera a contrarreloj, dejando atrás el tumulto de personas y vehículos que le rodean, para detener al terrorista. Está superado por la situación y es vulnerable físicamente y, sobre todo, emocionalmente. Su traje, un magnífico Tom Ford, se ha impregnado de polvo y escombros. Su expresión es de absoluto desconcierto. Algo ha cambiado respecto sus anteriores misiones. La amenaza es implacable y casi inalcanzable.



James Bond corriendo por las calles londinenses tras el atentado en el metro.



Esta secuencia absorbe la misma realidad, introduce la ficción y la convierte en mítica, remitiendo a los atentados que asolaron la ciudad. Tal y como indica el catedrático en Comunicación Audiovisual y licenciado en Historia Moderna y Contemporánea Josep M. Català, en el capítulo titulado “La mirada difusa: formaciones y deformaciones del espacio mítico contemporáneo” del monográfico Anàlisi. Quaderns de comunicació i cultura. Mite i cultura mediàtica, el espacio mítico debe ser entendido como “un espacio superpuesto al espacio de la percepción, en su cualidad abstracta, a nuestra visión de lo real. Un espacio descentrado y ligeramente desplazado respecto el espacio real, al que de alguna forma sirve de complemento”. 

Con ello, los responsables de la serie demuestran la voluntad de aclimatar a James Bond en un entorno tan común y cotidiano como el metro londinense para acercar el personaje al imaginario colectivo de los ingleses. James Bond, como símbolo, ejerce la función de alentar el espíritu de superación de su comunidad ante la amenaza y adversidad, adaptándose a un tipo de caos que se asemeja a los que perpetraron los terroristas de Al-Qaeda. De modo que si partimos de la idea que los pensamientos guían la conducta -principio defendido por las terapias atribucionales-, un cambio en el pensamiento de esta índole debe producir un cambio positivo en la conducta de su público objetivo. 

En sus últimas aventuras, James Bond no siempre acaba triunfando y el precio que debe pagar para hacer frente a las amenazas es muy alto, pero cree en sí mismo y en su causa y arriesga todo para conseguir sus metas. Bond muestra que es posible enfrentarse a los criminales y derrotarlos. A pesar que la lucha sea desalentadora, no acepta la derrota. No se rinde. Exhibe fuerza de carácter y capacidad de resistencia ante la adversidad. La voluntad individual y de pensamiento propio es equiparable a su fuerza moral de lo heroico, poseyendo un gran atractivo para el espectador. Al mostrarle cómo incluso los más poderosos tienen que esforzarse al máximo y sin descanso si desean triunfar, ayudándole a lidiar con los miedos que a todos nos acosan en el trato con el mundo.  




Domingo 8 de julio, 2012


Él es diferente



Brad Pitt encarna a Billy Beane en Moneyball: Rompiendo las reglas. Una oda deportiva que trata sobre aquellos que se atreven a ir en contra del sistema y ven el triunfo como algo pequeño del día a día



El pasado de Billy Beane, mostrado a través de flashback, es la de una joven promesa del béisbol que tuvo que escoger entre dos vidas: la de un estudiante con una beca para la universidad o la de un deportista de alto rendimiento. Beane, interpretado de mayor por Brad Pitt, recuerda abstraído la voz de un locutor radiofónico de un programa deportivo que relata su experiencia profesional de juventud. Mientras, en imagen, vemos al jugador de béisbol encolerizado y frustrado por intentar hacer bien las cosas y fallando en los momentos decisivos de los partidos.

La voz dicta sentencia: “No hay ningún equipo de béisbol que no hubiese apostado por este joven. No ha dado resultado. Pasa cada año. Algunos llegan y otros no. Pocos ojeadores son capaces de entrar en la mente de un joven y determinar si de verdad tiene confianza en su propia capacidad. Así que lo puedes contratar por sus habilidades, pero entonces tiene que tener éxito para ganar confianza. Y cuando tenga confianza, entonces, es cuando tendrá algo de verdad. Tomas una decisión en lo que ves. Luego no da resultado. Hay que pasar página. Así es el béisbol. Muchos son los llamados y pocos los elegidos”.

Las palabras del medio de comunicación son interiorizadas por el joven que intenta desesperadamente encarnar la imagen de éxito demandada por su entorno: una gesta protagonizada por unos pocos, que disponen de unos bienes materiales valiosos y en abundancia y son objeto de culto más allá de los resultados de su actividad profesional. Un estado idílico en el que no existe la crítica, solamente la exaltación del sentimiento de superioridad.

Moneyball: Rompiendo las reglas se distancia de este recurrente paradigma mediático-deportivo y centra su atención en la figura del perdedor que quiere cambiar el signo de su destino. Una película basada en hechos reales que fue escrita por el ex corredor de bolsa de Salomon Brothers, Michael Lewis, y adaptada por Steve Zaillian (Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres) y Aaron Sorkin (La Red Social) para la gran pantalla.



Brad Pitt interpreta al mánager deportivo Billy Beane.
La eterna lucha entre David y Goliat adquiere una nueva dimensión en la película de Bennett Miller.


El mundo es injusto


En la actualidad, Beane pasea sus pasiones y frustraciones siendo el director deportivo de los Oakland Athletics. Ante los escasos recursos económicos del club y el traspaso de los tres principales jugadores de la pasada campaña a equipos más ricos, el héroe persigue un ideal, hacer que el sistema sea más justo, y se sacrifica personalmente para lograr el objetivo. Sin embargo, no sabe cómo hacerlo hasta que conoce a Peter Brand, un licenciado en matemáticas de Yale, que le convence de la necesidad de seleccionar jugadores en función de patrones estadísticos y probabilísticos.

Brand es el único que percibe la situación de crisis de los Oakland como una oportunidad para innovar y crecer. Una actitud que contrasta claramente con las propuestas de los antiguos y viejos asesores del equipo. El magnífico guión de la película permite adentrarnos en los diferentes puntos de vista de los personajes a través de sus diálogos:



- Billy Beane: Bla, bla, bla…Tíos, no hacéis más que hablar. Como si esto fuera el pan de cada día. No lo es.
- Grady Fuson (jefe de ojeadores): Buscamos soluciones a un problema.
- Billy Beane: No. De esa manera no. Ni tan solo miráis el problema.
- Grady Fuson: Somos muy conscientes del problema.
- Billy Beane: Vale. ¿Cuál es el problema?
- Grady Fuson: Oye Billy. Aquí todos sabemos cuál es el problema. Hay que reemplazar…
- Billy Beane: ¿Cuál es el problema?
- Grady Fuson: El problema es que hay que reemplazar a tres jugadores clave de la alineación.
- Billy Beane: No. ¿Cuál es el problema?
- Asesor 2: El mismo de siempre. Buscar sustitutos para los jugadores que se han ido.
- Billy Beane: No. ¿Cuál es el problema?
- Asesor 3: Necesitamos 38 home runs, 120 carreras impulsadas y 47 dobles.
- Billy Beane (haciendo un sonido gutural conforme se ha equivocado): El problema que hay que solucionar es que existen equipos ricos y existen equipos pobres. Después hay 30 metros de mierda y en el fondo nosotros. Es un juego injusto. Ahora nos han desguazado. Somos como donantes de órganos para ricos. Boston nos ha quitado los riñones, los Yankees el corazón y vosotros os quedáis diciendo las chorradas de siempre sobre un buen físico. Como si vendiésemos calzoncillos. Como si buscáramos a Ricky Martin. Tenemos que pensar diferente. Somos el último cachorro en llegar a la teta. ¿Sabéis qué le pasa al renacuajo de la camada? Se muere.  


Ante esta situación, Billy Beane ejerce de líder transformacional. Según el Doctor en Psicología Bernard Bass, este tipo de líder discrepa con lo establecido y desea cambiarlo, propone una nueva alternativa que convence e ilusiona a sus colaboradores, usa medios no convencionales e innovadores para conseguir el cambio y tiene capacidad de asumir riesgos personales para la consecución del objetivo. Se trata de un líder que tiene la habilidad de modificar la escala de valores, las actitudes y las creencias de las personas que están a su alrededor.

El carisma es un elemento indispensable en el líder transformacional porque es lo que genera confianza en los demás. Según Bass, el carisma está relacionado con la capacidad emocional de comunicar a través de lo no verbal. La persona carismática expresa las emociones facialmente, no evita el contacto físico (toca a las otras personas y es tocado), tiene habilidad para la teatralidad y capacidad para influir con argumentos a sus seguidores. También manifiesta otra gran virtud: se siente cómodo en diferentes entornos sociales y transmite seguridad. Sabe que es el centro de atención y no se esconde ni incomoda.



La minoría y los medios de comunicación



La mayoría no reacciona nunca de primeras a favor de los planteamientos de la minoría. Una respuesta que no es racional, sino emocional. Un terreno propicio para el tipo de discurso que predomina en los medios de comunicación. En esta primera fase de confrontación con la mayoría, la minoría debe resistir en sus planteamientos porque si no lo hace desaparece. Una de las estrategias de los medios de comunicación para desacreditar los planteamientos de Beane es tergiversar su voluntad firme y coherente de cambio por el de una imposición dogmática. En un momento de la película, un locutor de radio afirma “el problema empieza por el mánager y sus cerebritos sumisos, creyéndose capaces de reinventar el béisbol”. Los responsables de los medios de comunicación son conocedores que las actitudes dogmáticas son percibidas muy negativamente por parte de la gente. Por tanto, atacar a un dogma es mucho más fácil que atacar a un discurso de argumentos claros, coherentes y convincentes como los que sostiene realmente Billy Beane. Pero la verdad no es importante.

La prensa deportiva realiza una cobertura interesada y limitada del deporte con el objetivo de impresionar (en el caso del éxito) o conmocionar (en el de la derrota) a sus receptores, recurriendo a la exageración de las emociones primarias para sacudir al público, prolongar su estadio emocional y estimular su consumo. Un tratamiento que se excede en opinión y es efímero en el momento que se quiere inscribir en un marco temporal y crítico. La razón de ello es comercial. Los medios de comunicación evitan apoyar puntos de vista controvertidos, que alteren el status quo dominante o que pudieran molestar a una parte representativa de su público objetivo.

Una minoría transigente y persistente permite traspasar la responsabilidad de hacer alguna cosa a la mayoría. En este contexto, algunos de los líderes de la mayoría se mostrarán abiertos a dialogar con los planteamientos de la minoría, mientras que otros, que no pueden permitirse perder la credibilidad y el poder que les infiere las personas que perciben negativamente las ideas de la minoría, se cerrarán en banda. La solución de este bloqueo responde a la necesidad de abrir una negociación constructiva y tácita. Los cambios se gestan lentamente y la minoría debe permanecer firme. 


Uno de los artífices de la racha de victorias consecutivas más amplia
 de un equipo en la historia del béisbol norteamericano.


Una victoria callada, personal e intransferible


A continuación, presentamos una conversación entre Billy Beane y su hija Casey en la cocina:


- Casey Beane: Papá, ¿es imposible que pierdas el trabajo, no?
- Billy Beane: ¿Qué?
- Casey Beane: Bueno, no sé. Sólo lo pensaba.
- Billy Beane: ¿Dónde has oído eso?
- Casey Beane: A veces miro cosas en Internet y…
- Billy Beane: Pues no lo hagas. No mires cosas en Internet, ni veas la tele, ni leas los periódicos, ni hables con personas.
- Casey Beane: No hablo con nadie. Sólo leo cosas.
- Billy Beane: Cariño, no pasa nada. Todo va bien. En serio, no te preocupes.
- Casey Beane: Pero si pierdes tu trabajo, ¿cambiarás de ciudad?
- Billy Beane: Cariño, no voy a perder mi trabajo. No tienes que preocuparte.
- Casey Beane (sin convencimiento): Vale.
- Billy Beane: Oye. No hay ningún problema. Alguno en las altas esferas, pero no son problemas de verdad. ¿No estás preocupada, verdad?
- Casey Beane: No, no lo estoy.



Este fragmento de diálogo muestra diferentes rasgos importantes de la personalidad de Billy Beane. El protagonista de Moneyball: Rompiendo las reglas es un padre atento y afectuoso que le preocupa que su hija esté inquieta por su situación. Casey idolatra a su progenitor y algunas veces, como en esta ocasión, lo trata como el adulto que, a veces, no parece ser. Por su parte, Beane sabe que ante la multiplicidad de soportes con los que los medios de comunicación llegan e influyen a los ciudadanos es imposible que su hija no conozca su dramática coyuntura profesional. El sentido del humor y la exageración constituyen una estrategia comunicativa inteligente y eficaz para contrarrestar el ruido mediático y demuestra, a su vez, que Beane no solamente es un líder revolucionario empeñado en cambiar las reglas injustas del deporte, sino que también, y por encima de todo, es un padre atento y empático con los problemas que afectan a su hija.

El desenlace de la película muestra la virtud del héroe que ante la encrucijada de hacer un auto-sacrificio personal o perder a la persona amada, antepone el bienestar y la felicidad de su hija. Billy Beane opta por ser un padre amante de su hija antes que un multimillonario revolucionario. Las palabras finales de gratitud de la hija son todo un principio de intenciones: “Me gusta que sigas perdiendo así, papá”.




Miércoles 4 de abril, 2012


Políticos en traje de campaña: el perfecto producto emocional



Los idus de marzo, la nueva incursión de George Clooney en el cine político, coincide en época de elecciones españolas



 
“Los más ricos de este país no pagan la parte que les toca. Y cuando se les pide que lo hagan, dicen que eso es socialismo. Usan frases como redistribución de la riqueza. Eso asusta al personal y no hace nada. Que conste en acta. Mi campaña está definitivamente en contra de esta redistribución de la riqueza para los más ricos promovida por nuestro Gobierno. Y eso es lo que voy a defender”. Este discurso no es de Alfredo Pérez Rubalcaba, es del senador que interpreta George Clooney en Los idus de marzo. El estreno en nuestras carteleras de este thriller político, que trata sobre la pérdida de la inocencia y la naturaleza corrupta del poder, coincide con la celebración de diferentes elecciones políticas españolas.

“La tesis final de la película es que un político puede tener unas ambiciones políticas loables, pero la estrategia que tiene que utilizar para llegar al poder le obliga a pervertirse. ¿El fin justifica los medios? La ética nos haría decir que no. Tienes que conseguir tus objetivos de la manera más honesta posible. Pero si todo está tan sucio que la única forma de lograrlo es corrompiéndote. Es una opción”, considera el Doctor en Periodismo, Secretario Académico de la Facultad Blanquerna y poseedor de una amplia trayectoria de proyectos de investigación sobre el tratamiento periodístico de la política catalana y vasca,  Enric Xicoy. En las elecciones del 38º Congreso Socialista, Rubalcaba y Chacón fueron los candidatos para alcanzar la secretaría general del Partido Socialista Obrero Español. La disputa se recrudeció tanto que ambos candidatos denunciaron presiones sistemáticas para conseguir votos. Hasta el punto que Chacón exclamó ante sus partidarios: “Me siento como Messi esquivando las patadas de Pepe”.

“Muchas veces se le achaca al político que no dice la verdad, pero cuando actúa debe valorar la repercusión que tendrán sus palabras y actos en el resto de la sociedad”, coinciden en declarar el grupo de alumnos del Máster en Comunicación Política y Social de Blanquerna consultados. La campaña en Andalucía ha estado muy marcada por el escándalo de los ERE y por la reforma laboral. El ex presidente del gobierno Felipe González se refirió a la corrupción para decir que “meter la pata es humano, pero meter la mano es indecente”. Sin embargo, diferenció que “es verdad que a los socialistas nos sale de vez en cuando un indecente, pero a la derecha le sale de vez en cuando un honrado”. Los alumnos y alumnas del Máster opinan que este tipo de declaraciones son habituales en unas elecciones. “Se llega más rápido a los votantes con las emociones. Es más fácil”, dice la periodista Marta Villaseca. “Una campaña electoral es como la publicidad: vendes un producto. ¿Cómo se venden los productos hoy en día? A través de las emociones”, razona la consultora en comunicación Angela Aguiló.

“A esto se reduce todo. A la integridad. A saber quiénes somos. Porque la imagen que presentamos ante el mundo importa. La dignidad importa. La integridad importa. Y nuestro futuro depende de eso”, declara el locuaz político interpretado por George Clooney. “Si sus principios no se adecúan al impacto social de sus decisiones, los políticos se los pasan por el forro y actúan buscando un bien determinado”, explica el graduado en Ciencias Políticas y de la Administración Marc Llorens. Una reflexión que concuerda con la idea controladora de Los idus de marzo e indica que los políticos se guían por aquella máxima de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.



George Clooney, en la imagen, se erige como una de las estrellas cinematográficas
 más comprometidas en la defensa de la conciencia liberal norteamericana.


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