El libro definitivo sobre James Bond

 
 

James Bond y el mito victoriano a día de hoy

Articulado en torno a una entrevista con uno de los mayores historiadores culturales de 007, Eduardo Valls, esta obra explora los aspectos más importantes de la saga cinematográfica y arroja nueva luz sobre algunos de los cambios que se han introducido para revitalizarla.

 

Índice

1. El despertar de las epifanías

2. Objetivos, estructura y metodología

3. Eduardo Valls: Al servicio no tan secreto de 007

4. James Bond: Estableciendo las bases

5. Cool Britannia: La era de Pierce Brosnan

6. Casino Royale: El renacimiento de James Bond

7. Quantum of Solace: La redención de James Bond

8. Skyfall: El Edipo de James Bond

9. Happy & Glorious: James Bond en los Juegos Olímpicos de Londres

10. Spectre: La emancipación de James Bond 

11. Sin tiempo para morir: El legado de James Bond

 

La reinvención del mito bondiano para una nueva generación de espectadores. Un acercamiento trágico a la soledad del espía que pudo amar.


Domingo 29 de enero, 2023 

  

1. El despertar de las epifanías

007 contra el Doctor No (1962) acaba de cumplir sesenta años desde su estreno en los cines. Esa primera película supuso la irrupción a la fama mundial de un desconocido Sean Connery, que encandiló al gran público y se consagró como la representación perfecta del personaje. Desde entonces, la mitografía de ese agente con licencia para matar evolucionó de tal manera que ha sido capaz de representar y negociar con casi todas las ansiedades culturales contenidas durante seis décadas, logrando adaptar el discurso a las circunstancias concretas de cada momento histórico por medio de una narrativa muy dúctil y maleable, pero al mismo tiempo eminentemente reconocible. 

Mi aterrizaje en la saga no llegó hasta mediados de los noventa, de la mano de Pierce Brosnan, y se intensificó la identificación con el personaje en los dos mil, por medio de Daniel Craig. Ambos tenemos treinta y ocho años. Yo, en la actualidad, y Daniel Craig, cuando interpretó por primera vez a ese indómito espía en uno de sus filmes más aclamados: Casino Royale (2006). Romances, amores, traiciones, venganzas, resurrecciones, secretos, revelaciones, ausencias, abandonos, renuncias y sacrificios se han ido sucediendo desde entonces a su última película. Demasiadas veces me he visto reflejado en las vicisitudes de ese hombre solitario, valiente e irremediablemente desubicado entre sus coetáneos.

El final de la era de Daniel Craig al frente de 007 merecía una despedida especial por mi parte. Sin tiempo para morir (2021) debió estrenarse mucho antes, en abril de 2020, pero no llegó a la gran pantalla hasta finales del siguiente año. En medio del gran lío que supuso la pandemia, me dediqué a leer bibliografía sobre James Bond y fue cuando casualmente llegó a mis manos el libro del madrileño Eduardo Valls: James Bond contra el Dr. Brexit (Guillermo Escolar, 2020). Me encantó la lúcida manera en la que el autor reflexiona en torno al fenómeno de James Bond y es capaz de explicar con fundamento la compleja actualidad del protagonista en unos tiempos políticos, sociales y culturales convulsos.  

Ahí fue cuando una idea vino a mi mente: ¿y si en vez de escribir otro ensayo sobre Bond, como lo había hecho anteriormente, le propongo una entrevista con la que poder repasar algunas claves de las películas y de la personalidad de la iteración encarnada por Daniel Craig? Cambiar el formato del estudio, me permitiría dialogar y confrontar ideas con un erudito. Eduardo Valls aceptó mi propuesta y le agradezco mucho su compromiso en participar en ello. Su valiosa aportación ha sido decisiva en lo que se refiere al resultado final del proyecto, superando mis expectativas más optimistas. Muchas gracias, Eduardo, por haber dedicado tu tiempo de manera desinteresada a responder mis preguntas. Espero que pronto podamos volver a colaborar juntos.

Agradezco también la implicación de los barceloneses, Fèlix Marrodàn y Jaume Recoder, y de la vilanovina, Marga Serra, por las magníficas fotos que me han tomado y editado para presentar el libro. A falta de Daniel Craig, qué mejor que contar con mi propia imagen para interpretar al más icónico agente británico. Un reconocimiento que hago extensible a mi amigo y experto en monarquías, Albert Salvador, por contribuir en la redacción de un texto sobre la trascendencia cultural de la reina Isabel II. Gracias a la colaboración de todos se ha podido materializar el libro que tienes en las manos. Por último, y antes de entrar en materia, terminaré estas líneas dedicando este monográfico a mi padre, Josep Mirabent, a mi madre, Imma Rodríguez, y a mi pastor alemán, Gaia.

 

Bond, James Bond. De izquierda a derecha: Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig.

 

2. Objetivos, estructura y metodología

Este proyecto tiene como principal objetivo analizar las claves de los filmes de James Bond. Principalmente, de aquellas películas protagonizadas por Daniel Craig. En los sesenta años de continuidad en la producción cinematográfica de la serie, James Bond ha ido variando sus características y adaptándose a los tiempos. Mediante una serie de preguntas enviadas por email a uno de los más reputados historiadores españoles del agente británico, Eduardo Valls, se examina cualitativamente un fenómeno que subsiste con fuerza y en constante evolución. De ahí que sea un texto de interés no sólo para el aficionado del espía creado por Ian Fleming, que identificará los distintos pasajes y aspectos que sacamos a colación, sino que también va dirigido a aquellos lectores que no están tan familiarizados en el personaje, pero que tienen inquietudes culturales sobre un fenómeno actual con múltiples capas y reminiscencias al pasado.

La aproximación adoptada, genuinamente interdisciplinar, parte de planteamientos propios de los estudios de comunicación y cinematografía, pero también involucra disciplinas científicas como la sociología, la filosofía, la literatura, la psicología, la antropología, la música o el arte. Esta aproximación permite aglutinar intereses, perspectivas y metodologías variadas dentro del marco de una misma investigación divulgativa. Las distintas imágenes y piezas audiovisuales, que se presentan junto al resto del texto, ayudan a favorecer el análisis y la comprensión de los comentarios de Eduardo Valls, como entrevistado, y yo mismo, como entrevistador. Unos recursos útiles para estimular la motivación y la sensibilización del lector -tanto del experto como del menos avezado en el tema- a seguir las explicaciones vertidas.

Las leyendas a pie de foto y de vídeo que figuran en el estudio sirven también para aportar más información sobre los temas. Cada una de ellas cuenta con características diferentes. Mientras que algunas tienen un valor meramente descriptivo, otras -la gran mayoría- aportan un contenido complementario, que suele ser extenso y evoca aspectos que quiero compartir como entrevistador y autor del texto. La necesidad de incorporar este recurso se originó por la limitación del modo en que se ha obtenido telemáticamente la información de la entrevista. Sin la presencialidad y la posibilidad de repreguntar alguna cuestión, se perdían ciertos matices de interés que quería tratar en la obra. En última instancia, y para que el lector pueda sumergirse en el discurso sin equívocos, este libro es un viaje personal a través de James Bond.  

Este matiz de la obra entronca directamente con otro de los objetivos que el estudio trata de abordar y concierne a Eduardo Valls y a mí mismo. La entrevista recoge las percepciones, opiniones y argumentos que corresponden a nuestro modo de pensar como sujetos, permitiendo al lector observar la construcción de nuevas significaciones que realizamos a partir del texto audiovisual original. No tendría mucho sentido dedicar tanto esfuerzo y dedicación en algo, que no tuviese mi impronta personal. Aunque ese discurso no se presente siempre explícito, discurre con asiduidad entre líneas y capas de texto distintas, como las huellas y los rastros que va dejando un lobo a su paso. Saco a relucir esa comparación porque para mí es un motivo de especial orgullo dedicar este tercer libro a Gaia, como lo hice en motivo de mi primer libro con Boss, mi primer gran amigo y compañero pastor alemán.

Antes de entrar en materia es preciso señalar que la obra que te estoy ofreciendo está ideada para publicarse como una serie web en mi blog. Publicaré todos los capítulos del monográfico en siete entregas y cada uno de esos capítulos estará constituido por siete bloques de preguntas, lo cual no es un asunto baladí, puesto que es el número icónico que acompaña a nuestro protagonista: 007. Una coincidencia numérica a la que sumar los sesenta años del estreno de Sean Connery en el personaje y los treinta ocho años de edad que comparto con Daniel Craig en el momento de rodar su primera película de la franquicia. Bien sea por una cuestión de superstición, o porque una determinada cifra puede asociarnos a diferentes acontecimientos importantes de la vida, espero que sea un motivo más para que disfrutes de la lectura.

 

Sometimes, the old ways are the best.


3. Eduardo Valls: Al servicio no tan secreto de 007

 


 

001. Uno de los aspectos que más me ha gustado de su obra es la habilidad que tiene por tratar el fenómeno de James Bond a través de distintas ciencias humanas. El conocimiento que uno extrae de la lectura procede de bases sólidas del pensamiento y resulta un auténtico gozo verlas aplicadas en una figura a la que ambos admiramos. ¿De dónde viene esa fascinación por el personaje?

Mi fascinación por el personaje tiene dos orígenes: la infancia y mi interés por la crítica literaria y cinematográfica. La fascinación personal se remonta a la infancia. La primera película que vi de James Bond fue Panorama para matar (1985), que me pareció un espectáculo inigualable (y eso que no es de las entradas con mejor acogida por parte de la crítica). La vi con nueve años, de modo que el recuerdo queda asociado a un estadio de crecimiento muy dado a ser revisado desde la nostalgia. Dos años después vi 007: Alta Tensión (1987), la primera entrada de Timothy Dalton, que fue la primera película que vi solo en el cine, de modo que, en mi memoria, ha quedado grabada como el centro de un rito de paso a la adolescencia. Más allá de la fascinación personal, sin embargo, está, de otra parte, la fascinación intelectual. Esa empezó mucho más tarde, naturalmente, cuando empecé a percibir la profundidad semiótica del personaje en relación con distintos ámbitos críticos, socio-culturales, geopolíticos y demás. Es decir, este interés intelectual surgió cuando empecé a comprender que Bond es una aserción de lo británico en relación con el mundo global.

 

002. El libro plantea distintos contextos culturales donde analizar la figura de James Bond, partiendo desde su primera representación en el cine, encarnada por Sean Connery, a las evoluciones más actuales de Pierce Brosnan y Daniel Craig. ¿Cuál es su 007 favorito?

Timothy Dalton, por lo dicho en la respuesta anterior, pero también porque fue el primer intento (mal entendido) de explorar psicológicamente al personaje del modo en que recientemente se ha explorado en la serie de Daniel Craig.


003. Es padre de dos niños pequeños. ¿Muestran interés por conocer la figura de James Bond o es algo que quiere abordar con ellos cuando sean mayores? ¿Qué cualidades del personaje le gustaría que tuviesen de adultos? ¿Y cuáles no tanto? 

Todavía no se han hecho muy conscientes del personaje, pero tengo ilusión para que lo descubramos juntos. Y digo bien, “descubramos”. Estoy seguro de que, a través de sus ojos, yo también lo descubriré de nuevo. El personaje tiene muchas más aristas de lo que se cree comúnmente y sus cualidades varían según las iteraciones que se quiera analizar (no es lo mismo el Bond de las novelas de Fleming, que el Bond de Roger Moore, que el Bond de las novelas de Horowitz, por citar unos pocos) y eso vale tanto para entender los rasgos más atractivos como para rechazar de manera crítica los rasgos menos atractivos del personaje. Para mí es muy difícil no ver al personaje de una manera holística, integrando todas sus partes. Con todo, su misoginia más o menos inveterada (entre otras cuestiones) es algo que conviene rechazar de plano. 

 

 

En el artículo “El verdadero secreto de 007” (La Vanguardia, 29/11/2008), el periodista Piergiorgio M. Sandri formula la siguiente pregunta a Chiara Simonelli, sexóloga y profesora de la Universidad de Roma La Sapienza: ¿Cómo es posible que este hombre violento y un tanto machista sea tan querido entre las mujeres? La respuesta de la académica dista mucho del discurso de corrección política impuesto por nuestros gobernantes: “James Bond es guapo, sexy y sabe desenvolverse en cada situación. Es un ganador y un canalla adorable. Precisamente por ser poco de fiar y alérgico a las relaciones estables, ese tipo de hombre excita una cierta competición femenina. Las mujeres pensamos: “Conseguiré conquistarle para que le entren ganas de formar una familia y ser fiel”, algo que no suele suceder, claro. Las mujeres tenemos a veces ideas de omnipotencia, pretendemos que alguien como Bond caiga a nuestros pies, porque muy pocas veces somos capaces de decir a nosotras mismas: “Disfruto de una mera aventura sin perspectivas”.

 

004. A propósito del estreno de Sin tiempo para morir (2021), se han publicado los sempiternos listados sobre las mejores y peores películas de la saga. No es un formato periodístico que me atraiga especialmente porque suele servir como vehículo para que el autor de turno proyecte sus filias y fobias sin demasiada argumentación. Excluyendo el ciclo de películas de Daniel Craig, que ya abordaremos con mayor detalle posteriormente, Goldfinger (1964), Desde Rusia con amor (1963), La espía que me amó (1977), 007 contra el Doctor No (1962), Al servicio secreto de Su Majestad (1969) o GoldenEye (1995) son algunas de las mejor valoradas. Mientras que Panorama para matar (1985), Diamantes para la eternidad (1971) o Muere otro día (2002) son de las peor consideradas. Teniendo en cuenta que es un destacado bondólogo, profesión fundada por el filósofo Umberto Eco, me gustaría conocer su opinión sobre la película que considere más y menos redonda de la saga.   

Tampoco soy muy aficionado a listas de ningún tipo, principalmente porque reducen una experiencia estética a cumplir unas condiciones predeterminadas. Normalmente esas listas tienden a privilegiar una metanarrativa mitológica muy concreta. El público actual ya no se acordará, pero el debate típico de los años ochenta sobre quién era el mejor Bond de la historia (Roger Moore o Sean Connery) tenía también más que ver con circunstancias geopolíticas (¿Inglaterra (Moore) o Escocia (Connery)?) o ideológicas (los liberales sesenta (Connery) contra los conservadores ochenta (Moore); clases altas (Moore) contra clases bajas (Connery)) que con cuestiones estéticas, las cuales, para que se entienda, siempre son el disfraz tras el que se ocultan estas cuestiones culturales, las que verdaderamente se dilucidan en una supuesta divergencia de gustos en cuanto a iteraciones del personaje. En cuanto a la película más redonda o menos redonda, me cuesta decidir porque no logro sentarme a ver ninguna sin que me diga algo en su contexto cultural. Recientemente se han vuelto a proyectar en salas las diez primeras películas de la serie en el Reino Unido y aunque Goldfinger (1964) sigue siendo la que más público atrae, la segunda o tercera en taquilla ha resultado ser Al servicio secreto de su majestad (1969), con George Lazenby de Bond, quizá en parte porque gira en torno a la amenaza de una pandemia global controlada por una organización terrorista, un miedo cultural que hemos integrado de forma global recientemente. Visto en términos de narración cinematográfica, la segunda parte de Desde Rusia con amor (1963) me parece que tiene un ritmo difícil de igualar por parte de cualquier otra. Visto en términos de impacto cultural, no parece que El mañana nunca muere (1997), Diamantes para la eternidad (1971) o Quantum of Solace (2008) hayan dejado mucha huella. En general, algunas películas de los sesenta (no todas) parecen ir por delante de los tiempos cinematográficos (particularmente Goldfinger (1964), claro), de modo que acaba generando imitadores por doquier; mientras que las películas de décadas siguientes parecen ir por detrás, adaptándose ellas a otras tendencias culturales. Con todo, Casino Royale (2006) quizá esté entre las que cuenta con registros de mayor profundidad y hay argumentos sensatos para sostener que la quintaesencia de la serie acaso sea Moonraker (1979).

 

 

Goldfinger: La cinta dispone de imágenes míticas, no únicamente de la saga, sino de la historia del cine. Como es el caso de la escena en la que Jill Masterson (Shirley Eaton) muere ahogada en oro. Su cuerpo dorado yace sobre el colchón de una cama ante la atónita mirada de James Bond. El filme, que costó 3 millones de dólares y recaudó 51 millones de dólares en todo el mundo, posibilitó que James Bond fuera definitivamente reconocido en cualquier parte del planeta. Tal fue la magnitud del éxito que Sean Connery se convirtió en la primera estrella masculina británica en ser número uno en la taquilla estadounidense.

 

005. En 007 contra el Dr. No (1962), Ursula Andress sale del agua en biquini cantando “Underneath the mango tree” y Sean Connery contempla lascivamente su cuerpo mojado. En Muere otro día (2002), Halle Berry surge del mar en biquini y Pierce Brosnan observa su voluptuosa figura desde la orilla de la playa. En Casino Royale (2006), Daniel Craig aparece dos veces en bañador y es objeto de las miradas indiscriminadas de Caterina Murino y Eva Green. Según comenta en el capítulo titulado #MeToo7, los roles de género han cambiado con Daniel Craig porque adopta elementos que antes iban destinados únicamente a las mujeres. Ahora él es el verdadero objeto sexual de la película. ¿Qué personaje femenino es su favorito de la saga y por qué?

Lo que ha cambiado es la dirección de la mirada, de modo que la objetivación del deseo se orienta hacia Bond, no desde Bond. El significado que construya luego la mirada en términos de género es otra cosa. En cuanto al personaje femenino, me ocurre lo mismo que con la pregunta anterior, me cuesta demasiado elegir porque todas ellas aportan matices precisamente a la construcción (¡y la deconstrucción!) de la mirada. Quizá deba decir Tracey Di Vicenzo (Al servicio secreto de su majestad, 1969, interpretado por Diana Rigg), pues articula conflictos personales (con su padre, con el propio Bond) que sólo resuelve aseverando su propia independencia (muy compleja y llena de matices).

 

Ursula Andress sujetando su inmaculada concha blanca. Era como Venus de Sandro Botticelli. Pero, en vez de salir completamente desnuda tras surgir de las aguas del Caribe, iba vestida con un cinturón de buzo, un biquini blanco y un cuchillo envainado. Esa es la imagen de la primera chica Bond en los sesenta.

 

006. Desde Goldfinger (1964), todas las entregas posteriores han seguido el mismo ritual: la pantalla se vuelve negra tras una secuencia de acción trepidante y la audiencia pasa varios minutos absorbiendo créditos de apertura abstractos con una canción interpretada por una estrella de la música y compuesta especialmente para el filme. Artistas de renombre como Shirley Bassey, Tom Jones, Paul McCartney, Carly Simon, Duran Duran, Gladys Knight o, la más reciente, Billie Eilish han catapultado los temas de Bond a lo más alto de las listas de ventas de todo el mundo. ¿Cuál es su canción favorita de la saga y por qué?

Mi canción preferida es A View to A Kill (Duran Duran, 1985) por la cualidad abstracta de su letra, y porque la asocio a mi infancia. Por otra parte, hay un argumento sensato en sostener que la canción arquetípica de Bond es You Only Live Twice (Nancy Sinatra, 1967): no solamente encarna la voz incorpórea femenina (condición que es casi norma en los temas de James Bond), sino que trae a colación interesantes cuestiones hermenéuticas esenciales para la serie: representación cultural (canta una voz occidental sobre imágenes tópicas de lo femenino asiático), concepción de la serie como una manifestación neocolonial, una letra abstracta sobre la naturaleza del deseo en tanto motivación y devenir... Otros tendrán sus preferidas, pero ésta me parece que encarna perfectamente ciertos problemas culturales del personaje, al menos en los sesenta.


007. La despedida de Daniel Craig en el papel de James Bond implica que se termine el emocionante pulso mantenido con Tom Cruise y su Ethan Hunt de Misión: Imposible en pos de erigirse en la saga de espías actual más dramática y espectacular de la gran pantalla. Ambos actores se han dejado literalmente los huesos en los rodajes para interpretar las escenas de riesgo. El tercero en discordia, Jason Bourne de Matt Damon, se ha quedado atrás con la última y un tanto irregular entrega estrenada en 2016.

Este escenario contrasta con la época de Sean Connery, George Lazenby y Roger Moore. Entonces, los filmes de 007 eran los únicos que innovaban en la puesta en escena de la acción. Timothy Dalton y Pierce Brosnan ya tuvieron que vérselas con John McClane de Bruce Willis y Martin Riggs de Mel Gibson, pero ahora se ha agudizado la competencia y, pese a los avances en los efectos especiales, la audiencia es mucho más difícil de sorprender. ¿Qué escena de acción recuerda con especial asombro de la saga de James Bond?

De entrada, debo decir que no hay Casino Royale ni Quantum of Solace sin Jason Bourne. Tanto es así que Casino Royale comparte director de segunda unidad (Alexander Witt) con El caso Bourne (The Bourne Identity, 2002) y Quantum of Solace (2008) lo comparte con El mito de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) (Dan Bradley). Este es un buen ejemplo de cómo el Bond de las décadas posteriores a los sesenta va un paso por detrás de otras tendencias. El hiperrealismo de la violencia en Bourne es novedad; el mismo hiperrealismo en Casino Royale no tanto, aunque sí creo que los responsables de Casino Royale saben integrar ese mismo hiperrealismo en un contexto de fantasía geopolítica (algo que no concierne a Bourne) sobre las relaciones entre lo invisible, lo elíptico (la red financiera mundial) y la amenaza visible (terrorismo) y eso sí es novedad en una película que se ocupa de analizar la “elipsis” (insisto, lo elíptico, lo que no se ve) con un elemento tan visible: la violencia expresionista. La persecución inicial del terrorista Mollaka me parece un buen ejemplo de todo esto.

 

¿Cómo describir a 007 sin palabras y sólo a través de la acción? La secuencia de la persecución de Mollaka en Madagascar es un espectáculo grandioso, pero también exhibe una narración muy bien construida que permite conocer el carácter de la nueva iteración de Daniel Craig sin necesitar de diálogos superfluos. Es un gran ejemplo para tratar una máxima en el mundo del guión cinematográfico que dice que no debe utilizarse un diálogo si puede ser sustituido por una expresión visual cargada de significación y simbolismo. 

 


 

Acto 1: El mundo ordinario: una misión bajo control

El primer acto de la secuencia arranca con una breve exposición. Bond y el agente Carter (Joseph Millson) aguardan cautamente los movimientos de un terrorista experto en bombas, Mollaka (Sebastien Foucan), que apuesta dinero en una pelea entre una serpiente y una mangosta. El jolgorio del público y las apuestas se intensifican cada vez que el reptil clava los colmillos en el cuerpo del mamífero. Tras recibir un mensaje de móvil con la palabra enigmática ELLIPSIS, Mollaka abandona el gentío de las gradas y advierte que está siendo vigilado por Carter, que comete errores de bulto como mirarlo fijamente o tocarse la oreja para reportar a su colega. Una inexperiencia que revela la tapadera de los agentes y provoca la huida del criminal. Bond ordena a Carter que guarde su arma porque lo necesita vivo para interrogarle, revelando que la única manera de cumplir con la misión es apresarlo con vida.

Mirada concentrada, respiración contenida, músculos preparados para iniciar el combate. James Bond espera pacientemente a que Mollaka salga fuera de su campo de control visual. Una vez cruza ese umbral, el agente británico empieza una carrera frenética para capturarlo, percatándose rápidamente de que el terrorista no es sólo un experto en explosivos, sino que también se desenvuelve a la perfección en las disciplinas del free running y parkour, permitiéndole esquivar por medio de acrobacias los obstáculos que se encuentra a su paso. Esas habilidades contrastan con las de su tenaz perseguidor, que es retado a enfrentarse en ese campo o a imponer sus propias reglas. Una disyuntiva que será desvelada en el segundo acto cuando Bond entre dentro de una parcela de un edificio en construcción.



Acto 2: Los peligros del mundo especial



En este instante, el protagonista se ha internado en el misterioso e incierto mundo especial, donde tendrá que tomar decisiones cada vez más arriesgadas para superar los obstáculos que le separan del objetivo. Unas acciones que revelarán aspectos de sus fortalezas y debilidades personales a la audiencia. Según indica el guionista Robert McKee en El guión (Alba Editorial, 2015): “El verdadero carácter se desvela a través de las opciones que se eligen bajo presión: cuanto mayor sea la presión, más profunda será la revelación”. El alter ego de Craig se encuentra de cuclillas cuando ve al terrorista escapar hacia un edificio en obras. Entorna los ojos y clava su mirada en una excavadora que se cruza delante de él.

Mientras tanto, Mollaka recupera el aliento detrás de unos enormes tubos de drenaje y desenfunda una pistola con la intención de terminar con la vida de su obstinado perseguidor. Todo parece calmado hasta que un estruendo precede a un alud de escombros que se dirigen a su posición. El espía al mando de la excavadora arrasa con todo a su paso en un intento de acorralarlo. Cabe destacar la ausencia de miedo de Bond a los disparos que impactan cerca de su cabeza, evidenciando su determinación y temple ante el peligro, pero también mostrando un defecto de su personalidad que será comentado posteriormente por la máxima autoridad del MI6. M (Judi Dench) recrimina a James Bond del siguiente modo: “Tal vez sea complicado para que una apisonadora como tú lo entienda, pero la arrogancia y la introspección suelen ser incompatibles”. Un rasgo en la personalidad de Bond que el público ha podido apreciar con anterioridad por medio de esta secuencia en la que el protagonista se comporta literalmente como una apisonadora.

Tras la desenfrenada embestida de la pala de la excavadora, la única vía de escape de Mollaka es trepar a través de los muros de carga y el armazón de vigas del edificio en construcción. Bond sigue sus pasos, creando caminos y soluciones para interceptarlo. Como, por ejemplo, cuando utiliza el brazo de un camión grúa para correr hacia donde se encuentra el terrorista, quien golpea a un operario y lo hace caer al suelo junto a un tanque de gas que explota. Mollaka aprovecha ese caos para encaramarse al carro de la pluma de una grúa torre y escalar con la ayuda de los cables de acero para llegar a la zona más alta. 007 sigue sus pasos y salta encima de la carga de materiales que sostiene ese carro. Pero en vez de trepar por los cables, el espía opta por una solución que le permita recortar la distancia que le aventaja su rival. Primero, suelta el lastre de la carga. Segundo, manipula con una patada el dispositivo que controla el sistema de elevación. Y tercero, subido al carro de la pluma asciende como si fuera una persiana corredera. Es un hombre con ingenio. 

 


En lo alto de la grúa torre, Bond y Mollaka se encuentran cara a cara. El antagonista comienza el duelo intentando dispararle, pero se ha quedado sin munición. Así que opta por arrojar la pistola contra su enemigo para hacerle caer al precipicio. Una acción fútil debido a sus reflejos, que le permiten cogerla al vuelo y devolvérsela. Estas acciones establecen un vínculo personal entre ambos sin la necesidad de recurrir a diálogos explicativos, que serían redundantes y romperían el ritmo de la secuencia. La disputa continúa con un intercambio de puñetazos y un vencedor inesperado. Mollaka empuja fuera de la pasarela a Bond, que se aferra de milagro al borde colgante. La audiencia llega a este momento de crisis llena de expectación e incertidumbre. Bond consigue apoyar una pierna en el extremo, se aúpa con apuros y mira lo que hay. Mollaka ha saltado a la pluma de una grúa contigua y de ahí, con otro brinco imposible, al tejado de otro edificio en obras. Sin pensárselo dos veces, el espía muestra una enorme temeridad saltando a la pasarela de la segunda grúa, provocando que su cuerpo golpee torpemente contra la estructura metálica y vuelva a colgar del abismo. Nuevamente, se sobrepone y realiza otro salto al tejado, que es aún peor que el precedente. James Bond se precipita dando tumbos por el suelo hasta terminar mordiendo el polvo. Desde ahí abajo, advierte como ese demonio con la cara quemada vuelve a cogerle distancia. Se levanta y continúa persiguiéndolo. No hay duda que bajo la superficie de la caracterización, vemos que el espía interpretado por Daniel Craig es alguien ingenioso, valiente, provocador y altamente expeditivo, pero también es un individuo vulnerable, inmaduro e imprudente.

 


 

Unos pisos por debajo del tejado, entre escaleras que bajan de un salto y operarios que sortean como conos, el agente persigue a toda velocidad al terrorista, quien sigue demostrando un talento prodigioso para deslizarse de un lado para otro, como una serpiente, ya sea por el hueco de un ascensor o por la pequeña abertura superior de una pared maestra. James Bond le pisa los talones y encuentra una solución para superar el obstáculo del muro. Lejos de la filigrana acrobática del otro, el espía británico se abre camino destrozando la pared. En este caso, el encuadre, el movimiento de cámara y el desplazamiento del actor se coordinan ya no para dramatizar la irrupción de Bond, sino para dramatizar el modo en cómo aparece. Sus habilidades vuelven a destacar en contraste a las de su contrario, pero también sirven como marco de comparación con las estrellas previas que encarnaron al personaje en la saga. Ninguna otra iteración de 007 se había mostrado con semejante contundencia.

Este James Bond es imposible de detener. Una verdadera y salvaje fuerza de la naturaleza. Sus brazos y piernas están entrenadas para entrar en el combate cuerpo a cuerpo a muerte, sirviéndose de su audacia, sin ningún artilugio tecnológico, para superar cualquier obstáculo. Su apuesta por utilizar un andamio hidráulico para bajar a tierra firme, en vez de imitar el brinco del villano por un montacargas, es un ejemplo más de su portentosa agudeza mental. Una vez a pie de calle, la persecución se reanuda por medio de una carrera de fondo. Ambos personajes dejan atrás el edificio en construcción y avanzan frenéticamente hacia el tercer acto de la secuencia.



Acto 3: La batalla contra las fuerzas más hostiles

James Bond tendrá el encuentro definitivo con la muerte en este tercer acto, cuando se adentre en el lugar más peligroso e inicie la batalla decisiva contra los enemigos más hostiles. Una embajada repleta de guardias adquiere la misma carga simbólica que los laberintos y las cavernas profundas, lugares donde los héroes del pasado se enfrentaban a bestias míticas, según relatan los textos religiosos y mitológicos.

En la calle, oculto encima de la parte trasera de una furgoneta en marcha, James Bond observa el interior de la embajada de Nambutu -una nación africana imaginaria-, donde el terrorista entra sin darse cuenta que está siendo vigilado desde el exterior. Con un salto, Bond aterriza sobre el césped del recinto y va directo hacia el despacho del embajador, quien va a recibir en persona al fabricante de explosivos. Como ya he indicado previamente, las acciones de este 007 no se caracterizan por la diplomacia y una prueba más de ello se encuentra cuando estampa la cabeza del político contra una estatua de su busto de bronce. Con la pistola del embajador en las manos, 007 coge el brazo de Mollaka y tira de él con tal de salir lo más rápido de ahí.

Entretanto, el embajador ha pulsado el botón de la alarma y las sirenas han alertado a un numeroso pelotón de guardias, que no tardan en abrir fuego contra el intruso y su acompañante forzoso. Uno de los proyectiles impacta en la pierna de Mollaka pero ni con esas es soltado por el agente, quien lo introduce por un pasillo hasta llegar a una oficina. Bond encarna la figura de los paladines de antes, que se desvivían por internarse en castillos, luchar con dragones malvados y liberar a princesas indefensas. No importa que el rol de la doncella haya recaído ahora sobre un terrorista, cuyo empleo consiste en matar a inocentes. Ni tampoco es motivo de sorpresa que ese maleante desee acabar con la vida del caballero. Lo significativo de la propuesta es que la finalidad de la aventura sigue siendo el mismo de siempre y radica en escapar de esa sombría guarida con vida.

 


 

El clímax del tercer acto: La decisión más importante y reveladora

Sin pensárselo dos veces, James Bond arroja a Mollaka por una ventana que enlaza a un patio y, después, se abalanza hacia él. Ha venido a apresarlo y no está dispuesto a dejarlo escapar. Ambos avanzan hacia el centro del patio, pero una verja cierra el paso al exterior de la calle. Todas las salidas parecen estar bloqueadas, o al menos, eso creen los guardias del edificio, quienes tienen en la mira de sus rifles al intruso que, a su vez, encañona al rehén malherido. “El dilema se plantea al protagonista quien, al verse cara a cara con las fuerzas antagonistas más poderosas, debe tomar la difícil decisión de realizar una acción u otra en un último esfuerzo por alcanzar el objeto de su deseo”, comenta el guionista Robert McKee en El guión. La música de tensión formada por metales y percusión del compositor David Arnold, que ha acompañado al espía durante toda la secuencia de acción, se detiene para dar paso a un silencio musical que enfatiza la última y crucial elección que debe tomar.

James Bond examina a su alrededor y no muestra ninguna vacilación ante los militares. Sobre esa forma de comportarse ante el peligro, Daniel Craig revela un detalle clave en una entrevista cuando se refirió a las fuentes que utilizó como inspiración para interpretar a 007. El británico leyó todas las novelas de Ian Fleming, pero sobre todo cogió de referencia a los agentes del Mossad, que participaron en Múnich (2005) de Steven Spielberg. “Esos sujetos echan un vistazo. Luego caminan hacia el interior de una habitación y muy delicadamente revisan el perímetro en busca de una salida. Algo así es lo que quería para Bond, que acaba de salir del servicio secreto convertido en un asesino. Puedes verlos y lo sabes: “¡Oh, mira, es un asesino!”, explica con ironía Daniel Craig.

El embajador está desconcertado por la actitud del forastero y esa intranquilidad se nota en su voz cuando le reclama que suelte la pistola, que es suya, y libere al rehén malherido. “Cómo decida ahora el protagonista nos dará la visión más importante de su naturaleza más profunda, la expresión última de su humanidad”, indica Robert McKee en el libro El guión. Después de un silencio incómodo, el agente parece ceder y accede a la petición, tirando el revólver al suelo y empujando al terrorista a su vera en señal de rendición. Una acción que, sin embargo, es utilizada para dar un repentino vuelco a la situación. El espía saca su arma, que llevaba oculta en la cintura, y dispara a quemarropa a Mollaka. Luego, vuelve a abrir fuego contra unos tanques de propano situados en la fachada, provocando una explosión. Por último, utiliza ese momento de caos para fugarse por la verja que hay detrás de él.

Desde la perspectiva del personaje hay dos opciones que le resultan deseables -escapar y capturar al terrorista con vida-, pero las circunstancias le fuerzan a escoger una de ellas, optando por huir y matar al enemigo. Se trata de un mal menor porque de lo contrario el protagonista tendría todas las papeletas de ser capturado y ejecutado. De modo que elige la opción menos mala que constituye un triunfo en lo personal, ya que ha ganado a su rival, pero es una derrota en su posición dentro del grupo, dado que el MI6 ya no podrá interrogarle y conocer los detalles de su próximo ataque. Esta secuencia resume el marco en el que se moverá la película y que marcará el devenir del protagonista en la misma. Pensar y actuar con valor es una gran virtud, pero si se hace sin control lleva a la autodestrucción.

 



La resolución: Las acciones tienen implicaciones personales

Finalmente, la secuencia termina con un desenlace rápido donde James Bond se esconde y hurga en la mochila del terrorista para encontrar su móvil. Un registro más a fondo del aparato revela el contenido del último mensaje recibido. Se trata de la palabra ELLIPSIS y representa un punto de partida para la investigación. Ese es el premio que obtiene el protagonista por superar los obstáculos de esta misión y que el guionista Christopher Vogler identifica bajo el término de elixir en su análisis sobre el viaje del héroe. Un elemento clave que constituye una información útil para seguir en la brecha y volver con garantías al mundo ordinario de James Bond.

Un lugar situado en Londres, pero que sorprende por no tratarse del cuartel general del MI6, cuya elección sería previsible en cualquiera otra película de la saga, sino del hogar de su jefa y madre a tiempo parcial M -detalle que refleja la voluntad de realizar un acercamiento más personal a los personajes-. Lo que le espera al llegar a ese apartamento no son precisamente palmaditas en la espalda, sino una reprimenda por no saber calibrar los efectos de sus acciones. Una diatriba que será repetida por Vesper Lynd (Eva Green) cuando pierda el dinero del gobierno ante Le Chiffre (Mads Mikkelsen) en una arriesgada mano de póker: “Has perdido por tu ego y él no te permite aceptarlo. A eso se resume todo. Lo único que harás es seguir perdiendo”. M y Vesper, las mujeres de 007 en Casino Royale, ponen de manifiesto sus defectos en una historia donde el protagonista deberá alcanzar la madurez como agente.

Toda la película está explicada en esta secuencia de acción sin diálogos.

 

La química entre Daniel Craig y Eva Green es una de las razones del éxito de Casino Royale.

 

Domingo 12 de febrero, 2023 

 

4. James Bond: Estableciendo las bases

En estas imágenes, encarno a Sean Connery en una de las escenas más icónicas de la saga 007. La acción empieza con un punto blanco sobre fondo negro siguiendo a James Bond hasta el centro de la pantalla. Entonces, el espía se detiene y dispara a cámara con un rápido y certero gesto. La sangre brota del cañón de la pistola, señal inequívoca de que el enemigo ha sido abatido. Ningún fotógrafo ha sufrido daño alguno durante la sesión fotográfica. 

Sean Connery entra en escena en este capítulo como el primer James Bond. Su legado cinematográfico comienza en la década de los sesenta, cuando estrenó Doctor No (1962), y fue ampliando su repertorio de personajes icónicos a lo largo de las siguientes décadas hasta convertirse en el padre por antonomasia del héroe del cine moderno. Me uno al sentido homenaje de su fallecimiento con el recuerdo de haber crecido viéndole instruir a: Harrison Ford, en Indiana Jones y la última cruzada (1989), Kevin Costner, en Los intocables de Eliot Ness (1987) y Robin Hood: príncipe de los ladrones (1991), Richard Gere, en El primer caballero (1995), o Nicolas Cage, en La Roca (1996).
 


001. Unos puntos en la pantalla se convierten en el cañón de un arma. Sientes que te envuelve la adrenalina. Un hombre con traje aparece andando y el cañón empieza a seguir sus pasos. Te esperan emociones fuertes. Ese varón se gira hacia el cañón, saca una pistola y dispara. Una cortina de sangre se desliza frente tuyo. Se trata de la secuencia de cabecera de la saga y no sería igual sin la música del compositor John Barry, artífice de una melodía única que acompañaría para siempre a 007.

El músico Jaime Altozano señala la convergencia de dos elementos esenciales del personaje en ese tema musical. Por un lado, hay la parte de su personalidad que se toma la justicia por su mano y se asemeja a un cowboy solitario. Eso se lo proporciona el arreglo de la canción donde suena la guitarra eléctrica de Vic Flick y remite a clásicos del spaghetti western como El bueno, el feo y el malo (1966) de Ennio Morricone. Pero la identidad del agente no estaría completa sin el otro componente clave, que es la parte elegante, sofisticada y seductora. Esa otra mitad se la facilita el arreglo de jazz que añade John Barry a partir del tema original de Monty Norman. La mezcla de esos dos estilos, aparentemente antagónicos, es lo que da vida a James Bond. Como especialista en hermenéutica, ¿considera que John Barry logró evocar con éxito los contrastes básicos del James Bond literario en el James Bond cinematográfico?  ¿Opina que la música y el audiovisual permiten explorar ideas de manera más sugerente que otros campos humanísticos más tradicionales?

La función del tema de Monty Norman, autor del tema principal de James Bond, y la música de John Barry no se pueden estimar lo suficiente. El tema principal funciona a la manera de un leitmotiv wagneriano de modo que proyecta una función cinemática en la banda sonora que trabaja muy bien al servicio de la exploración del personaje en su contexto. La música de John Barry amplifica esta función. Su uso de la cuerda grave y del viento metal son también wagnerianos, y coadyuvan a construir la masculinidad del personaje a través de los ecos culturales que traen de la orquestación tardorromántica. Por cierto, no conviene olvidarse de David Arnold, responsable de cinco bandas sonoras -desde El mañana nunca muere (1997) hasta Quantum of Solace (2008)-. Arnold es mucho más ecléctico que Barry en muchos aspectos y por tanto se adapta mejor a las diferentes iteraciones que se dan entre los noventa y los dos mil. Por otra parte, pienso personalmente que cada medio de transmisión cultural tiene sus códigos, su desarrollo y sus funciones sociales. Las novelas de James Bond exploran sus temas con sus propios códigos; el cine y otras manifestaciones audiovisuales lo hacen con los suyos.



En 1962, las películas más vistas en Gran Bretaña fueron: Lawrence de Arabia, de David Lean, un retrato melancólico y romántico sobre la nobleza del Imperio británico en su crepúsculo, y Dr. No, de Terence Young, primera entrega sobre un personaje que fue ideado por el aristócrata y ex agente del servicio secreto Ian Fleming. Mientras la épica de David Lean ofrecía un canto de cisne a la sociedad británica acerca de “lo que fuimos”, el James Bond de Sean Connery encarnaba una versión cínica, sofisticada, canalla y adinerada del héroe victoriano en una variante abiertamente sexualizada. En un Londres que estaba cambiando los héroes de Charles Dickens por Mick Jagger, 007 era el referente cinematográfico en quien proyectarse a partir de entonces.


002. Usted ha investigado los valores primigenios que fundamentaron la personalidad de 007 en James Bond contra el Dr. Brexit. Y para ello se remonta tan lejos como en el siglo XIX para comentar la idea de responsabilidad en la cultura victoriana. Ahí considera que está su génesis, junto a la épica de los grandes hombres, teorizada por autores como el filósofo escocés Thomas Carlyle, donde se materializaban las aspiraciones patrióticas del Imperio británico. En ese imaginario de grandeza, y a través del vaso conductor que constituyen los principios insoslayables del héroe victoriano, resulta cuanto menos sorprendente que Carlyle conciba la honradez y el heroísmo como un deber personal con la verdad. ¿Por qué cree que ha calado y trascendido ese concepto en la identidad de Bond? ¿Considera que todos los Bond cinematográficos evocan con la misma fuerza ese concepto ético de la cultura victoriana?

James Bond es un significante móvil, cuyo significado cambia en todas sus iteraciones. Pero no es un signo vacío donde cabe cualquier lectura. Una de las constantes del personaje es su vínculo sincero con la verdad, en forma de deber para con la comunidad que defiende (y que es la que privilegia los conceptos del bien y la verdad); una interesante constante narrativa que denota esta característica ideológica es el desafío constante de Bond a la autoridad de M (son demasiados los ejemplos como para listarlos aquí, en todas las películas de Daniel Craig hay varios). Indica esta circunstancia que muchas decisiones políticas se apartan de un ideal fundamental y subyacente a la comunidad nacional que representa el personaje. Este idealismo es de estirpe victoriana y es el que define Thomas Carlyle. La constante se halla en todas las recreaciones del personaje.


003. “Todo lo que sé acerca del impacto que supuso el nacimiento de 007 me lo ha transmitido mi padre. Occidente estaba intentando recomponerse tras la Segunda Guerra Mundial y, de repente, surgió este individuo que se revelaba capaz de ir mucho más lejos de lo que podía ir el sistema. Era alguien que conseguía doblegar a los malos sin pedir perdón. Era el tipo de héroe que el mundo estaba esperando en ese momento, porque eran tiempos de confusión”, declaraba Daniel Craig durante la promoción de su primer filme en el rol del espía británico. La ficción geopolítica de la obra de Ian Fleming permitía fantasear con la idea que Reino Unido seguía dando forma al mundo, a pesar que la realidad indicaba otra cosa muy distinta: los británicos ejercían una influencia marginal en el concierto político internacional después de la desamortización de su imperio y el colapso económico tras la guerra contra los nazis. ¿Qué ventaja y riesgo tiene utilizar a Bond como un símbolo tan inspirador como patriótico? El escritor y dramaturgo victoriano Oscar Wilde afirmó que “el patriotismo es la virtud de los depravados”. ¿Cree que el poeta irlandés vería a 007 como una figura perniciosa?   

La pregunta es de crítica ficción, no sabría responderla bien. De todos modos, y a pesar del comentario sobre el patriotismo, habría que estudiar bien también cómo se compadece el hedonismo de Bond con la concepción estética de la vida Wildeana. En ese contexto encontraríamos muchas más coincidencias que discrepancias entre Wilde y Bond. Por otra parte, el patriotismo de Bond es mucho más complejo de lo que parece, porque apela a la complejidad del concepto subyacente, que es la nación británica. Ésta, como cualquier otra, está sujeta a cambio y devenir, circunstancia que recrea la propia maleabilidad del personaje.

 

004. Sean Connery no era del gusto de Ian Fleming porque era más joven que el resto de candidatos y no tenía experiencia en la interpretación. Además, había diseñado a James Bond a su imagen y semejanza, lo que implicaba un pasado de colegios privados, clubes exclusivos y sofisticación a raudales. Algo que tampoco se ajustaba con el pasado del actor. 

Sin embargo, los productores de la película, Albert R. Broccoli y Harry Saltzman, quisieron darle una oportunidad y se reunieron en un restaurante para hacerle una audición in situ. El actor causó una mala impresión al presentarse a la comida con la ropa arrugada y un look descuidado, pero Dana, la esposa de Broccoli, percatándose de su magnetismo sexual y carisma, convenció a los comensales para que siguieran sentados en la mesa.

Al final de la comida, Sean Connery los había impresionado y se quedó con el trabajo sin tener que hacer otra prueba. Así fue como el niño escocés de familia pobre -su padre Joseph trabajaba en una fábrica y su madre Euphemia era señora de la limpieza-, que dejó la escuela a los 13 años y tenía en su currículo empleos tan variados como pulir ataúdes y repartir leche, se convirtió en el primer James Bond.

Con un total de seis títulos en la saga -y uno apócrifo, Nunca digas nunca jamás (1983)- y una filmografía repleta de películas inolvidables, Sean Connery se convirtió en el padre del héroe del cine moderno, estableciendo un referente de heroísmo masculino que sirvió como espejo para los demás. ¿Qué destacaría de su legado? 

Para James Bond, Connery fue, al mismo tiempo, una bendición y una condena. De una parte, estableció el primer patrón del estilo del personaje cinematográfico; de otra, todos los demás actores han tenido que trabajar su estilo a pesar de su legado, que éste ha tenido mucho peso históricamente. (Por cierto, Fleming era reticente al casting en un principio, pero luego lo aceptó con tanto gusto que hasta dio raíces escocesas al personaje en la novela You Only Live Twice, 1964). Connery interpreta al personaje con un grado de animalidad contenida imposible de copiar. Guy Hamilton (director de Goldfinger, Diamantes para la eternidad, Vive y deja morir y El hombre de la pistola de oro) trabajó en dos películas con Connery y en dos con Roger Moore e intentó explotar en Moore el mismo registro que con Connery, con poco éxito. Lewis Gilbert, que también dirigió a Connery (Solo se vive dos veces) y a Moore (La espía que me amó, Moonraker) sí supo después adaptar a Bond al molde de Moore. Cuando Lazenby dejó el personaje, Saltzman y Broccoli, a pesar de la agria relación que mantenían con Connery (especialmente Harry Saltzman), no dudaron en poner todos los medios (dos millones de dólares de 1970) para volver a contratarlo. Dalton sufrió la comparación más con Connery que con Moore, igual que Brosnan y Craig. Pero la comparación es poco cabal, porque cualquiera de los cinco actores que han seguido a Connery han creado un personaje bastante reconocible (el Bond de Moore, el Bond de Brosnan, el Bond de Craig) fuera del patrón que puso en escena Connery (y que también cambia de película en película, por cierto), incluido George Lazenby. Esto se produce por esa forma de privilegiar el original, que además se ve agravado por el hecho de que las cinco primeras entradas de Connery fueron en términos relativos las de mayor éxito hasta la llegada de Craig. Una última cuestión. El Bond de Connery es el Bond de Connery; con más sentido del humor que el de Fleming. En resumen, como decía al principio. Connery es una bendición y una condena al mismo tiempo.


005. En contraste a sus raíces humildes, la interpretación de Sean Connery como James Bond estableció un modelo en el mundo del lujo: vestía trajes a medida, llevaba relojes caros, asistía a elegantes fiestas y conducía automóviles exclusivos. Se lo pasaba bien siendo un donjuán y cortejando a bellas mujeres. Pero entonces aumentaba la presión de su misión y sus decisiones revelaban que se trataba de una persona con valores que piensa y siente. Según indica el guionista Robert McKee, la clave del éxito de las películas de Bond reside precisamente en que la audiencia siente fascinación por la contradicción que se establece entre la caracterización externa y la personalidad real del personaje. ¿Cree que es una de las razones del atractivo ilimitado que parece suscitar el personaje en la audiencia? 

Hay una duplicidad inherente a la psicología de cualquier espía, igual que hay un grado de solipsismo fundamentalmente existencialista. La duplicidad (o la multitud de identidades) es un atractivo, pero la forma de gestionar el solipsismo no es menos atractiva. Un espía de John LeCarré (pienso en Alec Leamas en The Spy Who Came in from the Cold) gestiona ese solipsismo con una suerte de actitud ascética. Bond la gestiona de manera hedonista, en cierto modo exuberante. No es extraño que la época dorada del Bond clásico cinematográfico sea en los sesenta y la de plata en los ochenta. Aunque distintas, son décadas de exuberancia hedonista y voluptuosidad sensual: perfectas para gestionar el existencialismo sensual de Bond.



Poco sabía de normas de estilo y decoro cuando Sean Connery obtuvo el papel de James Bond. Según comenta Irene Crespo en la revista Gentleman, el director Terence Young llevó urgentemente al escocés a su peluquero y a su sastre. Tras un minucioso lavado de imagen, fue paseado por clubes y casinos londinenses para que se impregnara de los modales y gestos de esa clase de británico refinado, miembro de la jet set internacional, que parecía haber nacido con el nudo de la corbata bien hecho. Sean Connery aprendió su elegancia y la combinó con su genuina socarronería.


006. Sean Connery despoja también a James Bond de romanticismo y lo dota de una gélida despreocupación. Se trata de un hombre distante que corteja, domina y posee sin remordimientos a mujeres deseosas por dejarse seducir. “Sus rasgos físicos evocan, sin necesidad de la imaginación o de los aderezos estilísticos, la ruda virilidad necesaria para ser 007”, comenta el crítico cinematográfico Fausto Fernández.

Resulta difícil hallar en James Bond alguna cualidad redentora de su tradicional desapego por las mujeres, pero también es cierto que la saga ha sabido adaptarse a contextos de política de género nuevas y que las actuales representaciones entre hombre y mujer poco tienen que ver con lo que había en los años sesenta. Tal y como comenta con elocuencia en su monográfico, “la violencia animal desplegada por Sean Connery no tiene nada que ver con la masculinidad camp de Roger Moore o la delicada vulnerabilidad de Pierce Brosnan”. Teniendo en cuenta que una regla insoslayable que rige la filología es la interpretación de textos desde una óptica neutral y sosegada -dado que la objetividad absoluta es imposible-, ¿son sesgadas las declaraciones del director de Sin tiempo para morir (2021), Cary Fukunaga, en las que afirma que el 007 de Connery viola a mujeres en Goldfinger (1964) u Operación Trueno (1965)? ¿Hasta qué punto es correcto juzgar obras pretéritas con una mirada contemporánea?

Tras las acusaciones que ha recibido recientemente el propio Fukunaga, seguro que ahora se lo hubiera pensado dos veces antes de abrir ese debate. La teoría crítica, en efecto, anima a pensar las cosas fuera de un ámbito moral, pero tampoco hay por qué negarse a ver que Fukunaga tiene razón. Otra cosa es adónde va el comentario de Fukunaga o cual es el uso que se haga de él. La masculinidad de Bond, tanto en Operación Trueno como en Goldfinger (como en todas las películas hasta Casino Royale, probablemente) integra un subtexto contra el que advierte del discurso feminista y post-feminista actual. Empeñarse en no verlo es absurdo. 

Como también es absurdo no ver que las mujeres de Bond, como bien sostiene Christoph Lindner, abren espacios a “la contestación y la experimentación en las políticas del cuerpo, el género, la sexualidad, la raza y la nacionalidad, entre muchas otras cosas”. Probablemente las mayores expertas en Bond del momento sean las profesoras Lisa Funnell y Judith Roof, cuyos ámbitos de estudio son las identidades femeninas en Bond. No es casual. Es que el fenómeno es tan complejo como la propia política cultural del género en sí. 

 

007. Roger Moore, con permiso del fugaz George Lazenby, tomó el testigo del actor escocés en Vive y deja morir de Guy Hamilton y aportó humor a la pétrea dureza del agente. Bond se convirtió en alguien más relajado y menos complejo y, al contrario que Connery, no necesitó que nadie le enseñara cómo ser un caballero, porque ya lo era.

“Moore fue, al mismo tiempo, Bond y su parodia, la más lúdica y dionisíaca encarnación del personaje y, sobre todo, el carismático actor que acabó transformando a esa bestia parda con licencia para matar de Connery en un puro vector de aventura para todos los públicos”, escribió el periodista Jordi Costa sobre los cambios que el actor inglés aportó al personaje. Moore se pelea y mata, pero no puede evitar quitarle importancia a sus actos mediante algún chascarrillo irónico y menos adulto. 

¿Ian Fleming, de no haber muerto en 1964, habría aprobado ese cariz tomado por un personaje que había engendrado como su alter ego? ¿Estaría contento que sus novelas hubieran mutado de cine de espías a parodia? No le pregunto por el impacto que sufriría al descubrir la saga de Austin Powers o Johnny English, así como algún estreno protagonizado por Jude Law y Jon Hamm, que no son otra cosa que una vuelta de tuerca más en esa dirección. ¿Por qué cree que James Bond suscita esa clase de burlas?

Aquí hay que matizar alguna cuestión. Cuando Connery mata a su primera víctima en Dr. No (1962), lleva el cadáver hasta la sede del gobierno colonial de Jamaica y se deshace de él con una broma que inaugura la tradición de ingenio en el personaje (“Seargent, make sure he doesn’t get away”; “Sargento, asegúrese de que no se escapa”). Connery estaba muy orgulloso de esa línea porque asegura que la improvisó, en tanto quería darle un toque de humor delicado al personaje. Moore explora con más alegría esa parte del personaje y en no pocas ocasiones acaba en autoparodia. Esto no veo en absoluto que sea un defecto. Es más, con algo de perspectiva, echando la vista atrás, parece una decisión de estilo muy inteligente. La autoparodia implica un grado de conciencia de uno mismo que bordea, si no traspasa lo metanarrativo. El Sheriff J. W. Pepper (Clifton James) de Vive y deja morir (1973) y de El hombre de la pistola de oro (1974) funciona bien en esa vena estilística. La cómica (¡y asombrosa!) resistencia a golpes y caídas de Jaws (Richard Kiel) en La espía que me amó (1977) y en Moonraker (1979) es puro slapstick. Ambos personajes funcionan como aseveración de la naturaleza ficticia de los cuatro filmes, y al hacerlo comentan, desde un plano diegético distinto, sobre la yuxtaposición entre placer y dolor, sobre lo absurdo de la existencia puesta al lado de la creación ficticia lúdica (esta coadyuva a sobrellevar aquella), es decir, justo el principio rector del personaje de Bond cinematográfico: la exuberancia puesta al servicio redentor de la existencia. Insisto, no acabo de ver que la autoparodia sea algo negativo. Es más, últimamente, la metanarrativa se ha vuelto menos lúdica y se ha convertido en auto-contenida. Las películas de Craig reafirman elementos tradicionales de la serie al servicio performativo de los fans, que queremos ver reaparecer, una y otra vez, en nuevas iteraciones, distintos elementos de la serie (piénsese en Casino Royale: Bond: “Vodka Martini”; Barman: “Shaken or stirred?” Bond: “Do I look like I give a damn?”). El diálogo con el público implícito en la autoparodia se ha restringido ligeramente para mi gusto y se ciñe ahora a una metanarrativa más sobria, que apela y reconoce la base de seguidores de forma más evidente.
 

En cuanto a las demás parodias (Austin Powers, et al.) significarán muchas cosas, pero sobre todo son testimonio de la repercusión global de Bond en el mundo. Si hay parodias que funcionan globalmente es porque sus referentes están ya imbricados en texturas culturales transnacionales. Son, en definitiva, reescrituras que merece la pena observar de cerca.



Sean Connery debutó en la actuación con el primer filme de James Bond, Doctor No (1962), que le convirtió en una estrella de cine, pero también supuso un lastre para su progreso como actor del que quiso escapar a toda costa con el fin de construir una carrera más sólida y variada como intérprete. No es el único de los actores que ha interpretado al espía británico y ha manifestado ese mismo fastidio. Algunos de ellos han conseguido salir de su alargada sombra con mayor fortuna que otros.

En el caso de Daniel Craig, que ya se había forjado una reputación en el mundo de la actuación antes de su llegada al personaje, parece tener un futuro espléndido por delante. Esto se explica entre otras razones porque es el actor que más dinero ha ingresado en 2021. Netflix le ha pagado 87,2 millones de euros para que encarne al detective de homicidios Benoit Blanc en las dos continuaciones de Puñales por la espalda (2019), de Rian Johnson. Una película cargada de ingenio e inteligencia con una apabullante habilidad para retorcer los cánones narrativos de las novelas policíacas de la escritora británica Agatha Christie y de los filmes de suspense del director británico Alfred Hitchcock. La forma en que Benoit Blanc se autodefine no puede contrastar más con la personalidad de James Bond: “Mi presencia será testimonial. Soy un observador respetuoso, callado y pasivo que busca la verdad”. 
 
 

Domingo 26 de febrero, 2023

 

5. Cool Britannia: La era de Pierce Brosnan

No son las fiestas tradicionales de San Patricio o Halloween, ni tampoco la cerveza negra Guinness, el mayor patrimonio exportado de Irlanda al mundo fue un actor que idolatraba desde pequeño a James Bond. Su nombre es Pierce Brosnan y extendió su fina y elegante efervescencia como icono de los noventa al agente con licencia para matar.

Su primera película, GoldenEye (1995), fue una prueba de fuego para comprobar si James Bond continuaba siendo interesante y vigente en un mundo que había dejado atrás el escenario conflictivo de la Guerra Fría entre las potencias occidentales y la Unión Soviética. El éxito de la propuesta confirmó a los productores de la saga que había ganas de 007 para muchos años más. Una confianza que se tambaleó cuando se estrenó, Muere otro día (2002), dejando a la audiencia mundial ojiplática tras la sucesión de decisiones creativas erráticas y extravagantes.

Tal y como destaca el filólogo inglés y escritor Eduardo Valls: Pierce Brosnan encarna la representación más europeísta de James Bond y anticipa su evolución hacia una personalidad más vulnerable. En las fotos tomadas por el fotógrafo Fèlix Morradàn quería abordar su estilismo. Después de la época desaliñada de Timothy Dalton, Pierce Brosnan irrumpió como un modelo atractivo capaz de lucir, con audaz sonrisa, los trajes, relojes y automóviles exclusivos del personaje. Las películas de Pierce Brosnan se enmarcan en un contexto social y económico aperturista e integrador donde lo británico y lo europeo son uno. Por muy extraño que eso parezca a día de hoy tras el brexit. 

 




001. Pierce Brosnan fue el gran deseado para interpretar a James Bond desde los años ochenta. Los productores se fijaron en él cuando se encontraba en el set de rodaje acompañando a su pareja Cassandra Harris, quien aparecía junto a Roger Moore en Sólo para sus ojos (1981). Dana, la esposa del productor Albert R. Broccoli, le aseguró a ese joven irlandés que sería un maravilloso 007 en el futuro. Pero los compromisos contractuales de Brosnan con la serie televisiva Remington Steele provocaron que rechazara el reto en favor de Timothy Dalton.

Fue un golpe duro para Pierce Brosnan, que es un verdadero admirador del espía británico. De modo que, para evitar una nueva decepción, Brosnan mantuvo las expectativas bajas cuando los productores decidieron suplir a Timothy Dalton tras Licencia para matar (1989). Esta vez fue el elegido y comentó con sorna después: “En 1986, tenía poco más de treinta años, y parecía un bebé. James Bond está mejor interpretado por alguien de más de cuarenta, suficientemente mayor como para tener la confianza, sofisticación y fuerza necesarias. James Bond es un hombre con mucha confianza. Así que finalmente he crecido y tengo esta cara que le va bien al personaje. Pero eso ha requerido tiempo”.

Frente al impoluto Pierce Brosnan, Timothy Dalton lucía como si hubiese salido de un contenedor. El actor irlandés era todo un icono de los noventa y contagió a su Bond de esa efervescencia. ¿Cuál cree que fue la mayor aportación del actor irlandés al personaje?

Debo decir que tengo mucho respeto a Timothy Dalton. Interpretó a un Bond que fue una primera versión del Bond al que luego nos ha acostumbrado Daniel Craig. Las diferencias son muchas. Culturalmente hablando, finales de los ochenta no es lo mismo que mediados de los dos mil, pero el interés de acercar el personaje al modelo de Ian Fleming, que es bastante distinto al que conocemos de las películas, está mucho más presente en la encarnación de Timothy Dalton que con los siguientes filmes de Pierce Brosnan.

Quiero destacar también que los productores no querían echar a Timothy Dalton tras Licencia para matar (1989), sino todo lo contrario. El problema se originó cuando un par de empresas francesas se interesaron en comprar parte de los derechos de explotación de la franquicia. Metro Golden Mayer tenía problemas económicos y quería vender, pero no podía hacerlo sin el consentimiento de los Broccoli. Esa confrontación de intereses entre las partes propició diversas querellas en los tribunales y un bloqueo en el proceso de producción de las películas. El contrato de Timothy Dalton expiró en esas fechas y no se llegó a un acuerdo cuando tuvieron que renegociar las condiciones. El actor ha comentado siempre que le propusieron rodar siete películas, que era el número de filmes de Roger Moore, pero que rechazó esa propuesta porque estaba interesado en rodar solamente una película más de la saga. Esa fue la razón por la que los productores volvieron la vista atrás y se fijaron en Pierce Brosnan.

Hay toda una generación que responde con el nombre de Pierce Brosnan cuando se le pregunta en quién piensa como James Bond. A lo mejor esa es también mi generación. Aunque, en realidad, crecí con el Bond de los ochenta. Pierce Brosnan, a pesar de hacer un número relativamente bajo de películas (protagonizó cuatro), en comparación a las que hizo Sean Connery o Roger Moore, fue la síntesis perfecta entre la interpretación de ambos actores, combinando la animalidad violenta del escocés con el guiño al público del inglés. En los noventa, todavía eran los grandes referentes. Ahora, que ya ha pasado más tiempo entre esas trece o catorce películas de ese dúo y el corpus de películas actual, ya no se realiza tanto esa clase de comparación.

 


Pierce Brosnan eligió a Brioni (italiano) como firma de sus trajes, condujo distintos BMW (alemán), llevó relojes Omega (suizo) y usó teléfonos Ericsson (sueco) en las cuatro películas que protagonizó desde GoldenEye a Muere otro día. Según explica Eduardo Valls en su libro, el actor irlandés representa la versión más europeísta de James Bond. Un rasgo definitorio que en ningún caso anula o contradice la parte británica consustancial en el personaje.

 

002. GoldenEye (1995) de Martin Campbell fue la presentación de Pierce Brosnan en el personaje y supuso un intento claro de la serie para adaptarse al nuevo panorama geopolítico y económico. La caída del Muro de Berlín, en 1989, había variado la relación entre Gran Bretaña y la Unión Soviética, dejando atrás el escenario conflictivo de la Guerra Fría en el que James Bond había operado como pez en el agua durante más de tres décadas.

La misión de la película lleva a 007 a viajar a la nueva Rusia capitalista, donde une fuerzas con la informática Natalya Simonova (Izabella Scorupco). El romance que surge entre ambos está impregnado de un sentido de internacionalismo armonioso, en contraste con el villano: un agente británico renegado, Alec Trevelyan (Sean Bean), que en vez de abrazar el nuevo orden fraterno, insiste en aferrarse a los conflictos del viejo mundo.

Rotas las diferencias entre los dos bloques del Antiguo Régimen, el individuo es quien se erige en el centro del mundo y su fuerza singular es lo que le permite alcanzar el triunfo social, prefigurando las bases del capitalismo como sistema hegemónico mundial. Tal es así que se puede apreciar esta idea en las últimas palabras que se intercambian el protagonista y el antagonista de la historia. James Bond y Alec Trevelyan están colgados encima de una pequeña estructura del telescopio que controla el satélite GoldenEye. 007 coge ventaja y termina por sujetar de un pie a su enemigo, que cuelga del precipicio. Consciente de su final, Trevelyan le pregunta: “¿Por Inglaterra, James?”. A lo que Bond le responde: “No, por mí”. A continuación, deja de agarrarlo y el villano cae violentamente contra el suelo.

 

 
 

James Bond, como máximo representante del otrora Imperio británico y de Occidente, sobrepasa las líneas difusas del Estado-Nación para reafirmarse en su propio yo, como sujeto capaz de enfrentarse y superar todas las incertezas y problemáticas de su tiempo. Una mirada sobre una realidad geopolítica que concuerda con las palabras del filósofo y sociólogo murciano José María González García en su obra La diosa Fortuna: Metamorfosis de una metáfora política (Machado Libros, 2006): “Ante la insuficiencia de las tradiciones, el individuo (…) debe hacerse con las riendas de su propia vida e incluso de su propia muerte, decidiendo qué tipo de persona quiere ser, anticipando y colonizando el futuro en un mundo más plural y menos unívocamente determinado por el pasado”. ¿Qué interpretación realiza sobre esta reflexión en torno a GoldenEye y a las tensiones existentes entre el individuo y las estructuras sociales?

El James Bond de Pierce Brosnan se enmarca en unos años noventa en plena expansión y con la mirada puesta hacia Europa, por mucho que eso nos pueda extrañar a día de hoy. A pesar que GoldenEye (1995) sea anterior al Cool Britannia, que es un fenómeno que empezó en los años 96 o 97 y duró hasta prácticamente 2003, cuando tuvo lugar la Guerra de Iraq, se inscribe dentro de ese contexto social y económico aperturista e integrador de lo británico con lo europeo. De hecho, Pierce Brosnan es el más europeo de todos los James Bond.

Partiendo que la identidad de Bond viene siempre determinada por su filiación con el deber hacia lo británico es interesante observar cómo se alinean los intereses de su yo individual con su deber comunitario y colectivo, dentro de las connotaciones políticas de lo británico. La historia de GoldenEye trata sobre el cierre de un trauma y la recolocación del yo de Bond, que es también una forma alegórica y cultural de recolocar el yo británico en el nuevo escenario mundial. No es el único caso. Las siguientes tres películas protagonizadas por Pierce Brosnan exploran también ese mismo camino.

 


 

GoldenEye habla de dos mundos con un mensaje político de trasfondo. El protagonista, James Bond, y el antagonista, Alec Trevelyan, parten como dos agentes del MI6 con licencia para matar. Tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría -la edad de oro del espionaje-, Bond asume que es una reliquia del pasado e intenta amoldarse al nuevo mundo. Los cambios en el reparto no hacen más que reafirmar esa idea. GoldenEye tiene una nueva M (Judi Dench), que es interpretada por primera vez por una mujer. El rol de la cándida secretaria Moneypenny es asumido por una nueva actriz, Samantha Bond, que resulta ser más cortante y menos predispuesta a caer rendida en los brazos del espía. Sin olvidarnos de las dos protagonistas femeninas de la película: Natalya Simonova (Izabella Scorupco), que cuestiona ciertos aspectos de la personalidad de Bond, y Xenia Onatopp (Famke Janssen), que merece un capítulo aparte por su insaciable voracidad sexual. Nunca se había visto a James Bond en semejante tesitura, pero sigue adelante. Un progreso que puede verse amenazado por el arma por satélite de Alec Trevelyan, cuyos pulsos electromagnéticos pueden inhabilitar las defensas militares de las principales potencias occidentales. ¿Qué mejor arma contra la modernidad, que una con el poder de devolvernos a la Edad Media?


Frente a James Bond hay Alec Trevelyan, un exespía y amigo que no perdona y desea destruir a aquellos a quienes les había jurado lealtad -los británicos-, pues al final fue usado como una pieza desechable. Además, su historia personal conecta y se basa en uno de los muchos episodios deleznables y reales perpetrados por el comunismo. Los padres de Alec eran cosacos, un pueblo nómada que ayudó a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y antes de salir derrotados de la contienda bélica, se rindieron ante los ejércitos de los Aliados con la esperanza de ser acogidos por los británicos. Empero, éstos fueron entregados a Stalin y masacrados por el régimen rojo dentro de la Gran Madre Patria que era la Unión Soviética. Según comenta Alec Trevelyan, su padre no soportó la traición de los británicos por lo que acabó matando a su esposa y luego se suicidó. El hijo tiene una motivación convincente de resentimiento y venganza contra ellos. Durante muchos años de su vida, estuvo sirviendo para la nación que traicionó a su familia, aguardando el momento para asestar el gran golpe. No es algo que iba a olvidar.

Todas estas tensiones aparecen en los maravillosos títulos de crédito iniciales de la película. La canción de GoldenEye, interpretada por Tina Turner, es el mejor tema musical de la era de Pierce Brosnan en el personaje y uno de los más destacados de toda la saga de James Bond. Escrita por Bono de U2 y The Edge, la cantante estadounidense pone su torrente de voz al servicio de unas imágenes que evocan la irrupción del empoderamiento femenino y la disolución de la Unión Soviética -con los símbolos rotos de la hoz y el martillo, y también con un busto de piedra cuarteado del dictador Stalin-. Una mezcla entre pasado y modernización que encaja con la narración de la película. Hay mucho, tratado de manera muy inteligente sin perder jamás el sentido de la épica y la espectacularidad, en una cinta que habla del choque entre la hegemonía definitiva del capitalismo a escala global y el comunismo, y de cómo el primero absorbió al segundo. Teniendo en cuenta este contexto, había serias dudas de que un personaje como Bond fuera aún importante para la audiencia en esta nueva era. Pero GoldenEye fue una gran película e inyectó a la franquicia de 007 más vida que nunca. Pierce Brosnan es considerado como el hombre que resucitó la saga.

 

 
 

003. No es el recuerdo más educativo que uno puede extraer de un filme cuando tiene diez años, pero Xenia Onatopp (Famke Janssen) y sus encuentros sexuales perturbaron mi mente de preadolescente. Más que una mujer fatal es una auténtica mantis religiosa que se aparea con los hombres para alcanzar el clímax de su orgasmo en el momento que los asesina. Incluso es demasiado intensa para Brosnan que intenta sacársela de encima como puede. ¿Cree que sería concebible una villana de estas características en la época de Sean Connery en el personaje? ¿Y en la actualidad con tanta gente predispuesta a ofenderse por una cosa o por la contraria?

Xenia Onatopp no existiría si no se hubiera estrenado antes Instinto Básico (Basic Instinct, 1992) de Paul Verhoeven. Otro ejemplo que indica cómo los Broccoli, a partir de los noventa, se fijaron muy bien en las tendencias cinematográficas y no tanto en estar a la vanguardia. Tanto el personaje de Famke Janssen como el de Sharon Stone comparten una sobresexualización que enlaza con el peligro de sus identidades asesinas. Es una forma de objetivación de lo femenino, que está ya superado desde muchos puntos de vista en la actualidad.

No veo tan relevante que ese tipo de personaje no sea posible en la época de Sean Connery. Cada contexto histórico y cultural genera su propia versión de la femme fatale, que es de lo que estamos tratando aquí. Son reescrituras de una mitología muy concreta, que se inscribe y se reinscribe continuamente en la cultura. La energía sexual de Xenia Onatopp se representa de una manera en los noventa y Luciana Paluzzi, que interpretaba a Fiona Volpe en Operación Trueno (1965), se canalizó de otra forma más acorde a los sesenta. Estamos ante una reescritura de la femme fatale



"No más juegos preliminares". 007 (Pierce Brosnan) se enfrenta a Onatopp (Famke Janssen). La actriz comentó: "Hay un poco de mí en Xenia y mucho en ella que me encantaría hacer, aunque no he matado a nadie con mis muslos... todavía". Hoy en día es difícil encontrar a una actriz de Hollywood que se exprese con esta libertad y sentido del humor en cuanto a relaciones sexuales de su personaje con otro hombre heterosexual se refiere. Una chica mala en la ficción que no sólo pone contra las cuerdas al bueno de Pierce Brosnan, sino que también hace sufrir de lo lindo a Hugh Jackman en X-Men. Además de romperle el corazón.

 

004. Según comenta en su libro, los enemigos de James Bond en los noventa son sujetos de diversas culturas empresariales dedicadas a la información -Elliot Carver y Carver Media Group Network de El mañana nunca muere (Tomorrow Never Dies, 1997)-, el petróleo -Elektra King y King Industries de El mundo nunca es suficiente (The World Is Not Enough, 1999)- o los diamantes y la alta tecnología -Gustav Graves y Graves Corporation de Muere otro día (Die Another Day, 2002)-, cuya concentración de poder rivaliza con pequeñas naciones y sus figuras públicas son moldeadas por la cultura de los medios de comunicación.

Leer su estudio me ha hecho recordar una nefasta experiencia profesional y establecer paralelismos con Pierce Brosnan y sus enfrentamientos con los villanos de esta época. Me incorporé a trabajar en una empresa familiar con una larga tradición en el comercio de un producto hecho de la tierra, como se suelen llamar los alimentos autóctonos en estos lares. Su mandamás es una figura pública y notoria. Aparece en anuncios de televisión y las paredes de su guarida estaban repletas de fotografías estrechando la mano a expresidentes de la Generalitat de Cataluña. Se percibía su poder, pero también el terror entre los empleados. Era un déspota. Cualquier cosa tenía que pasar por él, desde los emails más rutinarios a las charlas más irrelevantes entre los empleados. Siempre había una cámara con la luz roja señalando a tu cabeza desde el techo. Pude hacer poco para la empresa antes de mi despido. A ese jerarca le enfurecía cualquier propuesta que implicara publicar algo en algún sitio y que fuera susceptible a recibir una respuesta negativa de un desconocido. ¡En internet! ¡Imagine mi papelón para explicarle qué hay en Twitter! Duré casi un mes y superé la marca de mi predecesor de dos semanas. Pero ambos no pudimos superar el récord del anterior que estuvo casi seis meses. Mis respetos, ahí donde estés.

Tal y como sostiene el Profesor en Literatura de la Universidad de Barcelona David Viñas en su libro El enigma best-seller (Ariel, 2009), los estudios sociológicos han demostrado que las personas no acceden en idénticas condiciones ni en la misma intensidad ante una historia. Cada espectador construye su propia película y en ese retrato mental interviene no sólo las características propias de la ficción, sino también su propio discurso personal y experiencias. ¿Opina que los estudios académicos actuales no exploran suficientemente ese enfoque teórico para analizar el audiovisual? En caso de ser así, ¿a qué cree que es debido?

Lamento la experiencia personal de encontrarte con un villano de James Bond real. Estas figuras no están desancladas del mundo y del contexto cultural en el que se crean, se manifiestan y se viven. Representan una sobredimensión del funcionamiento del capitalismo contemporáneo, pero también del que había en la posguerra y en los ochenta. El fenómeno de James Bond permite realizar ese tipo de análisis sobre contextos culturales porque es una saga de películas con más de sesenta años a sus espaldas. O incluso más, hablaríamos de casi setenta años, si contamos la fecha de estreno y el impacto de sus novelas.

En respuesta a la pregunta, los estudiosos académicos llevan estudiándolo desde mucho antes del siglo XXI. Hay que tener en cuenta las características propias de la ficción y también el discurso personal. Eso es algo que ya decían los teóricos literarios como Georges Poulet, en su ensayo: La fenomenología de la lectura, o Wolfgang Iser, en su obra: El lector implícito.



Tranquilo, Xavi. A ver si no nos echan el primer día.


005. Una de sus reflexiones que más llamaron mi atención en su estudio del James Bond de Brosnan es el don de la ubicuidad incorpórea que posee gracias a las tecnologías de la información (internet, smartphone, redes globales de la información, inteligencia artificial) en clara expansión en los noventa. Y pone como ejemplo el inicio de El mañana nunca muere (Tomorrow Never Dies, 1997), cuando el espía informa, mediante una transmisión por satélite, sobre la compraventa de armas por parte de grupos terroristas. La particularidad de la secuencia reside en que el protagonista está presente en la localización, pero también ausente de ella, debido a que la comunicación se produce de forma remota a través de una cámara robótica. No es un caso aislado, porque en la misma película, el protagonista conduce un BMW con móvil sin estar presente en su interior. Una situación que es llevada al límite en Muere otro día (Die Another Day, 2002), donde es capaz de estar presente y ausente a la vez dentro de un automóvil con camuflaje invisible.

Todo lo observado le hace concluir que el 007 de Pierce Brosnan es tecno friendly, contrastando radicalmente con el James Bond interpretado por su predecesor Daniel Craig, cuyas habilidades físicas son sus principales herramientas para contrarrestar las amenazas. ¿Por qué cree que el James Bond del siglo XXI es claramente menos tecnológico e interconectado que el mismo personaje de finales del siglo XX?

Daniel Craig no es que no sea tecno friendly, pero lo es mucho menos que Pierce Brosnan. Tienes el personaje de Q, interpretado por Ben Whishaw, donde confluyen muchas de las formas de negociar las ansiedades de la tecnología en la actualidad. Y antes de su irrupción, en Casino Royale, ya se mostraba a Daniel Craig teniendo mucha facilidad para manejar el espionaje informático.

A lo que me refiero en mi libro es que hay un contraste en la colocación de la mirada entre el James Bond de Pierce Brosnan y el de Daniel Craig. En el caso de Brosnan, la mirada empieza a disociarse del cuerpo por medio de una tecnología primitiva. Una mirada que ya no corresponde donde está el ojo. Aspecto que me parece aún más fascinante si tenemos en cuenta que se enmarca en los años noventa, cuando toda esa tecnología comienza a funcionar. Una situación que cambia con Craig porque su cuerpo ya se ha convertido directamente en el objeto -y no sujeto- de la mirada. Ya no hay la anterior disociación entre la mirada y el cuerpo.

Otro aspecto a destacar es que la tecnología de los noventa ya no es el fetiche de mediados del dos mil. Tener dispositivos de James Bond, como los de los años setenta, ochenta o noventa, ya no es nada extraño. Es algo habitual. No genera tanta fascinación en el público. Todos tenemos un teléfono móvil donde podemos hacer el 90% de las cosas que podían hacer con su relojito y su pluma Sean Connery o Roger Moore. Quizás lo del láser es lo único que no podemos hacer… ¡Pero dales tiempo a Samsung y Apple para incorporarlo! Considero que el James Bond actual se ha recontextualizado en estos parámetros.



GoldenEye se convirtió en la primera cinta de James Bond en utilizar ampliamente efectos digitales por ordenador. La campaña promocional del filme se encargó de destacar que había 140 tomas con esta tecnología, que estaban mezcladas con otros efectos especiales clásicos. Los noventa fueron una época en la que las grandes producciones se enorgullecían en destacar el número de planos con efectos generados por ordenador, como si fuera sinónimo de mayor espectacularidad. Una práctica promocional que dejó de emplearse a partir de los dos mil debido a la gran cantidad de películas sobresaturadas por esta tecnología.

El ciclo de Pierce Brosnan como James Bond también puede analizarse desde esta perspectiva. Si la contención y la combinación coherente de efectos digitales y tradicionales en GoldenEye resultan impactantes a ojos del público contemporáneo, Muere otro día ha envejecido tan mal debido al uso y abuso de esta clase de efectos visuales. La audiencia reaccionó negativamente al contemplar determinadas escenas que parecían sacadas de un videojuego. La verosimilitud desaparecía en escenas como la de 007 surfeando en una ola gigantesca provocada por el desprendimiento de la pared de un glaciar. Hollywood tomó nota y, a día de hoy, las películas de espías y acción más celebradas e impactantes suelen promocionarse destacando el riesgo real de sus estrellas protagonistas.

 

006. Muere otro día (2002) fue una película extraña en demasiados aspectos. Metieron a 007 en una trama fantástica que incluía a: clones norcoreanos, un coche invisible, un castillo de hielo, un artilugio galáctico y Halle Barry en biquini. El tema musical a manos de Madonna fue otro elemento controvertido en la producción. “Todo el mundo quiere hacer el tema de las películas de James Bond, y nunca me ha gustado hacer lo que a otros les gusta hacer. Así que lo pensé y me dije: ¿sabes qué? James Bond necesita algo tecno”, comentó la cantante de Like a Virgin en una entrevista de Larry King. ¿Cuáles son los límites que debería asumir un artista para innovar en la adaptación de un material tan consolidado? 

Realmente no lo sé. Si hay límites, son los de la significación del propio personaje. El espectador se genera una serie de expectativas que hay que negociar. Se pueden cumplir o no, pero debe establecerse ese diálogo. Todo lo que haces es para la comprensión del signo de Bond. Y James Bond es un signo complejo, muy complejo. Un fenómeno cultural donde intervienen muchísimos elementos.

Siempre que hay una nueva aparición del personaje, hay una resignificación. Y todos los elementos que funcionan en la construcción del significado van a volver a entrar en juego. Algunos serán más o menos reconocibles y generarán una nueva negociación en las expectativas del personaje. No hay límites en este sentido, salvo los que impone la propia estructura del personaje y de su propio sino cultural.  

 

007. El guionista Neal Purvis se unió al equipo creativo de la saga en las últimas dos películas protagonizadas por Pierce Brosnan, El mundo nunca es suficiente y Muere otro día, y continuó en las siguientes entregas de Daniel Craig. Algunos elementos de estas historias ya sorprendían por explorar aspectos más sombríos y abonaban el terreno para presentar a un Bond más vulnerable. A modo de ejemplo, en Muere otro día, 007 es apresado y torturado por una milicia de Corea del Norte en los títulos de crédito. Mientras que en El mundo nunca es suficiente, el espía muestra debilidades, tanto físicas como psicológicas, ante la hija de un magnate del petróleo, Elektra King (Sophie Marceau), que fue víctima de un cruel secuestro. King es una mujer compleja que siente atracción sexual por Bond y conexión emocional por su captor, Renard (Robert Carlyle), incorporando el síndrome de Estocolmo al argumento.

Este triángulo amoroso es comentado por usted a través del análisis de la canción, interpretada por el grupo Garbage, donde señala que la letra parece estar cantada por Elektra cortejando a Renard en contra de James Bond. ¿Qué variaciones ha detectado en la riqueza de los roles femeninos en la era de Brosnan que se han mantenido en la etapa de Craig?

El periodo de Pierce Brosnan revisa la colocación de la mirada femenina y la objetivación de lo femenino. Hay un reconocimiento ideológico de lo femenino como parte incluso constitutiva de James Bond. Al respecto, recuerdo una situación conflictiva entre George Lazenby -007 al servicio secreto de Su Majestad (1969)- y Pierce Brosnan. Ambos James Bond no se llevan bien, es más, se llevan fatal. La razón es que George Lazenby echó en cara públicamente muchos de los manierismos de Brosnan. Es llamativo porque los dos, tanto el Bond de Brosnan como el de Lazenby, son los únicos que lloran antes de la llegada de Daniel Craig. En el caso de Brosnan es una situación un poco más etérea que el lloro, donde se acerca más al sollozo que al llanto. Recuerdo que sucede en GoldenEye (1995) y en algún otro instante emotivo de sus filmes. Lo curioso es que George Lazenby, que sí llora al final de su película, es quien le recrimina a Pierce Brosnan su forma de introducir expresiones de la emoción que están asociadas tradicionalmente a lo femenino. Esta anécdota es interesante culturalmente porque ilustra muy bien que el Bond de los noventa difumina ciertas barreras performativas o conductuales en la forma de sentir entre lo masculino y lo femenino. El rol masculino ya no está determinado por una hipermasculinidad, sino que se redefine. Una desestabilización y cambio de roles entre lo masculino y lo femenino que caracterizará la posterior época de Daniel Craig, donde lo femenino ya no será un objeto sino que se convertirá en una mirada.   

 


 

Sophie Marceau compone un personaje femenino muy interesante. El peso dramático que asume en el conjunto del relato y su vinculación con el antagonista tienen mucho que ver con Vesper Lynd en Casino Royale. Pierce Brosnan, como también le pasaría a Daniel Craig, sucumbe erróneamente a sus encantos y se ve abocado a experimentar una posición inaudita. James Bond no está en el centro de la relación, sino que se convierte en el otro, en el tercero en discordia. Es manipulado, traicionado y apartado al antojo por la fémina. Este hecho resulta clarividente para la comprensión del héroe contemporáneo porque su figura representa en parte el conflicto de la sociedad donde se desarrolla.

James Bond es un hombre frío por necesidad, no por elección. Posee una serie de cualidades que cualquier hombre o mujer puede admirar o envidiar (así de ambivalente es la naturaleza humana): viste los mejores trajes y relojes, conduce los automóviles más exclusivos, visita las localizaciones más exóticas, consigue salvar el mundo y, al final, se queda con la chica. Unos atributos que glorifican al personaje, pero que constituyen solamente su superficie. Debajo de ello, vemos a un hombre que carga en silencio con un gran sufrimiento. Adopta la frialdad ante la desgracia porque lo único que recibe cada vez que baja la guardia es dolor. Natalya Simonova, interpretada por Izabella Scorupco en GoldenEye, le pregunta cómo puede ser tan frío. A lo que el alter ego de Pierce Brosnan le responde que es lo que le mantiene con vida. Al final del día, James Bond es una persona sumamente solitaria y rota.



Domingo 28 de mayo, 2023

 

6. Casino Royale: El renacimiento de James Bond

En su carrera como actor, marcada por la voluntad de que valoren su trabajo y de preservar su vida personal, Daniel Craig aceptó enfundarse en la piel de James Bond con la única petición de que lo haría a su manera. El elemento humano sería esencial en sus cinco películas como agente al frente de la saga. Así como también lo sería su reinterpretación del código de honor victoriano, el cual no lo convertiría en una mera máquina de destrucción o de supervivencia, sino que lograría un equilibrio entre el modo en que utiliza la violencia y su visión sobre el bien, la justicia, el amor, la libertad y la vida misma.

Daniel Craig y James Bond comparten el mismo conflicto entre su yo individual (el hombre) y su yo colectivo (el actor y el espía, respectivamente). Una disociación entre distintas esferas del mismo ser que colisionan con fuerza, debido a que su yo individual es especialmente poderoso con respecto a su contraparte pública y profesional. Según el filólogo inglés y escritor Eduardo Valls, ese rasgo definitorio resulta completamente novedoso en el personaje, dado que ninguna otra de las iteraciones previas a la encarnación de Daniel Craig había explorado ese conflicto de tal modo. La expiación de su cuerpo y alma es, desde un inicio, el sendero por el que transita para llevarnos hacia su apoteósico y trágico final.

 



001. Papeles deseados existen muchos, pero el de James Bond es uno de los más codiciados en Hollywood. No es cualquier cosa ser el centro de una saga tan venerada como criticada, donde solamente unos pocos actores han sido capaces de demostrar que cuentan con lo necesario para interpretar al personaje. Daniel Craig fue elegido contra todo pronóstico y se convirtió en un asunto de estado, sobre todo en el Reino Unido. La BBC lanzó la siguiente pregunta a la audiencia: “Después de cuatro décadas de morenos, altos y guapos, ¿estamos preparados para un James Bond rubio?”. Se le criticó por su color de pelo, por ser tosco, por su altura (es el más bajo de todos los agentes) y por no tener el aura de un protagonista. “Me metí en internet y lo leí todo. No pegué ojo en toda la noche. Fue duro, muy duro. Eran contenidos cargados de odio”, revela Daniel Craig en En la piel de James Bond (2021). 

Sin embargo, Barbara Broccoli, tal y como sucedió con su madre Dana en la prueba a Sean Connery en el restaurante, vio en ese actor de ojos azules a un tipo de lo más carismático. Tras pasar una horrible noche leyendo bulos e insultos por internet, Daniel Craig se despertó a la mañana siguiente y pensó: “Me la suda”. Sabía que Casino Royale (2006) iba a ser buena y animó a todo el equipo a que le metieran caña porque estaban haciendo algo muy especial. “La película era buena, pero las expectativas de la gente eran pésimas. Creo que muchos fueron a verla con la idea de echarse unas risas: Vamos a ver esta mierda de entrega única. Y en medio de todo aquello, la que se montó fue increíble. Recuerdo la noche del estreno. Salieron los créditos y empezó a sonar la música. Toda la gente del auditorio empezó a aplaudir como loca. Aún se me pone la piel de gallina”, explica el actor en el documental. ¿Qué opinión le merece esta experiencia sobre la elección de Daniel Craig?  

Unos tabloides se hicieron eco de esto al publicar, a modo de chiste, que ya no se debería llamar James Bond, sino James Blonde -James Rubio-. Daniel Craig hizo el casting de 007 teñido de rubio porque acababa de rodar una película con Nicole Kidman. Pero ese no es su color de pelo natural. No es tan rubio. Su cabello es más castaño como el de Roger Moore. Además, si buscas la imagen exacta de lo que describía Ian Fleming como James Bond en sus novelas, tendrías que encontrar a un actor como Hoagy Carmichael. Un cantante de los años cuarenta, que no tiene nada que ver con el físico prototípico de Sean Connery o Roger Moore.

No prestaría tanta atención a esa polémica porque fue una moda pasajera. Una controversia que hasta pudo ser generada y orquestada por los antiguos agentes de Daniel Craig, que fueron despedidos justo antes de que protagonizara Casino Royale. Nunca se sabe quién o qué intereses hay detrás de una corriente de opinión. Internet es un lugar tan tóxico, que no me extraña que Daniel Craig se encontrara con todo lo que hay ahí. Cuando se echa la vista atrás, e incluso antes del estreno de Casino Royale, Daniel Craig ya gozaba de una aceptación con expectativas relativamente altas en el papel. 

Por lo que a mí respecta, el aspecto más novedoso, y más interesante de ese proceso de casting, fue que los productores requirieron que el actor debía tener un hipercuerpo o un cuerpo hipermasculino. Ningún otro de los actores anteriores a Daniel Craig tuvo que cumplir con esa condición física. Lejos de exhibir un cuerpo con un gran volumen muscular para ejercer fuerza bruta, Daniel Craig debía disponer de un cuerpo especialmente preparado para resistir. Como se aprecia en la escena de la tortura en Casino Royale, donde es capaz de aguantar el dolor al que es sometido. El cuerpo y la mente del James Bond de Daniel Craig están alineados para resistir y responder a un significado cultural que es superior: la expiación. Un valor que le acompaña a lo largo de todas las películas, cuya resistencia al dolor implica su propia expiación, y que culmina en su autosacrificio en Sin tiempo para morir (2021).


 

En “El legado de la transformación física del James Bond de Daniel Craig” (Esquire, 1/10/2021), el periodista Rafael Galán comenta que Bond reinventó la imagen del héroe. Daniel Craig transformó su cuerpo para que fuera duro y atlético, pero también vulnerable. Desde entonces, Ethan Hunt, Jason Bourne y los superhéroes de Marvel y DC se han afanado por reproducir ese paradigma físico. Tal y como recuerda Simon Waterson, entrenador físico de Daniel Craig durante estos últimos dieciséis años, en la noche que se conocieron, con un par de cervezas mediante, el actor expuso: “Tengo que parecer que puedo matar a alguien. De modo que, si me quito la camiseta, el público no debería decir: “¡Oh, qué bonito cuerpo!”. Sino que debería exclamar: “¡Oh, joder, este tipo podría matar a alguien!”.

 

002. Daniel Craig era reconocido por ser un actor solvente de reparto en obras de teatro y de películas de autor antes de estrenar Casino Royale (2006). Había sido el amante de Kevin Bacon en El amor es el demonio (1998), un asesino psicópata en Elizabeth (1998) y Camino a la perdición (2002), un traficante en Layer Cake: Crimen organizado (2004) o un agente del Mossad en Munich (2005). Así que tiró de esa experiencia para dramatizar al Bond espía, que no deja de ser un asesino del gobierno británico, otorgándole una vida interior con toda su complejidad. Algo que figuraba en los libros, pero nunca se había plasmado en la gran pantalla hasta que cogió las riendas de la saga. “Es muy difícil escribir para James Bond. Había muchos clichés. Sólo se recuerdan las frases míticas, recurrentes con el paso de los años y convertidas en rasgos de su identidad, pero habían que trabajarse”, dice Craig en En la piel de James Bond. Según su opinión, las frases más divertidas son las que se alejan de la realidad y sirven para liberar estrés. “Tienes que crear la tensión y la atmósfera adecuada para luego decir la frase. No soltarla sin más. Una frase no es la escena”, explica el actor inglés sobre uno de los principios básicos en la interpretación y que parecía olvidado en anteriores películas de 007.

Una de las escenas de mayor tensión de la película presenta a James Bond desnudo y maniatado en una silla, mientras que el villano Le Chiffre (Mads Mikkelsen) golpea sus testículos con el nudo de un cabo. Daniel Craig muestra una gran habilidad interpretativa al desplegar un amplio abanico de emociones a lo largo de esa escena de tortura. Primero, revela una expresión de verdadero pavor cuando es sentado en la silla. Después, muda a un semblante estoico y desafiante al reírse en la cara del torturador. Hasta el punto que le grita: “¡Ahora el mundo sabrá que murió rascándome los huevos!”. Tal y como señala en su libro, muestra una sensación paradójica de control, porque realmente no tiene en absoluto el dominio de la situación. Por último, Bond cambia de fisonomía al oír los gritos de su amada Vesper Lynd (Eva Green), que es torturada en una sala contigua. Su rostro muestra pánico, pero no está dispuesto a revelar ninguna información. Desquiciado, Le Chiffre se dispone a caparlo pero es interrumpido por la oportuna irrupción de uno de sus clientes terroristas a quien debe dinero: Señor White (Jesper Christensen).

El bueno sobrevive, el malo muere. Nada parece haber cambiado dentro del canon de los filmes de Bond, o quizás sí. ¿Qué opina al respecto? ¿Está de acuerdo con los cambios introducidos por Daniel Craig en el personaje? ¿Por qué?

Daniel Craig propone una nueva iteración del personaje que nos obliga a negociar las expectativas de una manera distinta a las versiones previas. Personalmente, he disfrutado mucho con las películas de Daniel Craig porque plantean diversas y muy interesantes reflexiones sobre quién es James Bond y qué implica serlo. La búsqueda constante de certezas, en un marco de ansiedad cultural, es uno de los aspectos que más lo caracterizan. Ahora es mucho más dúctil en ese sentido a diferencia de las versiones anteriores, que disponían siempre de una idea y conocimiento claro de cualquier asunto. Distintas en cada momento, pero certidumbres al fin y al cabo. Eso, en todo caso, no significa que esas iteraciones anteriores no fueran dúctiles en otros sentidos.
 

 

Casino Royale no sólo fue la primera película de James Bond de Daniel Craig que se ganó a la crítica en años, sino que fue ideada para que fuera menos una secuela que una refundación. Es cierto que la inspiración con las primeras películas de Bourne está ahí, pero Daniel Craig demostró ser una estrella dotada de emociones y personalidad. Enfrentándose a Le Chiffre, veías que tenía auténticos intereses en juego. Jordi Costa le dedicó el mayor cumplido: “James Bond se revela como una criatura falible y refleja el dolor en pantalla con la misma credibilidad con que lo hizo Harrison Ford en su estreno como Indiana Jones”. Ahí es nada. (“Daniel Craig con licencia para inquietar”, Fotogramas, noviembre 2006).
 

003. La toma de decisiones sin calibrar sus efectos provoca que los personajes femeninos más relevantes en la historia desaprueben a James Bond. Por un lado está su jefa M (Judi Dench), que recrimina al espía así: “Tal vez sea complicado para que una apisonadora como tú lo entienda, pero la arrogancia y la introspección suelen ser incompatibles”. Un carácter temerario que el público ha visto en una secuencia donde el agente ha perseguido hasta la extenuación a un terrorista en Madagascar. Y por el otro Vesper Lynd, que también le echa en cara el mismo defecto: “Has perdido por tu ego y él no te permite aceptarlo. A eso se resume todo. Lo único que harás es seguir perdiendo”. Una crítica realizada después de que haya perdido todo el dinero del gobierno ante Le Chiffre en una imprudente mano de póker en el Casino de Montecarlo. 

En su vertiente psicológica, “el arquetipo del héroe representa aquello que Freud denominó ego, en otras palabras, esa parte de la personalidad que se separa de la madre y se considera distinta del resto de los seres humanos”, comenta el guionista Christopher Vogler en el libro El viaje del escritor (Ediciones Robinbook, 2002). No deja de ser curioso que sea precisamente M, la figura de autoridad que ejerce como su madre simbólica en el MI6, quien le reprenda por esa falta y quiera que trabaje en grupo como otro más de sus agentes. Casino Royale puede leerse como la historia de un hombre que emprende un viaje iniciático con el fin de alcanzar la madurez. Un arco dramático, con un sorprendente calado psicológico, que lo empareja a los cuentos de hadas clásicos.

Ha publicado la edición crítica de Alicia en el País de las Maravillas (Escolar y Mayo, 2015) de Lewis Carroll, que no solamente es una historia donde una niña trata de regresar a su casa, sino que actúa como una gran metáfora de una personalidad en su anhelo por completarse. Ese proceso esencialmente formativo tiene por objetivo perder la inocencia para ganar en experiencia. ¿Ha detectado si, más allá de esta función psicológica, Casino Royale y la obra del escritor victoriano contienen más elementos en común?

Alicia en el País de las Maravillas es un libro que trata sobre la identidad, que no es exactamente sobre la personalidad. Son cosas distintas. En líneas generales, la identidad es la descripción práctica de uno mismo. Mientras que la personalidad tiene que ver con la gestión del comportamiento. No es una cuestión cultural. Una vez puntualizado este aspecto importante, considero que ambas historias giran alrededor de la realización y la negociación de las identidades de sus protagonistas. Una temática en común que se repite también en innumerables historias de la cultura occidental de los siglos XX y XXI. 

Alicia en el País de las Maravillas, como novela breve, actúa diferente a otros relatos de la tradición popular porque reescribe elementos muy concretos de la cultura victoriana a través de su protagonista. James Bond coincide con ella porque es un personaje esencialmente victoriano. Lo vemos en la subordinación de su yo particular para con el deber de lo británico. Una idea muy interesante sobre el idealismo victoriano, que está preservada en su figura.

 

004. James Bond atraviesa un arco dramático que lo cambia para siempre en Casino Royale y toda esa transformación viene determinada por el personaje de Vesper Lynd. Al principio, su relación se inscribe dentro del patrón de la guerra de sexos que tanto abundaba en las producciones de la época dorada del cine de Hollywood. Ambos hacen uso de su elocuencia e inteligencia para tirarse los trastos a la cabeza en un juego de flirteo nada disimulado. Vesper también cuestiona su naturaleza y ve que hay mucho más tras ese porte de asesino sin remordimientos, profundizando en su lado más sensible y vulnerable. Ella toca su corazón de modo muy especial, como ninguna otra chica lo había logrado anteriormente en su vida. Y James se enamora hasta tal punto que abandona su vida de espía para emprender junto a ella un viaje de novios por el mundo. Por eso el final resulta tan desalentador, cuando se consume la tragedia mediante la traición y la muerte de ella. Bond vuelve a casa, entiéndase como un retorno al servicio de M y del MI6, pero convertido en un superasesino. No hay fisuras en su nueva coraza representada por un impoluto esmoquin de Tom Ford. Ninguna otra mujer lo tocará jamás. Ahora es, aparentemente, el Bond que conocemos.

Daniel Craig intervino decisivamente para cambiar una escena que comparte con Eva Green. Se trata de un punto de inflexión crucial para que el público entienda que Bond está realmente enamorado de ella. La escena tiene lugar después de que sus personajes se hayan visto involucrados en una pelea a muerte con dos asesinos. Tras deshacerse de los cuerpos, Bond entra en la habitación de ella y ve que hay una copa de vino rota encima de una mesa. Se pone en alerta y se percata del crepitar del agua procedente del cuarto de baño. Avanza y entra en el lugar donde se encuentra a la chica vestida y sentada bajo el agua de la ducha. Está empapada y llorando. James se sienta a su vera y se desabrocha el nudo de la pajarita. Los dedos de ella están manchados de la sangre de los muertos. Coge su mano temblorosa e introduce uno a uno los dedos en su boca para quitar las marcas. Luego abre el grifo del agua caliente y le acaricia la cabeza. Ambos permanecen en silencio, quietos y apesadumbrados, mientras que la cámara retrocede dándoles espacio para la intimidad.

En mi opinión, es una de las escenas románticas más bonitas. No solamente de la saga de James Bond, sino de la Historia del cine. Pero esa idea no estaba adecuadamente reflejada en el guión original, optando por una situación mucho más convencional en la que Eva Green y Daniel Craig coinciden en el baño, se desnudan y tienen sexo bajo el agua de la ducha. “Estaba en el guión y no lo veía claro. No paraba de darle vueltas. Me alegro de haber discutido. Para mí tiene mucho sentido que sea así”, explica Daniel Craig en En la piel de James Bond. Me gustaría conocer su opinión tanto del arco que sufre el protagonista como de la escena comentada de la película.

Lo que se explora en el personaje de M, y también con el resto de mujeres que aparecen en la vida de Bond, son los tonos un tanto freudianos que hay con la madre. La relación maternofilial es uno de los pilares sobre los que se sujeta la identidad del Bond de Daniel Craig. Ves que cuando el personaje sale del núcleo de la madre simbólica -M-, independizándose y sustituyéndola por Vesper Lynd, su vuelta a ella es traumática. La muerte de Vesper Lynd y la posición que James Bond ocupa en esa tragedia provocan que regrese roto. De un personaje que ya estaba previamente roto. Es decir, que vive desde el trauma y por el trauma. Los posteriores filmes de Daniel Craig no harán otra cosa que explorar la gestión de ese conflicto. Especialmente, Quantum of Solace. Aunque de forma colateral porque esa película ya estaba condenada desde el principio por sus problemas de producción. Esa relación entre la naturaleza del trauma y la forma de gestionarlo con la madre es la parte que más me interesa de ese arco narrativo.

La famosa escena a la que haces referencia sugiere la disociación entre el yo colectivo, como sujeto subordinado a la identidad comunitaria de lo británico, y el yo individual. Ninguna otra de las iteraciones previas al James Bond de Daniel Craig había explorado de esa forma el grado de conflicto existente entre el yo personal y el yo público. Esta escena pone de manifiesto que hay una disociación entre una cosa y la otra porque hay un yo individual que es particularmente muy poderoso. Ese lado de Bond entra en conflicto, no en pocas ocasiones, con su contraparte colectiva.

 


“Vesper Lynd no es la típica chica Bond: el papel no consiste en ponerse sexy y dejarse seducir por 007, sino que tiene mucho subtexto. Veo al personaje como las heroínas de las viejas screwball comedy de los años 40, tiene algo de los personajes que llevaron a la fama a Katherine Hepburn. Para Vesper Lynd, el diálogo es un arma arrojadiza para poner a prueba a James Bond, que vivirá con ella la única historia de amor legítima de su carrera, un romance que no tendrá un desenlace fácil ni complaciente”, explica Eva Green sobre su rol en la saga (Fotogramas, noviembre 2006). Coincido con su gusto por los referentes del cine. Se suele discursear actualmente mucho sobre la mujer empoderada en las ficciones actuales, a partir de la presuposición de que era un rol inexistente en el pasado y alcanzado sólo con éxito desde hace pocos días por un determinado y selecto tipo de mujeres y aliades. Reivindico el estudio de filmografías como las de Katherine Hepburn, que encarnaba a mujeres inteligentes, independientes y rebeldes. También, con respecto a otras mujeres.

 

005. Siguiendo con la comparación entre Casino Royale y otras obras clásicas que disponen de una trama central sobre la madurez, El Rey León (The Lion King, 1994) comparte con la cinta de James Bond uno de los cierres más majestuosos donde la función enfática de la música juega un papel crucial para presentar la culminación de los periplos vitales de los protagonistas.

El león Simba se enfrenta a su tío Scar, que muere después de ser devorado por las hienas, en un proceso que lo ha llevado a una reafirmación personal. Ahora está preparado para asumir su sitio en el ciclo de la vida como soberano de unas tierras que fueron de su padre. El compositor Hans Zimmer, artífice de la música de Sin tiempo para morir (2021), modifica el leitmotiv de Simba, que se había caracterizado a lo largo de todo el filme por evocar su fragilidad y melancolía, con unos arreglos que transforman la melodía por algo épico y acorde a su actual momento de plenitud. Esta variación del tema original se intercala con imágenes del león subiendo paso a paso por la Roca del Orgullo. Un camino que realiza viendo el cráneo de un ñu arrastrado por la lluvia torrencial -animal que arrolló y mató a su padre Mufasa-, simbolizando la superación de la culpa por la muerte del progenitor. Una vez alcanza la cima, Simba alza la cabeza y escucha la voz de Mufasa entre las nubes, que lo interpela con un: “Recuérdalo”. El felino sonríe y ruge ferozmente desde lo alto de su trono. Las leonas de la manada, a sus pies, reaccionan uniéndose voluntariamente con sus rugidos. El hijo está preparado para convertirse en padre. Y así termina la acción de una película que, además de ser dramática y entretenida, resulta veraz en su vertiente psicológica.



 

Ahora, pasemos al final de Casino Royale donde el espía llora la muerte de Vesper y comunica a M que vuelve a ser un agente operativo. “El trabajo está terminado, la zorra está muerta”, comenta James Bond a su superiora para evitar ser escrutado emocionalmente. Pero el trabajo aún no está acabado. 007 se hace con el paradero de White, responsable de coaccionar a Vesper. Cambiamos de localización y vemos a White situado en el jardín exterior de una villa italiana. Recibe una llamada telefónica donde el agente le comenta que tienen que hablar. Sorprendido y airado, White exige saber quién es y recibe como réplica un tiro en la pierna. El villano se arrastra por el suelo hasta llegar al primer escalón de las escaleras de la entrada. Entonces, empezamos a oír los compases de la música de Monty Norman mientras que el espía lo rebasa por el lado, subiendo unos escalones, y se sitúa encima suyo. Está a los pies de un hombre que coge el móvil de su amor en una mano y un rifle en la otra. Desde lo alto de esa elevación, no ruge pero dice su frase más icónica con una media sonrisa: “Mi nombre es Bond. James Bond”. En ese instante, el tema de 007, con los arreglos añadidos por el músico David Arnold para esa escena, llega a su estribillo más célebre. Termina la película.

 



El viaje iniciático ha llegado a su culminación. ¿Qué opina sobre el uso dramático de los elementos musicales y visuales de estas escenas tan distintas pero a la vez tan parecidas?

Desde el punto de vista cinematográfico, la escena de Casino Royale es muy inteligente. La película cuenta una historia sobre la identidad del personaje, en términos muy amplios, y ese final es la culminación. La banda sonora de Casino Royale introduce musemas, -cuyo significado general se refiere a las unidades más pequeñas en cualquier música-, y los utiliza sin motivos concretos pero con significado musical. Esos musemas van apareciendo en los momentos en que suena el leitmotiv de James Bond a lo largo de la película y evolucionan hasta concluir en la música de esta escena final. Es uno de los motivos por los que suena tan poderosa.

Con respecto a la comparación entre El Rey León y Casino Royale, las dos escenas reproducen un patrón narratológico mítico muy específico, que en la cultura occidental asociamos con una iteración concreta de dicho patrón, la Odisea. El retorno pone en escena la pérdida de la inocencia y el cambio identitario del viajero. Las dos narrativas tienen tantos puntos en común y son tan potentes porque tienen este referente mitopoético. Y es interesante ver el cambio que hay entre un retorno y el otro por cuanto la comparación denota que los regresos tienen impacto subjetivo, sí: el cambio identitario traumático de Bond impulsa una suerte de tragedia personal; en el caso de El Rey León es la afirmación de los valores defendidos por su padre en versión 2.0.



Los guionistas Linda Woolverton, Irene Mecchi y Jonathan Roberts escribieron el papel de Mufasa en El Rey León para Sean Connery, interpretado finalmente por James Earl Jones -y con la maravillosa voz de Constantino Romero en la versión en castellano-. Parece lógica la preferencia por el escocés para ese rol de padre/rey, teniendo en cuenta su última etapa como actor donde impuso su veteranía a héroes más jóvenes: Harrison Ford en Indiana Jones y la última cruzada (1989), Alec Baldwin En la caza del Octubre Rojo (1990), Richard Gere en El primer caballero (1995) o Nicolas Cage en La Roca (1996).  


006. El desenlace de Casino Royale se inscribe dentro del cine posmoderno. Su discurso narrativo plantea una serie de elementos ambivalentes en la figura del espía británico, algunos conservadores que lo remiten a los valores unívocos de la ética victoriana pero otros que parecen entrar en contradicción con ellos. Al final de su viaje, James Bond no es la encarnación perfecta del héroe de Thomas Carlyle en la Teoría de los Grandes Hombres. Comparte algunos aspectos, sin lugar a duda, al ser un sujeto más sobrio -sobre todo en el terreno emocional con las mujeres- y sigue siendo imparable e incorruptible, pero lo hace en clave individual. No es alguien que actúe por el grupo con la determinación de dejar su impronta en la historia de la comunidad. El alter ego de Daniel Craig sigue a su conveniencia las normas dictadas por el MI6, la Ley como señalaría Carlyle, y eso provoca que mantenga una relación tensa con la organización, como comentaremos en Quantum of Solace (2008). 

James Bond es fruto de nuestros tiempos porque desconfía sobre una única verdad totalitaria, de una ideología o una creencia capaz de rendir cuenta a los desafíos del mundo. Representa el signo de la posmodernidad donde los metarrelatos y los grandes discursos legitimadores forman parte del pasado porque han entrado en crisis actualmente. ¿Considera que James Bond comparte y a la vez contradice algunos valores victorianos? ¿Estima que es posible realizar discursos inequívocos sobre la idea del héroe hoy en día, sin un punto de escepticismo respecto al propio mensaje?    

La idea de héroe no puede ser la misma que la del siglo XIX. En la génesis de Bond hay una base que preserva elementos del siglo XIX, pero eso no quiere decir que sea la misma figura. Existen aspectos diferenciales y no uno, sino millones. No podemos estar hablando del mismo tipo de héroe de antaño porque elaboramos y negociamos las expectativas de manera distinta. A día de hoy, tengo la percepción de que si no hay un héroe torturado, no podemos relacionarnos correctamente con el personaje.

Vivimos en un mundo en el que necesitamos que los signos culturales (ya de por sí complejos como es el caso de James Bond) dispongan de muchos más elementos de conflicto cultural. Nuestro yo ya no es suficiente. Es necesario configurar nuestra identidad a partir de nuestra relación con el medioambiente, por poner un ejemplo. Y dentro del medioambiente es preciso determinar nuestro vínculo con el mundo animal. Y ya no hablamos de naturaleza, sino de entornos. De ahí se derivan todos los criterios posthumanistas que dominan el panorama actual. Como resultado de ello, un héroe contemporáneo tiene que entrar dentro de esa narrativa e integrar esos elementos para que sea percibido como actual. Considero que Daniel Craig, sobre todo en Sin tiempo para morir, es uno de los primeros James Bond posthumanistas.


007. Para terminar este apartado dedicado a Casino Royale, me gustaría conocer su opinión sobre el tema musical que acompaña la película: “You Know My Name”, que está interpretado por el cantante Chris Cornell y compuesto por David Arnold. El mismo título de la canción ya propone una reflexión alrededor de la identidad de James Bond. Parece retar a la audiencia que puede conocer el nombre del espía, pero desconoce el tipo de persona que hay detrás. Un hombre que no es el agente con licencia para matar infalible de las anteriores entregas, sino alguien que debe lidiar con dilemas existenciales y sacrificios. ¿Qué destacaría de la aportación musical de Chris Cornell?

Me resulta estimulante su análisis de la letra de la canción y quiero rescatar un breve fragmento para comentarlo con usted: “¿Merezco matarte? ¿Estás dispuesto a morir? La sangre más fría corre por mis venas”. Una concatenación de ideas entre “matar” y “morir” como actos de afirmación y negación personal. La acción de uno implica el otro como si fueran dos personalidades distintas en un mismo ser que están en constante conflicto. “Matar como agente implica morir como persona”, resume de forma fantástica en su libro. Y, sin duda, es así en el James Bond de Daniel Craig. La muerte de Vesper ha supuesto también la muerte figurada del Bond humano que deseaba emprender una nueva vida feliz. Las cicatrices de ese fatal acontecimiento revierten sobre su persona en el sentido que lo convierte en un asesino más duro y frío. De ahí que el final de la película se sienta agridulce. ¿Sospecha que este James Bond detesta ser 007? ¿Por qué? 

Estoy de acuerdo. Hay un conflicto central entre ser James Bond y ser 007 en el personaje. Precisamente por las razones que comentaba antes, la identificación entre el yo individual y el yo colectivo ya no están tan claras y entran más en conflicto. Se refleja tanto en el romance que mantiene con Vesper Lynd como en la difícil relación profesional con M, que actúa como una madre subrogada.

 


“Hay una gran razón por la que Casino Royale es la película Bond más rompedora y emocionante en años, y su nombre es Daniel Craig”, comenta el crítico Peter Travers de la revista Rolling Stone. El filme de Martin Campbell reinventa al personaje por medio de darle un sentido existencial que no se había visto antes. El James Bond de Daniel Craig es más duro, más contundente, pero también más vulnerable. Creemos, en definitiva, que hay un alma rota bajo ese elegante e impoluto esmoquin.

 


6. Quantum of Solace: La redención de James Bond 


 
 
001. Quantum of Solace, dirigida por Marc Foster, es una secuela de Casino Royale y presenta a un James Bond desesperado por hallar consuelo tras la muerte de Vesper. La historia comienza cuando White es llevado a la fuerza ante M para interrogarle y ahí revela que la organización que chantajeó a Vesper es mucho más grande de lo que imaginan, teniendo personal infiltrado en todos lados. El guardaespaldas de M se descubre entonces como un agente de Quantum y ataca a M y Bond. Este último repele el embate y le persigue a través de unos tejados hasta alcanzarlo y ejecutarlo dentro de una iglesia en rehabilitación. ¿Qué opina sobre que la saga haya innovado en conectar hechos de una película a otra?

Me parece una forma interesante de conectar ambas historias. No me gusta pensar en términos de correcto o incorrecto. Prefiero considerar que es un camino que se explora con inteligencia. El problema aparece cuando se realizan comparaciones injustas entre esta secuela y la película original, que ha tenido además mucho éxito. Quantum of Solace es un filme singular que tiene por derecho propio muchísimas virtudes. Una de ellas es cómo actualiza elementos que la saga de Jason Bourne trae a la cultura popular. Y eso se realiza de manera bastante inteligente. 

 

 

Si Daniel Craig aceptaba ser James Bond, perdería el anonimato. “Sabía que mi vida se iba a ir a la mierda”, revela en un reportaje titulado: “Daniel Craig, la huella del héroe” (Gentleman, 4/10/2021). Tras pasar unos años como un ermitaño, sintiéndose física y mentalmente asediado por los paparazzi, acabó aceptando la fama que conlleva ese icónico personaje. Hugh Jackman, con quien coincidió como cabeza de cartel en una obra teatral en Nueva York, fue el gran referente donde mirarse para cambiar esa mentalidad. “Una de las cosas que aprendí es que no soy como él. Su mujer lo llama: Senador Jackman. Sale, saluda a la gente y habla con todo el mundo. Besa a todos los bebés. Se pasaba horas así todas las noches después de la obra. Y yo le acompañaba, porque les hacía ilusión vernos a los dos. Creo que eso me ayudó a disfrutar del lado bueno de la fama. Empecé a disfrutar de ello gracias a Hugh Jackman”, agradece Daniel Craig en En la piel de James Bond (2021).


002. Una revisión a este filme constata que es una de las películas donde 007 sale más tiempo maltrecho, ensangrentado y lleno de polvo en pantalla. Son los efectos de canalizar su sed de venganza por medio de la persecución y la acción desmesurada. Bond se inscribe más que nunca en la teoría griega de la tragedia, que formuló Aristóteles hace veinticuatro siglos, y describe un error común en los héroes trágicos. “Los héroes trágicos suelen ser individuos superiores dotados de extraordinarios poderes, pero hacen caso omiso de todas las advertencias y desafían los códigos morales vigentes, creyéndose por encima de las leyes de los hombres y de los dioses”, indica el guionista Christopher Vogler en El viaje del escritor

M asume que Bond es responsable de muchas de las muertes que se suceden a lo largo de la misión, incluida la de una oficial del MI6. Así que pasa de restringir sus movimientos, por medio de revocar sus pasaportes y tarjetas de crédito, a ordenar su detención. Unas medidas livianas en comparación a las de la CIA, donde su jefe en América del Sur manda a sus agentes a eliminarlo porque se interpone en un negocio entre él y Dominic Greene (Mathieu Amalric) por el control del comercio del petróleo boliviano.

Todos contra uno y uno sobreviviendo para hacer lo correcto. Batman (Christian Bale) o Ethan Hunt (Tom Cruise) sufren la misma persecución y desprecio, incluso entre los suyos, aunque se erijan en última instancia junto a este James Bond en protectores del sistema. ¿Alguien en su sano juicio seguiría creyendo en el sentido de justicia en un entramado económico y político corrupto como el que reflejan estas historias? ¿James Bond es ético?

La contradicción aparece en el momento en que hay un representante del estado, como James Bond, Ethan Hunt o Jason Bourne, que es capaz de detectar una fractura en la estructura de la sociedad, donde el estado está disociado del colectivo al que gobierna. Esa discordancia es muy productiva en clave narrativa porque es lo que sostiene todas esas películas de espías. Siguiendo con esta reflexión, la idea es clara: si hubiera justicia en el mundo, no deberían existir ni James Bond, ni Ethan Hunt, ni Jason Bourne.

Otro aspecto que comento en el libro es que esas figuras sirven también como vehículo para poner la fantasía y la imaginación al servicio de una versión positiva de lo ideológico. En este sentido, esos personajes encarnan la individualización de lo micropolítico como herramienta para contrarrestar y corregir las acciones de lo macropolítico en su dimensión de grupo/estado. El éxito de sus misiones implica la confirmación de que el sistema funciona, porque es capaz de autopurgarse con cierta efectividad a través de esos individuos. Así que es una forma eficaz de promover la consolidación y adhesión ideológica del espectador al sistema, a pesar de sus múltiples desajustes e injusticias estructurales.


 

Bond es carne de cañón. Daniel Craig interpreta a un personaje que surge en respuesta del mundo posterior al 11-S. Los cambios y las agitadas tensiones políticas del nuevo milenio repercuten en la ambigüedad moral del personaje. Ahora, el agente es tanto un riesgo para el MI6 como un activo indispensable. Operando en la espesa zona gris psíquica de principios del siglo XXI, M pide a Bond: “Necesito que vuelvas”. A lo que el agente contesta: “Nunca me he ido”. El servicio a su patria está fuera de toda duda.

 

003. “Tranquila, amor”, comenta preocupado un hombre de tez morena a su pareja cuando son asaltados a punta de pistola por James Bond en su apartamento. 007 comenta a la mujer llamada Corrine (Stana Katic), una agente canadiense, las verdaderas intenciones de su amante Yusef (Simon Kassianides), miembro de la organización Quantum y con experiencia en seducir a mujeres con conexiones valiosas. Sus mentiras provocaron la muerte de Vesper y quiere ahorrarle ese destino a ella. Corrine agradece la información y abandona el piso. Yusef es consciente de que su vida pende de un hilo y pide que sea ejecutado rápidamente. No hay respuesta. El atacante examina atentamente a la víctima y sus músculos faciales se tensan como un león cuando está a punto de abalanzarse sobre una gacela.

A pie de calle, momentos después, el presunto homicida comenta a su superiora que ha dejado con vida a Yusef, anteponiendo así el principio de justicia al sentimiento de venganza. M le reclama que vuelva al equipo y James Bond responde que no se había marchado nunca. Después avanza por las calles desoladas y nevadas, tirando a su paso el collar de amor que Yusef había regalado a Vesper. Bond ha hecho justicia a su muerte y perdonado su traición.

La redención emerge como la auténtica temática de una película que avanza a través de confrontar valores como la venganza y la justicia o la ira y el perdón. Lástima que lo haga de manera irregular y mediante una trama principal poco interesante. La crítica coincidió en considerar Quantum of Solace como la peor de las películas protagonizadas por Daniel Craig. Todo un bajón tras la sugerente y dramática Casino Royale. ¿Coincide con la crítica?

A menudo se ha dicho que una historia es tan buena como lo es el villano que describe, dado que un enemigo poderoso obliga al héroe a superarse y aceptar el reto. Dado el poco rédito dramático que despierta el villano interpretado por Mathieu Amalric, habría sido una buena elección que el antagonista principal fuera el novio de Vesper, encarnado por Kassianides. Una sombra que encajaría perfectamente con la motivación del protagonista y proporcionaría un arco dramático mucho más poderoso, en caso de mantener la última escena tal y como está diseñada.  ¿Qué opinión le merece?

Esto es especulación-ficción. El intercambio de villanos que planteas merecería la pena explorarse en otra película. Pero, ¿si hubiera sido mejor ese villano que el de Mathieu Amalric? No lo sabemos. Intento no pensar en esos términos. Creo que el personaje de Mathieu Amalric está infravalorado, o mejor dicho, está valorado en unos términos que no me parecen justos. James Bond no está luchando contra un enemigo en concreto, como en otras ocasiones, sino que lo hace contra una sinécdoque de un mundo que describes muy bien en las reflexiones anteriores. Dominic Greene es la versión del antagonista prototípico de la saga de Jason Bourne. Mientras que ahí funcionaba muy bien, aquí no me parece que funcione mal del todo. Destaco como positiva la iniciativa de la película por tratar el mal aplicado a la ecología, o el mal ecológico. En esta concepción de narrativa posthumana es lógico considerar que el sujeto del mal pueda diluirse para convertirse en un flujo del mal, como una entidad más que un individuo a la sombra que actúa a través de las distintas instituciones de la película.


004. Los problemas que hubo durante la producción de la película merecen un capítulo aparte. Michael G. Wilson -el productor-, Marc Foster -el director- y Paul Haggis -el guionista- reescribieron el guión desde el inicio, partiendo de un borrador entregado por Neal Purvis y Robert Wade antes de que se fueran a la huelga de guionistas de Hollywood en 2008. Quantum of Solace empezó a rodarse en un contexto falto de guionistas y con su estrella teniendo que realizar esas funciones. “Estábamos jodidos. Las reglas eran que no podías contratar a alguien como escritor, pero nadie ponía pegas a que el actor y el director se reuniesen para trabajar en las escenas. Estábamos reescribiéndolas entre toma y toma, y no soy un escritor”, explica Daniel Craig.

La calidad de la película se vio afectada por un guión en constante revisión y por las prisas impuestas por el sistema de producción. El cine francés de la nouvelle vague, encabezado por François Truffaut y Jean-Luc Godard, impuso la ilusoria idea de que el director/autor era el Dios absoluto en una película. Una figura que todo lo sabe, todo lo hace y todo lo puede. Punto de vista opuesto al del director inglés, adoptado en Hollywood, Alfred Hitchcock, que afirmaba con claridad: “Es imposible hacer una buena película con un mal guión”.

¿Se le da al guionista la importancia que merece dentro de lo que significa hacer un filme? Casi todos los personajes populares de la literatura han pasado al cine o la televisión, ¿qué diferencias más notorias encuentra entre el Bond de la novela y el Bond de Daniel Craig?

Hay dos grandes teorías sobre la autoría cinematográfica. Una es la publicada en la revista francesa Cahiers dú Cinema en los años cincuenta, que sostiene que el director es el autor máximo de la obra. A pesar de surgir como reacción a lo que sucedía al otro lado del Atlántico, en Hollywood, el cine de auteur encuentra elementos genéricos comunes en nombres como John Ford, Howard Hawks o Alfred Hitchcock para legitimarse. Mientras que la otra teoría destaca la figura del guionista como el auténtico autor de la película, similar a un escritor con su libro. Ambos corrientes de pensamiento forman parte de un debate sobredeterminado y con múltiples ramificaciones. 

Respecto a la pregunta sobre la diferencia entre el Bond literario y el Bond cinematográfico, tenemos la tendencia de ver que hay un Bond original y el resto son copias. No creo que eso sea correcto. Hablar en esos términos implica cerrar infinitos matices a ese gran fenómeno cultural que es James Bond. Como ya he comentado anteriormente, estamos relacionándonos con un signo cultural muy complejo que tiene varias iteraciones literarias y cinematográficas. Unas reescrituras que añaden elementos nuevos al personaje y le permiten sobrevivir durante mucho tiempo. Si no fuera así sería imposible que James Bond viviera sesenta años, o setenta, si se cuenta su inicio literario. El vínculo que se crea entre el lector y el espectador con las diversas reescrituras del personaje es lo que hace que tenga esa prodigiosa durabilidad.

 

005. Otro problema de Quantum of Solace (2008) es la dirección y el montaje de las escenas de acción. El director Marc Foster y el montador Matt Chesse cogieron de referencia el efecto cámara en mano, que estaba de moda gracias a Doug Liman y Paul Greengrass en la saga de Bourne. Un estilo cuyos rasgos son el movimiento, la inestabilidad de plano y la rapidez en el corte. Pero Marc Foster no se quedó solamente con este recurso estético, sino que introdujo una serie de licencias autorales, más propias de los Truffaut y Godard, para añadir acciones que no tienen nada que ver con los personajes. Ahí está, por ejemplo, la persecución entre el guardaespaldas de M y Bond intercalada con imágenes de una carrera de caballos en Siena. Resultan escenas frenéticas, pero aturden y abruman al espectador porque son ininteligibles.

 


 

En contraste a ello, Steven Spielberg es un genio a la hora de tomar decisiones concretas en áreas como la composición, el movimiento de cámara y el desplazamiento de los actores, situando la cámara siempre al servicio de la historia. En Indiana Jones y la última cruzada (1989), Harrison Ford y Sean Connery escapan en sidecar de un grupo de nazis montados en motos. Para deshacerse del último soldado, Indiana Jones utiliza el asta rota de una bandera como lanza para atravesar la rueda de la moto. Tal y como explica José Ignacio Sánchez en su Tesis Doctoral sobre el estadounidense, cualquier otro director habría utilizado planos distintos para la rueda y la reacción del personaje, disminuyendo la velocidad general de la escena. Pero Spielberg consigue ser trepidante con pocos planos y sin necesitar de un montaje picado. Su cine se construye a través de planos que se encadenan visualmente con una prodigiosa fluidez.

La revolución tecnológica abre posibilidades infinitas de expresión a los directores actuales, y muchos han cambiado su forma de crear. ¿Qué opina sobre la dirección de la película?

La dirección de Quantum of Solace es un poco errática porque es derivativa y funcional. Las secuencias de acción generan un movimiento que es funcional, pero deja muy poco espacio para la arquitectura dramática de los personajes. Pienso en escenas donde el diálogo es poco más que informativo. Quantum of Solace, de Marc Foster, no tiene una dirección como la de Skyfall, de Sam Mendes, que es majestuosa.

Cabe destacar que la película tuvo también el problema de la huelga de guionistas y que empezó su rodaje sin un guión terminado. Los productores, los Broccoli, querían un follow up, una secuela de la película, muy rápido tras el éxito de Casino Royale. Como lo hicieron con GoldenEye cuando estrenaron con premura El mañana nunca muere. Una precipitación en hacer las cosas que repercute en consecuencias negativas. Además, Quantum of Solace repitió el título de una novela de Fleming, como se hizo con Casino Royale y su adaptación en el cine, pero con el problema que su historia se centra más en el drama que en la trama de espionaje del libro. Por esta razón, y más allá del título, la historia de Quantum of Solace es original.

 

 

Steven Spielberg utiliza la simultaneidad para mostrar con eficacia las reacciones de Indiana Jones. Según narra José Ignacio Sánchez, la acción empieza con un plano general donde el último motorista nazi se acerca para atrapar la motocicleta con sidecar de los protagonistas (Fig. 1). Hay un corte de montaje y pasamos a otro plano con un encuadre contrapicado, donde la rueda del nazi está en primer término e Indiana se sitúa al fondo de la composición (Fig. 2.1). Cuando la moto del soldado avanza un poco más, la cara de Indiana queda enmarcada justo en el centro de la rueda, y su mirada nos indica que se le acaba de ocurrir una idea (Fig. 2.2). Un contraplano a esta situación muestra al nazi girando rápidamente su rifle en dirección al protagonista con la intención de dispararle (Fig. 3). Acto seguido, el protagonista lanza el mástil roto contra los radios de la rueda de la moto (Fig. 4), haciendo que el soldado nazi vuele por los aires (Fig. 5). Seguidamente, por medio de un primer plano, Indiana Jones se gira y realiza su característica sonrisa. Está contento porque su idea ha surtido efecto y ha terminado con la amenaza (Fig. 6). Sin embargo, cuando el alter ego de Harrison Ford se gira para ver la reacción de su padre en la ficción, Sean Connery, lejos de manifestar satisfacción por la acción, le aparta la mirada y, visiblemente irritado y con un claro tono de desagrado, pone en hora su reloj (Fig. 7.1, 7.2 y 7.3). Con pocos planos, pero muy bien pensados, Spielberg es capaz de mostrar de una forma orgánica las reacciones de Indiana Jones, situando la cámara en el mejor sitio posible para captar cómo funciona su creativa e impetuosa mente ante los momentos más desesperados.

 

 

Otro aspecto a destacar de esta secuencia es la forma en cómo se maneja la acción para abordar el conflicto emocional entre padre e hijo, cuya temática argumental centra el filme, por medio de pocos recursos técnicos y una coherencia narrativa impresionante. El resultado es emocionante, trepidante y muy divertido. “No conoces el placer hasta que alguien te paga para que lleves a Sean Connery a dar un paseo en el sidecar de una moto rusa por el sendero de una montaña lleno de baches y curvas. Lo vi retorcerse. Dios, lo que nos divertimos, si estás en el cielo, espero que tengan campos de golf. Descansa en paz, querido amigo”, comenta Harrison Ford en un comunicado que publicó The Hollywood Reporter tras conocerse la muerte del actor escocés. Quiero con este análisis unirme a las palabras de Harrison Ford y rendir homenaje al padre de Indiana Jones y de James Bond: Sean Connery.

 

006. Hay una escena de acción que me gustaría comentar con usted por su tratamiento musical. Se trata de la reunión secreta que mantienen algunos miembros de Quantum en la ópera. James Bond roba un auricular y escucha los planes de Greene. Después, interrumpe la conversación y los pone al descubierto, tomándoles fotos para enviárselas al MI6. Inevitablemente, ese acto de temeridad, provoca un tiroteo en las instalaciones del teatro. La persecución que se origina se intercala con imágenes de los actores representando Tosca de Giacomo Puccini. ¿Cómo valora la paradoja que se establece en películas de espías, como Quantum of Solace o Misión Imposible: Nación Secreta (2015) de Christopher McQuarrie, que usan piezas de ópera clásica para ambientar la acción y en cambio los teatros se llenan de un público ávido por escuchar bandas sonoras que son interpretadas por orquestas?

El leitmotiv es un término originario de las piezas musicales del compositor Richard Wagner, y acuñado por la crítica para designar el tema o fragmento musical recurrente en un filme. John Williams (Indiana Jones, Star Wars, Parque Jurásico), Ennio Morricone (Los intocables de Eliot Ness, El bueno, el feo y el malo) -ambos ganadores del Premio Princesa de Asturias de las Artes- o el mismísimo John Barry (James Bond) son deudores del wagnerismo. El perfecto Wagneriano (Alianza, 2011) es una obra traducida y con un ensayo preliminar escrito por usted. ¿Cree que los Williams, Morricone o Barry son los perfectos wagnerianos actuales?

John Williams, Ennio Morricone y John Barry comparten elementos wagnerianos en su música. Son buenos nombres para hablar de la concepción del autor romantizada. Una especie de gran hombre que tiene una conexión inefable con un espacio de afecto donde se encuentra la inspiración musical. El caso del leitmotiv de James Bond transmite una idea de lo masculino, del espionaje, de la privacidad de la mirada, de los secretos…

Considero que John Barry y John Williams tienen más en común que Ennio Morricone, cuyo perfil es más versátil desde distintos puntos de vista. Pero los tres participan en esa gran concepción wagneriana de la orquestra. Un estilo musical que, por cierto, domina el cine de Hollywood. Así que la respuesta a esta pregunta era sencilla.     



007. Another Way To Die (2008) cuenta con las voces de Jack White y Alicia Keys. Se trata del primer dúo que canta un tema de una entrega de James Bond y ambos artistas mezclaron sus estilos para producir este éxito musical. White aportó su gusto por el rock, mediante la guitarra y la batería, mientras que Keys introdujo sus preferencias por el soul y las armonías fuertes, que están más asociadas a las melodías características de la saga.

La canción ahonda en explorar la psique de Bond a través de las voces masculina y femenina, expresando las energías del ánimus y el ánima, según la catalogación del psicólogo Carl Jung. Ánimus aludiría al elemento masculino presente en el inconsciente femenino, mientras que el ánima haría referencia al elemento femenino correspondiente al inconsciente del varón. Conforme a esta teoría psicoanalítica, las personas poseen un manojo completo de características tanto femeninas como masculinas, que son necesarias para la supervivencia y el equilibrio interno. ¿Por qué cree que a este Bond le atormenta su “yo” femenino? ¿Consideraría este conflicto intrapersonal como un rasgo distintivo del Bond de Craig?

Las relaciones son más cercanas a una concepción performativa o realizativa de género en el ciclo de películas de Daniel Craig. Entendiendo el género y la identidad de género no como aquello que uno determina que es, sino cómo actúa ante las diferentes situaciones de la vida. La acción es el elemento decisivo que define su naturaleza como sujeto masculino o femenino. La teoría feminista de la filósofa Judith Butler coincide con este manifiesto cuando se refiere a que el género de un niño viene designado por las expectativas que tiene la sociedad en su cuerpo al nacer.

El guión prescrito socialmente era muy claro en la masculinidad bondiana de los años sesenta, setenta y ochenta. Sobre todo, en los sesenta y ochenta. A diferencia de los setenta, que aparecían algunos elementos un poco más ambiguos. Pero, sin duda, ese camino se ha ido explorando de una manera mucho más marcada en la actualidad, donde se han redefinido tanto el propio Bond como las chicas Bond, referidas antiguamente sus compañeras de misión. Las identidades fijas y estables de antaño han dado paso a unas subjetividades móviles y dúctiles, que no se pueden encerrar de una manera tan concreta como antes. 

 


“Ustedes dos forman una pareja preciosa. Los dos son mercancía dañada”, comenta Greene sobre James Bond y su contraparte femenina en la misión: Camille Montes (Olga Kurylenko). Una agente boliviana que busca su venganza personal y experimenta un conflicto parecido al de su compañero. Con la diferencia que Camille sí que es capaz de expresar estas emociones. Todos tienen muy claro que debajo de las cicatrices físicas y psicológicas, hay un alma atormentada en James Bond. 

 
 

Domingo 11 de junio, 2023


8. Skyfall: El Edipo de James Bond

Me es imposible analizar Skyfall (2012) sin verme reflejado en su melodrama maternofilial. La confrontación entre James Bond (Daniel Craig) y Raoul Silva (Javier Bardem) pone en escena la lucha edípica entre hermanos por hacerse con el amor de la madre, aunque con un giro perverso: la némesis actúa para matar a M, mientras que el héroe, cuyo vínculo de confianza, lealtad y verdad con ella es incuestionable, trata de repeler sus ataques. Esa disputa entre opuestos adquiere toda su resonancia emocional en la comparecencia de M ante los miembros del Comité Ministerial de Seguridad e Inteligencia. La acción de la escena desencadena un efecto irresistible en dos niveles distintos pero simultáneos: el cuestionamiento del idealismo victoriano expresado por M a través del poema Ulises de Alfred Tennyson y la carrera que emprende Bond para evitar que Silva asesine a M, representante de dichos valores. “Una persecución que integra la relación entre la realización del ideal y el ideal en sí mismo”, destaca enfáticamente Eduardo Valls en la entrevista.

El éxito rotundo de Skyfall no fue la única buena noticia que deparó el año 2012 a James Bond. Tal es así que debería remontarme casi treinta años a esa fecha, en 1983, con los estrenos coincidentes en el tiempo de Roger Moore (Octopussy) y Sean Connery (Nunca digas nunca jamás), para establecer un ejemplo equiparable al caso. El personaje creado por Ian Fleming fue lo más celebrado en el acto de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres y he contado con mi buen amigo Albert Salvador para comentar el cortometraje de presentación. Muchas gracias, Albert, por querer formar parte de este proyecto y haber aportado tu visión.

 



 
El presidente de los Estados Unidos de América, Thomas Jefferson, situaba el fundamento moral que hay detrás de la democracia como la posibilidad de que un ser humano pueda ser gobernado por la razón y la verdad. Algo que requiere que los gobiernos garanticen que las puertas queden siempre abiertas a esos valores. Ese posicionamiento ideológico se asemeja a las tesis defendidas por la corriente victoriana y a las que James Bond actúa como garante, con o sin el beneplácito de los poderes que rigen toda gran nación.
 
 
001. La película de Sam Mendes le interesa poner en cuestionamiento el mundo que rodea a 007. Una sociedad que no solamente engendra monstruos, sino que encima tiene el valor de ignorar su existencia y de encubrir sus acciones más deleznables para evitar ser cuestionada. Así es como surge un demonio como Silva. Un paria ilustrado que se ha preparado para librar una guerra contra ese mismo sistema que le ha dado la espalda y consumar su venganza. Silva tiene algunas características que lo enmarcan dentro del modelo heroico romántico, que surgió en la literatura del siglo XIX como efecto de la Revolución Francesa e Industrial. Se trata de un personaje salvaje, amoral y que se ha permitido vivir de acuerdo con sus deseos más carnales -ahí está el intento de seducción de Bardem ante un perplejo Craig- e ideológicos -emanciparse de M tiene como aspecto positivo que pueda decidir sus misiones-. Una personalidad que contrasta con la de James Bond que personifica el orden establecido por medio de situarse en el corazón de la sociedad británica como un guerrero protector, como un guardián vigilante, en una acepción del heroísmo mucho más tradicional y clásica

El conflicto entre los personajes hace especial hincapié a esa disparidad de modelos de vida. La escena de presentación de Silva es ilustrativa en ese sentido porque el antagonista, además de menospreciar las aptitudes físicas y psicológicas del protagonista, lo reprueba, como un hermano, por su carencia de ímpetu al no abandonar los principios de mamá M. Skyfall aporta el valor añadido de reflexionar sobre el poder gubernamental y sus abusos. Silva no viene del exterior, no es un comunista o un islámico, sino que proviene de dentro. ¿Qué lectura crítica hace sobre que el mal emana de las propias entrañas de la patria?

La concepción actual del estado es compleja y tiene aspectos estructurales que están disociados de lo ético. El personaje de Silva refleja esa disposición de la realidad desde su propia identidad híbrida. Un cúmulo de etnias diversas y mezcladas en su ser que lo hacen mucho más conflictivo y amenazante, desde cualquier punto de vista del que pueda analizarse. Silva no es británico, pero se le ha llevado al centro de poder del Imperio británico para que trabaje con ellos. Una coexistencia de tendencias contradictorias en el individuo -la diversidad de lo británico y la naturaleza inglesa de lo británico-, que generan angustia y varios trastornos neuróticos. Pero no termina ahí, sino que continúa con una evolución emocional que corre en paralelo a la de James Bond.

Desde un primer momento, Silva es codificado como el hermano de Bond. Una encarnación opuesta a él, que es una forma de decir: el otro que no es el otro, sino que es él mismo. Ese planteamiento dice mucho del propio Bond en el contexto de una película que pone especial énfasis en su origen escocés. ¡Y nunca conviene llamar inglés a un escocés! Una diferencia que viene determinada porque el centro del Imperio será siempre considerado como inglés. Por tanto, Bond adopta una posición marginal, como sucede con Silva, en relación al centro del Imperio británico. Un centro de poder al que ambos han jurado servir y proteger. De forma vicaria, se establece un debate con un trasfondo que me parece muy productivo y dramático.

 

Sam Mendes plantea una historia en la que no hay buenos y malos, ni luchas de extremos, sino una rivalidad fraternal entre dos sujetos repletos de semejanzas y a quienes únicamente distingue una cosa: mientras uno -Silva- ha completado su tránsito hacia la parte más perversa de la psique humana, el otro se encuentra a pocos pasos de rebasar la línea -Bond-. 


002. Bond y Silva se han perfilado como los mejores espías del MI6 en distintas épocas, sintiéndose ensalzados por el manto de predilección que les procuraba su relación con M. Pero, en un momento dado de su crecimiento profesional, uno de ellos comenzó a sacar su lado más depredador y el otro no. Silva se desvió de sus misiones, atentando contra China, y M se lo entregó como moneda de cambio para liberar a otros agentes británicos capturados. Una decisión de consecuencias irreversibles porque Silva fue torturado y, en un intento por acabar con su vida, ingirió una pastilla de cianuro que arrasó con su rostro y cuerpo, naciendo así un ser monstruoso. En contraste, y a pesar de sufrir otra mala decisión de M que a punto estuvo de matarlo, Bond continúa siendo fiel a ella y a todo lo que representa. “La confrontación entre ambos pone en escena de manera visible la lucha edípica entre hermanos por hacerse con el amor de la madre, aunque en este caso con un giro algo perverso: el plan de Silva está diseñado para matar a M, quien, por su parte, encarna para 007 el vínculo de confianza, lealtad y verdad inscrito en la dinámica de adoración del héroe”, comenta en James Bond contra el Dr. Brexit

Me encanta esa argucia de crear vínculos familiares entre unos personajes que no lo son, pero que se sienten emocionalmente como si lo fueran por parte de los espectadores. Gladiator (2000) de Ridley Scott propone también un juego similar de espejos parentescos. Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe) es un general romano, cuya honestidad, fidelidad y valor han convertido en hombre de confianza del emperador Marco Aurelio (Richard Harris). El anciano comunica a Máximo su intención de convertirle en su sucesor en el trono del Imperio romano, a pesar del perjuicio que supone para su hijo Cómodo (Joaquin Phoenix). Cuando su vástago conoce esa última voluntad, lo asesina y se autoproclama emperador. Envidioso de la persona que le ha robado la consideración de su padre y el amor de su hermana (Connie Nielsen) ordena asesinarlo junto a su familia. Máximo consigue escapar, aunque llega demasiado tarde para proteger a su mujer e hijo.

Tanto Silva como Cómodo son figuras trágicas, ángeles caídos en desgracia, que encarnan el mal y el miedo al que Bond y Máximo han de vencer. ¿Qué opinión le merece este recurso narrativo en Skyfall y Gladiator? Cabe destacar que lo personal aparece en James Bond para que abandone su figura arquetípica de antaño y adquiera unos nuevos contornos más reales. ¿Era necesario humanizar a 007?

He trabajado menos Gladiator (2000) y no puedo comentarte gran cosa. En el caso de Skyfall (2012), se impone una concepción teórica sustentada en la idea del otro que no es el otro. Silva es el enemigo y representa todo aquello que es Bond, pero también todo aquello que no es Bond. Si el cine, como arte, es una forma de revelar lo que tenemos reprimido en nosotros mismos. Sólo disponemos de dos estrategias de negociación posibles ante esa realidad: o lo eliminamos o lo integramos. Respecto a esta última posibilidad, tenemos que reconocer al menos que esa otra parte es un componente de nuestra propia identidad. Por esta razón, la muerte de Silva resulta traumática porque implica volver a reprimir todo aquello que había de él en la figura de James Bond.


Bond contra Bond. Sam Mendes enfrenta a héroe y villano -o Abel y Caín, o Apolo y Dioniso, o el Ego y el Ello- en el territorio del trauma fundacional del primero -la muerte de los padres-, que está cargado de simbolismo -la mansión de la familia desierta donde yacen sus tumbas-. Así, viajamos a lo más profundo de 007, para resolver el complejo de Edipo entre hermanos. Skyfall es, principalmente, un terso melodrama familiar.


003. El aparentemente mudo lenguaje de la ropa, la cosmética y los accesorios se convierte en el instrumento del cineasta para contar una historia. Traje, corbata y complementos son la ecuación sobre la que se articula la elegancia más versátil de James Bond para acaparar miradas ahí donde vaya. Los esmóquines de Tom Ford, con una gama cromática clásica que va desde el negro al gris y azul marino, son los elegidos por Daniel Craig para lucirlos como un arma de poder. De la misma manera que Bruce Wayne se enfunda en el traje de Batman o Tony Stark se recubre en el armazón de Iron Man, James Bond viste un escudo entallado. Esta forma de llevar el traje es descrita de forma maravillosa en su libro: “Craig lleva el traje al revés que Connery: no de fuera adentro, permitiendo que la forma del traje contornee la figura, sino más bien al contrario, de dentro afuera, delineando el traje a partir de la forma hiperbólica de su sufrido cuerpo”.

Si el vestuario marca la personalidad del protagonista, la caracterización resulta determinante para definir a su antagonista. Javier Bardem sorprendía especialmente con pelo rubio y lentillas azules en las primeras imágenes que se revelaron del filme. Según recoge en su obra, la razón de esta puesta en escena tiene su justificación en la motivación por presentarlo como un hermano ideológicamente corrompido de James Bond. Un doble falso -también, en el aspecto físico- que socava la figura del gran hombre por medio de una engañosa idolatría. Reflexionando sobre el mito victoriano de Thomas Carlyle, concluye que el héroe es un garante de la verdad que une a los integrantes de la comunidad, mientras que el idólatra constituye su reverso oscuro y decadente que provoca el caos y el desorden social. ¿Considera que ese subtexto victoriano en la película añade una capa más de interés en el enfrentamiento entre el antagonista y el héroe? ¿Se plantea entonces una dialéctica más profunda entre estos personajes que en otras películas de la saga?

La relación que hay entre James Bond y lo victoriano es muy compleja. Skyfall (2012) se inscribe dentro de un principio que definimos en términos académicos como crítica neovictoriana o ficción neovictoriana. Una mirada que invita a profundizar en las diferencias de los pilares del fenómeno victoriano. No de su historia oficial, o mainstream, sino que pone especial énfasis en tratar todos los elementos que habían quedado oprimidos bajo su yugo. Todo esto hila con lo anteriormente comentado, Skyfall trata sobre el poder de lo reprimido entre Bond y Silva, pero también es una historia donde aparecen temas reprimidos desde la perspectiva victoriana. Temáticas como la homosexualidad, la visión crítica y desmitificada del estado, el cuerpo no normativo de Silva, la obsesión por hacerse con los poderes del centro del Imperio británico… emergen por medio de un conducto digital. Además, James Bond, como supuesto valedor de la historia victoriana oficial, interviene de forma contraria, como una fuerza subversiva, para sacar a relucir esos aspectos controvertidos que son mitigados por la cultura victoriana. Por eso, considero que la elección de la estética neovictoriana de la película es especialmente acertada para abordar todas estas problemáticas de origen victoriano.



El monólogo memorable del villano. El primer discurso de Raoul Silva es tan especial porque muestra sus excentricidades y deseos a James Bond: hacerle entender que ambos han sido engañados por un sistema, que ahora quiere enfrentarlos para que se maten entre ellos. Mediante una analogía, Silva cuenta la siguiente historia basada en una experiencia propia: su abuela tenía una isla pequeña infestada con ratas, y lo que hicieron fue encerrarlas en un bidón durante un mes para que se comiesen entre ellas. El giro dramático en esa exposición de acontecimientos pasados se produce cuando quedaron sólo dos ratas, las supervivientes. “Entonces, ¿qué? ¿Las matas? No. Las coges y las sueltas entre los árboles. Pero las ratas ya no vuelven a comer coco. Solamente comen rata. Has cambiado su naturaleza. En eso nos ha convertido M”, concluye Silva. James Bond será la última rata en pie.


004. “En la psique de una persona la sombra puede ser cualquier elemento que haya sido suprimido, desatendido u olvidado. (…) Mas el pesar o el enojo sanos, si son reprimidos y confinados al territorio de la sombra, pueden bien transformarse en una energía nociva que se establece y nos socava con modos totalmente inesperados”, explica Christopher Vogler sobre los peligros de no sacar a la luz de la conciencia los aspectos reprimidos de los héroes. La novela victoriana, El Doctor Jekyll y el Señor Hyde, del británico Robert Louis Stevenson, es un ejemplo de una historia que trata sobre el poder del lado oscuro de un hombre bueno. Aunque no llega a los límites de crear una personalidad independiente como el Señor Hyde, James Bond adopta una conducta especialmente apática y autodestructiva después de que M haya tomado una nefasta decisión que casi provoca su muerte. Su actitud imprudente, como si no le preocupara vivir o morir, contrasta con los gritos y vítores de los clientes que le rodean en una taberna costera. James Bond apuesta a que es capaz de tomarse un chupito sin ser picado por el aguijón de un escorpión.

Este tipo de comportamiento se enmarca dentro del arquetipo byroniano, cuyo nombre proviene del poeta Lord Byron, y que analiza en su libro Dueños del tiempo y del espanto: “La figura byroniana puede ser rastreada en muchas de las manifestaciones culturales que resisten frente al aparato ideológico dominante del siglo (la doctrina del héroe victoriano)”. Si James Bond es una figura que encarna los postulados del heroísmo victoriano, pero también muta a acepciones más clásicas, trágicas y byronianas del mismo concepto, ¿podemos deducir que su personalidad actúa como un significante siempre móvil y abierto a añadir nuevos matices, incluyendo algunos antitéticos como lo victoriano y lo byroniano? ¿Opina que 007 encaja de manera más adecuada dentro de un ente terminológico más amplio como es el del antihéroe? ¿Por qué?

Sí, James Bond es un significante siempre móvil y abierto. Cada iteración del personaje integra nuevos elementos que nos obligan a relacionarnos de manera distinta con él.

Respecto a la segunda parte de la pregunta, la noción del antihéroe está demodé por una serie de razones que no vienen al caso, por lo largo que serían las explicaciones. Considero que el término de antihéroe se ha codificado en otros conceptos en la actualidad. Sin embargo, James Bond es un héroe que incorpora todos los elementos de aquello que no defiende como héroe. Por tanto, la definición de antihéroe es clara en su figura.


005. Skyfall fue nominada a los Oscar en la categoría de Mejor mezcla de sonido, referido a la captura real del sonido durante la fase del rodaje, y ganó la estatuilla en el apartado de Mejor edición de sonido, responsable de la creación y el diseño del sonido en posproducción. Per Hallberg y Karen Baker Landers son los técnicos que obtuvieron ese reconocimiento gracias a escenas tan memorables como la que comentaré a continuación. Personalmente, una de las mejores escenas de la saga porque es capaz de mostrar de forma épica una persecución emocionante entre un hijo virtuoso y otro desdichado por proteger o destruir aquello -la madre- que los ha convertido en lo que son.

Esa disputa entre opuestos comienza cuando M comparece ante el Comité Ministerial de Seguridad e Inteligencia, realizando un admirable discurso en el que expone cuál debe ser la posición de Occidente para hacer frente a los nuevos desafíos en materia de terrorismo. “Nuestros enemigos no están circunscritos en un mapa. Ellos se mueven entre las sombras preparando el siguiente golpe que van a asestarnos y es allí donde debemos luchar”, asegura M con vehemencia. En paralelo, vemos a Silva y sus secuaces, vestidos de policía, asesinando a unos guardias de seguridad en la entrada del edificio donde se celebra la audiencia.

Como conclusión a su alegato, M recita unos versos del poema Ulises de Alfred Tennyson. Sus palabras ejercen una función empática porque el texto habla y se posiciona indirectamente a favor de Bond, vilipendiado como una herramienta de fuerza obsoleta: “Aunque no tengamos aquella fuerza que antaño removía cielo y tierra, seguimos siendo lo que somos: el mismo temple en nuestros heroicos corazones debilitados por el tiempo y el destino pero con la firme voluntad de pelear, de buscar, de encontrar, y de nunca rendirse”. Daniel Craig sube por la boca de metro de la parada de Westminster tras un ataque de Silva. Su traje está repleto de polvo y escombros. Los camiones de bomberos y ambulancias empiezan a remolinarse por la zona, mientras que él emprende una carrera frenética en dirección contraria. Las palabras de M son diegéticas cuando vemos a ella en pantalla y pasan a ser diegéticas elididas cuando vemos a James Bond correr por las calles de Londres. Al mismo tiempo, se introduce una música extradiegética, que genera una tensión progresiva en la audiencia debido a la cercanía e irrupción de Silva en la sala donde está ella. El villano tiene a tiro a M y se enfatiza el momento climático de angustia con el único sonido de otros disparos y los gritos distorsionados de los presentes. El personaje de Ralph Fiennes resguarda a M y recibe un tiro en el hombro, permitiendo más tiempo para que llegue 007. La música extradiegética vuelve a aparecer en el tiroteo que se produce en la sala e incorpora unos acordes, que remiten al leitmotiv original de Monty Norman y John Barry, cuando Bond hace acto de presencia, provocando un alivio necesario en el espectador.

007 combate a los enemigos para salvar la situación, resguardar a su madre simbólica y preservar Occidente un día más. Me gustaría conocer su opinión sobre esta escena tan brillantemente ejecutada desde el punto de vista de su planificación audiovisual y de sus recursos simbólicos.

Una película se dirige varias veces. Se dirige cuando haces el casting. Alfred Hitchcock decía que te ahorras tres rollos de película por cada buen actor seleccionado. Luego, la diriges en la puesta en escena. Y, finalmente, la diriges cuando la editas. Lo que acabo de decir es un comentario del director de Skyfall, Sam Mendes, y me parece que es muy inteligente. La puesta en escena y el montaje son dos de las cosas que más relucen en esta escena y me parecen majestuosos en ambos casos.  

La acción de la escena genera un efecto irresistible en dos niveles distintos pero simultáneos, ya que por una parte participas en lo que está en peligro, que es el idealismo victoriano en los momentos del parlamento de Judi Dench, y por el otro participas en la persecución para evitar que se destruya ese ideal victoriano, encarnada por la acción de James Bond. Es uno de esos ejemplos en el que el cine de acción exhibe una dinámica ideológica mucho más compleja. Es maravilloso contemplar cómo está presentada la definición estática del ideal, que subyace a la dinámica móvil y directa de los personajes. Una persecución que integra la relación entre la realización del ideal y el ideal en sí mismo. Es fabuloso. Si digo algo más, voy a fastidiarlo… ¡Así que lo dejo ahí!

 


James Bond es el buen hijo. Daniel Craig emprende una frenética persecución en el mismo corazón de la capital británica. Esta secuencia de Skyfall es una de las más memorables de la saga y de la historia del cine.


006
. James Bond escapa junto a M a Skyfall Lodge, en Escocia, el hogar remoto de su familia, porque asume que sólo podrá ganar a Raoul Silva en un combate desprovisto de tecnología. Una decisión que le permite “ganar ventaja en la lucha (real e ideológica) con Silva (en el terreno del pasado y lo viejo)”, según expone en su libro. De ese modo, el héroe analógico -007- con M y Kincade (Albert Finney), el guardabosque de la finca de los Bond, preparan una creativa emboscada ante el inminente ataque del villano digital -Silva- y sus adeptos. Acerca de ello, recojo una reflexión que realizó el expresidente de los EE.UU., Barack Obama, en una entrevista al científico y documentalista británico David Attenborough. Según decía, en todas las religiones del mundo, cuando el ser humano va en busca de un conocimiento trascendente está situado en el extenso desierto, ante grandiosas aguas o en el pico de gigantescas montañas. La majestuosidad y los poderes de la naturaleza facilitan esa clase de nexo de unión. Volviendo a James Bond, y con tal de destacar el viaje introspectivo hacia la niñez del personaje, ¿qué lectura metafísica realiza sobre que la acción se sitúe en un entorno natural como es la mansión victoriana de los padres fallecidos del espía? 

Desde una perspectiva más simbólica y psicoanalítica, M se pone en manos del buen hijo, cuya responsabilidad es la de dominar, controlar y vencer los impulsos más destructivos y miserables de su hermano figurado. Algunos de los cuentos más famosos de la literatura, Caperucita Roja o Blancanieves, suelen presentar a la protagonista como el objeto de persecución de terribles bestias, que no dejan de ser representaciones físicas de sus miedos y sentimientos de culpabilidad. Un rol que en Skyfall recae sobre M y estructura la temática de toda la película: el pecado de la madre. Otro aspecto que también comparte con esos cuentos es la irrupción de una figura siempre rica en simbolismos como es la del cazador. James Bond abandona su esmoquin, y parte de su sofisticación, para enfundarse en la piel de un astuto cazador. ¿Opina que el último acto de la película adquiere una mayor resonancia en el público por reinterpretar estos referentes literarios de nuestra herencia cultural y popular?

Skyfall propone un tono narrativo y unos matices míticos con los que son fáciles de relacionarse. Hay una inversión en el tercer acto, que se da rara vez en otras películas de la saga. Es más, no recuerdo otro filme de James Bond en el que suceda eso. Normalmente es el protagonista quien va a violar la guarida del villano. Pero en este caso es el villano quien va a violar la guarida de Bond. Y esa decisión narrativa tiene un significado claro detrás que responde al debate y a la negociación entre el yo y su alteridad. Bond y Silva son dos versiones distintas del mismo fenómeno y la irrupción del segundo en la mansión de los padres del primero es una forma inteligente de establecer vínculos. Silva actúa como lo habría hecho Bond en cualquiera de sus misiones.

 

Skyfall señala la amenaza contemporánea que se cierne sobre nosotros a causa del empoderamiento tecnológico sin control. Corremos el riesgo de que nuestra democracia liberal mute hacia una dictadura tecnológica. Por esta razón, me resulta de lo más poética la manera arcaica en que James Bond mata a Raoul Silva. De la misma forma como le sucedió al emperador Julio César, el nuevo dictador digital es asesinado por una cuchillada en la espalda. 

 

007. La cantante Adele y el compositor Paul Epworth exhibieron un amplio conocimiento de la saga con la presentación del sencillo Skyfall, que acompaña a la película homónima en el cincuenta aniversario de James Bond en la gran pantalla. La letra encaja con el sentido narrativo de un filme que ahonda en temas complejos como la muerte y el renacimiento. Cual ave Fénix, 007 alza el vuelo después de los vaivenes de la irregular Quantum of Solace con un éxito indiscutible de crítica y público. El tema de la intérprete británica arrasó con todos los principales premios de la temporada: Golden Globe Awards, Grammy Awards, World Soundtrack Awards, Brit Awards y, por supuesto, Oscar a la Mejor Canción Original.

El análisis de la letra que realiza en su obra señala también la voluntad de abordar el origen del conflicto emocional de James Bond. M funciona como un sujeto repleto de significados para el protagonista. Por un lado, simboliza a la madre que le vio crecer y, en el otro, representa los valores sociales tan arraigados a su persona y que defiende con tanta firmeza. Una relación de dependencia que denota devoción y deber a partes iguales. A modo de apunte dramático, como explica en su libro, Adele rememora la muerte de M cuando canta: “Without the security (Sin la seguridad)/ Of your loving arms (de tus brazos amantes)/ Keeping me from harm (alejándome del peligro)/ Put your hand in my hand (Pon tu mano sobre mi mano)/ And we’ll stand (y nos levantaremos)”. Situación que recuerda el momento en que M está sujetada por “los brazos amantes” de su hijo cuando yace en el suelo tras ser alcanzada por una bala. “Algo sí que he hecho bien”, dice orgullosa la mujer refiriéndose a su agente mientras “pone su mano sobre su mano”. Finalmente, James Bond alcanza cierto sosiego al verse reafirmado en los postulados -victorianos- de su madre más allá de su muerte, “y nos levantaremos (en plural)”, con la intención de seguir actuando como una fuerza protectora en honor a ella. Resuena como algo triste, épico y a la vez inspirador. Es difícil describirlo en palabras, ¿verdad? ¿Qué opina?

La dualidad entre Bond y Silva gira alrededor de la madre por medio de un discurso freudiano muy particular, porque se deconstruye como objeto temático a lo largo de toda la película. Así, una vez diferenciadas sus distintas partes constitutivas, se introduce un nuevo valor: la tristeza por la inocencia perdida. Ese elemento, que antes no existía en el discurso, se refiere en clave freudiana a nuestra relación con la muerte de la madre. De modo que hay una nostalgia inscrita en esa escena final de la muerte de M que es difícil de soslayar.


James Bond es un héroe imperfecto con un desgaste físico y emocional descomunal, debido a que no siempre logra triunfar en sus misiones. Podría ser desalentador, pero no se rinde. Supera las adversidades y exhibe verdadera fuerza de carácter. Es la sombra indispensable para que el mundo funcione mejor.




9. James Bond en los Juegos Olímpicos de Londres 2012

El irlandés Danny Boyle, director de Trainspotting (1996), Yesterday (2019) y ganador del Oscar por Slumdog Millionaire (2008), fue el arquitecto de la ceremonia inaugural de Londres 2012. Boyle consiguió hacerse con el primer oro de todos, persuadiendo nada menos que a la reina Isabel para que actuara junto a Daniel Craig. Sus películas no responden a un severo realismo social, ni son un producto de Hollywood, y aún menos se sumergen en las tradicionales alegorías aristocráticas y campestres del cine inglés. Tiene su propio estilo.

Para comentar ese cortometraje, he contado con la colaboración de mi buen amigo Albert Salvador, quien ha escrito el texto que sigue a continuación. Admirador de las monarquías europeas, y aficionado a series como The Crown o Downton Abbey, Albert Salvador es el director de Relaciones Institucionales del Círculo de Economía. Además, tiene una contrastada experiencia profesional como director de la agencia de comunicación y relaciones públicas, Solsona Comunicación, y como jefe de gabinete del alcalde de Barcelona, Xavier Trias. En alguna ocasión, Albert ha definido su trabajo como un gestor de egos. Y no se me ocurre otra institución donde la gestión del ego sea más destacada y complicada que una familia real.

Muchas gracias, Albert, por querer formar parte de este proyecto y haber aportado tu visión.

 

Happy & Glorious

Por Albert Salvador


El 27 de julio de 2012, durante la ceremonia de apertura de la XXX Olimpíada, o más comúnmente conocida como Londres 2012, hubo una escena que probablemente haya sido la más vista, comentada y aplaudida de las ceremonias inaugurales olímpicas de los últimos años. Los protagonistas fueron la reina de Inglaterra y el agente James Bond.

El símbolo por excelencia de los británicos y el más querido, la reina Isabel, comparte minutos de prime time, cuya audiencia se calcula en más de mil millones de telespectadores en todo el mundo, con otro de sus más célebres símbolos, en este caso de ficción: James Bond.

La reina Isabel II se prestó, a sus 86 años, a convertirse en actriz por un día, recibiendo a Daniel Craig en sus dependencias del Palacio de Buckingham e incluso dar la impresión de que se lanzaba en paracaídas al estadio para presidir la ceremonia inaugural

El cortometraje refleja cuán importante son los detalles, empezando por el título: Happy and Glorious (feliz y glorioso) en referencia a una de las estrofas del himno británico: God save the King (Dios salve al Rey), pasando por las actuaciones del personal de palacio, los perros corgis e incluso la aparición de Winston Churchill en forma de estatua viviente.

El cortometraje, en sus seis minutos de duración, manifiesta el sentido de humor británico y la importancia cultural que goza James Bond en la vida de los británicos y de todo el mundo. Un personaje universal.

 

 

La acción empieza con la irrupción de un taxi negro inglés, black cab, circulando por el The Mall (la avenida que conecta Trafalgar Square con el Palacio de Buckingham) bajo los acordes de la melodía compuesta por el músico victoriano Sir Edward Elgar.

El vehículo, cuyo pasajero desconocemos su identidad, entra en la residencia oficial de la reina de Inglaterra. En la imagen se puede apreciar el detalle del mástil con el estandarte real, señal inequívoca de que la monarca se encuentra en palacio.

El gracioso guiño con el país que albergaría los siguientes Juegos Olímpicos se produce cuando un grupo de colegiales, que están visitando un salón del palacio, se acerca a un ventanal y reconocen al pasajero que baja del automóvil. Los niños llevan gorras con la bandera brasileña.

Ese hombre es James Bond. El personaje encarnado por Daniel Craig sube a paso ligero por las escaleras de palacio y es recibido por dos de los perros de la reina, que tanto quería Isabel II y que la acompañaron hasta sus últimos días.

También es recibido por un ayudante de cámara y un agente de seguridad, que custodia el despacho real. La monarca ya está preparada para salir, pero apura el tiempo para repasar unos documentos oficiales en su escritorio.

“Buenas tardes, señor Bond”, fue una frase que propuso la misma reina como saludo al agente. El hecho de que Isabel II se prestara a formar parte de esta producción sorprendió a Danny Boyle y, más aún, a los miembros de la familia real que no supieron de ello hasta el momento en que apareció en directo por televisión.

James Bond ejerce como su escolta principal, a quien acompaña a subir al helicóptero estacionado en los jardines del palacio de Buckingham. Las imágenes de la salida del despacho hasta la subida de la aeronave, con las escaleras de acceso perfectamente enmoquetadas en rojo, o los corgis correteando al lado de su dueña hasta las puertas, resultan fenomenales.

El cortometraje constata la férrea voluntad de James Bond de proteger a la reina en su trayecto hacia el estadio olímpico. Los ecos de los atentados de Al Qaeda en la red de transportes públicos de la capital londinense fueron demasiado próximos en el tiempo a esta celebración, causando una alarma social que quedaría retratada tanto en esta producción como en la película estrenada ese mismo año (Skyfall), donde el protagonista tuvo que sortear una explosión dentro del túnel de metro de la estación de Westminster.

James Bond se asegura que no hay ninguna amenaza para la monarca y realiza una señal para indicarle que es la hora. Entonces, abre la puerta del helicóptero y los dos se lanzan en paracaídas. ¡Espectacular!

A continuación, y tras salir oportunamente de plano, se anuncia la entrada al estadio de Su Majestad la Reina y el Duque de Edimburgo. Isabel II es recibida por el presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge, y se inicia la ceremonia oficial de inauguración. La actuación ha terminado.



¿M de Matrioska? Sírvase la estructura de las muñecas de madera rusas, cuya originalidad reside en que su interior alberga siempre oculta una nueva muñeca, para visualizar metafóricamente las múltiples capas que atesora el personaje. M nunca antes había tenido una riqueza de registros como la actual.

Para empezar, la muñeca más visible va asociada a su profesión y es la que le otorga el cargo público que ostenta como jefa del servicio de inteligencia secreto británico. Judi Dench ofrece básicamente ese rol en las películas de la saga protagonizadas por Pierce Brosnan. Situada más en su interior, la segunda matrioska contiene su rol como madrasta de James Bond, cuya función ha consistido en instruirlo desde niño como el mejor espía de la organización. A ese nivel es hasta donde ha llegado el alter ego de Javier Bardem, un antiguo agente del MI6, reconvertido en ciberterrorista y a la búsqueda de venganza contra su propia maestra/hacedora. Pero, hay una figura más de madera, en la parte más profunda de su ser, quizás en su mismo corazón, y que solamente ha sido descifrada con éxito por James Bond. Se trata de los valores victorianos. Ahí es donde encontramos la razón de ser de M. Una ética incorruptible que comparten tanto ella como Bond y por el que entregan lo mejor de sus vidas con el objetivo de proteger a su país y al mundo. Tal y como se destaca en el desenlace agridulce de Skyfall, Bond es el único hijo digno y legítimo de poseer ese tesoro. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y también, mucha soledad.  

 

La mezcla del protocolo oficial, con la aparición de James Bond, no rompe el rigor y la pulcritud de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, que es el acto más importante del mayor evento deportivo del mundo. En el estadio olímpico se encontraban más de doscientas federaciones nacionales, además de jefes de Estado, reyes y reinas, primeros ministros y representantes de alto nivel de todas las delegaciones. Estoy convencido de que todos ellos vieron con gran simpatía y sentido del humor el cortometraje de la reina de Inglaterra y James Bond.

Los británicos son expertos en el cine, la televisión, la literatura, la música o el teatro. Por citar sólo algunos de los medios de transmisión cultural, donde sus autores y creadores exportan internacionalmente su visión del mundo desde hace siglos. Sin duda, la importancia que los organizadores de los Juegos Olímpicos dieron al personaje creado por el escritor Ian Fleming, en un acto de repercusión mundial, indica la fuerza y la vigencia que atesora el espía británico. James Bond no es sólo un símbolo nacional, sino que se erige también como un referente mundial.

Diez años después de los Juegos Olímpicos de Londres, Carlos III ha sido coronado como rey de Inglaterra y de los demás reinos de la Mancomunidad de Naciones (la Commonwealth). Un acto de coronación donde la nación insular volvió a estar en el centro del mundo y que ha tenido como colofón un concierto frente al Castillo de Windsor. Katy Perry, Lionel Richie, Andrea Bocelli y el grupo Take That formaron parte de las actuaciones de esa fiesta, pero ¿y James Bond?

Pierce Brosnan ejerció de maestro de ceremonias para narrar las virtudes y la experiencia del monarca como hombre de acción. La estrella de GoldenEye destacó su entrenamiento como piloto de combate de la RAF (Real Fuerza Aérea), dando paso a un hiperactivo en estos lares Tom Cruise, que, de piloto a piloto, animó a Carlos III a emprender una misión juntos. Los mayores halagos en la faceta bélica de la alteza, cuya figura constituye el centro del poder del otrora Imperio, procedieron precisamente de los representantes de los márgenes del mismo: Pierce Brosnan (Irlanda) y Tom Cruise (Estados Unidos de América). Una interesante lectura geopolítica se desprende de todo ello. Veremos qué nos depara el futuro.




Raoul Silva y Le Chiffre son el preludio del perfecto villano con modales victorianos que encarnaría Christoph Waltz en las siguientes películas: Spectre y Sin tiempo para morir. Blofeld es un enemigo implacable para James Bond, porque es el autor intelectual que se esconde detrás de las muertes de sus seres queridos. Como sucede con los anteriores villanos, Blofeld alcanza la cima personal como falso héroe victoriano. Con una idea de responsabilidad comunitaria que radica en la extorsión, el asesinato y el control, por medio de una sofisticada red de vigilancia global, quiere perpetuarse en el poder. Christoph Waltz añade otro villano astuto, cruel y sin remordimientos, tras alcanzar la fama por interpretar al coronel de la SS, Hans Landa, en Malditos bastardos (Inglorious basterds, 2009) de Quentin Tarantino. El principal contraste tanto de ese personaje como de Blofeld reside en que, mientras que su sosegada apariencia y refinada educación responden a la prototípica representación victoriana, sus valores corruptos, materialistas y megalómanos se apartan claramente de ese ideal ético. James Bond deberá luchar para hacer prevalecer los derechos y las libertades de las personas en su próxima película. 
 
 

Domingo 9 de julio, 2023


10. Spectre: La emancipación de James Bond

James Bond pende de un hilo en Spectre. Una expresión -pender de un hilo- que tiene sus raíces en el mito griego cuando se representaban las vidas humanas por un hilo. El destino de esas frágiles almas venía determinado por la acción de tres hermanas (llamadas moiras por los griegos y parcas por los romanos). La primera de ellas se encargaba de hilar el hilo en una rueca o huso, la segunda medía la longitud del hilo y la tercera decidía en qué momento cortar el hilo y terminar con la vida del mortal. Se cree que el poder de las moiras era tal que hasta los mismísimos dioses las temían. Nadie podía escapar de sus decisiones, fuera humano o sobrenatural.

¿Qué tiene que ver Spectre con todo ello? Lo mismo que ocurre con Hércules (1997) y Minority Report (2002) -filme que trataremos de forma más extensa en este capítulo del libro-, la construcción del relato presenta a un protagonista que lucha en contra de su destino prescrito. Las sombras todopoderosas de las moiras adquieren la forma del villano, Ernst Stavro Blofeld, que lleva a James Bond al inframundo -un MI6 en ruinas-, donde contempla a las almas muertas de su pasado -tanto sus seres queridos (Vesper y M) como sus enemigos (Le Chiffre, Greene y Silva). El héroe trágico consigue superar las pruebas, como lo hicieron Hércules y John Anderton, y cuando se dispone a ejecutar al responsable de todos sus males, brota un nuevo poder en él. Desoye la llamada del destino, que le increpa para que lo asesine, y lo abandona en el suelo a su suerte, desprovisto de cualquier fuerza y autoridad. El héroe, cual ave fénix, deja atrás las cargas de su pasado y empieza una nueva vida con la persona que ama
 

 

 

Spectre empieza con una frase lapidaria: “Los muertos están vivos”. Y es alrededor de esta premisa sobre la que gira la película: la petición póstuma de M, las referencias al padrastro, la irrupción de una nueva némesis en forma de hermanastro resucitado y sediento de poder, el reencuentro con un viejo enemigo como es el Rey Pálido (Señor White), el descubrimiento de una cinta con la grabación del interrogatorio de la amada Vesper Lynd o el reconocimiento de unas fotos con los rostros de la gente del pasado en un edificio del MI6 al borde del colapso. Por todo ello, no puede ser más acertada la elección de situar a James Bond en medio del folclore popular del Día de los Muertos en la secuencia inicial.

 
001. Max Steiner es uno de los padres fundadores de la gramática musical del cine en Hollywood. A partir de los años treinta del siglo XX, este autor de origen austríaco supo asentar las bases de un nuevo lenguaje sin renunciar a la cualidad de la partitura. Según destaca el divulgador musical Jaume Radigales, “Steiner ponía en práctica el principio esencial de que el oído tiene que escuchar lo que ve el ojo”. Una de las escenas más representativas para abordar esa cualidad de la música en el cine se encuentra cuando James Bond aparece como la muerte, ataviado con sus prendas, y camina por las calles saturadas de gente de un México DF en plena celebración del Día de los Muertos. La puesta en escena está pensada para seguir al protagonista, mediante un plano secuencia, y descubrir a su paso la tradicional atmósfera sonora del lugar donde se produce la acción. El espectador distingue el sonido instrumental autóctono de esa festividad como son las trompetas, flautas, armónicas, guitarras y bombos. Después, hay una transición al segundo acto de la escena, donde Bond y su compañera se meten en un ascensor y ella saca la llave de una habitación, susurrándole algo en el oído. Esas acciones tienen lugar mientras se oye la voz de una cantante en una balada romántica. El tercer acto revela las auténticas intenciones del protagonista y contradice las expectativas generadas por el espectador. El último movimiento musical de la escena incluye algunos acordes característicos del leitmotiv de 007. James Bond se quita el disfraz y abandona la habitación empuñando un rifle. Tiene que cumplir con el trabajo de una misión.
 
 
 
 
¿Hasta qué punto considera que es importante en los filmes de James Bond generar expectativas en el espectador y luego romperlas para mantener su atención y sorprenderle? Como aficionado a la música, me gustaría también conocer su opinión sobre la capacidad que tiene este medio para sumergir al público en un lugar y situación como en este caso.

 
La reescritura de una narración funciona como la describes. Hay que negociar con nuevas expectativas para llegar a acuerdos. Algunas de esas expectativas se realizan, otras se varían, otras se olvidan y otras simplemente se frustran. Por otra parte, en ese proceso de reescritura, los escritores se encuentran siempre suprimiendo, reformulando y reordenando conceptos. Una acción que provoca que el texto original dé paso a un nuevo texto, que se transforma con el tiempo en otros diferentes. Así es como se establece una correlación entre reflexión, transformación y construcción de narrativas hasta generar cultura.
   
En cuanto a la música, me refiero mejor a la definición que daba Richard Wagner sobre la obra de arte total. Desde este punto de vista, se establece que hay unos efectos apolíneos -más racionales- y otros dionisíacos -más emocionales-. Los primeros expresan las formas acabadas y bellas que se manifiestan en las artes figurativas, mientras que los segundos se refieren a aquellas manifestaciones artísticas basadas en el ritmo y la pasión. No todos esos elementos funcionan en la misma dirección, los apolíneos intentan contener a los dionisíacos y los dionisíacos intentan desbordar a los apolíneos. Ese combate constante es lo que origina la obra de arte total. La música es un arte asociado fundamentalmente al mundo dionisíaco y guarda una conexión insoslayable con la personalidad de James Bond.
 
  
002. A medida que las redes del poder económico que estructuran nuestras vidas se vuelven más descentralizadas y difusas, también son menos visibles, más difíciles de comprender en términos cognitivos y, por ende, más potentes. Así pues, el capitalismo global causa una crisis de valores en las personas porque tienen problemas para entender su relación con una red de control que se convierte rápidamente en los cimientos organizativos de todos los aspectos de sus vidas. Como individuos, nos sentimos minúsculos ante las inmensas redes de capital que no solamente nos gobiernan, sino que exceden nuestra capacidad de imaginar cómo funcionan. Spectre encarna esa amenaza y es la antítesis de James Bond, que mantiene además un vínculo personal con su líder, Ernst Stavro Blofeld (Christoph Waltz), uno de los símbolos más poderosos del mal y la opresión del mundo. Hay una secuencia que tiene una puesta en escena interesante porque aúna todos estos elementos en conflicto, tanto externos como internos, y me gustaría conocer su opinión.
 
James Bond se introduce en una reunión clandestina de los cabecillas de Spectre en Roma. Un palacio dieciochesco escenifica una morada de los monstruos que guarda una conexión directa y simbólica con los miedos reprimidos e ignorados del mundo emocional de Bond. Algunos líderes permanecen sentados alrededor de una grandiosa mesa en un salón, mientras que los subalternos están de pie en lo alto de un mirador escrutando a los de abajo. Todos parecen espectros: inmóviles, silenciosos y en la penumbra. Pero sobre todo están atemorizados por Blofeld, cuya maldad sólo es comparable a su inconmensurable poder. James Bond parece pasar desapercibido entre esa multitud absorta hasta que el villano le da amablemente la bienvenida y le pregunta cómo ha podido tardar tanto en encontrarle. Hasta entonces, las imágenes de la escena no han tenido ningún acompañamiento musical, excepto un par de momentos en los que aparece un tema minimalista para subrayar la sibilina calma con la que el antagonista decide sobre la vida o la muerte de los presentes. 007, al verse descubierto y comprometido, emprende una huida desesperada del lugar, golpeando a uno de sus vigilantes y precipitándose contra los cristales de un ventanal. A diferencia del pasaje anterior, estas acciones eminentemente físicas de Bond van alternadas por un montaje sincopado y una fanfarria trepidante con muchos instrumentos. Desde una óptica psicoanalítica no hay duda de que la escena tiene como propósito mostrar cómo la sombra del subconsciente, siempre oculta y escurridiza, aflora repentinamente a la consciencia del individuo.
 
 

 
Esta escena muestra las relaciones que hay entre el capitalismo y el deseo desde la perspectiva de la teoría crítica como lectura de la sociedad. Spectre se sirve como pretexto de una conspiración dirigida por una institución criminal y clandestina para tratar el modo en que el capitalismo influye en las interacciones personales de los individuos en la sociedad moderna. Y no lo hace de cualquier manera, sino que utiliza el inconsciente para construir y estandarizar ese deseo dentro de los propios límites del capitalismo como ideología predominante. La nocturnidad de la escena evidencia que nos encontramos en ese ámbito oculto de la consciencia.

Desde una perspectiva interna a Bond, opino que su consciencia e inconsciencia no están separadas una de la otra: el deseo es libre en el inconsciente y carece de estructura moral (como sugiere Freud en El yo y el ello). Cuando esas fuerzas que se caracterizan como el mal afloran, también lo hace la parte del id que se rebela contra ellas en el propio inconsciente.
 
 
 
James Bond se infiltra en la reunión secreta de Spectre en Roma. La escena fue filmada en los Pinewood Studios, cogiendo como referencia el diseño del interior del Palacio Real de Caserta en Nápoles.
 

003. El cuervo es un conocido poema narrativo, escrito por el estadounidense Edgar Allan Poe, que trata sobre un hombre solitario, el narrador, sentado a los pies del cuadro de Leonora, su amada muerta, mientras lee para ignorar lo miserable y solitaria que es su vida sin ella. Un extraño golpeteo en la puerta interrumpe sus pensamientos y, al abrirla, se introduce un cuervo en la habitación que vuela hasta posarse encima de uno de los bustos de decoración. El narrador le hace una serie de preguntas y el pájaro le responde siempre: “Nunca más”. Enfurecido ante la monotonía del ave, el narrador maldice a esa criatura y trata de echarla, pero el cuervo, inmóvil e impasible, repite una y otra vez su exasperante frase: “Nunca más”. El narrador llega a la conclusión de que por mucho que lo intente, el animal seguirá atormentándole y recordándole que estará solo para siempre.

Spectre reinterpreta este momento con James Bond yendo a buscar a un antiguo conocido, Señor White, que ha caído en desgracia como miembro de Spectre a ojos de su líder Blofeld. Tras localizarlo en una cabaña abandonada en Austria, el alter ego de Daniel Craig entra y se cruza por el camino con una bandada de cuervos, que simbolizan la maldad y la muerte. White está postrado en el sótano de la vivienda después de ser envenenado por talio y entabla una última conversación con su viejo enemigo. Su peor temor es que Spectre asesine a su hija, Madeleine Swann (Léa Seydoux), con conocimiento sobre la organización criminal. James Bond le entrega su pistola y le da su palabra de que hará lo imposible para protegerla. A lo que White responde a 007 con un último desafío antes de pegarse un tiro en la cabeza: “Es usted una cometa zarandeada por un huracán, Señor Bond”. Una metáfora que niega la posibilidad de victoria del pequeño frente al grande, del desvalido frente al poderoso, del individuo frente a la corporación con influencias. En definitiva, el gran cuervo de la muerte -007- se ha posado frente al viejo desquiciado y le ha dicho por última vez: “Nunca más”.

 

 

Visionadas en perspectiva las cinco películas que ha protagonizado Daniel Craig en la saga, White (Jesper Christensen) se encumbra como la genuina amenaza fantasma de James Bond. El personaje adquiere importancia en el desarrollo de las historias, exceptuando en Skyfall, e incluso marca los vínculos de algunos personajes. ¿Se había percatado de esa peculiaridad?

Teniendo en cuenta los servicios de White en la institución criminal, tanto en Quantum -filial- como en Spectre -entidad principal-, su muerte es el ejemplo más evidente del deseo de esa multinacional delictiva de aniquilar el individuo, consciente de que su autonomía puede ocasionarle problemas. Así, Spectre trata a uno de sus más ilustres miembros como un engranaje prescindible e irrelevante dentro de su bien engrasada maquinaria del terror. ¿Considera que la película realiza una crítica indirecta al capitalismo más radical?

Spectre realiza una crítica sobre el afán de seguridad absoluta que promueve el capitalismo. Una seguridad que funciona mediante la vigilancia y se comercializa como un valor mercantil. Aunque el imaginario ideológico capitalista fomenta un anhelo de protección constante frente a las amenazas que se ciernen sobre las personas, no es más que una fantasía de seguridad. Spectre trata de dar carácter subjetivo al sistema que nos vigila y nos domina, presentándonos una representación física del mal, mediante la figura de Blofeld, que de otro modo sería prácticamente imposible de concebir. La realidad del sistema capitalista es mucho más etérea y compleja de imaginar para cualquiera. Las ficciones geopolíticas, como es el caso de Spectre, nos permiten relacionarnos mejor con todo ese escenario macroeconómico y macropolítico.

Acerca del Señor White, me parece que Jesper Christensen realiza una interpretación muy potente de una fuerza ejecutora apersonal. En Spectre se revela como padre y el conflicto que esto genera, como se aprecia en su suicidio, resulta un triunfo dramático del guión y de la dirección (uno de los pocos triunfos del guión, que por lo demás es bastante problemático).

 

La muerte es entendida como un destino inexorable a su aceptación en el poema de Edgar Allan Poe y en esta secuencia de Spectre.

  

004. Paralelamente, el nuevo M (Ralph Fiennes) mantiene un pulso por el poder con Max Denbigh (Andrew Scott), jefe del Centro de Seguridad Nacional e integrante de Spectre, que presiona para implementar un nuevo programa de vigilancia global con el que poder cerrar la sección doble cero del MI6. Aquí es donde la narración pone el foco sobre la controvertida figura de James Bond al tratar los límites en las libertades civiles. Al elegir su propio camino, y funcionar al margen de los mandatos de M, 007 encarna la expresión de autonomía más extrema, descabellada y exitosa. Con independencia de cómo afecte a su reputación, o incluso de si le puede valer la muerte, el espía sigue sus propias reglas y, aunque sobrepase las fronteras de los derechos civiles para afrontar situaciones de emergencia, después restablece siempre esos límites una vez ha terminado la amenaza. Tanto en esta película como en la anterior, ambas dirigidas por Sam Mendes, se pone en imágenes este interesante cuestionamiento alrededor de James Bond.
 
En un contexto profesional inestable en la que la institución a la que pertenece se encuentra cuestionada por su némesis, el James Bond de Daniel Craig debe restablecer un orden en el que él mismo, como le sucede al Ethan Hunt de Tom Cruise, no se siente del todo integrado ni, de alguna manera, cree en su orden. Y, aún así, enfrentándose tanto a sus sombras personales como a las del contexto de la misión, sigue tenazmente hacia delante movido por unos ideales que están por encima de cualquier consideración. Esta reflexión, compartida por el divulgador de cine Israel Paredes en la revista Dirigido por, permite vislumbrar a un personaje especialmente crítico en el lugar que ocupa en el mundo. ¿Cree que James Bond representa en esta faceta el signo de nuestros tiempos?

El guerrero Aquiles tampoco se sometía a los designios del poder de los griegos en la Ilíada de Homero. ¿Son casos distintos al de James Bond o tienen ciertos paralelismos en común que hacen presagiar el progresivo y, quizá definitivo, declive de un imperio (el británico), que en otros tiempos dominaba el mundo (como el griego)?


¿Para qué necesitas a un hombre que asesine cuando se ha (des)subjetivizado tanto la mirada? Me parece adecuada la analogía que comentas, así como también lo que dices que en muchos casos, tanto James Bond como Ethan Hunt deben actuar al margen del sistema para protegerlo.

En referencia a la comparación que estableces entre el Imperio británico y el Imperio griego, visto así, sí hay muchos paralelismos. Pero hablamos del Imperio británico como si existiera en la actualidad y lo cierto es que se ha sublimado ya en el subconsciente colectivo, donde lo británico tiene principalmente ascendencia cultural y no tanto política. Vamos a ver mucho esta diferencia ahora, tras el fallecimiento de la Reina Isabel II.

 

El psicólogo austríaco Bruno Bettelheim explica que los filósofos griegos Platón y Aristóteles entendían la mente humana mejor que algunos de nuestros contemporáneos, cuyas pretensiones son que los niños conozcan solamente el mundo a través de personas “reales” y hechos cotidianos. Mientras que Platón aconsejó que los futuros ciudadanos de la república ideal comenzaran su educación literaria con el relato de mitos, antes que con simples hechos o enseñanzas, llamadas racionales, Aristóteles, maestro de la razón pura, indicaba que: “el amigo de la sabiduría es también amigo de los mitos”.

El héroe mitológico siempre lucha, caza -“o es cazado”, como le comenta Swann a Bond- y protege a su pueblo y a su tierra. Es más que un hombre cualquiera. Es más fuerte, más astuto, más hábil y más duro. Tiene algo de animal que, además, le hace ser mucho más atractivo. Hércules se vestía con las pieles del león de Nemea -al que había estrangulado- para demostrar su vigor. Aquiles, en su infancia, era alimentado con vísceras de animales. Y mi favorito, por razones obvias, los hermanos Rómulo y Remo fueron los fundadores de Roma, y también fueron adiestrados y criados por una loba

 

005. Las distopías a menudo hacen referencia a la deshumanización y al declive de la sociedad. Unas ficciones que suelen abordar realidades donde suele practicarse la vigilancia masiva y el férreo control social por parte de unos organismos totalitarios instalados en el poder. George Orwell, novelista británico, en su clásico literario 1984 de finales de los cuarenta, señalaba el peligro que albergaba esa clase de gestión pública en los estados occidentales. Las sociedades orwellianas, término empleado para designar esas estructuras autoritarias, ya no son unas proyecciones futuristas como las descritas en Blade Runner (1982), Matrix (1999) o Minority Report (2002), sino que en Spectre se percibe como un sistema establecido y normalizado a día de hoy. Una nueva realidad, como se refieren algunos políticos sobre una época, que sigue inmersa en los efectos nocivos de la pandemia COVID-19 o las graves secuelas humanitarias y económicas de la invasión de Rusia en Ucrania.

La paradoja del vigilante vigilado es una temática que comparten Spectre y Minority Report. Me gustaría conocer su opinión sobre esta última película, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Tom Cruise, que adapta una novela del estadounidense Philip K. Dick, cuyas obras con temáticas sociales, políticas y metafísicas han influenciado la ciencia ficción. Minority Report plantea un universo en el que la policía cuenta con un sistema de detección precoz de crimen gracias al cual, con la ayuda de tres precogs (una suerte de oráculos explotados por el sistema), pueden adelantarse a los hechos delictivos y arrestar a los culpables antes de que cometan el delito. El conflicto nace cuando en uno de los vaticinios aparece el nombre de John Anderton (Tom Cruise), el inspector encargado del sistema, indicando que va a asesinar a un hombre en pocas horas del que no conoce de nada. Sobrecogido ante la revelación, Tom Cruise echará a correr para huir del equipo de policías, que él mismo ha entrenado, y demostrar su inocencia ante un régimen en el que no existe la presunción de inocencia. Es chocante la vigencia de este relato en nuestra sociedad. ¿Está de acuerdo? ¿Cree que vivimos -o que estamos cada vez más cerca de vivir- en una sociedad orwelliana? 
 
 

A Orwell se le suele valorar mucho fuera del mundo académico. Y de una manera que me parece preciosa porque se le adjudica habilidades de vaticinio. Trasciende la figura del autor para convertirse en una especie de vidente que interpreta las imágenes en una bola de cristal. Hay mucha trampa de por medio, como sucede en los discursos de esta clase de médiums. Orwell estuvo perspicaz en detectar ciertos temas que han devenido reales en la sociedad, pero hay otros tantos que forman parte de su discurso y se han eliminado interesadamente. Hablaré de una cuestión, si entramos a valorar su capacidad de adivino, que no es nada extraña o sofisticada, sino que resulta crucial. El elemento de vigilancia es un tema orwelliano, pero se enmarca dentro de su concepción del mundo comunista. Una noción del comunismo que se encarga de aniquilar lo individual para asumirlo en lo colectivo. Pues bien, es al revés, y películas como Spectre o Minority Report son buenos ejemplos de ello. En ese mundo de vigilancia, que es el nuestro actual, lo identitario no se asume en lo colectivo, sino que lo identitario se objetiviza. Es decir, el individuo se suma de manera voluntaria al sistema capitalista, que es per se una ideología vinculada al individualismo liberal. No hay comunismo. El sujeto elige libremente formar parte de ese régimen de seguridad para que le garantice su propia protección, siempre que esté supeditado dentro de los límites propios del sistema. Cuando te dicen: vamos a velar por tu seguridad, vamos a proteger la concepción que has creado libremente de tu yo, pero lo haremos siempre y cuando aceptes que esa protección esté dentro de los límites del sistema y asumas que tu propia libertad se verá condicionada. Ahí, evidentemente, hay una trampa ideológica detrás diferente a la orwelliana, que tenía como régimen opresor el comunismo.

 

Spectre narra un peligro que está de plena actualidad y se remonta a tiempos inmemoriales. Estamos moldeando un dios tecnológico, conocido comúnmente como Inteligencia Artificial, que recuerda a aquel otro que los griegos llamaron Argos Panoptes. Un dios que la Antigüedad describió como una criatura vigilante repleta de ojos por todo su cuerpo y que registraba todo lo que veía. Incluso cuando dormía, porque entonces sólo cerraba un párpado mientras que los demás seguían abiertos. Esas habilidades fueron instrumentalizadas por el resto de dioses para vigilarse los unos a los otros. Algo que convirtió al Olimpo en un régimen de policía moral. Zeus, harto de la situación y con un historial nada desdeñable de cortejos clandestinos con mujeres humanas, ordenó que Apolo lo matara utilizando el arte. Adormilado por la melodía de una flauta mágica, el asesino terminó con el encargo. Hoy, sin saberlo, estamos creando otro dios panóptico bajo la consumación de una era tecnológica que, repleta de ojos siempre abiertos, nunca descansa.


006
. El guión de Spectre escrito por John Logan, Neal Purvis, Jez Butterworth y Robert Wade convierte a Blofeld y Bond en hermanastros. Una decisión equiparable a establecer un vínculo de consanguinidad entre el Joker y Batman. El conflicto afloró de niños cuando Blofeld sintió celos de Bond, siendo de otra familia, por ser el hijo favorito de su progenitor. Un despecho que no encajó demasiado bien y le motivó a asesinar a su padre por venganza. Desde entonces ambos crecieron siendo el reflejo contrario del otro. La eclosión de Bond como 007 (sublimación del individuo) corrió en paralelo a la expansión de Spectre liderada por Blofeld (megalomanía y perversión del grupo). Pero la sombra rencorosa de Blofeld, convertido en un ególatra delirante, era insaciable y quería la muerte de su hermanito rubio. Así que escogió a sus antiguos enemigos -Le Chiffre, Greene y Silva- para que lo eliminasen. Por cada uno de ellos que Bond mataba, Blofeld le arrebataba a un ser querido: M y Vesper. Un juego macabro donde el villano salía siempre indemne porque permanecía encubierto. Hasta ahora, ya se sabe que héroe y villano son como dos trenes que avanzan hacia una colisión frontal segura.

La película repite el mismo conflicto fraternal que se utilizó en Skyfall. Pero en vez de tener a dos hermanos compitiendo por la madre, ahora son dos hermanos enfrentados por el padre. El protagonismo que Judi Dench ejercía en Skyfall resultaba clave para que el público conectara con la historia, mientras que una fotografía en blanco y negro y alguna diatriba del parricida son las insuficientes referencias que hay en Spectre sobre la figura del ascendiente. Y eso no emociona, ni de lejos, como la escena de Bond corriendo por las calles londinenses para salvar a M del asedio de Silva.

Spectre no termina de funcionar dramáticamente porque se ve forzada y tampoco logra alcanzar el impacto en las escenas de acción de su antecesora. Según la crítica especializada, de las cinco cintas de Daniel Craig en la saga, los filmes pares son más flojos que los impares. ¿Está de acuerdo con esta apreciación? ¿Qué aspectos rescataría de Spectre por considerarlos enriquecedores para la mitología de James Bond? 
   


Estoy convencido de que, según la crítica más divulgativa, Spectre no funciona tan bien como Skyfall. Pero es que a mí me cuesta ver una película de James Bond y no encontrar muchísimos aspectos culturales, semióticos, literarios y críticos a los que agarrarme. Supongo que será un problema de mi formación. No es por nada más. Así que puedo ver Spectre varias veces sin temor a que no funcione conmigo.

Hay varios elementos que destacaría de la película. Comentaré tres que me parecen cruciales. El primero es el reordenamiento que sufren los servicios secretos del Estado y su función como gran ojo canalizador. Me parece interesante a nivel cultural por cómo se canaliza esa mirada. Otro aspecto que me gustaría acentuar es la forma en que James Bond se subsume en la posibilidad de entrar a formar parte de la vida de clase media. Un grupo social al que protege. Spectre establece la premisa de que James Bond acabe integrándose a ese colectivo social, siendo un aspecto que se explora de forma más detenida en la siguiente: Sin tiempo para morir. Por último, me llama la atención lo magníficamente dirigida que está la película en términos de técnica cinematográfica. Considero que tiene una puesta en escena fabulosa.


Madeleine Swann dispone de un perfil profesional -psicóloga- y procede de una dinastía familiar -hija de un asesino- que se antojan perfectos para paliar las carencias de James Bond. La relación entre ambos no será pasajera, sino que tendrá una progresión y una dramática conclusión en la siguiente película.  


007. El cantante británico Sam Smith interpreta el tema principal de la banda sonora de Spectre, Writing’s on the wall, escrita junto a su colaborador habitual y compositor Jimmy Napes. “Tengo un lado melancólico y lo expreso a través de mis canciones. Interpreté esta canción de un modo muy personal, así que básicamente traté de que James Bond sonara más vulnerable, como lo es Daniel Craig”, explica Smith en declaraciones para la revista Premiere. Los acordes y la armonía musical del sencillo evocan a los utilizados por Adele en Skyfall, consiguiendo repetir su éxito con el Oscar y el Globo de Oro a la Mejor Canción Original.

La continuidad narrativa es otro aspecto que analiza en su estudio sobre los temas musicales que acompañan a los filmes de Daniel Craig. La voz de Sam Smith, que adopta el punto de vista de James Bond, subraya su indecisión emocional causada por el fracaso de no haber podido salvar a M y las dudas que tiene por iniciar una nueva relación con otra mujer, Madeleine Swann. Esos miedos se expresan de la siguiente forma: “If I risk it all (Si lo arriesgo todo) / Could you break my fall? (¿Podrás evitar mi caída?) / How do I live? How do I breathe? (¿Cómo vivo? ¿Cómo respiro?) / When you’re not here, I’m suffocating (Cuando no estás, me ahogo) / I want to feel love, run through my blood (Quiero sentir el amor corriendo por mis venas) / Tell me is this where I give it all up? (¿Dime si es ahora cuando lo dejo todo de lado?). 

Si aislamos los falsetes de Sam Smith, estas palabras parecen pronunciadas desde las entrañas de un héroe trágico, como Hamlet cuando le habla al cráneo de su amigo Yorick. Bond evoca al personaje de Shakespeare con la diferencia de que, en su caso, el receptor de sus dudas existenciales no es un viejo conocido, sino que es la madre figurativa muerta. ¿Qué opinión tiene al respecto? Teniendo en cuenta que la figura de M aparece en el contenido de dos canciones oscarizadas de la saga, recordemos que se trata de una mujer octogenaria y no de una modelo de Victoria’s Secret, ¿cree que son lícitas las voces que reclaman desde un cambio de sexo de James Bond a otro tipo de reivindicaciones en su persona que tienen como único propósito el encaje del personaje dentro de la agenda considerada como progresista y socialmente correcta?

Sam Smith comparte con Adele una forma difusa de entender la función del género en la voz. Pero, más allá de eso, ambos cantantes eligen temas diferentes para componer sus canciones. Mientras que la letra de Skyfall hace constantes referencias al asunto del fracaso de la madre, la letra de Spectre se centra principalmente en la idea del romance. De tal manera que la voz de lo femenino recae algunas veces sobre la figura de James Bond y otras veces en la de Madeleine Swann.

Me parece legítimo que la gente reclame lo que quiera. Se montó mucho debate alrededor de la posibilidad de tener a un James Bond femenino después de Sin tiempo para morir. Pero Barbara Broccoli ya compareció ante los medios para dejar claro que no buscarían a una actriz en el rol de Bond. Así que ahí ya nos encontramos en una decisión creativa de los productores. Desde mi posición, considero que no me conduce a nada debatir sobre una especulación, porque luego los Broccoli toman otras decisiones inesperadas y hay que trabajar con eso. Prefiero trabajar en los textos y las películas que ya tenemos, que es mucho más provechoso. Por último, y en ese contexto, destaco que Sin tiempo para morir ya nos ha dado a un 007 femenino. De modo que eso también hay que valorarlo -se refiere al personaje de Nomi que es interpretado por la actriz Lashana Lynch-.

 

En el clímax de Spectre, James Bond, como tuvo que hacer Orfeo en la mitología griega, desciende a los infiernos para salvar a su amada. Las ruinas del edificio del MI6 adquieren las formas del Reino de Hades donde 007 supera las pruebas finales y arrebata a Swann de la muerte. Ese calvario lo cambia por dentro y es capaz de perdonar la vida de su enemigo más acérrimo, pese a tenerlo a punta de pistola. Bond ha adquirido un estadio emocional superior que le permite liberarse de las viejas ataduras de M (Judi Dench) y del equipo del MI6 para formar de nuevas junto a su nueva mujer, Madeleine Swann. 

 


 

Domingo 30 de julio, 2023

 
11. Sin tiempo para morir: El legado de James Bond

Más allá del contexto social y político que influyó en la producción y el estreno de Sin tiempo para morir (2021), y que abordaremos junto a Eduardo Valls, la vigesimoquinta película de la saga tiene como claves narrativas dar continuidad a los personajes introducidos en las anteriores entregas protagonizadas por Daniel Craig y culminar su periplo vital como James Bond.

Tras un prólogo centrado en el pasado de Madeleine Swann, el argumento arranca con James Bond en Jamaica. El huérfano está otra vez solo y alejado de cualquier pulsión hedónica que pudiera rememorar tiempos mejores de los 007 previos. Una vida que cambia por completo cuando acepta volver a Inglaterra y reingresar en las filas del MI6 para llevar a cabo una última misión: localizar y eliminar el arma biológica definitiva, que es lo más codiciado por las potencias mundiales y los grupos terroristas internacionales, entre los que se encuentra Spectre, cuya organización sigue todavía controlada desde la cárcel por Blofeld, y Lyutsifer Safin, un hombre que evoca a Lucifer y pretende instaurar el infierno en la Tierra. Las referencias y temáticas cristianas se suceden en este último capítulo en la vida de James Bond.


 

001. Tras año y medio de retraso debido a la pandemia, la fecha de estreno se fijó inicialmente en abril de 2020, Sin tiempo para morir llegó, por fin, a la gran pantalla en octubre de 2021. El cine, como industria del entretenimiento, ha sido uno de los sectores más damnificados durante este lapso al verse obligado a cerrar sus puertas y a detener todas sus producciones. En este insólito contexto, James Bond regresaba al terreno de juego con un triple objetivo: superar su misión más personal, cerrar el ciclo de Daniel Craig y devolver el público a la sala. Unos propósitos al que se le añadía otro más, por si fuera poco, que consistía en dar continuidad a personajes presentados en Spectre: Madeleine Swann y Ernst Stavro Blofeld. El resultado es una película ingeniosa, emotiva y trepidante que satisface las expectativas más vehementes de su rubio protagonista, que también ejerce en las labores de producción. “Cuando empecé tenía una ambición secreta. Y que conste que no sabía si podría llevarla a cabo porque pensé que al finalizar Casino Royale, si sólo hacía esa, ya podía estar satisfecho. Si no me llamaban de nuevo, pues qué le iba a hacer. Pero en mi cabeza rondaba la idea de contar una historia más grande. No repetiría nada que ya se hubiera hecho con el personaje. Si me daban permiso para ser yo mismo, podía aportar algo nuevo”, afirma Daniel Craig. ¿Qué lectura crítica hace sobre este final de fiesta? ¿Se han cumplido todos estos anhelos?

La serie de Daniel Craig ha resignificado todo el personaje. Se vuelve a hablar de James Bond. En la última década y media, se ha podido dialogar con este personaje desde una perspectiva de contexto cultural, sociocultural, político y geopolítico contemporáneo. En este sentido, considero que está a la altura de la etapa de Sean Connery. Y es interesante que sea así, porque no ha sido siempre así. Recuerdo que la saga establecía diálogos más internos en los ochenta. Como es el caso del debate sobre qué James Bond es mejor, si Sean Connery o Roger Moore. Bajo mi punto de vista, este tipo de aproximación al fenómeno de James Bond es mucho más inane. Daniel Craig ha sabido reubicar el personaje en el contexto cultural actual y podemos extraer valiosas reflexiones sobre nuestros tiempos por medio de su análisis. Y eso es algo que hay que valorar muy positivamente.

 

Daniel Craig ha puesto patas arriba la saga más longeva de la historia del cine. En primer lugar, por el impacto económico: sus cinco películas han recaudado cuatro mil millones de dólares, una cifra que supera con creces lo conseguido por las veinte anteriores cintas de la serie. Después, porque ha transformado un personaje frívolo, seco y locuaz en un asesino más real, capaz de enamorarse y de querer formar una familia, sin erosionar un ápice ese encanto individualista al servicio de su gloriosa majestad. Por último, Daniel Craig ha querido hacer su propio James Bond. Un personaje duro, pero tremendamente vulnerable, y lo ha conseguido con éxito des del primer segundo de Casino Royale, cuando logró eliminar con dificultad a un peligroso criminal en un baño de mala muerte.

 

002. Sin tiempo para morir es la primera película de la saga producida a la luz del Brexit y estrenada en plena pandemia mundial. A principios de 2017, cuando empezó la preproducción, era quimérico imaginar un escenario internacional determinado por un virus con facilidad para propagarse por el contacto físico y el poder de matar a los contagiados. En este caso es destacable la visión de los guionistas Neal Purvis, Robert Wade, Joji Fukunaga y Phoebe Waller-Bridge por representarlo anticipadamente mediante una trama apocalíptica donde los imperceptibles nanobots actúan como agentes desencadenantes del asesinato. “En cada película hay que poder decir algo sobre el lugar de Bond en el mundo (…) Pero las cosas cambian con tanta rapidez hoy en día que la cosa se ha vuelto harto difícil de hacer”, explica Purvis en unas declaraciones recogidas en su libro James Bond contra el Dr. Brexit. ¿Opina que el mundo se ha vuelto en sí una pesadilla real donde cada vez es más complicado escribir una ficción sobre 007?

Al hilo del otro tema de actualidad, a pesar de que Spectre ya se había estrenado durante los debates previos a la consulta sobre la continuidad o no del Reino Unido en la Unión Europea, Sin tiempo para morir es la primera película donde su salida es ya una realidad. Un año después de la entrada en vigor del Brexit, los problemas, dudas y contradicciones comienzan a salir a la luz. Si aceptamos la premisa de que el lugar de Bond en el mundo es el lugar de Gran Bretaña en el mundo, ¿se puede hacer una lectura sobre el mismo fenómeno cuando James Bond critica la decisión de M de Ralph Fiennes, motivada por el miedo irracional de ser atacado por los otros, de crear en secreto un arma de destrucción masiva de imprevisibles consecuencias sobre su propia ciudadanía? ¿Los comentarios de James Bond sobre el tamaño de M y de su mesa de despacho, junto a su insaciable sed, son formas de sacar a relucir la idea del poder que ha perdido y antes atesoraba como parte del grupo? Existe un gran paso entre ser un agente de la inteligencia británica a ser un autónomo al servicio de los EE.UU. Por mucho que haya una intermediación de su amigo Félix Leiter (Jeffrey Wright), ¿hay relación entre el contexto de apertura del país de las barras y estrellas debido a la derrota de Donald Trump y la victoria de Joe Biden en las últimas elecciones, en contraste al bloqueo aislacionista que vive Gran Bretaña por el Brexit, con la actitud de James Bond?

Es una pregunta muy intuitiva y bien formulada. Me parecen curiosos tus comentarios sobre el tamaño de la mesa de M en relación al Brexit. M y su mesa se han hecho más pequeños en el momento en que M ha querido ser más grande. Y ese es uno de los problemas culturales que ha traído el Brexit. El filme plantea una Gran Bretaña subrogada en el mundo. Tras un preámbulo centrado en una serie de cuestiones personales de Madeleine Swann, Sin tiempo para morir comienza con un James Bond retirado del mundo. Por tanto, se nos sugiere que la posición de Gran Bretaña y de lo británico es insustancial desde un punto de vista geopolítico internacional. Pero no acaba aquí la cosa. Bond no se retira en cualquier sitio, sino que lo hace en Jamaica, una antigua colonia del Imperio británico, y enlaza con la idea de que la diversidad de lo británico se ha alejado de su centro de poder, que es Inglaterra. Posteriormente, James Bond se pone a trabajar para los estadounidenses que, a excepción de su amigo Félix Leiter, son considerados como una panda de traidores en el ciclo de películas de Daniel Craig. Y si seguimos con la narración, concluimos que James Bond vuelve al centro del Imperio británico para acometer una misión que lo llevará a la muerte.

Me haré publicidad a mí mismo: Sin tiempo para morir es James Bond contra el Dr. Brexit. Sin lugar a duda. Tuve la percepción de que es fácil realizar ese tipo de debates sobre el Brexit cuando vi la película.


En un instante de la película, se ve a M (Ralph Fiennes) mirando pensativo un cuadro de la anterior M (Judi Dench), que está colgado en una pared. A pesar de haber fallecido dos películas atrás, tanto Spectre -a través de un vídeo- como Sin tiempo para morir -por medio de ese retrato-, siguen contando con la presencia de esa gran madre. Su función, en este último caso, es la de recordar a modo de brújula moral -y victoriana- a su sucesor en el cargo que no hay atajos para lograr el bienestar del pueblo. El fin no justifica los medios, por la simple razón que los medios empleados pueden ser contranaturales y escapar del control de su promotor. Eso es lo que sucede con la creación del arma biológica Heracles, cuya intención era la de eliminar a los enemigos de Gran Bretaña, pero fuera de control y cayendo en las manos equivocadas -Blofeld y Safin- es un medio mortífero de autodestrucción. Ahí es donde se aprecia de forma más clara y nítida la analogía y crítica con el Brexit.

El economista y experto en aprendizaje, creatividad y crecimiento personal Samer Soufi comenta lo siguiente: “El líder sólo conseguirá el respeto, la confianza y la lealtad de sus colaboradores si se esfuerza en ser honrado, generoso y en aplicar la medida de la justicia de forma equitativa y sin arbitrariedades. En cambio, si el líder sólo se preocupa de sí mismo o si trata a sus colaboradores de forma injusta e irrespetuosa, inevitablemente acabará perdiendo su confianza. Y cuando eso suceda, su liderazgo comenzará a ser discutido. Empezarán a producirse conflictos y rebeliones. O simplemente los mejores se marcharán a otro sitio”. James Bond es altamente individualista y suele tener muchas diferencias con el liderazgo de M -la de antes y el de ahora-, pero el motivo que más le echa en cara en Sin tiempo para morir es su forma de encubrir el verdadero origen del mal. Por uno que se pierde, James Bond aparece, y esta vez transmutado definitivamente en un padre de clase media, con el objetivo de resarcir los daños y proteger a las suyas y a todos.


003. Sin tiempo para morir se encumbra como un relato épico, trágico e intensamente romántico. Al igual que ocurría con M en Skyfall, Madeleine Swann es el alma que vertebra y da sentido al combate final entre James Bond y su némesis más diabólica: Lyutsifer Safin. En el primero de los dos prólogos, algo inaudito en la saga y más si no aparece James Bond, asistimos a un incidente en la infancia de Madeleine, que ella misma explicó sin revelar mayor detalle en Spectre, y que supone un gran secreto y parte de sus temores en la adultez. Su padre White, al que no vemos, ha asesinado por encargo de Spectre a la familia de Safin, a excepción de él, que queda con malformaciones faciales y entra en su casa para vengarse. Su madre, borracha, apenas está consciente en el sofá cuando es acribillada a balazos por él, que lleva una máscara Noh aterradoramente serena, tomada de la cultura teatral Kabuki. Swann, mucho más espabilada que su madre, escapa y es perseguida por el villano inmortal, quedando finalmente atrapada bajo el grueso hielo de un lago congelado. Safin, situado en la superficie, duda en matarla o dejarla con vida. A partir de ese detonante dramático se suceden los secretos, las venganzas, los amores, las ausencias, los abandonos, las renuncias, los sacrificios y las redenciones de esta epopeya con mimbres de tragedia griega.

La serie vuelve a colocar a una mujer en un rol protagónico en la historia de una película, contrastando con el planteamiento de los años sesenta en el que lo femenino era codificado como algo pasivo que debía someterse a la fuerza activa encarnada por el agente masculino. Los filmes de Daniel Craig han variado estos códigos genéricos y se aprecia desde los contenidos en las tramas a las piezas musicales que acompañan a cada una de esas mujeres. Tal y como señala en su estudio, David Arnold compone un leitmotiv para Vesper Lynd que se reproduce tanto en Casino Royale como en Quantum of Solace, Thomas Newman también diseña un tema para M en Skyfall y lo repite en Spectre. Y, finalmente, Hans Zimmer, crea una melodía para Madeleine Swann en Sin tiempo para morir. ¿Qué aspectos diferencian el rol de Léa Seydoux con respecto a los anteriores interpretados por Eva Green y Judi Dench? ¿Es la Doctora Swann uno de los grandes hallazgos de la saga por el cambio que representa en la mitología de James Bond?

Me gusta mucho el personaje de Madeleine Swann. Tiene un conflicto central muy atractivo, que viene determinado por una historia de violencia vicaria. Como el mito de Sísifo en la mitología griega, cuyo protagonista es castigado a cargar una pesada piedra hasta la cima de una montaña para que, llegando al objetivo, la roca vuelva a rodar cuesta abajo, y así durante toda la eternidad, Swann parece que no puede evitar volver a caer enamorada de un asesino, sustituyendo al difunto padre, el Señor White, por la nueva pareja, James Bond. En clave referencial a la propia serie, cabe destacar que Madeleine Swann tiene elementos míticos de Electra King -el personaje antagonista de El mundo nunca es suficiente (1999)-.

Más allá de ser una heroína romántica, Madeleine Swann representa el centro fundacional de una familia de clase media. Y, de alguna manera, la constitución de esa familia de clase media es el único conducto que tiene James Bond para dejar atrás la espiral de violencia que le rodea. La forma en cómo se introduce el concepto de familia es nuevo dentro del contexto de la serie y nos remite a Múnich (2005), de Steven Spielberg, también protagonizada por Daniel Craig. Ambas películas nos vienen a contar lo mismo y consiste en que sólo es posible salir de una violencia amoral -es decir, que no es ética- por medio de la creación de una familia de clase media. El fracaso, o mejor dicho la tragedia, de Bond radica en que no puede proteger esa familia de clase media. O al menos, sólo puede defenderla a costa de su vida. Aspecto que no ocurre con Madeleine, que puede defender esa familia en vida.

Sin tiempo para morir tiene un final en el que Madeleine Swann es madre. No es que no se haya explorado a otros personajes de la serie en ese contexto, ahí está el caso de Judi Dench, pero Swann innova en encarnar a una mujer con multiplicidad de identidades.

 

El villano Lyutsifer Safin (Rami Malek) perdiendo el tiempo mientras explica su elaborado plan ante el héroe es uno de los grandes clichés del cine. Se trata de una acción que ha sido usada en exceso, hasta el punto en que pierde toda la fuerza dramática y la novedad pretendida que pudiese tener inicialmente. Si, además, esa verborrea se emplea con el fin de darle tiempo al héroe, que está atrapado, para idear una escapatoria, parece aún más evidente la inclusión de la escena a esa categoría. Sin embargo, hay excepciones en fondo y forma, como es el caso de la escena de Safin y Bond. A continuación, expongo los motivos por los que pienso que esa parte de Sin tiempo para morir supera los parámetros genéricos de ese cliché en beneficio del conjunto de la película:

· Por necesidad dramatúrgica: Héroe y villano no se cruzan hasta el último acto de la película. Las mayores tensiones dramáticas entre ambos se suscitan por medio de Madeleine Swann, pero no directamente. De modo que, ateniéndonos a la importancia del drama, es necesario disponer de ese cara a cara entre los dos antes de proceder al combate final entre ambos. Desde la antigua Grecia se consideraba indispensable representar estas situaciones para comprender la profundidad del conflicto humano en los personajes.

· Por exponer el nivel más primario de lo que está en juego: Safin empuña una pistola y sujeta a la niña Mathilde, mientras que Bond suelta el rifle de asalto y se sienta al frente suyo. También, tres mercenarios armados se sitúan alrededor de Bond para vigilar sus movimientos. Esta situación presenta una premisa básica que indica que tanto James como su hija tienen todos los números para perecer.

· Por manifestar las motivaciones de las acciones y establecer una correlación recíproca: Otra práctica habitual del villano es la de intentar equipararse al héroe. Aspecto que el héroe rechaza de inmediato. Safin lo intenta: “James Bond, licencia para matar. Un historial de violencia. Podría estar hablando con mi propio reflejo. Los dos exterminamos a gente para hacer del mundo un sitio mejor. Sólo que yo quiero ser algo más… pulcro”. Evidentemente, James Bond no coincide con la megalomanía de su enemigo.

· Por mostrar el legado que dejarán más allá de sus vidas: Tras establecer los elementos en común, Safin comenta aquello diferencial que lo convierte en un ser superior a su enemigo. “Tus habilidades morirán con tu cuerpo y las mías perdurarán mucho después de mi muerte”, expone Safin. Aquí hace referencia tanto al poder que atesora para aniquilar a millones de personas por medio del arma biológica como a la fuerza irrisoria de un solo hombre, su contrincante, que osa plantarle cara. Los ecos de David contra Goliat retumban en la sala. Consciente que lo único que puede dejar como legado es su hija, Safin no duda en intimidarla. Bond no tiene el control sobre nada. Y así se lo revela su contrario: “Te he hecho innecesario”. A lo que el héroe replica con entereza: “No. Mientras que exista gente como tú en el mundo”. En caso que Bond amenace con destruir a Heracles como hijo de Safin, entiéndase simbólicamente, éste asesinará a la pequeña Mathilde. Una truculenta simetría que pone en juego no solamente el presente de ambos personajes, sino también su futuro y legado. Eso implica un riesgo mayor en la escena.

· Por demostrar que James Bond es un hombre ilustrado: El conocimiento de los clásicos sirve para elevar la escena a un nivel intelectual y cultural superior. Doy un poco de contexto: Lyutsifer Safin es el nombre completo del villano al que se enfrenta James Bond y remite directamente al nombre de uno de los demonios más poderosos: Lucifer. El paraíso perdido, del británico John Milton, es la obra más célebre que narra el devenir de esta figura del mal. Lucifer fue una vez uno de los ángeles favoritos de Dios, pero su sed de poder le llevó a desafiarle y declararle la guerra. Cuando fue derrotado, creó su propio reino en el infierno como pretende realizar Safin por medio de su arma biológica en la Tierra. Lucifer, después renombrado como Satán, es persuasivo y dispone de una gran soberbia y determinación, consiguiendo corromper con el pecado original a los incautos Adán y Eva, que marcaría el destino de la humanidad al destierro en un mundo dominado por la futilidad y el sufrimiento. ¿Por qué considero a Bond como un intelectual? Porque es capaz de replicar con una admirable habilidad mental y síntesis a Safin, a través de la idea central del relato de Milton: “La historia no es benévola con los que juegan a ser Dios”. Un comentario que desmonta cualquier creencia de superioridad -tanto de Safin como de su alter ego Lucifer- y provoca que se enfurezca. El terrorista se prepara para ejecutar a Mathilde.

· Por deconstruir la masculinidad de James Bond: El héroe se encuentra en la situación más desesperada y suplica perdón por su ofensa, inclinando el cuerpo y la cabeza hacia las rodillas, como si estuviese ante Dios, en señal de máxima sumisión. Los ruegos complacen al villano, que se olvida de Mathilde y vuelve a centrar la atención en James Bond. Una estrategia de distracción que le permite coger una pistola escondida y disparar contra los militares armados. Safin logra escapar con Mathilde por una compuerta, pero Bond pronto recuperará a su hija. Daniel Craig compone un 007 que no duda en abandonar su puesta en escena fría y estoica ante sus enemigos, rasgo característico habitual en iteraciones previas, si se beneficia de ello. Conoce y maneja las debilidades psicológicas de tipos como Safin para coger ventaja. Es mentalmente fuerte.
  
 
004. La estrella Billie Eilish compone y pone voz al tema principal y homónimo de la película. Hans Zimmer participó en la elección de esta balada tranquila que gira alrededor de la traición, el desamor y la soledad. Unas ideas recurrentes, que ya aparecen en la letra de la canción You Know My Name de Chris Cornell, y constituyen un signo característico de este James Bond de Daniel Craig. “You were my life, but life is far away from fair (Tú eras mi vida, pero la vida está lejos de ser justa) / Was I stupid to love you? (¿Fui estúpido por amarte?) / Was I reckless to help (¿Fui imprudente al ayudar?) / Was it obvious to everybody else? (¿Era obvio para todos los demás?) / That I’d fallen for a lie (Que había caído en una mentira) / You were never on my side (Nunca estuviste de mi lado)”, canta Eilish justo antes del coro.
 
Otra vez es una voz femenina quien habla desde la perspectiva melancólica del protagonista. Una melancolía que recorre el filme desde su inicio a la eclosión final y donde todos los personajes que acompañan a 007 en esta aventura son conscientes de esa vulnerabilidad. Como se refleja en el instante en que Q se pregunta ante James Bond y Moneypenny: “¿Puedo disfrutar de una cena agradable antes de que el mundo estalle?”. Un comentario que aparece en el tráiler y que, a través del montaje, se relaciona con imágenes del espía activando un explosivo, eludiendo al conflicto externo consistente en la amenaza del virus. Sin embargo, viendo la película, uno se da cuenta de que ese comentario hace referencia a revelar a James Bond que la psicóloga que visita a Blofeld en la cárcel es Madeleine Swann. Ese mundo que está a punto de estallar es el maltrecho corazón de 007. Ella volverá a entrar en su vida.
 
Esto se traduce en una canción con una gran carga dramática que exprime los rincones más sombríos de la psique de James Bond, los demonios de un pasado que no deja de acecharle, y ese rencor y desconfianza grabados a fuego por el frustrado romance con Vesper Lynd, cuya presencia fantasmal reaparece implícitamente en la letra de la música como representación de una vida que, por mucho que desee, nunca podrá alcanzar ni disfrutar. Según comenta en su obra, “Al sentirse traicionado, (Bond) lamenta la ineludible soledad de espíritu reafirmada una vez más como resultado del trauma (…), pero también explora su culpa en la reacción melancólica que ha adoptado con el mismo”. Estamos ante la odisea de un hombre solo, que toda su vida ha estado solo y que es incapaz de mantener a su lado a aquello que ama y que tanto necesita.
 
¿Está de acuerdo con el comentario de Bond a Madeleine tras sobrevivir al ataque en la tumba de Vesper: “El pasado nunca muere”? El tiempo es una temática que entra en constante conflicto con el alter ego de Daniel Craig. En las cinco películas aparece como un individuo anacrónico, perteneciente a una época pretérita en la que había, dentro del caos, un cierto orden. ¿Considera que esa desubicación surge como respuesta a la crisis de la masculinidad actual?

No es que el pasado nunca muera, sino que el pasado define el presente. El pasado no existe. Vivimos en un presente constante y lo que hace el pasado es definir la narrativa del presente. Así como también, el presente afecta nuestra forma de percibir y relacionarnos con el pasado. Si no se acepta este ideario, estaremos en unas dinámicas más propias del siglo XX que del XXI. Por este motivo, considero que Madeleine Swann resulta más perspicaz que James Bond. Parece que éste nunca atiende a que puede redefinir su presente. Aspecto que sí hace Swann. Y ese no es un caso aislado, porque los últimos ejemplos de mujeres en la vida de Bond suelen ser mucho más clarividentes en ese aspecto que él. Eso tiene que ver con la crisis de la masculinidad actual. Como crisis no me refiero a peligro de extinción, sino a una transición de distintas entidades que conforman la masculinidad. Esos elementos constitutivos son los que han entrado en un proceso de transformación.
 
 


 
 
El pulso entre el pasado y el futuro es uno de los temas capitales en la etapa de Daniel Craig. James Bond saca su lado más vulnerable sin problemas e incluso lo potencia. Todo un cambio del modelo masculino de antaño y que no deja de ser un reflejo de unos tiempos en los que el papel del hombre sufre un continuo escrutinio a ojos de la sociedad moderna mientras busca recomponer su maltrecha hombría. El crítico Fausto Fernández hacía referencia a ello en la revista Fotogramas (30/09/2021): “Sin tiempo para morir le sucede lo mismo que las novelas de Graham Greene, donde las reglas del juego cerebral del espionaje estallaban merced a los sentimientos, el amor y el romance”. El sexo y la violencia pasan a un segundo plano en este drama dolorosamente romántico.
 
 
005. Sin tiempo para morir es la primera película de la saga en tener secuencias filmadas con cámaras de 65mm IMAX. El director Cary Fukunaga y el director de fotografía Linus Sandgren usaron película en lugar del digital para capturar la espectacularidad de las localizaciones. Ahí están las secuencias de persecución automovilística en la ciudad italiana de Matera, donde James Bond y Madeleine Swann tratan de escapar de Spectre con un Aston Martin DB5, o en la capital noruega de Oslo, donde ambos y su hija Mathilde (Lisa-Deborah Sonnet) intentan zafarse de los secuaces de Safin. Pero no todo queda reducido a un sello autoral focalizado en la acción, sino que los directores llevan a cabo un trabajo visual manierista lleno de soluciones de gran inventiva durante todo el largometraje. Recuerdo especialmente, la secuencia del reencuentro entre Bond, Swann y Blofeld en la habitación de alta seguridad. El villano es presentado con toda magnificencia, mientras que la celda móvil que lo detiene se acerca progresivamente a los dos. Los destellos de luz, las sombras, los elementos en la puesta en escena -¡esos espejos que proyectan la mano de la muerte!- y la música subrayan la tensión subjetiva de los personajes.

Una secuencia al estilo de La ventana indiscreta (1954) o Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, donde la acción no se basa tanto en lo explícitamente mostrado en pantalla, sino que se fomenta una sensación de suspense en el espectador. Término asociado al célebre director y que definió con las siguientes palabras: “Imagínese a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Eso es el suspense”. Continuando con esta analogía, el rol del hombre sentado en el sofá recaería sobre las espaldas de un Blofeld. Y la bomba, que en este caso sería el arma química que lo mataría, pasa de la mano de la doctora a la del espía. Ella abandona la sala y se quedan los hermanastros, que desconocen lo que está ocurriendo. La mano de Bond invade cada vez más el espacio personal de Blofeld y está a punto de tocarlo, pero no lo hace. El segundero de la bomba está en los últimos segundos cuando Blofeld explica su treta: había mentido a Bond para que pensara que Madeleine era miembro de Spectre. Aunque sobreviviese al explosivo de la tumba de Vesper, él mismo se encargaría de terminar con su felicidad. Se apartaría de ella y habría conseguido destruirlo por dentro. Estaría solo para siempre. Toca la tecla justa para que Bond estalle de rabia y lo estrangule. La bomba explota. Blofeld ya no volverá a abrir la boca nunca más.

¿Opina que Sin tiempo para morir es una de las propuestas más interesantes del cine actual por lograr combinar el thriller de suspense con el cine de acción y el romance? ¿Es para usted un espectáculo cinematográfico tan lúdico como reflexivo? ¿Por qué?

Sin tiempo para morir es una película interesante desde muchas perspectivas. ¿Si es tan lúdica como reflexiva? Sí, también lo es. Nosotros tendemos a entender que el cine de entretenimiento es un espacio donde apagamos la conciencia. Y eso no es verdad. Es una idea ilusoria que no está fundada en ninguna base psicológica. No es posible negar o prescindir de la conciencia, de detener el pensamiento humano. Nos transformamos al relacionarnos con un objeto cultural, que pierde también esa categoría de objeto en el momento en que lo leemos. Ahí es donde se establece un diálogo entre nosotros -el espectador- y la película, dando lugar a formas y sistemas simbólicos cada vez más subjetivos y complejos que permiten la relación, significación y apropiación entre lenguajes de diferentes campos. Sin duda, Sin tiempo para morir es reflexiva en su carácter de entretenimiento lúdico.


Ernst Stavro Blofeld continúa haciendo estragos en la vida de su hermanastro a pesar de estar aislado en una prisión de cristal. Sus exquisitos modales y sus inmaculados planes de aniquilación a Bond hacen recordar a la encarnación de Hannibal Lecter de Anthony Hopkins. Blofeld es igual de exquisito y exhibicionista que el antagonista de El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, 1991), de Jonathan Demme, mostrándose deseoso de enseñar a su némesis su superioridad intelectual: “Y cuando su secreto salga a la luz, será tu fin” (refiriéndose al misterio que rodea a Madeleine Swann).

Pero no termina ahí la influencia con esa obra maestra del thriller psicológico de los noventa. Daniel Craig adopta el rol de Clarice Starling (Jodie Foster) para interrogar al preso con tal de cazar a un tercero. A modo de quid pro quo de Hannibal Lecter, Blofeld le comenta con sorna: “Ahora tu enemigo es mi enemigo”. Sin embargo, los detalles del nuevo asesino y su arma de destrucción masiva pasan a un segundo plano cuando la conversación se vuelve más personal. Su elevada cultura le ha permitido pensar en su crimen, analizarlo, reinterpretarlo y, por supuesto, justificarlo. Blofeld es un asesino en serie capaz de construir un corpus teórico mastodóntico para hacer daño a su hermanastro y hallar sentido a su desalmada existencia. Esa justificación del mal es lo que le vuelve a vincular con Hannibal Lecter, y también es lo que le lleva directo a la muerte.

 

006. La manera más habitual y hollywoodiense de acabar el viaje del héroe es con un final feliz, donde se pretende contentar a los espectadores repitiendo siempre las mismas situaciones. Sin tiempo para morir no puede ser acusada de eso, ya que toma grandes decisiones para cerrar la era de Daniel Craig como James Bond con un momento tan épico como emotivo. Una despedida majestuosa y asombrosa, que la crítica mundial considera legado de la saga. James Bond muere por primera vez en veinticinco películas.

La partida de Madeleine y Mathilde a bordo del vehículo anfibio es tan especial para mí como para James Bond, que las contempla de cuclillas desde el extremo del embarcadero. Cary Fukunaga nos regala una imagen de ellas envueltas por el resplandor del atardecer, cuya luz desborda el plano y se aleja de todo realismo para entrar en el terreno de lo onírico. Otro recurso manierista que usa el director para contar una historia de amor bigger than life. “La relación con Madeleine Swann adquiere las formas de un amor imposible, de un romanticismo nunca visto antes en Bond, que va más allá de su enunciación para adquirir una forma casi abstracta de su intensidad”, explica el crítico cinematográfico Israel Paredes. No podría estar más de acuerdo con sus palabras, pero también me dio la sensación de que no las volvería a ver más. Una premonición que me golpeó en la boca del estómago.

Bond es contaminado por Safin con el letal veneno genético que mataría a Madeleine y Mathilde al menor contacto, lo cual se encuentra ante la tesitura de seguir hacia delante renunciando a lo más puro que ha conseguido en la vida o renunciar a ello desapareciendo cuando le han convertido en el arma más perfecta que puede acabar con aquello que quiere. La ironía es común en los relatos de los héroes trágicos porque suelen convertir la mayor cualidad del protagonista, un agente con licencia para matar, en el motivo de su perdición. Sin embargo, en este caso hay un segundo nivel de ironía, ya que James Bond ha tenido que lidiar con el sufrimiento de la muerte de todos los que toca, entiéndase a sus seres queridos (Vesper Lynd, M, Felix Leiter y Rene Mathis), con lo que Safin ha materializado esta circunstancia de forma literal en su persona. Un giro dramático aún más cruel para 007.

Con los misiles de la Marina a punto de llover sobre la base de operaciones militar de Safin, donde están fabricando más cepas del virus para convertirlo en una pandemia mundial, Bond realiza su último acto de servicio abriendo las compuertas blindadas del complejo. Resignado a su destino, Bond asciende por unas escalerillas que comunican al exterior, mientras mantiene una emotiva charla final con Madeleine, que se encuentra fuera de la isla junto a Mathilde y la espía del MI6 Nomi (Lashana Lynch). Destaca sobremanera el tema musical enfático del maestro Hans Zimmer, titulado Final Ascent, cuyas notas están dispuestas por medio de un ostinato in crescendo, que envuelven al espectador en un ritmo pausado para luego ir aumentando progresivamente la intensidad, con una modulación instrumental perfecta que combina la grandeza épica con el sentido íntimo de las imágenes, hasta alcanzar un clímax que desemboca en un abrupto silencio cuando los explosivos estallan frente al protagonista.

El compositor germánico, que nos inspiró con la entereza moral de un padre en El Rey León, nos cautivó con el valor y el coraje de un hombre que desafió a todo y a todos en Gladiator, nos sumergió en el drama personal de un guardián hecho a sí mismo en El caballero oscuro, nos encandiló con el periplo de expiación de un renegado apátrida en El último samurái y nos conmocionó con la historia de un amor paternofilial imperecedero en Interstellar, presenta su última obra maestra en una pieza que sirve para acompañar a Bond en su ocaso. Con la fortaleza de un león, y el contraste del conejito de peluche de su niña en la cintura, James Bond aguarda su sacrificio con serenidad al tomar conciencia que sus seres queridos podrán vivir en un mundo despojado de amenazas. Sin Spectre. Sin Safin. Sin él mismo.

Este desenlace ha generado mucho debate, desde tratados filosóficos a ocurrencias pueriles. Me interesa conocer su opinión al respecto. ¿Es un cierre inesperado para usted o, por el contrario, y según avanzaba la película, cree que es algo irremediable? ¿Considera que es una secuencia bien ejecutada o cree que no consigue alcanzar el efecto catártico buscado? ¿Es un buen final para el James Bond que ha interpretado Daniel Craig desde Casino Royale?

Me ha sorprendido la muerte de James Bond porque no suele pasar. Aunque, de forma más o menos explícita, el personaje ya ha fingido morir en situaciones anteriores y siempre vuelve. No se diferencia mucho. Para cualquiera que se quede a ver los créditos del final de la película, verá que aparece un cartelón que pone: “James Bond volverá”. No es un elemento nuevo. Como indico en mi libro, la resurrección forma parte de la inmanencia del personaje. Simplemente, los artífices de Sin tiempo para morir han potenciado esa cualidad para subrayar su inmanencia. Un término que no debe confundirse con trascendencia, porque son distintos. ¿Regresará la iteración de Daniel Craig? No. Pero hay novelas en que muere y luego vuelve. Ahora voy a destripar el final a todo el mundo. En Desde Rusia con amor (1957), James Bond da también la sensación de que muere a causa de una herida por un chuchillo envenenado, pero después resulta que resucita en la siguiente novela, Dr. No (1958), porque se ha curado. La resurrección forma parte de los elementos inherentes de James Bond.

El final de Sin tiempo para morir funciona dramáticamente. Yo lloré cuando vi la película y sé que hay más gente que también lloró. Mucha parte del éxito de la película radica en que consigue generar adecuadamente estos afectos, que son novedosos en la serie de James Bond. ¿Si es bueno o no? No me gusta entrar a valorarlo en esos términos. Se nos ha presentado un texto y me ha parecido muy interesante su lectura y ese final.

 

Daniel Craig no pudo terminar su discurso tras rodar la última escena de Sin tiempo para morir. Después de dieciséis años interpretando al personaje y cinco filmes, no podía abandonar aquel set sin decir unas palabras. Y las soltó, aunque con dificultad porque arrancó a llorar. Agradeció sinceramente el trabajo de un equipo que le ha acompañado desde Casino Royale. Entonces, Daniel Craig era el encargado de animar a sus compañeros porque sabía que tenían entre manos una gran película, a pesar de las ofensas recibidas de algunos medios y webs. Ahora las tornas han cambiado y el actor es quien recibe la ovación de los miembros del equipo por haber conseguido el logro de dejar su impronta en la historia de este icono cultural. El círculo se cierra de la manera más satisfactoria posible.



007. Y llegamos a la última pregunta de la entrevista y del libro. Con vista al futuro y escaso interés en conjeturar sobre qué actor debería tomar el relevo de Daniel Craig en la siguiente película. Ya tengo suficiente con gestionar mi propia decepción, a una escala muchísimo menor, cuando no soy el elegido en algún proyecto ilusionante como para echar pestes a los demás. “Daniel ha llevado la saga a un lugar tan asombroso y tan satisfactorio a nivel emocional que no puedo imaginarme al personaje después de él. Ha creado un Bond para la eternidad”, comenta Barbara Broccoli. Y razón no le falta a la productora de la saga porque el ciclo de Daniel Craig ha innovado en unas tramas centradas en James Bond, en él mismo como persona y no en su número -007-. Cualquier aproximación futura que quiera hacerse en ese terreno fracasará estrepitosamente porque no superará al trabajo de Daniel Craig. 

La clave, según mi opinión, reside en potenciar la figura de 007 como objeto geopolítico. James Bond nació en la Guerra Fría, conflicto que enfrentó a los EE.UU. con la Unión Soviética, y que Sean Connery abordó en sus filmes. Con Pierce Brosnan, y la caída del muro de Berlín, se dejó atrás las rencillas del viejo mundo y entramos a una nueva dimensión en la saga. Pero puede que la realidad, además de caprichosa, sea cíclica y que nos encontremos de nuevo en otra Guerra Fría, donde los rivales de los estadounidenses puedan volver a ser los rusos y sobre todo los chinos. Hollywood, por interés de explotación comercial, ha rehuido de manejar un enfrentamiento con el país asiático en sus películas. Pese a que las tecnológicas americanas vinculadas a internet, como es el caso de Amazon, LinkedIn, Epic Games, Yahoo, Google, Facebook, Twitter, Wikipedia, YouTube o Instagram, han sido bloqueadas por las autoridades chinas y han dejado las sedes que tenían en el país. Tal y como constata el periodista Ramón González en El Confidencial, Hollywood ha mostrado mayor capacidad de adaptación en autocensurarse que las tecnológicas.

El régimen chino no tiene el mismo decoro comercial que los estadounidenses en sus filmes. Disponen de un pueblo de mil millones de personas que está altamente instruido por ellos. No necesitan comercializar sus producciones a Occidente, siendo el caso más evidente una de las películas más taquilleras a nivel mundial desde que comenzó la pandemia en 2020. Se trata de un filme chino de propaganda contra EE.UU. titulado: La batalla del lago Changjin, que solamente se ha estrenado allí y ha conseguido recaudar más de 780 millones de euros. De ellos, más de 554 millones los logró en sus primeros doce días en la gran pantalla, después de un estreno a bombo y platillo el 1 de octubre, día de la fiesta nacional de China, según informa El País.

En el contexto actual, la franquicia de Bond, como producto cultural que se integra a la lógica de consumo capitalista a una escala global, diseña películas que no molesten a potenciales consumidores, especialmente a China que es un país esencial en la recaudación de fondos. Por esta razón, tal y como indica en su monográfico, la serie procura que el enemigo que rivaliza con Bond sea una facción radical dentro de la identidad nacional del país enemigo. Pero que, en ningún caso, pueda relacionarse al antagonista como un representante establecido en ese país. Sin embargo, esa lógica comercial, que genera censura en los creadores de historias de 007, perpetúa la idea de que la serie no termina de reflejar nuestra compleja realidad geopolítica. Si “en cada filme hay que poder decir algo sobre el lugar de Bond en el mundo, que es el de Gran Bretaña en el mundo”, volviendo a las palabras del guionista Neil Purvis en su libro, resulta chocante que ante la reedición de una Guerra Fría contra los países de Occidente, Hollywood no utilice a James Bond para combatir a sus enemigos originales más acérrimos: los comunistas. ¿No cree?

La madre de todas las cuestiones es si los productores, Barbara Broccoli y Michael G. Wilson, están dispuestos a ganar menos dinero con tal de plantear historias con un trasfondo cultural más acorde a nuestros tiempos o, si por el contrario, seguirán pasando de puntillas en según qué temas para obtener mayores beneficios. ¿Qué estima al respecto?  

Quizás pronto ya no dependa sólo de ellos. Amazon ha comprado Metro Golden Mayer, incluido todo su catálogo de películas y donde figuran también los derechos de la franquicia. ¿Qué pasará cuando Amazon exija una voz en el proceso de creación de las películas de 007? El guionista John Logan, tres veces nominado al Oscar, y con un currículo de trabajos en producciones como Gladiator (2000), Skyfall (2012) o Spectre (2015), publicó un artículo en The New York Times donde mostraba su preocupación por esta situación: “Amazon es una compañía tecnológica global que produce a gran escala y está obsesionada con la “experiencia del cliente”. (…) “No es un guardián de la creatividad artística o el entretenimiento original. La preocupación de la corporación no son los artistas, sino atraer y retener a clientes. Empresas así tienden a querer más, no mejor. (…) Eso provoca que el filme se convierta en una sombra inofensiva de una cosa, no en la cosa en sí, diluyéndose a la versión más anodina y fácilmente consumible”, según publica ABC. ¿Considera que la compra de Amazon puede dificultar aún más que podamos ver en pantalla ese escenario geopolítico?

Por último, si algo nos ha enseñado la historia de la humanidad es que cuando las cosas pueden ir a peor, suelen ir a peor. Según mi opinión, el escenario más factible para volver a ver a James Bond en su rol de espía británico en una Guerra Fría contra los comunistas es que China cierre los canales de distribución de las películas hollywoodienses en su territorio. El gigante asiático, liderado por Xi Jinping, ha mostrado tener más prisa por ser independiente en el plano tecnológico que en el cultural, pero esto último va a adquirir cada vez mayor relevancia y cuando suceda, que sucederá, repercutirá en la carrera comercial de las producciones de Hollywood. Ante tal escenario, como un fiel e interesado amante lleno de despecho por no seguir retozando en la cama de su esquiva y muy deshonesta amada, puede que Hollywood dirija su animadversión hacia China con sus películas. ¿Opina que entonces sería más fácil encontrarnos en la cartelera cintas como Siete años en el Tíbet (1997), Spy Game (2001), ambas de Brad Pitt, o El laberinto rojo (1997), de Richard Gere, donde China quedaba mal retratada?

Esta pregunta es más para un experto en economía cultural y geopolítica. En lo que a mí respecta, como estudioso de sistemas semióticos y de la relación entre la política y la ficción, haré un par de puntualizaciones o comentarios acerca de las muchas reflexiones de esta cuestión. La serie de películas de Bond ha intentado poner en un perfil bajo todo el asunto comunista desde sus inicios. Y, en su lugar, situó el terrorismo global como la máxima manifestación del mal, al que Bond debía combatir en sus misiones. ¿Si esa medida fue tomada con efecto de comercializar esas películas en países comunistas en un futuro? No lo sé. Si bien es cierto que la última cosa que Ian Fleming podría ser en la vida es comunista, los productores consiguieron no alienar a una parte de esa audiencia potencial en los sesenta. Esto por una parte y por la otra, los enemigos tradicionales no eran los comunistas, sino que eran los disidentes dentro del grupo de comunistas. A pesar que sufrió mala recepción en uno de sus últimos reestrenos en la cartelera británica, Octopussy (1983) refleja muy bien cómo ese mal recae sobre el individuo y no en el colectivo. Una singularidad que, eso sí, procede del sistema político comunista. Así que no es algo tan claro y nítido de delimitar. Esos matices son precisamente los que hacen que la figura de James Bond sea más compleja. 

Otro aspecto que quería comentar es la venta de la Metro Golden Mayer a Amazon. No tengo ninguna duda de que seguirá habiendo películas de James Bond en el futuro. ¡Debe ser el momento más tranquilo de los estudios de la Metro en los últimos quince años! De aquí a tres o cuatro años, sacarán seguramente una nueva entrega y tendrán que resignificar el personaje. O quizás haya llegado el momento de su final. Así que nunca se sabe, pero sinceramente no lo creo. No es problemático encontrar una forma para continuar. Simplemente, pueden ignorar el hecho de que Bond muera en esta película y empezar desde cero. Cuando estrenen la nueva cinta, la leeremos. Y cuando la leamos, ya veremos cómo nos relacionamos con ella. Personalmente, tengo muchas ganas de seguir relacionándome con el mundo a través de los ojos de James Bond. A ver qué serán capaces de decirnos sobre nuestra situación geopolítica actual, que es tan cambiante como volátil.

 


En la imagen, Daniel Craig camina hacia la cámara en el rodaje de su última escena como 007. La acción transcurre en las callejuelas de una recreación de Cuba, donde el protagonista escapa junto al científico ruso experto en armas biológicas, Valdo Obruchev (David Dencik), de los miembros de Spectre y de la policía del país insular de régimen comunista. 

Los productores tienen ante sí un enorme reto, que va más allá de la elección del actor que sustituirá a Daniel Craig en el personaje, y consiste en determinar hacia dónde quieren dirigir la narrativa de la saga a partir de ahora. 
 
 

Índice de películas de la saga comentadas en la obra.

 

2 comentarios:

  1. Eres increíble sigue así

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    1. ¿A quién debo estas amables palabras? Iré publicando más capítulos de este libro. ¡Muchas gracias!

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