¿En qué consiste ser un héroe?


Gaia


Una pastor alemán viene en camino, ¿cómo la voy a llamar?
Seis razones y un problema para escoger su nombre




Vidas cruzadas


¿Cómo empezar esta historia? Con una doble derrota. Dos pastores alemanes de pura raza, uno de nombre Efren y la otra llamada Betty, tuvieron una camada de adorables cachorros. Una de ellos, nuestra protagonista, iría bajo la tutela de una joven pareja que había decidido empezar a vivir bajo el mismo techo y consolidar su relación ante la mirada de un cánido. Especialmente en estos tiempos de restricciones de movilidad, escasez de interacción social y confinamientos domiciliarios, eres lo más si cuelgas fotos con cachorritos en las redes sociales. ¿Qué podría salir mal? El enamoramiento se disipó con la misma rapidez con la que comenzó y la pastor alemán, con poco más de un mes y medio de vida, se había quedado sin un hogar antes incluso de tenerlo. Ya no era necesaria.
 
Lejos de lucir una resplandeciente armadura y de empuñar una sugerente espada, un hombre, con muchas dudas y pocas certezas, frecuenta melancólico ese criadero de pastores alemanes. En la última década, había estado cuidando prácticamente cada día de una pastor alemán, cuya propiedad es de sus vecinos. Tal era así que cuando la perra tan solo meaba y defecaba, era solicitado por la vecina para que la atendiese. Cuando la perra parecía un potro salvaje e indomable en su adolescencia, era solicitado por la vecina para que consiguiera apaciguarla. Cuando la perra era adulta y se aburría en un entorno apático y falto de retos estimulantes, era solicitado por la vecina porque era mejor perder el tiempo con cualquier otra nimiedad. Cuando se iban de vacaciones durante semanas o hacían una escapada con otras mujeres del mismo círculo psicopático/social o necesitaban unos merecidos días para relajarse en las aguas termales de Caldea y gastar mucho dinero en las tiendas, era solicitado y siempre disponible. Ese tipo jugaba con las cartas marcadas y estaban sobre la mesa desde el inicio de la relación. Todos conocían el vínculo que fraguó de niñez con otro ejemplar de pastor alemán y alsaciano. Sabían que se volcaría sin escatimar esfuerzos e ilusiones con esa increíble pastor alemán. Nada de eso le importó a esa mujer interesada y egocéntrica para apartarle de su mejor amiga. Ya no era necesario.

Aquí es donde se revela el gran giro en la trama… Yo soy ese individuo. Inesperado, ¿verdad? No demasiado, pero lo que era mucho menos previsible fue cómo actuó mi intuición e instinto para advertirme de lo que se me venía encima. Sucedió en verano cuando me encontraba dándole vueltas a ideas para escribir un cuento con tal de entretener a los niños de un taller. De todas las referencias que podía coger de base para inspirarme y desarrollar una historia, elegí la leyenda india de Kuekuatsu, donde un espíritu celoso separa a dos lobos enamorados y uno de ellos asciende a lo alto de una montaña cada noche para aullar de tristeza por ello. Jamás habría imaginado que se convertiría en un relato premonitorio. Unos meses más tarde, la pastor alemán repetiría esos lloros de día y de noche mirando desde su casa a la mía. Permanecí expectante con la esperanza de un cambio en la situación que no se ha producido. Me conozco y conocía ese sentimiento amargo. Semejante herida no se iba a sanar fácilmente. De modo que tomé la decisión de informarme con la idea de tener un nuevo pastor alemán. Un proceso que se acabó precipitando cuando recibí el aviso de la disponibilidad de la desdichada perra. En pocos días iba a encargarme de ella, pero no sabía cómo llamarla. 

Los siguientes capítulos tratan sobre las razones que tuve en cuenta para escoger su nombre. Al ser el primer regalo que la pequeña recibiría de mí debía ser una decisión muy meditada…




De esta manera nos acercamos a una heroína con un comportamiento instintivo que inicia un viaje en busca de su identidad. Por mucho que tratemos de evitarlo, la suerte regulará gran parte de nuestras vidas. Cuando los argumentos racionales fallan, las exigencias de causalidad personal y de autonomía se reconcilian mediante el uso consciente de la suerte para tomar decisiones. Aunque la crudeza de esta visión puede inquietarnos, es preferible a una vida construida sobre la confortadora falsedad de que en todo momento podemos saber qué hacer.



Razón popular: Gaia Prince


Heredera del Rey de los Dioses, Zeus, y de la Reina de las Amazonas, Hipólita (Connie Nielsen), Diana Prince es un referente popular desde que es interpretada por la actriz israelí Gal Gadot. Wonder Woman (2017) y Wonder Woman 1984 (2020) de Patty Jenkins han sido un éxito rotundo por presentar unas historias clásicas repletas de aventura, acción, fantasía y romance. La protagonista es una guerrera fuerte, obstinada, autónoma, resolutiva y con valores sólidos. Que protege a los desvalidos y ama al tipo adecuado, encarnado por el carismático Chris Pine. Me gusta la idea de que su nombre refleje esa clase de determinación.

El problema de llamarla Diana reside en que me agrada cuando se pronuncia en modo anglosajón, /Daiana/, como se puede apreciar en los enlaces de los trailers de las películas, pero no me cautiva demasiado cuando se articula en castellano, /Diana/, que me evoca a dardos, cerveza, gritos y tumultos de gente por todas partes. No es una idea muy romántica. Así que me puse a analizar todo aquello que me atraía del nombre de /Daiana/ para utilizarlo como punto de partida en la búsqueda del nombre perfecto.




El espíritu del lobo. He criado a tres generaciones de pastores alemanes, más de veinticinco años juntos, y sigo aprendiendo de su fuerza e inteligencia cada día. Desde que comenzó la pandemia son cada vez más las personas que han adoptado o comprado un perro. Se actúa sin meditarlo y de forma caprichosa. Aspectos que desatarán una tormenta perfecta en forma de abandonos cuando esa gente vuelva a su rutina. Hay otras razas menos exigentes que el pastor alemán, pero todas implican la obligación de mover el culo. Deseo equivocarme y que todos asuman su gran responsabilidad por el bien de los perros.



Razón fonética: La anomalía de Gaia


Feminidad, fortaleza, mitología y devoción por los tipos blancos, rubios y con ojos verdes. /Daiana/ es eso, pero también tiene una singular disposición de fonemas en nuestro idioma. Las tres vocales, /a/ /i/ /a/, forman un triptongo que resulta muy poco habitual en castellano. La gran mayoría de estas secuencias vocales son decrecientes y sitúan la vocal abierta y fuerte (/a/ /e/ /o/) en medio de las dos vocales cerradas y átonas (/i/ /u/), generando una declinación fonética (guau, asociáis, averiguáis). Sin embargo, el triptongo /Daiana/ actúa diferente. Modifica las reglas del juego para situar la vocal átona en medio de dos vocales fuertes con tal de alcanzar la máxima potencia en la última /a/. Su crescendo fonético es un elemento que tuve definitivamente en cuenta a la hora de escoger el nombre de Gaia. Con ese nombre es imposible que pueda pasar desapercibida. 



Razón cultural: Gaia y la búsqueda de la integración


El cuento de hadas Los tres lenguajes, de los Hermanos Grimm, se remonta a tiempos pasados. La historia presenta a un conde que no sabía qué hacer con su hijo, incapaz de aprender nada. De modo que lo mandó a instruirse con tres afamados maestros durante un lapso de tres años. El chico aprendió sólo el lenguaje de los perros (tras formarse con el primero), de los pájaros (después de prepararse con el segundo) y de las ranas (luego de estudiar con el tercero). Arrastrado por la cólera, el padre expulsó a su vástago y ordenó a sus criados que lo llevaran al bosque y lo mataran. Pero éstos se compadecieron del tonto y se limitaron a abandonarlo allí. El muchacho sin hogar emprendió un viaje por el mundo y terminó en un país donde los perros devoraban a la gente. Puesto que comprendía su singular idioma, los cánidos le contaron por qué eran tan feroces y qué tenía que hacer para amansarlos. Tras interceder en su conflicto, los perros salvajes dejaron a la gente del país en paz y el protagonista continuó por su camino. Más adelante, se cruzó con unas ranas, que croaron su futuro y eso le dio mucho que pensar. Por último, llegó a Roma, donde unos clérigos buscaban a un sustituto del difunto Santo Padre. Dos palomas blancas se posaron en sus hombros y le comunicaron que aceptara esa distinción. Tal y como habían profetizado las ranas, el joven humilde se coronó como el nuevo Papa. ¡Chúpate eso, papá biológico! 

¿Por qué es importante el relato de este cuento de hadas en la elección del nombre de Gaia? Porque relaciona tres animales -perro, pájaro y rana- con tres elementos -tierra, aire y agua-. Tanto los perros como los humanos se identifican como animales terrestres y tienen en común que pueden ser adiestrados para moderar su agresividad y vivir en libertad. Tradicionalmente, los perros han sido ejemplo de lealtad y amistad por su capacidad para ahuyentar a nuestros enemigos, pero también por enseñarnos a comprendernos mejor a nosotros mismos. Los tres lenguajes pone el foco sobre esto último y nos enseña que una vez lograda la integración personal completa, contando también con la aportación de los pájaros y las ranas, el chico es la persona adecuada para asumir el cargo de más elevado rango sobre la tierra. Gaia conecta principalmente con ese significado porque es el símbolo de ese elemento natural.




Gaia junto con los miembros de su nueva manada. Estaba convencido de que conectaría con todos los integrantes de la familia sin excluir a nadie. Y lo haría con afecto, naturalidad y sin esperar nada a cambio. Posee una valerosa firmeza moral, que haría palidecer la conducta de muchos.



Razón biológica: Teoría Gaia


Hipótesis que sostiene que los seres vivos, océanos y rocas interaccionan con la atmósfera, modificando su composición y regulando los climas para salvaguardar su propia supervivencia. De modo que, según esta creencia expuesta por los científicos James Lovelock y Lynn Margulis, la biosfera de nuestro planeta puede entenderse como un gran organismo, o superorganismo, cuyos elementos integrantes se relacionan entre sí para conseguir un perfecto equilibrio vital. Como suele ser habitual en este tipo de estudios medioambientales, el impacto sobre el entorno de las acciones del ser humano es lo que genera la alteración de este balance natural, causando enfermedades, contaminación y muerte

Considero que es un acto de oportuna rebeldía llamar a un pastor alemán como la Teoría Gaia, habiendo nacido el 5 de noviembre de un año tan nefasto como el 2020, con todo lo negativo que ha provocado, está provocando y provocará la pandemia del Covid-19 en nuestro planeta, y cuyo origen y difusión está vinculado con la forma de interacción nociva de los humanos. Gaia es un nombre que reclama el poder de la naturaleza frente a la sobreexplotación humana y es uno de los valores que mejor puede encarnar la figura omnipotente de un pastor alemán.  




Harrison Ford colaboró con una campaña titulada Nature is speaking de la Conservation International: “Soy el océano. Soy agua. ¿Humanos? No les debo nada. Doy. Toman. Pero siempre puedo retractarme. Se llevan más de lo que les pertenece. Me envenenan y después esperan que les alimente. No funciona así. Si la naturaleza no se mantiene sana, los humanos no sobrevivirán. A mí me da igual con o sin humanos”.



Razón trascendente: Diosa Gaia


Gaia es el nombre de la Diosa originaria que personifica la Tierra en la mitología griega clásica. Es conocida también como Gea en latín y considerada la madre que creó toda la vida. Engendró por sí misma al Cielo (Urano), a las Montañas y al medio marino (Ponto). Posteriormente, se unió a su hijo Urano con tal de concebir a los primeros dioses y monstruos, que ya no eran una simple personificación de elementos. Sin embargo, Urano era un hostigador que impedía el alumbramiento de su propia descendencia, condenándolos a permanecer en el vientre de su madre. Gaia encomendó a su hijo menor, Crono, la misión de liberarla junto a sus otros hermanos por medio de la castración de su padre con una hoz. Arrancado de cuajo el asunto, Crono asumiría el trono del padre y repetiría sus pecados. Convertido en otro gran tirano, así lo atestigua la famosa obra de nuestro Francisco de Goya en la que se le retrata mientras que devora a uno de sus hijos, fue asesinado por uno de ellos. El autor del crimen, Zeus, contaría también con la ayuda de Gaia para terminar con el trabajo. La biografía de Zeus tampoco es la de una hermana de la caridad, pero lo que quiero destacar con todas estas historias primigenias es que Gaia siempre ha existido como una fuerza trascendente necesaria para alcanzar el equilibrio en el cosmos. 



Razón existencial: Gaia y el mapa del universo


La sonda espacial Gaia ha sido enviada por la Agencia Espacial Europea para orbitar alrededor del Sol con el fin de conseguir un catálogo pormenorizado de casi dos mil millones de estrellas. A una distancia de 1,5 millones de quilómetros de la Tierra, la misión Gaia ha revelado datos esenciales de cada estrella observada, como su luminosidad, temperatura, composición y gravitación, que permitirán a los científicos entender el origen y la evolución de la Vía Láctea

Las observaciones recogidas por Gaia están redefiniendo las bases de la astronomía”, comenta Günther Hasinger, Director de Ciencia de la Agencia Espacial Europea, sobre el hito grandioso que representa Gaia en aras de responder a las grandes preguntas de la humanidad. Gaia es sinónimo de levantar la mirada del suelo y apuntar a lo más alto. A romper obstáculos. A alcanzar las estrellas para hacer conocido lo desconocido en el mayor acto de prosperidad. Gaia nos ayuda a comprendernos mejor como especie y a alcanzar un atisbo de serenidad.



Problema asociativo: 
Gaia entre el hippie setentero y el progre contemporáneo


Gaia es un término que puede ser vinculado y devaluado junto a otros términos perroflauticos, como energía, toxicidad, positividad, luz interior, heteropatriarcado, micromachismo, microagresión, sororidad, Karma, alienado o pertenecer a Urano con ascendencia a Escorpio (eso último me lo han dicho y quizá significa que soy la peor persona de la galaxia), que están a la orden del día por estar continuamente en boca de grupos de gente de ideología izquierdista. No me gusta la idea de que la pastor alemán pueda asociarse con toda esa jerga léxica, justamente por las razones expuestas anteriormente y que son dignas de reconocimiento. Todo es producto del bagaje cultural y de la percepción que cada individuo tiene del mundo. Pero, en caso de duda, animo efusivamente a escucharme decir el nombre de Gaia en público. Nada que envidiar a la entonación desde las entrañas de Máximo cuando se descubre ante Cómodo en medio del Coliseo romano. Y ahí, queridxs, no hay paz y amor. 




Dentro de tres semanas, estaré recogiendo mis cosechas. Imaginad dónde querréis estar y se hará realidad. ¡Manteneos firmes! ¡No os separéis de mí! Si os veis cabalgando solos por verdes prados, el rostro bañado por el Sol, que no os cause temor. ¡Estaréis en el Eliseo y ya habréis muerto! Hermanos, lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad”. Gaia, como general de las tropas romanas, demostrando una habilidad oratoria sin parangón en la actualidad.



La confirmación


Tras acabar con la peliaguda búsqueda del nombre perfecto para la pequeña pastor alemán, llegó el día de ir a recogerla. Le faltaba aún una semana para cumplir los dos meses de edad con lo que esperaba que tuviese un porte más pasivo y retraído. Nada más lejos de la verdad. Corría dando tumbos por el suelo para alcanzar los cordones de las zapatillas fosforescentes de la encargada del centro, que a su vez trataba de comentarme qué papeleo tenía que rellenar. Pero mi atención estaba fijada en la cría y en cómo se desenvolvía ante los distintos estímulos. “Es una auténtica hembra alfa”, pensé en mis adentros. Es una suerte que no cayera con esa personalidad intensa en las manos inexpertas de una pareja en estado de descomposición. Aquéllos que demuestran ser más fuertes y bondadosos son los que acaban pasándolo peor. Ella estaría bien conmigo. Y yo siempre procuraría por su máxima felicidad.

Toda esa seguridad se desvaneció al sentarse sobre el regazo de mi madre dentro del coche. No paraba de chillar y lloriquear con la boca abierta. Como una oveja que iba a ser esquilada o peor aún, como un cordero arrastrado al sacrificio. Me aseguré de preguntar días atrás a la mujer del criadero si la madre sufría un impacto emocional cuando se desprendía de sus crías. Me contestó que no. Los cachorros, al mes y poco, ya tienen formados sus primeros dientes y las mamás lo pasan fatal cuando se tiran a mordisquearle sus pezones para chupar la leche. Pero Gaia, desde bien pequeña, no le gustaba dejar a nadie atrás y me obligaba a preguntarme a mí mismo si me había convertido en el villano de su historia. Sea por esa razón, o por el dolor que aún siento por haber fallado en mi intento de darle la mejor calidad de vida a la otra perra, o por el deber y el temor de volver a querer de ese modo a un ser que quizá no me sobreviva, o por la intensa emoción de la situación, o por todas esas razones mezcladas a la vez. No lo sé. La cuestión es que no pude reprimir las lágrimas y me puse a llorar junto a esa tierna criatura.

Resulta bastante cómica la situación porque todo eso sucedía mientras conducía el automóvil con mi madre sentada a mi lado con ella. En caso de accidente llegarían los hombres de uniforme -bomberos, policías y forenses- que conjeturarían sobre la posible causa del siniestro y la muerte de sus ocupantes. Apuesto todo mi dinero a que ni se acercarían a descubrir el verdadero motivo del suceso. Llantos compartidos, parece el título de una canción de blues. Mi madre me dijo que parara el coche y cogiera a la perra antes de entrar en la autopista. Quería que yo fuera quien la consolara, que estableciera ese vínculo, y se lo agradezco mucho. Es un acto de lo más desinteresado porque las madres suelen monopolizar ese tipo de liturgia. La pastor alemán olió mi cara y luego, ya más relajada, se tumbó sobre mis piernas y brazos.
 
Reanudamos la marcha en dirección a casa con esa lobezna durmiendo encima de mi madre, pero con el cuello reposado sobre la muñeca de mi mano. Así estuvimos durante todo el viaje. Ambas superficies corporales, su cuello y mi muñeca, son idóneas para detectar nuestro pulso. El empuje rítmico de la sangre que procede de nuestros corazones para llegar a todo el cuerpo. Antes de enfilar la cuesta para llegar a la cima de la montaña donde la cría conocería su hogar, hicimos otra parada. Gaia me había transmitido su calma y nuestros pulsos iban al unísono. Entonces, tuve una revelación. Supe con toda seguridad que había acertado con su nombre. Nadie más que ella, y su teoría homónima, podría haber alcanzado esa perfecta armonía vital conmigo. Saqué el móvil y le hice una foto. Su primera imagen que quiero compartir con todos.




Gaia y Xavi. Las dos caras de una misma moneda.  




Una vida de perro


Hollywood apuesta de nuevo por narraciones de superación protagonizadas por un joven y su animal de compañía para conseguir el favor de crítica y público. La figura del perro alcanza su máxima expresión en estos relatos cargados de ética y pasión popular




Steven Spielberg ha regresado como director para presentarnos Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio y Caballo de batalla. A pesar de los múltiples proyectos cinematográficos y televisivos en los que Spielberg ejerce como productor ejecutivo, el prestigioso realizador estadounidense no se situaba detrás de las cámaras desde hace tres años, cuando estrenó Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal. El primer estreno trata sobre el descubrimiento por parte del reportero Tintín y su perro Milú de la maqueta de un barco y unos pergaminos que dan pistas de la situación de un tesoro. El otro estreno, Caballo de batalla, es la historia de un joven campesino que busca por toda Europa el caballo que ha cuidado durante años, reclutado por el ejército para la batalla en la Primera Guerra Mundial. A pesar de las muchas diferencias entre las dos películas, una es la adaptación animada del cómic de Hergé y la otra es la adaptación de la novela de Michael Morpurgo, ambas nacen y se desarrollan a partir de la relación entre un joven y su animal de compañía.

Nuestro deseo de historias refleja la profunda necesidad humana por comprender la pauta de la vida, no solamente como ejercicio intelectual, sino dentro de una experiencia muy personal y emotiva. Un poderoso río narrativo fluye desde nuestra tradición de pensamiento y cristaliza en reiteradas ocasiones sobre la relación humano-perro con un conjunto de enseñanzas.

Siguiendo con la prolífica filmografía de Steven Spielberg, el ejemplo más brillante de este eje narrativo es el del aventurero Indiana Jones. La tetralogía, hasta el momento, protagonizada por el arqueólogo nace del deseo de su creador, George Lucas, de utilizar el nombre de su perro Indiana, un malamute de Alaska, para dar nombre al intrépido protagonista. Pero, más allá de la referencia metalingüística, el verdadero significado reside en la importancia narrativa de la figura del perro para el crecimiento del personaje humano en la ficción. En el prólogo de la tercera parte de la saga, Indiana Jones y la Última Cruzada (1989), se nos presenta al personaje de joven apoderándose de la Cruz de Coronado de las manos de un grupo de saqueadores de reliquias. Tras sortear diferentes obstáculos en un tren del circo, mostrándonos a su paso las causas que originaron los rasgos identificativos del personaje adulto (la cicatriz en la barbilla, la razón que lleve siempre consigo un látigo y su fobia a las serpientes), llega corriendo a casa, recibiéndole con un ladrido su perro Indiana, y busca a su padre para comentarle lo sucedido. Su progenitor obsesionado con su trabajo, la búsqueda del Santo Grial, no le presta atención y lo reprimenda sin escucharle. Poco después, llega la autoridad local a su casa que confisca la preciada reliquia y se la entrega a los saqueadores. El jefe de éstos, un hombre cuyo sombrero de fieltro y cazadora de piel prefigura al posterior Indiana, muestra respeto por las habilidades del joven y le comenta: “Hoy has perdido chico, pero no tiene por qué gustarte”. A la vez, le entrega su sombrero, tapándole la cara, y una vez vuelve a levantarla, ya es Indiana Jones adulto, con la sonrisa desafiante de Harrison Ford, que es golpeado en la cara mientras es sujetado por dos hombres. Esta secuencia indica que en ausencia de la madre, muerta por enfermedad, y de un padre apático y ausente por su trabajo, la autoestima del mayor héroe de acción cinematográfico se ha fraguado a partir de la relación afectiva con su perro. Pero, ¿esta forma de entender al perro como instrumento de conexión emocional única para el ser humano es objetiva en la realidad?




Boss, mi mejor amigo, es una mezcla entre pastor alemán y pastor alsaciano de pelo largo. 



Se ha estimado, gracias a estudios recientes del ADN de los perros, que estos animales han convivido con los humanos desde hace unos cuarenta mil años. Se trata de un período suficientemente prolongado, incluso desde la perspectiva del tiempo geológico, para que tanto el ser humano como el perro hayan podido extraer conclusiones útiles para su propia vida emocional en común. Una perspectiva que apunta en dirección opuesta de lo que se creía hasta hace bien poco, cuando la mayoría de científicos concebían a los animales como meras máquinas con comportamientos inducidos por recompensas o castigos impuestos por el entorno. Tal y como comenta Roger Fouts, experto en comunicación entre primates y profesor de Psicología en la Universidad de Washington: “Descartes decía que los animales son como máquinas y sólo el hombre puede pensar. Si le das una patada a un perro, no sufre más que una campana cuando la tocan” (Haciendo la contra 2, entrevista realizada por Ima Sanchís). En la actualidad, el consenso científico mayoritario concluye que los animales tienen emociones, inteligencia y conciencia de sus actos.

Que los perros son pura honestidad, integridad, lealtad y amor incondicional puede afirmarlo cualquiera que haya tenido una relación de respeto, disciplina y afecto con ellos. Tengo veintiséis años y he crecido junto a un perro que tiene quince años. Su nombre es Boss y es una mezcla entre pastor alemán y alsaciano. Cuando nos conocimos, yo era un crío y él, un cachorro llorón de tres meses en un sitio nuevo. En su primera noche, dormí con él en la cocina y fue como ir de acampada con un amigo de toda la vida. Sí, lo admito, olía, no paraba quieto y me olisqueaba de vez en cuando la cara cuando me quedaba dormido. Algo que si se tratase de una persona, hubiese sido muy expeditivo. Sin embargo, conseguí que dejase de llorar y como premio tuve el placer de compartir con él un baño al día siguiente a causa de la picadura de alguna de sus pulgas.

En poco tiempo, íbamos a correr juntos y siempre había alguna cosa nueva por descubrir. Íbamos hasta donde nos llevaban las piernas y las patas. Primero, el despliegue más grande de fuerza, resistencia y velocidad. Después, la calma y conexión. Los dos acabábamos cansados y estirados en la playa, en una roca en la montaña o sentados en cualquier trozo de césped. El lugar no era importante. Lo primordial era que los dos formábamos parte de algo único, estimulante y diferente. Algo que trasciende a cualquier etiqueta por su excepcionalidad. Éramos una manada que no era ni humana ni perruna.




Hicimos el crecimiento a la par. De niños a adolescentes, y después adultos. Desde que era muy pequeño siempre había querido tener a un amigo, a un hermano y a un referente afectivo que fuera cercano a mí. Tengo la enorme suerte de haber compartido y disfrutado al máximo mi tiempo con Boss, que es absolutamente genial.



Aristóteles definía que hay tres clases distintas de amistad. El primero e inferior de los niveles es el que denomina como “amistad por interés” o “por utilidad”. Es el tipo de relación que permite a las dos partes extraer beneficios prácticos la una de la otra. Una vez se ha terminado ese provecho compartido, se diluye el trato entre los individuos. En un escalón más elevado, Aristóteles propone la “amistad por placer” como la segunda forma de afinidad. Se trata de una relación que no se basa en la utilidad mutua para algún proyecto o actividad, sino en el placer compartido. Un ejemplo de esta categoría es la relación de pareja basada en la pasión. En este caso, ambas partes persiguen sobre todo lo que les es agradable y presente. Sin embargo, con el tiempo, lo agradable también cambia para ellos y la separación o el divorcio se convierten en el último paso. Finalmente, Aristóteles sostiene que existe una tercera y más elevada forma de conexión: la “amistad perfecta”, “completa” o “por virtud”. Es la clase de relación en la que cada miembro aporta desinteresadamente lo necesario al otro para que prospere. Aristóteles cree que dura tanto como puede durar la bondad entre los individuos. Una amistad que es eterna porque considera que la genuina bondad es algo permanente en cualquier ser humano. Sin embargo, el filósofo reconoce que son casos raros, dado que las personas verdadera y perdurablemente buenas son muy escasas.

La relación que tengo con Boss ejemplificaría el nivel de amistad de orden más elevado, según la ética aristotélica. Bastante a menudo, jugábamos a luchar en el jardín. Nos abalanzábamos uno contra el otro con toda violencia en una coreografía de lucha perfecta. Yo conocía sus movimientos y él, los míos. Nunca nos hicimos daño. Pero me di cuenta que cuando Boss jugaba con otros perros, no sabía exactamente cómo hacerlo. Estaba demasiado acostumbrado a mí y era necesario que supiera tratar con ellos. Reconozco que esta perspectiva desinteresada no era del todo recíproca. En los paseos, nos podíamos cruzar con conocidos del sexo masculino y femenino y se quedaba al lado mío esperando a que esa persona lo acariciase. Sin embargo, cuando se trataba de una chica que me gustaba, Boss me miraba y tardaba un instante en cruzarse entre los dos a modo de barrera. Excepción que confirma que ninguna relación es completamente perfecta. Aunque tampoco fue motivo de separación.




Boss está cansado y feliz después de una sesión de juego y lucha por el jardín de la montaña. 



La única especie animal que se trata de forma generalizada como humana es el perro. Algo que César Millán, entrenador canino y presentador televisivo, considera como un error. “Ellos tienen su propia vida, su propio destino, sus propias necesidades y mucho que enseñar a sus dueños y que ofrecerles, como su amor incondicional”, explica el conductor de El encantador de perros. Se les atribuye cualidades humanas por unos determinados valores positivos y por su bondad innata. Tal y como comenta el divulgador científico Eduard Punset: “A diferencia del resto de animales, los humanos tenemos emociones mezcladas. Podemos odiar y amar al mismo tiempo. Por eso los humanos no podemos hacer gala de la lealtad de un perro. Un perro es leal, básicamente, porque es incapaz de mezclar emociones distintas. En la lealtad a su dueño no hay ni rastro de odio”. La realidad es que el ser humano es mucho más ambivalente y equívoco que el resto de animales.

La mayoría de personas, a diferencia de los autistas y de los animales, no ven los detalles, sólo les importa el conjunto, el esquema o la idea general que se tiene de las cosas. Nosotros sólo vemos el bosque en detrimento del árbol y, además, lo consideramos un mérito. En la vida nuestra mirada tiende a detenerse en la superficie. Estamos tan consumidos por nuestras propias necesidades que apenas conseguimos dar un paso atrás y observar con mente fría lo que ocurre dentro de otros seres humanos. “Lo que nos hace parecer que somos tan diferentes es que hemos creado toda una cultura que nos da un entorno mucho más complicado y que nos hace perder de vista la parte biológica”, explica Fernando Nottebohm, biólogo especialista en el cerebro y director del laboratorio de comportamiento animal de la Universidad de Rockefeller. La conexión personal con Boss es la más clara demostración de la capacidad y voluntad de un ser de entender emocionalmente aquello de lo que es otro ser y no de lo que parece que es, a todos los niveles, y no durante un momento, sino hasta el final. Mira más allá del rostro y las palabras y se centra en los sentimientos que subyacen a todo ello. Aprender esa lección es un regalo para cualquier persona.

La gloria más excelsa que pueden obtener los seres humanos debe lograrse como efecto indirecto de otras búsquedas nobles y consiste siempre, al menos en parte, en haber comprendido que las personas son más valiosas que el poder, la riqueza o la fama. En este proceso es donde la figura del perro alcanza su máximo valor. En el clímax final de Indiana Jones y la Última Cruzada, el héroe está al borde de un precipicio intentando coger la copa del Santo Grial: objeto de obsesión de su progenitor y único modo de alcanzar su respeto y cariño. Mientras, su padre, que no puede sujetarlo por más tiempo, lo llama por primera vez Indiana y no Junior (lo que el aventurero odia sobremanera) para que desista en su idea de alcanzarla. Conmovido, Indiana recupera la sensatez y sale del abismo con la ayuda de su progenitor. Ya a salvo, el padre descubre que Indiana es el nombre del perro que tenían en casa y que el verdadero nombre de su hijo es como el suyo: Henry. Entre risas y burlas de su amigo Sallah, Indiana Jones se defiende indignado: “Me gusta más Indiana. Tengo muy buenos recuerdos de aquel perro”. Como la naturaleza de sus misiones lo consume todo, esta forma de amistad virtuosa y pretérita con su perro es la única que podrá conseguir como eterna. Al respecto, Steven Spielberg reflexiona que como realizador refleja la imaginación colectiva de la sociedad en la que vive y que nunca ha buscado en los directores que fueran genios, sino reflejos de su propia sociedad.

La aventura no es sólo acción, la aventura es descubrir secretos, encontrar la verdad de las personas. Tienes que abrirle al público una ventana para que experimente una gran epifanía”, comentó recientemente el realizador estadounidense. El pasado verano, de noche, en la playa, me reuní con unos amigos para celebrar que uno de ellos y su novia iban a vivir juntos y fui con mi colega de cuatro patas. Hicimos una serie de juegos y, excepto cuando el grupo gritaba mi nombre o me veía correr, Boss estuvo sentado frente a la orilla contemplando las olas del mar. Me tumbé junto a él e intenté averiguar qué sabía para estar así. Al poco tiempo, me di cuenta que no era importante. Me dejé llevar por el momento. Un instante en el que el perro quería que el humano formase parte de su mundo y compartiese su estado de calma, comprensión y paz.




Desde lo más alto, Boss observa al resto como si supiera algo que nadie más sabe. Transmite paz y tranquilidad. Todo un héroe.  


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